001. dreams big and small





chapter one
001. dreams big and small!
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A SUS HERMANOS les encantaba diseñar y crear. Se sentaban en esa mesa durante horas, dibujando grandes edificios y calculando medidas a escala para mostrarles en su propia pizarra inteligente. Querían crear algo mejor que lo que tenían delante, lo que cada uno fabricaba. Querían ser mejores que los mejores; querían que los nombres de Iktinos y Calícrates fueran olvidados y que los suyos se levantaran en su lugar. Un montón de diseños dóricos, corintios y jónicos que podrían competir con el esplendor del Partenón en Atenas y la Torre Eifeel en Paris. Algo que durara más de dos mil años, algo permanente.

Wendy se sentó y los observó, acomodada e la silla que tomó como propia el día que llegó, sola y asustada, con los ojos apartados de personajes como Heródoto, Platón o La Ilíada (o cualquier cuento traducido al griego antiguo que le gustara), preguntándose cuándo se darían cuenta de que lo permanente no existía. Que un día, sus diseños se derrumbarán y se desvanecerán, serán derribados y rediseñados o se construirá algo encima. Esa lluvia ácida, los dedos humanos y el clima destruirán todos esos días trabajando, desesperados por demostrarle algo a su madre que siempre sobrevivirá.

Ellos creían en la piedra sólida, pero Wendy creía en recuperar los escombros. Creía en comprender y aprender del pasado; eligiendo cada causa, cada evento y preguntándose por qué llegó a ser. Su mente nadaba en aguas de preguntas con respuestas que condujeron a más preguntas, sobre la diferencia entre lo que está bien, lo que está mal y lo que está en debate.

Con solo once años, Wendy Longsworth tenía la mente hecha para cuestionar e investigar, pero también lo era la vida solitaria de una hija de Atenea.

Nadie más entendió o estuvo a la altura de lo que ella buscaba y expresaba. Sentía que estaba corriendo una carrera en la que todos eran demasiado lentos y la arrastraban con ellos. Incluso algunos de sus propios hermanos.

Algunos de ellos ni siquiera podían comprender el concepto de que siempre hay más de un hecho establecido; especialmente en la historia.

¿Wendy estaba sola? Tal vez. No era inusual que los habitantes de la cabina seis tuvieran problemas para hacer amigos, pero Wendy incluso tenía problemas para hacer amigos con los de su propia familia. Sobresalía como un pulgar dolorido en muchos sentidos y, al mismo tiempo, nunca podía salir de las sombras. Su vida era triste, solitaria y repetitiva, incluso para un semidiós. Ella podría ser un enigma, pero no era tan especial.

El final de mayo no arrojaba mucha diferencia en la luz del sol a través de las persianas de la cabaña de Atenea. No llovió en el campamento por lo que los días eran soleados y más soleados incluso en invierno. Wendy amaba el invierno, donde el campamento estaba tranquilo y la nieve los envolvía como si estuvieran en un globo de verano. Afuera hacia frío y era duro, y adentro, los días eran templados, y la hierba estaba creciendo y sus fresas aún sabían ricas y eran hermosas.

Pero el verano estaba a la vuelta de la esquina, y las camas de la cabaña de Atenea se estaban llenando al igual que el resto del campamento. Los hermanos de Wendy que no se quedaron todo el año, volvieron a ocupar sus literas, ocuparon sus lugares para sus libros, guardaron sus archivos en las mesas de arquitectura y guardaron sus artículos en el tocador de baño. Pero ella ha estado allí a lo largo de todo. Envuelta en su manta, con las zapatillas puestas y las gafas de leer apoyadas en la punta de su nariz. Risos rubios flotando sobre inteligentes ojos grises como la mayoría de sus hermanos, enamorada de un libro, sobre guerras greco-persas, o la batalla de Maratón, o un estudio de textos antiguos de historiadores modernos que encontraba hilarante (porque ella, por supuesto, sabía lo que estaba bien y lo que estaba mal). Sus días los pasaba así si no estaba entrenando. Pero incluso entonces, a veces se escabullía a un lugar tranquilo para aprender. Siempre para aprender.

Wendy había estado en el campamento desde que tenía cerca de cinco años y nunca tuvo la oportunidad de asistir a una escuela real.

Y así pasaba sus horas, sus minutos, su tiempo libre (e incluso cuando no se suponía que debía hacerlo), tratando de entender todo lo que podía: Matemáticas, Inglés, Ciencias, Historia y Geografía, todo lo que Quirón le dio en libros y papel de sus días y escuelas mortales. Calificó las pruebas que escribió para ella, la instruyó temprano en la mañana antes de que comenzaran los horarios, y cuando no podía, Wendy tenía un lugar en un escritorio en el estudio de la Casa Grande solo para trabajo escolar, y le encantaba.

Fue lo más cerca que estuvo de la oportunidad de experimentar la escuela. Y no era lo mismo que le habían dicho. No habían pasillos, casilleros, ni maestros ni aulas ni niños molestándose unos a otros junto a los escritorios. No habían almuerzos escolares, excursiones o carnavales, pero estaba lo suficientemente cerca para Wendy, y definitivamente aportó más del doscientos por ciento.

En este momento, estaba completando su tarea de opción múltiple mientras Quirón no estaba. Él había estado fuera todo el semestre escolar y Wendy había pasado sus días en el campamento sin él. Sin duda, era un poco deprimente que uno de sus únicos amigos en el Campamento Mestizo fuera el director de actividades, pero eso no significaba que no lo extrañara. Sin Quirón, Wendy solo tenía a su hermana mayor, Annabeth, pero aún así era solo porque eran de la misma cabaña. Wendy estaba segura de que si estuviera en otro lugar, no se hablarían.

La vida era simple para Wendy, bueno, simple era una palabra fuerte. De hecho, en muchos sentidos, la vida de Wendy estaba lejos de ser simple en relación con la vida de un ser humano normal fuera de los límites del campamento. ¿Pero dentro? Era muy, muy simple. El mismo patrón día a día y nada lo cambiará jamás. Desde el momento en que llegó antes de su quinto cumpleaños, las semanas de Wendy fueron todas similares con pocos cambios. Tal vez algo de emoción aquí y allá, pero en cierto modo, Wendy se sentía como si estuviera en una bola de nieve, viendo a todos los demás vivir una vida mucho más fascinante que la suya, y estaba atrapada sin ninguna posibilidad de encontrar una manera de unirse a ellos.

