08. The sword and the last hope.

. . .

La mujer ya parecía entenderlo todo, además de que parecía saber que aquello definitivamente no se trataba de un juego.

Era real, y Jacky ya lo sabía.

A pesar de la gran cantidad de preguntas que la corpulenta mujer hizo, Byron sintió que había captado todo más rápido y había atado los cabos con mayor facilidad de la que Edgar podría. Incluso preguntó si el nuevo poder que estaba a su disposición no sería demasiado abrumante para su cuerpo de mortal, y Byron tuvo la oportunidad de hablar de los cuerpos definitivos nuevamente.

Jacky ya entendía todo claramente, y eso hacía sentir bien a Byron, aunque de alguna forma también se sentía levemente decepcionado de que su deber como mentor se reducía a solo guiar a Edgar.

Le explicó los planes a la mujer y esta con calma respondió que tendría que arreglar un par de asuntos más rápidamente antes de decidir viajar a Japón con ellos. Comentó con cierta preocupación arrastrando sus palabras que tenía un tío abuelo a quien prometió cuidar y a quien juró no abandonar, puesto a que la única otra persona que podría encargarse de él estaba terminando sus años de universitario volviéndose un geólogo profesional... Byron le dedicó una fingida pero efectiva mirada de impresión, intentando halagar a la muchacha por el logro, a pesar de ser ajeno. Internamente procuraba reprimir una sonrisa desdeñosa, puesto a que ese logro geológico no duraría mucho más con la resurrección de Los Hakkesshus.

Se organizaron con cuidado. El hombre le dijo con una amigable calma a la otra sobre los cargos de terrorismo que habían sido puestos en su contra, explicando que las autoridades eran lo suficientemente competentes para encontrarla en apenas un par de horas, y que era cuestión de tiempo para que su rostro apareciera en carteles al rededor de toda Rusia. Esa construcción iba a ser un monumento importante y era claro al ver los imponentes pilares que sin importar que estaban a medio construir, seguían teniendo ese aire atemorizante y helado que generalmente cubría cada construcción del país más grande del mundo. Ese sitio era construcción mandada a hacer por un hombre de negocios verdaderamente importante en el país, quien parecía ser bastante supersticioso además.

Jacky no pudo pasar por alto el hecho de que el señor Wayne hablaba de terrorismo, autoridades, y leyes con un tono calmado y hasta carismático. Se sintió levemente intimidada por esto, pues pareciese que había una sombra de familiaridad oscureciendo los ojos del mayor, como si eso fuera algo con lo que tuviese que lidiar todos los días. Sin embargo se esforzó lo más que pudo en mantener una expresión seria y profesional al ignorar aquel curioso dato que la estaba perturbando, entendía perfectamente que ni ella ni su tío abuelo podrían quedarse ahí más tiempo y era de suma importancia que abandonaran el país lo más pronto posible. Así que, sin remordimiento alguno y de manera impulsiva, le pidió al extraño hombre albino que le diera una mano con su abuelo.

Era claro para ambos que el hombre mayor no debía ser un estorbo en lo que respecta de la su misión, así que Byron rápidamente ideó un plan mientras miraba las transitadas calles del helado país. En apenas un par de segundos el hombre ofreció la idea de dejarlo descansar en un asilo ubicado lo suficientemente cerca del hotel para que la mujer lo fuese a visitar, pero lo suficientemente lejos para que el señor no saliese lastimado. Para sopresa de Byron, ella no se veía del todo segura con sus palabras y había aún cierto aire desconfiado en su mirar, así que con esfuerzo le dió una idea de la fuerza que tenían sus influencias en ese país, y que si así lo quería, su abuelo podría ser tratado como un Dios... Un par de billetes más, un par de billetes menos. No parecía tener importancia en absoluto para él.

