Capítulo 5
—Ian, ¿qué haces aquí? —susurro su nombre al verlo. Mi corazón se acelera y los monitores empiezan a pitar de manera acelerada.
—¿Estas bien? ¿llamo a un médico?—. Me pregunta frunciendo sus cejas, su cuerpo estaba tenso listo para salir en busca de ayuda.
¡Maldita sea corazón! ¡cálmate de una buena vez!.
Suspiro profundo y niego con la cabeza. Ian se me queda viendo, debatiendose si creerme. Me obligo a sonreír, mostrandole que estaba bien y que al menos la piquiña que sentía en mis manos no era tan grave. Al final, Ian cierra la puerta y camina hacia mi. Sus ojos me observan con atención. Entre sus manos tiene un lindo ramo de rosas blancas.
—¿Ese ramo es para mi?—le pregunto.
—Así es —responde y las deja encima de la mesita. Regresa su atención a mi. Su mirada recae en mis manos, y su mirada cambia. Una pizca de tristeza se asoma y me muerdo el labio. — ¿Cómo estas? ¿Tus manos, qué te han dicho los médicos? —pregunta, sentándose a mi lado.
—Estoy mejor, gracias por preguntar y estas— digo, alzando señalandolas con la boca.— bueno no tengo mucho que decir en realidad, el doctor aún no me han revisado. Pero supongo que si algo hubiera salido mal no las sintiera o... No sé.
—Oh...— Ian aprieta los labios y su mirada se vuelve inquietante.
—¡Anda Ian! Se que te mueres por decirlo —arrugo la nariz.— ¡No te cortes! —lo ánimo mientras río por su expresión.
Ian niega, cierra los ojos y toma aire por la nariz, después lo suelta y abre sus ojos, estos refleja angustia y dolor, pero predomina la rabia.
—¿Cómo se te ocurrió hacer eso, Mary? ¡Eres...eres una inconsciente!— suelta casi como un gruñido animal. Su rostro esta contraído y su cuerpo tiembla, esta muy enfadado.— ¿Cómo no pudiste pensar en tu tía, en ti misma... En mi siquiera? Eres una egoísta Mary, muy egoísta. ¡Responde!, ¿cómo haré si te pierdo? ¿Cómo viviré siquiera si tu no estas?¿Qué acaso no consciente del daño que le causas a los demás con tus acciones?—recrimina señalándome. Una lágrima silenciosa se escapa de mis ojos. Era cierto lo que decia, pero no pensé que me doleria tanto sus palabras.
—¡Suficiente Ian!— interrumpe mi tía entrando a la habitación. Ian se calla y relaja su cuerpo. Mi tía se adentra a la habitación acercándose a nosotros.— salgamos —le ordena al castaño. Ian asiente y antes de girarse para salir me observa.
Sus increíbles ojos azules eléctricos me miran sin una pizca de arrepentimiento, supongo que así se debieron ver los mios. Ian sale primero y después de un rato mi tía.
Solo cuando estoy sola es cuando me percato que incluso deje de respirar.
—Maldita sea, ¿por qué? ¿por qué me afecta?— me reprendo, pero es por lo idiota que fui, por no haber reaccionado ante las recriminaciones de Ian.
No sé cuanto tiempo estuve divagando que no me di cuenta que un doctor había entrado a la habitación, solo cuando este se aclara la garganta fue que la burbuja en que estaba sumergida estalló. Alcé la mirada y lo miré, el doctor era un hombre mayor, de unos cincuenta años, canoso y regordete. Este me sonrio, se acerco a la camilla, agarra la planilla de mis pieceros y hojea su contenido.
—Buenas tardes, ¿cómo se siente?— me saluda amable.
—Me siento bien. Una, una enfermera vino esta mañana y me administro unos medicamentos, me aliviaron el dolor... ahora solo siento piquiña.
Asiente y escribe.
—¿Y tus manos? ¿Has sentido algo fuera de lo común?— pregunta, se acerca a los aparatos y los revisa.
Niego.
El doctor deja el historial donde lo encontró y se acerca a mi.