Todo era así para Wendy. Ella estaba atrapada; encerrada y ella no tenía la llave. La perdió hace años.

Ella quería que cambiara. Quería ir a la escuela, emprender una misión y experimentar el mundo exterior. Pero Wendy sabía que la única oportunidad que tendría serían las excursiones al Olimpo, lo que rara vez sucedía y las misiones no se permitían desde el último incidente, por lo que Wendy estaba atrapada para siempre. Su gran plan era un fracaso hasta que eso cambiara, e incluso entonces, ella nunca sería la primera elegida para emprender una misión.

A pesar de ser hija de Atenea y tener bastante afinidad con la estrategia de batalla, las armas y la planificación, Wendy nunca fue elegida para sancionar a los equipos en Captura la bandera. Nunca fue elegida para organizar un torneo de paredes de lava ni elogiada por sus estrategias o habilidades de lucha. Ella no era gran maestra de espadas, o lanzadora de hachas, maestra de dagas o arquera. No tenía poderes especiales ni dones de su madre. Wendy era ordinaria para un semidiós, y parte de ella realmente lo odiaba.

También odiaba cuando la gente interrumpía su proceso de pensamiento. Trabajaba muy duro para conseguir esta concentración con su TDAH. Tan pronto como alguien la distraía, eso era todo, eran al menos otros treinta minutos de esforzarse mucho para no posponer las cosas.

Entonces, cuando Malcolm, su medio hermano mayor, decidió interrumpir su tarea, ella no estaba muy feliz.—Oye, oye, Wendy...—ella lo ignoró durante los primeros segundos, leyendo la última parte de la pregunta. Pero no se lo estaba poniendo fácil.—Wendy, Wendy, escucha...—agitó su mano frente a su rostro y ella se detuvo, mirándolo con el ceño fruncido.

—¿Qué?—ella exigió, molesta.

Él puso los ojos en blanco ante su tono abrasivo. Wendy era casi un bebé en la cabaña de Atenea, aunque no era la más joven. Tenía once años y cumpliría doce cuando llegara el segundo mes del verano, pero así eran las cosas. Ella era la niña sentada en la silla o haciendo las tareas que Quirón le dio, y nunca la elegían para hacer nada, y así fue como siempre la verían si no cambiaba pronto... el problema era, no había posibilidad de que ella cambiara.

Malcolm miró atentamente a sus preguntas como si estuviera comprobando sus respuestas hasta que malhumorada le dio la vuelta para que quedara de cara al escritorio. Esperó a que él respondiera su pregunta, dándole una mirada fría y acerada, un rasgo que todos los hijos de Atenea parecían tener. Él parpadeó.—¿Qué?

Quería rodar los ojos.—¿Por qué viniste a molestarme? Estaba casi terminando.

—¡Oh!—Malcolm recogió su hoja de papel de todos modos, leyendo sus respuestas sin su permiso.—Solo bajé para informarte que Quirón regresó de su período en esa escuela. Pensé que te gustaría verlo, pero siento mucho haber interrumpido tu sesión de tarea.

Dijo esto sarcásticamente como si Wendy no lo hubiera atrapado gritando a otros campistas por interrumpirlo cuando estaba leyendo.

Pero en lugar de decirle eso, su ira se desvaneció y fue reemplazada por un soplo de emoción ante la mención de que Quirón había regresado. Su rostro se iluminó y sonrió.—¿Quirón está devuelta?

Sin esperar a que Malcolm dijera nada más, saltó de su silla. Recuperó su hoja de opción múltiple y se apresuró a tomar su estuche lleno de todo lo que había coleccionado: bolígrafos, lápices, resaltadores, notas adhesivas... cada vez que los sátiros iban a la escuela o cuando sus compañeros de campamento regresaban de las vacaciones de invierno, siempre les pedía que le trajeran papelería de las escuelas. Hacía que Wendy se sintiera más como parte de todo. Que estaba sentada en un escritorio, mirando a un maestro que escribía en la pizarra o se pasaba las respuestas de los exámenes con otros estudiantes——

Se preguntó qué le había traído Quirón de todo su semestre fuera del campamento. Le había pedido una calculadora cuando él se fue, o incluso un juego de transportadores, compases y reglas para cuando quisiera dibujar edificios. En este momento, estaba trabajando en un diseño circular y serían perfectos para el.

Wendy salió corriendo de la cabaña seis y pasó junto a los campistas que entrenaban con espadas, escudos y lanzas. Pasó corriendo por el pabellón de techo abierto donde algunos semidioses estaban desayunando tarde. Se deslizó por una pendiente, casi arrollando a un grupo de campistas de Apolo que intentaban impartir una lección en el Muro de Escalada de Lava. Pasando algunos árboles, saltando a lo largo de las piedras de una arroyo que conducía al lago de la canoa en lugar de tomar el camino, y girando alrededor de un poste indicador, Wendy se agachó bajo una ballesta sobre ella en un puente de cuerda, una lección de equilibrio y resistencia táctica.

Emergió hacia una pendiente cuesta arriba, subiendo directamente hacia un conjunto de canchas de voleibol, y más allá de eso, una gran casa de campo colonial azul de tres pisos con un porche envolvente y un ático. La casa grande. Un lugar en el que Wendy pasaba más tiempo que jugando a capturar la bandera, escalando el muro de lava o comiendo; en cambio, estudiaba bajo la luz de la lámpara en su pequeño escritorio que Quirón tenía para ella.

Wendy saltó al porche con un movimiento rápido, sus pies golpeando la madera mientras corría hacia la puerta principal, pasando los asiento fuera de la enfermería y la mesa de pinocle. Patinó hasta detenerse junto a las puertas dobles, abrió la mosquitera y entró en la cálida y acogedora casa.—¿Quirón?—llamó la impaciente.—¿Quirón?

Corrió por la sala de estar.—¿Quirón? ¡Malcolm dijo que habías vuelto!