Finalmente ambos parecieron agusto con los precios a pagar y las cosas que recibirían a cambio. Se miraron, curiosamente ambos mantenían una falsa mirada de confianza e intentaban contener sus "te mantendré vigilado" escondidos bajo las sombras de sus ojos. Al final, aquél par de adultos supersticiosos extendieron sus manos para cerrar el trato que habían decidido emplear.

Pero una vez ambas manos estrecharon lazos entre ellos, aún entre las ruidosas voces de acentuación rusa del atareado restaurante, Jacky apretó el agarre para acercarlo a sí, alcanzando a decir algo en voz baja, pero aún audible para el ya agudizado oído del mayor.

—Si algo le pasa a mi abuelo, no dudaré en arrancarte la cabeza con mis nuevos poderes, ¿oíste anciano? —a Byron le parecía asombrosa la increíble dualidad con la que Jacky podía hablar. Hace apenas unos segundos su sonrisa resplandecía ante la idea de trabajar para un dios con un poder extraordinariamente destructivo, pero la simple posibilidad de que el abuelo sufriera el más mínimo daño hacía oscurecer su mirada, con una fría sombra que recorría el iris de sus ojos.

No hubo respuesta de parte de su nuevo jefe. Este solo extendió la comisura de sus labios de nuevo con su ya clásica sonrisa repleta de cinismo, inmutado por el intento de amenaza de aquella corpulenta mujer. Byron podría ser considerado un monstruo, un asesino, un psicópata, pero nunca un mentiroso.

Aunque claro, tampoco es como si fuese muy halagador que le llamaran de tal forma, pero tampoco era algo que le importara.

El trato se cerró satisfactoriamente, y una tercera vela se encendió en medio de la oscuridad.

Ese sello... Sería quebrado pronto.

. . .

A pesar de que los rayos del sol brillaban por sobre la luz de la luna, ambos siempre se vieron como iguales. Rivales que se odiaban, pero a su vez adoraban y buscar estar uno al lado del otro... Aquello era una verdad a voces que todos se negaban a admitir, y a pesar del paso de los siglos, siempre han estados unidos por el poder del eclipse.

Y cuando ambos se juntaban, una guerra de fuego empezaba... Todo por saber quién era el más fuerte.

Tristemente no todas sus batallas salían bien, pues aunque muchas veces juntaron fuerzas para derrotar a los peores villanos que la humanidad podría conocer, la luna no podía dejar de sentir un odio sinsentido por el sol. ¿Eran celos? ¿Era rencor? ¿Era acaso todo culpa de sus antepasados?

Sin importar eso, una cosa era clara.

El sol era... Más fuerte... Más amado... Más comprendido...

Sobrevalorado.

Un día sin más, la luna apagó la llama del sol.

Un día sin más, Iori Yagami mató a Kyo Kusanagi.

Y nunca nadie se enteró que había sido él.

A pesar de querer recibir ayuda de Chizuru Kagura, Yagami nunca aceptó este destino, y se hundió a si mismo en una profunda miseria al punto en el que ya no podía brillar más. La luz de la luna en su oscuridad eterna estaba... Simplemente cubierta por grises nubes cargadas de lluvia.

La luna no pudo más con aquello, y en un intento de pedir perdón a su difunto rival de varios siglos, colgó una cuerda del foco tenue que iluminaba débilmente su viejo y desgastado techo. La luz del sol no volvió a entrar a ese viejo departamento, hasta que los vecinos empezaron a reportar un edit proveniente del sitio medio abandonado.

Desde entonces, los tesoros de la luna y el sol se habían mantenido perdidos durante aproximadamente veinte años. O al menos eso era lo que todos creían.

Mirando con certeza, analizando cualquier rastro de metal entre la arena del desierto, Fang Wong se preguntaba... ¿Cómo fue que llegó eso aquí?, no podía deducir qué era lo que había sucedido cuando Kyo Kusanagi murió, pues nunca hubieron pistas de quién fue su asesino, a pesar de que la idea era clara. Sin embargo lo que si tenían en claro era que una vez él murió, su alma dejó de brillar y por ello el tesoro no podía ser protegido. El tesoro desapareció y, según pensaba el joven, tal vez viajo de brazos en brazos entre comerciantes que ganaban pastizales por venderla y revenderla bajo alguna descripción o un nombre errado.