—Extiende tus manos— ordena.— necesito revisarla.
—¿Por qué? ¿pasa algo?— le pregunto, pero obedezco. El doctor junta mis manos en su mano derecha mientras que con la libre levanta un poco la venda. Sus ojos cansados observan mis manos con detenimiento.
—¿Ya te a venido a ver el especialista?— vuelve al preguntar con tono neutral.
—No, ¿tendría que haber venido?.
El doctor frunce ligeramente su ceño y levanta la mirada, contemplándome perplejo. Aparto la mirada pero por más que trato de mirar para otro lugar termino volviendo a mirarlo.
—¿Pasa algo doctor?— le pregunto temerosa. ¿se abra infectado alguna herida?
El doctor se toma su tiempo en responder.
—Tus heridas están cien por ciento cicatrizadas— Frunzo el ceño. El doctor continúa. — además de no presentar cicatriz alguna.
Sus palabras me hacen estremecer. Era imposible, sencillamente imposible que en tres días mis heridas hayan sanado tan rápido y por arte de magia. Sencillamente ilógico, se supone que los humanos duramos días, meses o incluso años en reponerse de una lección tan grave como era un accidente como lo que yo había tenía. No podía, ¿cómo logró mi cuerpo sanarse tan rápido? ¿será que tengo muy buena cicatrización? ¿o yo definitivamente no soy humana? ¿un alíen tal vez? ¿o un súper héroe?. Chisto los dientes. Que preguntas mas estúpidas y sin sentidos e pensado, seguramente tengo una excelente cicatrización, si eso debe ser y los medicamentos ayudaron en su totalidad.
Me aclaró la garganta y aparto las manos trato de echarme hacia atrás, claramente incómodo, el doctor hace lo mismo.
—Seguramente... Los medicamentos que me suministraron sirvieron para que mis heridas sanaran— divago, tratando de sonar razonable.— no lo sé, usted es el profesional.
—Es imposible que una herida del grado como lo eran las tuyas se puedan sanar tan rápido— contradice parpadeando a causa del shock.—y los medicamentos solo sirven para aliviar el dolor y la inflamación... y fueron muchas heridas que tenias. Tantas que podías perder la movilidad de tus manos casi por tu totalidad—confiesa.
Me quedo helada ante aquella revelación. ¿Qué está tratando de decir? Tengo ganas de echarme a reír esperando que salieran a relucir las cámaras y payaso que grite que estabamos en vivo y que mi cara era todo un poema. Nos quedamos en silencio. El doctor no deja de observar mis manos haciéndome sentir incómoda.
—Oh, perdón doctor Thismand no pensé que estaría aquí— la intromisión de la enfermera que vino esta mañana nos interrumpe.
El doctor Thismand al fin reacciona y aparta la mirada.
—No se preocupe Mulka, solo vine a ver a la paciente. Ayer me quede muy preocupado por su estado y hoy quise estar antes que el especialista— explica, agarrando nuevamente mi historial y revisándolo. La enfermera sonríe y se acerca a mi, me sonríe con calidez y se coloca a revisar los aparatos. — una pregunta enfermera...— esta asiente.— ¿qué medicamentos se le suministro a la paciente en las últimas veinticuatro horas?— le pregunta llamando mi atención, pero no el de la enfermera.
—Ustedes dieron unas ordenes muy específicas y así se siguieron, si quiere puede ver en el historial. Nada fuera de lo regular— responde y luego se gira hacia mi. —¿cómo te sientes querida? ¿te duelen las manos?—me pregunta cordial.
—¿Ah? Muy... muy bien, si— respondo, aún en shock.
—¿Segura? ¿no te duele algo? ¿la mano tal vez?— insiste. La miro y luego al doctor, ambos están esperando mi respuesta, pero el doctor es quien más me intimida.
—Bueno...— divago en un susurro.— en realidad... No.
—¿Que dijiste?— vuelve a preguntar claramente preocupada.
Tomo aire por la nariz y la miro, ignorando al doctor. Niego.
—No, no me duele nada. Bueno, ayer me dolía... ¡picaba! Un poco, pero ya no.