Corriendo al comedor, Wendy se detuvo de manera incómoda para ver a un hombre sentado en la cabecera de la mesa con una lata de Coca-Cola Light. Ella se sonrojó, sus gritos emocionados se detuvieron abruptamente al ver al señor D. Bueno, así es como lo llamaban. Su nombre completo sería, de hecho, Dionisio, el dios del vino. Odiaba absolutamente a los semidioses, pero después de que lo atraparan persiguiendo a una de las ninfas favoritas de Zeus, fue desterrado aquí por... bueno, Wendy no sabía exactamente segura de cuánto tiempo.

—Um...—comenzó ella, vacilante.

Al verla, el Señor D puso los ojos en blanco y dejó escapar un suspiro dramático y exasperado.—Wren.—saludó.

—Es Wendy.

Levantó la mano, desdeñoso.—Lo que sea. Está en el porche trasero.

Wendy se apresuró a asentir y girar sobre sus pies, dirigiéndose directamente al porche trasero con la sonrisa volviendo a sus labios. Sus zapatillas golpearon la madera

vieja, crujía aquí y allá y hacia eco la mayoría de las veces. Patinó hasta detenerse antes de correr directamente hacia la puerta, recomponiéndose por un momento antes de abrirla y salir de nuevo.

—¿Quirón?—ella miró a su alrededor en busca de él.—Quirón, Malcolm dijo que había vuelto...—se detuvo lentamente cuando lo notó. Su entusiasmo se redujo a fuego lento casi hasta la nada, y se volvió bastante insegura cuando notó que él todavía estaba en su silla de ruedas, reflexionando sobre la vista del campamento que se extendía por Long Island.

Quirón era un centauro, pero cuando pasaba tiempo en el mundo de los mortales, o cuando lo prefería, escondía su cuerpo de caballo en una silla de ruedas mágica que se se entrometía con la mente usando Niebla, por lo tanto, haciéndolo parecer como si estuviera paralizado de la cintura para abajo. Pero si se ponía de pie, a menudo enviaba a nuevos semidioses (incluso algunos que n estaban acostumbrados a ver el cambio) a una confusión de preguntas, para ver el cuerpo entero de un caballo levantarse de la profundidades de una silla de ruedas.

Al oír su voz, él miró por encima. Y logró sacar una sonrisa cansada para ella.—Wendy.—saludó Quirón.—¿Cómo estás?

—Malcolm me dijo que habías vuelto.—Wendy se acercó a él con cautela esta vez.

—Ah.—él asintió.—¿Has estado bien?

Ella también asintió, sonriendo un poco.—Sí. Terminé toda la tarea que me dejaste. Y he estado leyendo sobre la Batalla de Maratón y——

Quirón se rio entre dientes.—Creo que me estoy quedando sin cosas que enseñarte, terminarás aprendiéndolas todas antes de que tenga la oportunidad de hacerlo. Toma.—recogió algo que tenía en la bolsa de almacenamiento de su silla de ruedas. Se lo pasó y Wendy lo tomó ansiosamente con los dedos. Era un estuche para lápices, sencillo y gris que tenía su nombre escrito en plástico. Wendy sonrió de inmediato, rápidamente lo abrió y su sonrisa se hizo más grande cuando vio dentro todo lo que quería: una calculadora, un transportador, un compás y algunos lápices, reglas, gomas y sacapuntas nuevos.

Wendy lo miró a los ojos de nuevo, su sonrisa tan brillante que podría alegrar un invierno en Nueva York. Luego, corrió hacia adelante y abrazó a Quirón por los hombros. Él se rio entre dientes, encantado por su emoción por las cosas simples, hizo que su día fuera mejor.—¡Trajiste todo! ¡Puedo dibujar lo que quiera, ahora!

Cuando se alejó, volvió a hurgar en su nuevo estuche de lápices, asegurándose de ver todo lo que tenía. Sacó cada artículo y lo inspeccionó, distraída en el momento hasta que notó la caída en el rostro de Quirón nuevamente. Ella frunció el ceño y volvió a colocar el borrador en el estuche.—¿Qué es?

Quirón la miró. Ella sabía que él estaba dudando. Era vago, muy vago cuando querían serlo; sin querer contarle nada de lo que ha estado sucediendo fuera de los límites del campamento. Pero Wendy no era estúpida: era hija de Atenea, por lo que naturalmente estaba lejos de serlo, de hecho. Sabía que los dioses estaban molestos por algo. Las tormentas se hacían más intensas y frecuentes; los cielos sobre el campamento a menudo estaban oscuros con la iluminación de los rayos. Desde el solsticio de invierno, las cosas han estado tensas en el aire, erizando los cabellos como si un rayo estuviera listo para caer.

Y luego Wendy escuchó a Quirón mencionar el rayo de Zeus al Sr. D. mientras ella y Annabeth estaban trabajando en la enfermería. Había sido robado. Su rayo era el símbolo de su poder: un dios sin su símbolo de poder se vuelve muy paranoico, muy avergonzado y muy enojado. Pero aunque nadie sabía quién era el ladrón, tenían sus suposiciones, y Zeus siempre se apresuraba a culpar respetuosamente a sus hermanos Poseidón y Hades: dios del mar y el inframundo.

Pero por la forma en que Quirón la miraba con el ceño fruncido, Wendy supo que era otra cosa. Inmediatamente llegó a la conclusión de: "¿Es él, el niño con el cuerno de minotauro? ¿Está aquí? ¿Viene?"

El niño con el cuerno de minotauro fue lo único interesante que sucedió dentro de la pequeña bola de nieve de Wendy. Los sueños no eran solo el subconsciente jugando con las preocupaciones, los miedos y las circunstancias de los semidioses, siempre significaban algo. La mayoría de las veces, nunca fue nada bueno. Wendy nunca recibió sueños que significaran algo espectacular. Escuchará a Clarisse La Rue jactarse de otra visión que su padre Ares le envió, declarando que será la heroína de muchas misiones previstas, viciosas y que desafían a la muerte contra los monstruos mitológicos legendarios con los que el resto del campamento solo podía soñar. Escuchará a Lee Fletcher de la cabaña de Apolo quejarse de las interpretaciones líricas de su padre o los hermanos Stoll de la cabaña once escucharán los mensajes de su padre, lo verán pasar volando con sus zapatos alados trayendo noticias.