Tal vez alguna carreta vieja que viajaba por el raro desierto en completo anonimato la dejó caer. Lo que no entendía era como alguien fue capaz de descubrir o mínimamente intuir que ahí estaría, en el lugar más desierto de China, ¿acaso alguien con conocimientos espirituales había sentido esa energía única de los Kusanagi? Debía ser esa la respuesta, pues aunque en las noticias exclamaban tener a miles de personas buscando, ahí no había nadie más que Fang y su hermano menor, Shen.

El chico miró a su hermano y agotado bajo la luz de la luna se sentó... Ambos habían viajado hasta ahí en moto durante la noche, ya que sabían que definitivamente no habría nadie más ahí tan altas horas de la madrugada. Sin embargo entre más avanzaban los segundos más parecía imposible encontrar aquél dichoso tesoro sagrado, era como una extraña prueba que ninguno de los hermanos Wong podía superar.

Su hermano menor entonces se sentó a su lado, cruzándose de brazos resignado. Ambos llevaban horas ahí intentando encontrar entre toda esa arena un rastro de fuego, pero nada.

No sentían nada.

—Fang —el pequeño Shen llamó su nombre con un obvio cansancio—. ¿Crees que la historia de los tesoros sea cierta?

El muchacho ajustó su gorra y soltando un largo respingo se tiró a la arena, importándole poco que está se metiera entre sus ropas.

—Si lo creo, solo que... Tal vez no está a simple vista para personas ordinarias como nosotros, ¿sabes? Tal vez el tesoro necesita ser recogido por un verdadero guerrero.

El otro entonces imitó a su hermano y tras un respingo, se dejó caer en el suelo repleto de arena hasta que su mirada viera directamente al cielo, a ese montón de estrellas que brillaban y relucían.

Era fabuloso ver el cielo despejado para personas como Fang, pues vivir en cerca de la zona metropolitana de China solamente dejaba vistas aburridas y nubladas, pues la cantidad de humo que había en el cielo era ridícula. Sus padres, sus hermanos y él pensaron firmemente en cambiarse de país durante bastantes años, pero el gobierno se las tenía difícil.

Inhaló profundamente aquel aire limpio y despejado con tranquilidad y placer de tener un momento para respirar aire fresco. Lo estaba disfrutando bastante mientras divagaba entre sus pensamientos, pero algo captó su atención...

El aire fresco que estaba disfrutando se vio perturbado cuando a su nariz llegó un olor cuándo menos peculiar.

... Azufre, y... Olía a humo... Humo de un fuego realmente ardiente.

Se sentó de golpe mirando de un lado a otro y ajustando su chaqueta de cuero para sacar la arena que pudiese haber entrado. Shen se levantó también preguntándose qué había pasado... El más joven estuvo apunto de preguntar cuando Fang sufrió un espasmo ahogando un grito de... ¿Emoción?

Pudo verlo, a lo lejos... Era humo, ¡humo de fuego realmente ardiente!

—¿Qué sucede Fang? —el mayor de los hermanos se levantó del suelo y comenzó a correr, dejando al menor atrás confundido y perdido—. ¡FANG! ¡ESPERA!

Sin embargo, Fang siguió corriendo sin detenerse a través de toda ese desierto. A pesar de que obviamente sus zapatos se llenarían por completo de arena, Fang siguió corriendo con un curioso brillo de ojos... Su hermano no comprendía por qué estaba corriendo, el no parecía ver ni oler qué era lo que Fang estaba presenciando.

Finalmente y tras mucho revuelo, Fang se detuvo frente a un hoyo vacío y sin nada... O al menos eso era lo que veía el hermano, pues el mayor solo sonreía victorioso...