La enfermera sonríe encantada.
—¡Genial!, ¿no doctor?.
—Ajá.
La enfermera se gira hacia el doctor. Este cambia su aspecto de desconcierto por uno neutral en cuestión de segundos.
—¿No es maravilloso? ¡Sus manos son de dios!— menciona y vuelve a girarse hacia mi. — querida si necesitas algo yo estaré de ronda no dudes en llamar. Bueno... Yo me retiro— dice empezando a caminar hacia la puerta.— permiso doctor— y sale, dejándonos solo.
Quise gritar que no se fuera, que no me dejara con este doctor pero nada salio de mi boca.
—Okay.
El doctor iba hablar pero la puerta vuelve abrirse y mi tía se asoma por esta.
—Oh doctor, esta aquí que maravilla. ¿cómo encuentra a mi sobrina?— le pregunta.
—Yo la veo mucho mejor— responde, esta vez más neutral.— si todo sigue igual en unos días puede irse a casa— anuncia.
Mi tía sonríe, mostrando sus dientes y casi puedo verla bailar con esta noticia.
—Eso es estupendo doctor.
—Pero necesita que el especialista la evalúe. Tambien pienso remitirla a psicología.
—¿Qué?— preguntamos las dos al tiempo, pero yo agrego.— ¿por qué?.
—No es eso señorita— se apresura aclarar.— es que...— se queda en silencio, tratando de buscar las palabras adecuadas para decir lo que iba a decir.— ¡vera! Usted fue testigo de un accidente— comenta. Inmediatamente me tenso. — lo más recomendable en estos casos es que asista a terapia psicológica— finaliza, dejandome desconcertada.
—Pero... Pero yo no necesitó una psicóloga— refuto. — yo estoy bien... No estoy traumasa ni nada por el estilo. Tía, dile que no necesito un psicólogo— aseguro y miro con insistencia a mi tía.
Kristen se acerca a mi, sentándose a mi lado y agarra mis manos con delicadeza.
—Hija yo... Creo que lo mejor es asistir a una psicologa— dice, sorprendiendome.
—Tía...
—No mi amor. Confía en mi— me interrumpe.— es lo mejor.
Me muerdo el labio dudosa.
—Esta... Esta bien. Confió en ti— digo haciendola feliz.
—Yo retiro. Tengo aue atender a otros pacientes — anuncia el médico, llamando nuestra atención.
—¡Ah, doctor!— mi tía lo detiene. — ¿y cuándo vendrá el especialista?— le pregunta.
¡Y dale con el bendito especialista! ¡que estoy bien caramba! ¡excelentemente bien para ser una simple humana!. Retengo un suspiro.
—Ya no hay necesidad de que la revise especialista— asegura el medico.—las (placas) que le mande hacer despues de la operación mostraron un cierra interno de todas las zonas leccionada.
—Pero ¿cómo puede ser eso posible?— refuta, viendolo con severidad. — si lo que le hicieron a mi sobrina no fue una operación cualquiera, era una recontruccion.
—¡Tía! ¡tía!— llamo su atención.— estoy bien. Como lo dijo el doctor, ya ni siento dolor. Es como... Si mi cuerpo fuera asimilado tan bien los medicamentos que ni una cicatriz me quedó— explico fingiendo humor.
—¿Así?—le pregunta al doctor.
—¿No es cierto doc?— le preguntó, viéndolo. Mi tía también se gira a verlo y el doctor pasa saliva.
—Así es—me sigue la corriente. — pero necesito que se cuide y que agende una cita conmigo —agrega.
—¡Genial!— exclama mi tía.
El doctor sale de la habitación no sin dedicarme una última mirada.
Al rato mi tía me convence en descansar, pero yo no dejó de pensar ni de ver mis manos. Pese a que están vendadas puedo sentir la suave tela de algodón contra mis manos. Es... Como si no hubiese pasado nada por ellas, se sienten tan suavez como acaloradas, y me desconcierta a tal punto de darme miedo.
Debo estar segura de lo que me dice el médico. Debo estarlo.
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