Wendy nunca ha recibido sueños como ese. Su madre, Atenea, era una diosa práctica. Ella solo hablaba con sus hijos cuando los necesitaba, o necesitaban que les dijeran algo práctico sobre lo que podrían buscar. Y dado que las misiones ya no eran una cosa en el campamento mestizo, Atenea nunca habló con sus hijos a través de sus sueños. Wendy no recordaba la última vez que supo de su madre... no cree haberlo hecho desde que fue reclamada. En cambio, sus hermanos si lo habían hecho. Su hermana recibió una gorra mágica de los Yankee que la volvía invisible. Su hermano, que ahora se fue para dar lo mejor de sí en la universidad, le dijo que una vez su madre lo elogió por una asombrosa hazaña estratégica después de proteger el campamento antes de que tuvieran fronteras mágicas. Todo lo que Wendy alguna vez soñó fueron sus objetivos y, a veces, reglas de plástico malvadas que le decían que nunca lograría ningún sueño. Nada sobre dioses, monstruos, o cualquier señal de su madre de que a ella le importaba su existencia.

No hasta que soñó con el niño con el cuerno de minotauro. Cada vez que llegaba un nuevo campista, ella suplicaba que fuera él. Preguntaba si habían derrotado un minotauro, y cada vez, la miraban como si estuviera loca y ahí era cuando sabía que no era él. No sabía por qué él iba a ser tan importante, pero podía sentirlo, esperaba que él fuera el impulsor para cambiar su mundana vida de semidiós en algo emocionante; para finalmente darle una misión que demostrará su valía como hija de Atenea. Que ella era tan genial, tan estratégica, inteligente y sabia como sus hermanos.

Pero supo por la leve mirada severa que Quirón le dirigió, que una vez más, se sentiría decepcionada. En esta etapa, se preguntaba si él alguna vez vendría, que sus sueños eran solo ilusiones. Ella se sonrojó, avergonzada y arrastró sus zapatillas.—Lo siento.—murmuró ella.—Gracias de nuevo.—Wendy sonrió.

Quirón solo le devolvió la sonrisa, se veía más cansado de lo que solía. Extendió la mano y le frotó el brazo.—Todo bien, niña. Ahora, creo que tienes tiro de arco para el que estás llegando tarde.

Wendy quería quejarse: odiaba tiro con arco. Pero era necesario para las buenas tácticas con las armas y así, malhumorada y decepcionada, giró sobre sus pies y comenzó a marchar hacia la arena de tiro con arco, solo recordando decir adiós cuando estaba a la mitad de la pendiente.

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A WENDY le encantan las fresas. Lo que más le gustaba de las fresas era que, sin importar la época del año, en el Campamento Mestizo, podía recogerlas y aún estarían frescas y con un sabor maravilloso en su lengua. Cuando tenía suerte, podía ayudar a los sátiros e hijos de Deméter a recoger las fresas para vender (que era de lo que se disfrazaban: una granja de fresa, en lugar de un campamento de verano para los hijos de los dioses griegos...). Le gustaba comer fresas cuando leía, acurrucada en su silla. Le gustaba comer fresas cuando debía estar escalando la pared de lava pero fingió que tenía un tobillo torcido (era muy buena mintiendo y fingiendo) y la llevaban a la enfermería solo para que el hijo de Apolo de turno suspirara decepcionado. Le gustaba comer sus fresas con su desayuno en el pabellón y en el almuerzo. Cuando tomaba ambrosía y néctar, siempre sabía a batidos de fresa, mermelada de fresa o cualquier cosa que tuviera fresas. Dulce, rica y sorprendente.

A su hermana mayor, Annabeth, también le gustaban las fresas. Aunque no tanto cuando estaba tratando de que Wendy participara en la práctica de lucha con espadas. Annabeth Chase, a pesar de tener solo doce años, era su consejera de cabina. Ella ha estado aquí desde que tenía seis años y fue elogiada por su mente estratégica, sabiduría y talento con la daga, un arma poco probable que la animó a ser rápida y veloz. Era alta y de piel oscura, con cabello oscuro y rizado que esta semana se quitó de la cara con trenzas con extensiones de trenzas rubias.

Wendy tenía una espada corta, simplemente porque era la única arma en el cobertizo de armas de Atenea (su cobertizo de acaparamiento personal, le gustaba llamarlo) que parecía funcionar. Se había sorprendido cuando finalmente se obligó a conseguir una nueva arma, ya que superó a la anterior para encontrar una espada corta en ese viejo cobertizo que tenía el peso y la longitud adecuados. Supongo que no tenía otra opción más que conservarlo y aprender a usarlo. Como hija de Atenea, parecía tener un don natural para cualquier arma que se pusiera en su mano. Su madre era la diosa de la sabiduría y la estrategia de batalla, lo que significaba que Wendy podría no ser la mejor en tiro de arco o escalar la pared de lava, pero si tuviera que hacerlo, podría encontrar la manera de salir o, lamentablemente, ser lo suficientemente buena para sobrevivir. Esto también significaba que tenía una habilidad especial para luchar con su espada corta.

Sin embargo, nadie pareció darse cuenta de eso. Supuso que ser buena en la estrategia de batalla y pelear era algo que todos los hijos de Atenea podían hacer. Toda su cabaña estaba llena de semidioses ambiciosos, orgullosos y lógicos con habilidades de lucha por encima de la mediocre, eso no la convertía en nada especial. Ella no destacó.

Por lo general, a Wendy le gustaba practicar con la espada. Le gustaba derribar a sus hermanos y a cualquier otra persona que decidiera intentarlo. Ella no era la mejor luchadora con espada, ese título pertenecía a Luke Castellan, quien era el consejero de la cabina de Hermes. También luchó con una espada de cuerpo entero. Pero Wendy supuso que podía darse el título a sí misma: en secreto, la mejor luchadora con espada corta del campamento. No eran tan populares como las hojas de longitud media, la espada griega promedio de doble filo. Tampoco eran tan geniales como lo sería alguien que pudiera empuñar una espada larga. Pero las espadas cortan eran geniales en el combate cuerpo a cuerpo. A Wendy le gustó. Era lo único que tenía, lo único de ella que podría ser especial, incluso si nadie realmente lo notaba excepto ella.