—¡Aquí está! —gritó, entusiasmado ante su descubrimiento—. ¡AQUÍ ESTÁ!

Fang comenzó a saltar de la emoción tirando arena de un lado a otro con patadas soltadas al aire. Shen por su parte definitivamente no comprendía nada y estaba a punto de considerar que su hermano mayor estaba delirando por el calor del desierto cuando de la nada, una mujer apareció frente a sus ojos... Una muy extraña mujer que tenía cubierto casi todo el rostro con unas viejas vendas blancas.

Ella se detuvo frente a él y... Con los brazos cruzados, lo miró con su único ojo despejado de la tela. Fang no dijo nada, es más, lo único que pudo hacer antes de quedarse pasmado fue ocultar a su hermano tras él apenas aquella misteriosa mujer apareció... Ni siquiera se dignó a reclamar la espada como suya o como su descubrimiento, simplemente vió cómo la mujer se acercaba a tomarla.

Sin embargo Shen seguía sin ver nada.

—¿Tú la ves? —exclamó ella a través de la tela en su rostro... El otro adulto solo asintió sorprendido, viendo cómo las manos de esa mujer no se quemaban ante el tacto de la vieja espada Kusanagi—... ¿Para qué la querías?

Fang retrocedió un par de pasos, y rascándose la nuca, desvío la mirada.

—Eh... Sinceramente no lo sé... Supongo que me causaba ilusión encontrar la espada del hombre más poderoso de la tierra, ¿y tú?

—Es mi deber —completó la mujer—. Yo soy quien sintió la energía de la espada aquí.

Fang se vio apenado y solamente retrocedió.

—Entonces si había alguien con poderes espirituales por aquí después de todo...

Y aún, Shen no entendía nada.

—¡Espera! ¿Ustedes pueden ver la espada? ¿Y por qué yo no? —el chico dijo sacudiendo su sudadera con molestia por la arena que se había metido entre su ropa, la mujer solo rió y miró lo que supuestamente era la espada entre sus brazos.

—Solo personas dignas pueden verla ya que no es un objeto, no como tal. Es un tesoro sagrado antiguo, y conectado con el espiritualismo del hombre —explicó, acercándose más al mayor de los dos hermanos Wong—... Necesitas ser digno, honesto y estar muy conectado con tu ki para sentir su poder... ¿Te gusta meditar?

Ella preguntó, Fang asintió tímidamente.

—Bien —aquella mujer no dió más tiempo a la espada para estar fuera y la guardó en una bolsa roja de terciopelo bordada con acabados dorados, los cuales daban alusión a qué era fuego, y el sol resplandeciente saliendo por entre las montañas—... Necesito que vengas conmigo.

—¿Eh? ¿Yo? ¿Por qué? —exclamó en duda el joven de la gorra intentando comprender que era lo que estaba sucediendo.

—Tú eres el único de todos los que han venido aquí que pudo sentir la presencia de la espada Kusanagi, tú eres digno y podrías ser el portador si quisieras —su voz resonó como eco en su cabeza—... Sin embargo eres muy tonto e ingenuo para tomar ese cargo, por lo tanto me gustaría que entrenaras conmigo y de paso me ayudarás a encontrar los otros dos tesoros.

Fang obviamente alzó las cejas en sorpresa entre la oscuridad... Segundos después comenzó a reír aunque de una forma claramente ansiosa. La mujer por su parte se mantenía inmutable.

—Woah, woah, woah... ¿Dices que quieres que un total extraño te acompañe a entrenar epicamente en un montaje de acción para portar una espada sagrada que solo alguien genial debe portar, incluso si ni siquiera sabes su nombre? —su voz resonó al unísono del silbido que el viento había comenzado a causar, y aún así se escuchó como eco a pesar del sitio desértico y desolado—... ¿Acaso estamos locos?

La mujer asintió.