Eso y las barras de mono.

(Le encantaban las barras de mono, ¡era genial en ellas!)

(Si la pared de lava estuviera hecha de juegos de barras de mono, ella sería la mejor en esto).

Pero hoy, Wendy no tenía mucha motivación para practicar. Podía decir que Annabeth estaba molesta, pero no podía dejar de pensar en lo inquietante que se había visto Quirón ayer. Algo no estaba bien, y él no se lo decía. Levantó la vista hacia las nubes grises de tormenta que se estaban gestando en la distancia, como un molesto zumbido en el fondo de todas sus mentes.

Annabeth la pateó suavemente en la espinilla desde donde se sentó en el borde de la arena.—Levántate.—le dijo, frustrada.—En serio, tienes que practicar hoy, de lo contrario obtendrás una calificación terrible en tu informe al final del verano.

—Aún no es verano.—respondió Wendy con un tono realista, confiando en su tecnicismo para salir de esto. Todavía quedaba una semana de primavera.

Pero cuando Annabeth levantó una ceja severa, suspiró y se puso de pie nuevamente, sabiendo que no iba a ganar contra Annabeth Chase.

Sin embargo, su hermana sabía que algo no estaba bien. Especialmente cuando logró desarmar a Wendy casi de inmediato solo con su cuchillo.

Annabeth también suspiró y se cruzó de brazos. Observó a su hermana recoger su espada, sin impresionarse.—¿Qué pasa?

Obstinada, Wendy pateó sus zapatillas contra las rocas sueltas de la arena de espadas.—No es nada. Vamos de nuevo. Estoy lista ahora.

—No estarás pensando seriamente en esos sueños otra vez, ¿verdad?—Annabeth apoyó una mano en su cadera, mirándola con la misma mirada de acero que tenían.

Wendy frunció el ceño. Cuando su hermana lo expresó así, casi no quería decir nada. Pero cuando arqueó una ceja, Wendy simplemente frunció los labios y pateó el suelo de nuevo. Observó las pequeñas rocas sueltas deslizarse por la arena.

—Viene.—murmuró la joven hija de Atenea. Volvió a encontrar la mirada de su hermana.—Sé que viene.

—Has estado diciendo eso desde marzo.—Annabeth envainó su cuchillo y caminó hacia ella, y el ceño fruncido que ambas tenían era muy similar.—El niño con el cuerno de minotauro no ha llegado. La probabilidad de que aparezca ahora es aún menor.

—O podría ser aún más.—respondió Wendy.—El rayo de Zeus ha sido robado, el solsticio se está acercando y Quirón estaba meditabundo. Lo vi meditando cuando regresó.

—Él siempre está meditando.

—Sí, pero...—Wendy se interrumpió. Ella resopló y balanceó su espada corta distraídamente. Incluso ella sabía que estaba empezando a desesperarse. Tal vez ella lo había imaginado, era un sueño que nunca lograría, como todo lo demás, sin importar cuánto lo intentara.

Annabeth la miró por un momento.—¿Por qué quieres que venga? ¿Qué va a hacer por ti?

—¡No sé!—dejó escapar Wendy y eso la frustró porque odiaba no saber.—Solo sé que viene, tiene que venir. Pronto.

No fue una respuesta lógica, no se basó en hechos o cifras; nada excepto sus sueños que en su experiencia, nunca han sido nada interesante. Los dioses nunca se han preocupado por una hija mundana de Atenea como ella. Su madre ni siquiera se ha tomado un momento para considerar que existió después de reclamarla. Hasta este sueño. Hasta este chico con el cuerno de minotauro. Wendy necesitaba que fuera real. Porque si era real, entonces significaba que, por una vez en su vida, desde que llegó al campamento, podría tener la oportunidad de no ser tan mundana en absoluto.

Ella podría, por una vez, ser vista.

No solo por el resto de sus hermanos, o los otros campistas, o cualquier dios al azar... sino por su madre.

Supuso que de eso se trataba esto. Quería enorgullecer a su madre. Si estaba orgullosa, entonces tal vez consideraría que Wendy valía la pena, lo suficientemente como para preocuparse,

Atenea la había reclamado por una razón. Unos días después de haber llegado por primera vez al campamento, una lechuza apareció sobre la cabeza de Wendy, y recordó estar parada debajo de un resplandor gris, como si la luna hubiera aterrizado. Su madre la había reclamado por una razón, y no podía ser solo que Wendy se convirtiera en una semidiosa mundana que no era nada especial cuando se trataba de algo... tenía que haber una razón. Ella tenía que estar aquí por algo, y tal vez este chico con el cuerno de minotauro era su razón.

Annabeth vaciló en su severa mirada de acero. Sus cejas se suavizaron y frunció los labios, de repente muy incómoda cuando vio a su hermana repentinamente tan alterada. Wendy no era la única que tenía problemas para entender emociones complicadas. No eran tan fáciles de recordar como hechos, dibujar diseños o pelear, las personas eran muy intangibles para algo tan tangible; especialmente sus emociones.

Su hermana se sentó lentamente a su lado y jugueteó con sus dedos. Se sentaron juntas durante mucho tiempo en silencio. Annabeth colocó algunas de sus trenzas detrás de su oreja; tenía un cabello tan hermoso. Y con los mechones rubios, parecía como si se hubiera trenzado a la luz del sol.

Por fin, Annabeth suspiró y murmuró.—Supongo... si hubiera algún momento en el que pudiera venir al campamento, sería ahora. Quirón no me está contando todo, pero sé que es malo. Tal vez el campamento necesite un chico con un cuerno de minotauro.

Wendy se abstuvo de decir: necesito un niño con un cuerno de minotauro.

Nunca en su vida había deseado tanto que algo fuera real. Cada sueño que ha tenido siempre ha sido ficción, nunca ha sido nada que pueda equivaler al mundo en el que viven los dioses y los monstruos griegos... excepto él. Ella necesitaba que fuera real.

—Quizás...—respondió ella al final, sus pensamiento vagando en un mar sin fin.

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LOS PENSAMIENTOS DE PERCY JACKSON vagaron con el mar sin fin.

Había muchas cosas en su mente. Siempre había muchas cosa en su mente por solo tener doce años.

¿Era un niño problemático?

Sí... supuso que podrías decir eso.

No podía evitarlo. La mayor parte del tiempo, nunca fue su culpa. Nunca quiso causar tantos problemas como lo hacía. Especialmente cuando era su madre la que normalmente tenia que recoger todos los pedazos. Percy estaba decidido a no ser expulsado de la escuela esta vez. Estaba decidido a quedarse en la Academia Yancy, una escuela privada para niños con problemas en el norte del estado de Nueva York. Él había querido quedarse. A pesar de todos sus altibajos; dios, si que habían altibajos. Tenía a Groover, su mejor amigo. E incluso si Nancy Babofit les había tirado sándwiches, Grover siempre le decía que la mantequilla de maní era una de sus favoritas. Percy también tenía al señor Brunner, el único maestro que lo había hecho sentir más que un niño tonto con dislexia y TDAH.

Hasta que no lo hizo. Hasta que todo cambió. Hasta que estuvo seguro de que vaporizó a su profesor de preálgebra, que resultó ser un monstruo loco, y nadie le creyó. Había una señora Dodds en la Academia Yancy que se había convertido en una criatura de pesadilla y trató de matarlo por algo que él ni siquiera sabía. El señor Brunner le arrojó un bolígrafo, ¡un bolígrafo! que mágicamente se convirtió en una espada y Percy vaporizó a la señora Dodds en un arco de polvo.

Y sin embargo... todos, incluso el señor Brunner, le dijeron que no era real; que había imaginado cada segundo de ello.

Y aún así, a pesar de todo eso, Percy sabía que Grover y el señor Brunner habían estado hablando de él a sus espaldas, sobre lo que había sucedido.

Estaba aliviado de finalmente estar aquí en Montauk. Había estado yendo a esta pequeña cabaña en la costa del sur con su madre desde que era un bebé, más de lo que podía recordar, y su madre había estado yendo aquí incluso por más tiempo. La cabaña no era mucho en realidad; una cajita de color pastel con cortinas descoloridas que estaba casi medio hundida en las dunas de arena, arena en las sábanas y arañas en los armarios (y el agua siempre estaba demasiado fría para nadar en ella)... pero era el hogar de Percy.

Y su mamá siempre estaba mejor aquí. Parecía retroceder en la edad, sus arrugas desaparecían y la mirada cansada en sus ojos se elevaba, volviéndose del color del mar. Su madre era la mejor madre del mundo: Sally Jackson. Ella era más que eso, era la mejor persona del mundo entero y, a pesar de eso, el mundo nunca había sido amable con ella a cambio. Sus padres, sus abuelos, habían muerto en un accidente cuando ella tenía solo cinco años, por lo que fue criada por un tío que no se preocupaba mucho por ella. Percy no conocía toda la historia, pero sabía que su madre no tuvo la mejor infancia. Quería escribir una novela, así que durante la escuela secundaria, trabajó duro para ahorrar suficiente dinero para la universidad con un buen programa de escritura creativa. Hasta que su tío se enfermó de cáncer y ella tuvo que abandonar la escuela en su último año para cuidarlo. Después de su muerte, ella se quedó sin dinero, sin familia y sin diploma.

Siempre estaba cuidando de las personas en lugar de cuidarse a sí misma. Especialmente Percy, y él nunca lo hizo fácil, incluso si se esforzaba mucho.

La única vez que tuvo un buen descanso en su vida, donde sucedió algo bueno, fue cuando conoció al padre de Percy.

Percy no recordaba nada de él. No realmente, no tenía recuerdos, excepto una cosa: este cálido resplandor, como si estuviera parado en una playa dorada en el verano, mirando las olas rozar suavemente antes de retirarse. Y rastros de su sonrisa, el más mínimo rastro de su sonrisa; y era tan cálido como todo lo demás que Percy recordaba... o tal vez solo imaginaba. Su madre no hablaba mucho de él, la entristecía cada vez que lo hacía. Tampoco tenía fotos. No habían estado casados. Percy sabía que su padre era rico y que la relación que tenía con su madre era un secreto. Entonces, un día, zarpó a través del Atlántico en un viaje del que Percy no sabía nada... y nunca regresó.

Perdido en el mar, siempre le decía su mamá. No muerto. Perdido en el mar.

(Percy sabía mejor. Sabía que el mundo rara vez era lo suficientemente amable como para hacer que eso fuera cierto).

Su madre trabajó en trabajos ocasionales, tomó clases nocturnas para obtener su diploma de escuela secundaria y crio a Percy sola. Ella nunca se quejó y nunca jamás se enojó por todo lo que pasó.

Pero Percy nunca había sido un chico fácil. Al igual que todo lo demás que le sucedió a su madre, a veces, Percy se preguntaba si él era otro problema.

Su mamá lo amaba más que cualquier otra cosa. Y él la amaba. Haría cualquier cosa por su madre, excepto cuando lo intentaba... siempre fallaba.

Finalmente, se casó con Gabe Ugliano, quien fue simpático los primeros treinta segundos que lo conocieron, luego mostró su verdadera cara, que era tan feo como su apellido. Percy solía llamarlo Smelly Gabe cuando era niño. A veces, todavía lo hacía (en voz baja para que nunca escuche, a veces para que pudiera escuchar). Trató terriblemente a la madre de Percy, y también trató terriblemente a Percy.

Percy amaba a Montauk. Aquí, él y su madre finalmente pudieron alejarse de todo.

Donde pudieran sentarse junto al fuego y disfrutar de bolsitas de caramelos azules que su madre traía del trabajo, hablar de cosas al azar y asar malvaviscos, y Percy sentiría la brisa del mar, la respiraría y se preguntaría si de alguna manera, si su padre estaba perdido en el mar... entonces tal vez había una parte de él que estaba con Percy y su mamá, ahora mismo.