—Mi nombre es Tara Devi. Tú eres Fang Wong, y tu hermano Shen, ¿o me equivoco? —ambos hermanos se quedaron pasmados—. No me hagas dudar de mis decisiones ahora que estoy segura, tú eres el indicado... Además, el tiempo no esperará por nosotros.

La luna hizo deslumbrar el brillo en los ojos del mayor de los hermanos...

—Eres mi última esperanza.

El sitio cayó en un silencio casi que mortal... Mientras que la emoción y sensación de querer explotar en gritos consumía a Fang, su hermano menor solo alzó una ceja confundido.

—¿Última esperanza, para qué?

—Para vencer a Orochi... Los hakkesshus han reencarnado.

. . .

Las miradas curiosas se mantuvieron por el resto del viaje. La mujer parecía amable y todo, pero Fang en ese preciso instante no sabía si confiar o no... Y no porque no le causara ilusión todo lo que estaba pasando, sino porque inconscientemente había puesto a su hermano menor en riesgo al traerlo a esa misión consigo.

La moto en la que ambos hermanos Wong habían llegado estaba sobre la camioneta de la mujer, si algo sucedía sería bastante imposible escapar. La miró entonces a través del retrovisor, cuestionando la fidelidad de quién juraba ser la nueva protectora del espejo Yata. ¿Cómo podía confiar en alguien que apenas acababa de aparecer en sus vidas, siendo que daba toda la pinta de ser alguien cuestionable? Fang no lo sabía, pero se ha mantenido alerta todo el camino que habían recorrido.

Y se notó aún más cuando la mujer le regresó la mirada tranquilamente por el espejo retrovisor, causando que Fang diera un salto del susto.

¿¡Cómo no le iba a tener miedo!? La tipa tenía el rostro cubierto con vendajes viejos, mientras poseía pesados brazaletes dorados en cada brazo y un raro collar del mismo color que cubría casi todo su cuello. ¿Y si era una traficante de órganos? ¿Y si alguien pagó por un par de chinos bonitos?

—Deja de preocuparte —la voz de Tara resonó dentro del coche como una bomba en sus oídos, llamando la atención del menor de los hermanos quien se encontraba distraído viendo por la ventana. Fang se estaba poniendo ansioso, su hermano podía estar en peligro y habría sido su culpa—. Deberías relajarte, ya casi llegamos a tu casa.

—¿Y cómo sabes dónde está mi casa? —Fang respondió alarmado, aproximándose a abrazar a Shen mientras entraba en pánico.

—Es el poder del espejo.

—¿No que el espejo estaba perdido? —Fang respondió, escéptico, comenzando a dudar de su credibilidad.

—Lo está, es un arte que mi maestra Kagura me enseñó —Tara respondió con voz calmada, prestando atención al oscuro camino que tenían en frente.

Fang aún así no entendía nada de lo que estaba pasando. En un principio se sintió emocionado por la idea de ser un héroe de película, pero pronto cayó en cuenta de que muy probablemente había bastado solo un cuento para niños para que cayera redondo en la trampa de un criminal.

Soltó un respingo. Si esa mujer intentaba algo la destrozaría a puñetazos. Sea lo que sea que ocultara bajo sus vendajes, se encargaría de reventarselo a puño limpio si le ponía un dedo a Shen.

Bajó la mirada, acercando más a su hermano a sí, mientras esté solo volteaba a verlo confundido.

—... ¿Y por qué el espejo está perdido? —susurró Fang a modo de pregunta, al no encontrar otro tópico que pudiese confirmar la fidelidad de la mujer. Esta solo volteó a verlo, antes de intensificar la luz de la camioneta en la que los llevaba al llegar a una zona de callejones apretados y oscuros.

Se tomó un tiempo en responder, parecía estarlo meditando con detenimiento. Las gotas de sudor bajaban por la frente de Fang al no saber qué era lo que reflejaba el rostro de la piloto... El vendaje que cubría toda su cabeza hacia imposible descifrar que estaba pensando.

La mujer finalmente suspiro debajo de toda esa tela, antes de bajar la velocidad del coche.

—Creí que alguien como tú sabría la noticia —exclamó sobre sus vendas, dando vuelta al volante con la sensación de disociación.

—¿Alguien cómo yo? ¿Cuál noticia? —respondió, entrando en un estado de confusión, aún con desconfianza.

—Hace unas semanas... —y aunque lo intentara, la voz de la mujer parecía solo un suave murmuro entre el rumor de los motores activos del coche. Se notaba un ligero titubeo en su hablar, eso fue lo único que le dió pista a Fang de qué estaba ocurriendo—... Chizuru fue encontrada muerta en el santuario que era su hogar. Todo el sitio quedó destrozado.

Sus ojos se ensancharon en sorpresa. Shen no hizo más que imitar los movimientos de su hermano.

—¿Por qué debería creerte? —su voz sonó con un ligero tiemble. Aunque ahora Tara no estaba actuando de ninguna forma sospechosa, algo hacía a Fang actuar a contra voluntad buscando una realidad coherente que no implicara que el último tesoro sagrado había muerto—... ¿Por qué repentinamente aparece una asistente de la nada exclamando que Yata está muerta? ¿No es eso sospechoso?

—De hecho, Fang... —Shen intentó responder, pero fue acallado inmediatamente por el mayor.

—Tú cállate Shen.

Tara negó, intentando mantenerse apacible ante la exasperación del asiático. Shen por su parte frunció el ceño antes sacar su celular con molestia.

—La noticia está ahí, puedes buscarla cuando quieras.

—Eso, si salgo vivo de aquí.

La mujer entonces volteó muy lentamente a verlo, mientras una aura oscura parecía viajar a través de la frialdad del color de sus ojos... La camioneta se detuvo, en medio de una intersección entre apretados callejones de un viejo barrio chino. Ambos permanecieron viéndose el uno al otro como examinando sus movimientos, expresiones, reacciones. Un ligero temblor en la mano de Fang fue lo que le revelaría a la mujer de las vendas que lo que el muchacho estaba sintiendo era ansiedad, una ansiedad a reacción de la oscuridad que reflejaba el ojo destapado de la mujer.

Ella sonrió, pero le fue imposible a Fang notarlo...

—Entrenas artes marciales, haces meditación, eres capaz de ver objetos sagrados y... ¿Tienes miedo? —su voz causó una reacción en el muchacho, quien de inmediato posicionó sus manos hechas puños frente a su rostro.

—¿¡Yo!? ¿Miedo? —dijo en lo que fácilmente pudo ser un grito— ¡Alguien tan fuerte como yo no le temería a una rarita como tú!

Tara rió.

—¿Una... Rarita? ¿Entonces por qué estás tan tenso?

Así fue como el chico de la gorra en un ataque de molestia tintada con pánico, tomó de la muñeca a Shen y salió de la camioneta rápidamente. No corrió, solo se alejó de la mujer optando por mantener a su hermano menor por detrás de él.

La mujer no tardó en salir también del auto con cierto cuidado. Era cierto que a la simple vista de Fang, la mujer no era más que una rara con vendas ocultando su misterioso rostro, esa tipa era todo menos elegante, pero, a pesar de su crítica adelantada... No podía negar que era... Mística.

La luz de la luna los iluminó a los tres. El cielo había comenzado a tintarse de un ligero tono cálido, haciendo que los rayos del sol volviesen a sobreponerse sobre la oscura luz de la luna...

Fang sonrió, optando por tomar pose de batalla al sentir aquella fría mirada de la mujer como un reto. Un pie atrás y el otro firmemente clavado al frente, en una posición que le permitiría correr hacia ella sin tropiezos.

Sin embargo, no logró posicionar sus puños sobre su rostro para cuando sintió a alguien jalar la tela de su vieja chaqueta... Volteó, un tanto molesto por ser interrumpido, pero a sabiendas que se trataba de su hermanito.