Y, sin embargo, Percy tenía este enojo: estaba enojado con su padre por dejarlos sin nada (incluso si ni siquiera fuera su culpa). Percy estaba enojado por muchas cosas.

Percy frunció los labios mientras giraba el malvavisco sobre el palo, observando cómo el fuego empezaba a teñir los bordes de color marrón. Miró a su madre y finalmente se atrevió a hacerle las preguntas que siempre le molestaban cuando estaban aquí: preguntas sobre su padre.

Los ojos de su madre se nublaron, como la niebla del océano. Percy pensó que ella le diría las mismas cosas... aunque nunca se cansaba de escucharlas.

—Él fue amable, Percy.—dijo su mamá.—Alto, guapo y poderoso. Pero genial, también. Tiene cabello negro, sabes, y sus ojos verdes.—sacó una gominola azul de su bolsa de dulces.—Ojalá pudiera verte, Percy. Estaría muy orgulloso.

¿Orgulloso de qué? Percy se quejó para sí mismo. ¿Qué tenía de genial él? No era nada especial, de hecho, Percy podía ser la persona más mundana de Nueva York. Un chico al azar y problemático que no tenía nada a su favor. Era un niño disléxico e hiperactivo con una boleta de calificaciones de "D+" y fue expulsado de todas las escuelas a las que asistió.

Sin embargo, no le dijo eso a su madre porque sabía que la molestaría.

—¿Cuántos... cuántos años tenía?—Percy en su lugar preguntó.—Quiero decir... ¿Cuándo se fue?

Ella observó las llamas.—Solo estuvo conmigo un verano, Percy. Justo aquí en esta playa. Esta cabaña.

—Pero... él me conoció cuando era un bebé.

—No, cariño. Sabía que estaba esperando un bebé, pero nunca te vio. Tuvo que irse antes de que nacieras.

Percy frunció el ceño. No quería creer eso. No cuando tenía esos vislumbres de la memoria, un cálido resplandor. Una sonrisa... pero no eran reales. Solo había estado esperando algo, aferrándose a una conexión que nunca estuvo allí. Sus ojos vagaron de regreso al océano infinito que ahora era tan negro como el cielo nocturno de arriba. Pero él podría oírlo. Escucharlo furioso y a la deriva, tranquilo y furioso al mismo tiempo.

—¿Vas a enviarme lejos de nuevo?—Percy encontró la mirada de su madre de nuevo, ocultando en nudo en repentino en su garganta.—¿A otro internado?

Su mamá sacó el malvavisco del fuego. Percy rápidamente se dio cuenta de que había quemado el suyo.—No lo sé, cariño.—su voz era pesada.—Creo... creo que tendremos que hacer algo.

Percy sintió una punzada en el corazón.—¿Por qué no me quieres cerca?

Se arrepintió de haberlo dicho de inmediato.

Los ojos de su madre se llenaron de lágrimas. Sacudió la cabeza y tomó la mano de Percy, apretándola con fuerza.—Oh, Percy, no. ¡Tengo... tengo que hacerlo, cariño! Por tu propio bien. Tengo que llevarte lejos.

Percy apretó la mandíbula y se tragó las ganas de llorar. Las palabras de su madre le recordaban a lo que había dicho el señor Brunner, que lo mejor para él era dejar Yancy.

—Porque no soy normal.—murmuró.

—Dices eso como si fuera algo malo, Percy. Pero no te das cuenta de lo importante que eres. Pensé que la Academia Yancy estaría lo suficientemente lejos. Pensé que finalmente estarías a salvo.

—¿A salvo de qué?

Su madre lo miró a los ojos y una avalancha de recuerdos golpeó a Percy que siempre había tratado de olvidar: cosas aterradoras y extrañas que habían sucedido. Siempre parecía pasarle a él. Como cuando en tercer grado, un hombre con una gabardina negra lo había acechado en el pato de recreo. Cuando los profesores amenazaron con llamar a la policía, se fue gruñendo, pero nadie le creyó a Percu cuando les dijo que debajo de su sombrero de ala ancha, juraba que había visto un ojo. Incluso antes, si Percy realmente pensaba, podía recordar que cuando estaba en preescolar y un maestro lo había dejado accidentalmente en una cuna en la que había dejado una serpiente. Su madre había gritado cuando vino a recogerlo y encontró a Percy jugando con una cuerda floja y escamosa que de alguna manera había logrado matar con sus pequeñas manos.

Parecía que en cada escuela a la que iba Percy, siempre pasaba algo espeluznante, algo inseguro y tenía que mudarse.

(Él sabía que debía contarle sobre la sra. Dodds y, sin embargo... Percy no pudo encontrar el coraje).

—He tratado de mantenerte tan cerca de mí como pude.—dijo su madre.—Me dijeron que fue un error. Pero solo hay otra opción, Percy, el lugar que tu padre quería que te enviara. Y yo simplemente... simplemente no soporto hacerlo.

Percy también negó con la cabeza, sin saber de qué estaba hablando su madre.—¿Mi... mi padre quería que fuera a una escuela especial?

—No una escuela.—dijo en voz baja.—Un campamento de verano.

Su cabeza daba vueltas. ¿Por qué querría su papá enviarlo a un campamento de verano de todos los lugares? ¿Por qué un campamento de verano? ¿Por qué su madre nunca había mencionado nada antes si era tan importante?—¿Un campamento de verano?

—Lo siento, Percy.—dijo ella, viendo la mirada en sus ojos.—Peor no puedo hablar de eso. Yo... yo no podría enviarte enviarte a ese lugar. ¿Podría significar despedirme de ti para siempre?

No podía creer lo que ella estaba diciendo.—¿Para siempre? Pero mamá, ¿es sólo un campamento de verano?

Se volvió hacia el fuego y Percy supo por su expresión que si le hacía más preguntas, empezaría a llorar.

Más tarde esa noche, Percy tuvo el sueño más extraño. Al principio no parecía haber nada extraño en absoluto. Estaba en un patio de recreo, y la hierba era verde y el cielo era de un azul brillante de verano. Era un pequeño parque infantil con un tobogán y un columpio, rápidamente se dio cuenta de que estaba solo, sentado en el césped hasta que escuchó una risa ligera a su derecha.