—Fang... No hagas esto. No creo que esté mintiendo.

El mayor frunció el entrecejo haciendo a su hermano retroceder. Estuvo a punto de recordarle la más típica frase que Sele debe enseñar a un niño, "no confíes en un extraño", pero habría sido demasiado tarde para él.

Ya que se habría confiado demasiado de su rival.

Apenas logró voltear para cuando sintió la brisa de la velocidad acercarse, y no habría podido hacer mucho porque alguien lo terminaría alzando a lo alto.

Logró escuchar un murmuro bajo el vendaje, una ligera tonada que hacía burla a su lentitud, o tal vez a su ingenuidad. Al intentar salir del agarre al que había sido sometido, no logró más que hacer reír a la mujer.

—Para entrenar tanto olvidaste la regla de oro, Wong —de inmediato su cuerpo fue lanzado a lo lejos, rodando por el apedreado suelo hasta chocar contra una pared que rodeaba una vieja casa con estructura típica de china—... Nunca bajes la guardia.

Fang se levantó sin mucho esfuerzo realmente, pasó el dorso de su mano por debajo de sus labios limpiando lo que creía era saliva que había derramado. Sin embargo al mirad, pudo ver una ligera mancha de sangre manchando su piel.

Volvió su mirada hacia la mujer, y más importante, hacía su hermano. El chico no dejaba de mirar a la mujer con algo de temor. Un espectáculo así dejaría intimidado a cualquiera. Una rabia creciente comenzó a cubrir su rostro.

—Si lo que querías hacer era proteger a tu hermano, déjame decirte que estás haciendo un pésimo trabajo —Tara dijo lo suficientemente alto para que Fang lo escuchara, pero no lo suficiente para perturbar el sueño de los ya de por sí atareados residentes chinos.

El joven no soportó más la molestia -y humillación- y comenzó a correr en dirección a aquella rarita. Ella no se inmutó ni un poco, solo le dió un par de palmadas en la cabeza al pequeño Shen antes de hacerlo retroceder hasta esconderse tras un malgastado poste de luz.

La mujer hizo un especie de teletransportación cuando sintió la presencia de Fang demasiado cerca. Se posicionó atrás de él por unos cuantos centímetros, dejando un espejismo suyo en dónde estaba antes, preparándose para cuando el chico se percatara de que esa no era ella... Sin embargo, su ojo sintió más que un chico cayendo en su trampa. Ella sintió...

Una patada acercándose a su rostro.

Logró detenerlo justo a tiempo con un movimiento de mano, el cual hizo retroceder al joven de la gorra.

Este sonrió burlón, retirando la chaqueta de su torso y lanzándola lejos de él.

Ninguno de los dos dijo nada. Solo se miraron. Fang sonreía orgulloso de haber deducido su movimiento con éxito, mientras Tara analizaba al ahora verdadero rival que tenía en frente.

Le regresó la sonrisa a su joven rival, e incluso si no podía verla, sentía que ambos estaban en la misma página.

Así, listos para continuar, Fang fue el primero en lanzarse hasta su nueva rival, dando un salto sobre uno de los tantos muros apedreados para tomar impulso y caer encima de la mujer. Apenas sus pies tocaron suelo, Fang no bajó la guardia otra vez y dió una vuelta sobre una pierna mientras estiraba la otra en un intento de lograr golpear dónde sea que la mística mujer se encontrara. Logró dar con sus pies, y apenas la tuvo en la mira lanzó un puñetazo limpió hasta su abdomen.

Ella logró detenerlo sin tanto esfuerzo, y apenas lo tomó de la muñeca, lo jaló consigo hasta tenerlo contra el suelo.

Rió, y Fang respondió tal como esperaba; soltando una patada.