Percy miró y vio que había otra persona en el patio de recreo. Una chica joven, con cabello rubio rizado como el de una princesa y una brillante sonrisa en su rostro. Se balanceaba adelante y atrás en las barras de mono. Se subió y balanceó boca abajo, haciendo diferentes trucos con una mirada que brillaba con un gris brillante.

Ella lo notó sentado en la hierba, colgada boca abajo con el pelo cayendo. Aunque Percy nunca había visto a esa chica antes, ella sonrió como si lo conociera. Ella se rio de él.—Date prisa, lento. Te estoy esperando.—Percy la miró fijamente, desconcertado. Ella sonrió de nuevo como si estuviera acostumbrada a sus miradas incrédulas.—Vamos, ¿vamos a correr al otro lado o no?

Percy siguió frunciendo el ceño a la chica bonita con su sonrisa brillante y rizos de princesa. Se incorporó para agarrarse al manillar y giró el cuerpo para poder saltar y aterrizar en la hierba. La chica apoyó las manos en las caderas, impaciente.—¿Estás asustado?—ella se burló de él.—Miedo a perder, ¿es eso?

Percy no tenía idea de quién era ella y porqué estaba soñando con ella, pero tampoco estaba preparado para perder contra ella. Se puso de pie y la vio sonreír, girando sobre sus talones y comenzando a correr por el césped del patio de recreo. Percy se tambaleó para alcanzarla, algo de pesadez que había estado enconándose en su pecho se disipó. Ella lo miró mientras se agachaba alrededor del tobogán y Percy extendió un brazo para tocarla...

Hasta que tropezó y cayó a través de la hierba, justo al otro lado. Estaba de vuelta en la playa, pero estaba tormentoso. Se incorporó para ponerse de pie sobre la arena, respirando con dificultad y haciendo una mueca de dolor ante cada violento choque de truenos sobre el embravecido mar. En la orilla del océano, había dos animales, un caballo blanco y un águila real. Lucharon entre si. El águila se abalanzó y cortó el hocico del caballo con sus garras afiladas y curvadas. Mientras luchaban, el suelo tembló, retumbando como una voz baja y monstruosa, se estaba riendo, incitando a los animales mientras luchaban.

Percy corrió hacia ellos, sin saber por qué, aparte de saber que tenía que evitar que los animales se mataron unos a otros. Pero él estaba corriendo en cámara lenta. Iba a llegar demasiado tarde. Vio que el águila se lanzaba hacia abajo con el pico apuntando a los ojos del caballo y Percy gritó:—¡NO!

Se despertó sobresaltado.

Respiró hondo, se sentó en su cama y se quitó el cabello de la cara. Afuera, estaba realmente tormentoso, el tipo de tormenta que partía árboles y derribaba casa. No había caballos ni águilas en la playa, solo relámpagos que convertía la noche en falsa luz del día y olas de cinco metros de altura golpeando dunas como artillería.

Al siguiente rugido atronador, un chasquido como un disparo después de que el cielo se iluminó, la madre de Percy despertó. Se incorporó, con los ojos muy abiertos y dijo:—Huracán.

Percy pensó que era una locura. Long Island nunca vio huracanes tan temprano en el verano. Pero el océano parecía haber olvidado ese hecho. Por encima del rugido del viento, Percy escuchó un lejano bramido estrangulado y enojado, un sonido torturado que le puso los pelos de punta.

Lo siguió un sonido mucho más cercano: mazos en la arena. Una voz desesperada; alguien gritando, golpeando la puerta de su cabaña.

La madre de Percy saltó de la cama en camisón y abrió la cerradura.

Grover estaba de pie enmarcado en la entrada con un telón de fondo de lluvia torrencial. Percy miró a su mejor amigo, incapaz de creer lo que veía. Su cabello rizado estaba empapado contra su piel, al igual que su ropa. Parecía su mejor amigo... y sin embargo, no lo era, no era exactamente Grover.

—¡Buscando toda la noche!—jadeó su mejor amigo. Percy se quedó boquiabierto, congelado por la sorpresa.—¡¿Qué estabas pensando?!

La madre de Percy se volvió hacia él, mirándolo aterrorizada, no asustada de Grover, sino de por qué había venido.

—Percy.—dijo ella, gritando para ser escuchada sobre la lluvia.—¿Qué pasó en la escuela? ¿Qué me dijiste?

No dijo una palabra. Él no se movió. Solo miró a Grover y se preguntó si todavía estaba soñando. Su mejor amigo levantó las manos con frustración hacia Percy.—¡Oh Zei kai alloi theoi!—él gritó.—¡Está justo detrás de mí! ¡¿No le dijiste?!

Percy continuó boquiabierto, ni siquiera capaz de comprender el hecho de que su mejor amigo hablaba griego antiguo (y que en realidad lo entendía). Ni siquiera podía entender cómo Grover los había encontrado, cómo había llegado aquí solo en medio de la noche.

Grover ni siquiera tenía puestos los pantalones... y dónde deberían estar sus piernas... dónde deberían estar sus piernas...

Sally Jackson se volvió hacia su hijo y lo miró con severidad. Hablaba en un tono que nunca había usado antes.—Percy. ¡Dime ahora!

Percy tartamudeó una historia débil sobre las ancianas en el puesto de frutas y la Sra. Dodds (y él creía que había mencionado su sueño sobre la extraña niña bonita con rizo de princesa que estaba fuera de tema, ¡pero estaba un poco asustado!), y su madre lo miró fijamente, con el rostro mortalmente pálido.

Agarró su bolso, le arrojó a Percy un impermeable y dijo.—Vayan ambos al auto. Ambos. ¡Vayan!

Grover corrió hacia el Camaro, pero no estaba corriendo exactamente. No, trotó hacia el Camaro con los cuartos traseros peludos... porque donde deberían estar sus pies, no habían pies. Habían pezuñas hendidas.

+5 COMENTARIOS PARA PRÓXIMO CAPÍTULO :)

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espero les guste esta nueva traducción<3 pd: me gustaría que voten en los capítulos y dejen al menos un comentario si les gustó. digan NO a los lectores fantasmas. (comenten mucho porque estuve más de dos semanas traduciendo este gran capítulo jaja)

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