Tara una vez más retrocedió y, con una sonrisa en su misterioso rostro, hizo aparecer un orbe color azul agua que se alzaría hasta su frente, inmediatamente causando un montón de espejismos de si misma aparecer, rodeando a Fang en todas direcciones. Comenzó a dar vueltas, mientras el chico comenzaba a ser presa del pánico al no saber de quién se trataba la real. Sin embargo no recibió ni un solo golpe de su parte, ella solo caminaba burlona, mientras sus risas hacían un raro eco que parecía venir del más allá.

Pero el miedo ya no era algo que Fang sintiera. En ese momento se estaba divirtiendo mientras sentía que estaba pasando una prueba. Shen estaba seguro y Tara no le había hecho el más mínimo daño en toda la pelea... Así que con paciencia, cerró los ojos mientras dejaba que sus pies conectaran con la tierra.

Los rayos del sol comenzaban a iluminar dentro de la oscuridad de su mente, al igual que una calurosa flama anaranjada hacía acto de presencia.

La... Espada. La señora Tara seguía teniendo la espada con ella.

Eso significaba que...

—... FURIOUS FAAANG! —una larga patada recorrió todo el callejón mientras golpeaba a un montón de espejismos haciéndolos disiparse en el aire. Fang no se había dignado a abrir los ojos para entonces, pero estaba seguro de que estaba dándole a la Tara real.

Lo supo cuando escuchó un jadeo repentinamente. Logró ver a la mujer frente a él, mientras el resto de espejismos perdían fuerza al igual que el orbe. La mujer estaba apunto de ser capturada por la patada de Fang, para cuando esta esquivó el ataque con la ayuda del espejo, nuevamente.

Sin embargo, la patada terminaría llegando hasta el viejo poste de luz malcuidado de la cuadra, lugar donde Shen se escondía admirando -y grabando- la pelea.

Ninguno de los dos hermanos supo que hacer. Uno se había quedado pasmado y el otro no sabía como detener su caída directa sobre el poste a medio caer.

Sin embargo algo, o alguien, logró detenerlos. Mientras que Tara se apresuraba a tomar a Shen entre brazos, uno de los espejismos de la misma se encargaron de golpear a Fang en la estómago para detener el impacto y así, mandar a volar lejos al muchacho.

De nuevo Fang rodó por el suelo, pero no fue suficiente como para llegar a dónde se había golpeado antes. Esta vez levantarse le habría costado más trabajo, pero aún seguía lo suficientemente fuerte para lograr destrozar a la señora clonadora frente a él.

O eso creía, para cuando cayó al suelo sin aire debido al susto y a la adrenalina que estaba sintiendo.

Alzó la mirada... Shen y Tara se encontraban frente a él.

El chico sostenía su teléfono tímidamente. Con algo de temor se acercó a su hermano mayor mientras los rayos del sol se hacían cada vez más evidentes.

Así, la pantalla se posó frente a sus ojos, con la noticia que temía, de varios días atrás...

"Chizuru Kagura fue encontrada muerta en la mansión de los Yata después de lo que aparenta ser, un enfrentamiento a muerte."

Los cristalinos ojos del muchacho no pudieron mantenerse frente a la pantalla por más tiempo. La sensación de haber perdido a un héroe más no era grata, y aunque no fuese algo que le afectaría de por vida, si era algo que lo afligía al no saber quién pudo haber hecho algo así a alguien a quien admiraba tanto.

Su rostro se contrajo en molestia, o incluso tristeza. No dijo nada para cuando los rayos anaranjados comenzaron a delinear su rostro rasguñado, en señal del amanecer.

—Fang Wong... —escuchó aquella mística voz hablarle no muy lejos de él—. Hasta ahora has demostrado ser alguien fiable y fuerte, a pesar de tus arrebatos emocionales y cierta inexperiencia en batalla contra alguien como yo. Estoy orgullosa de tí.

Fang alzó la mirada, viendo cómo los mismos rayos que habían decorado su rostro ahora creaban una especie de aura angelical al rededor de quién había tenido tanto antes.

Se levantó con ayuda de su hermano menor, y con una sonrisa, miró a Tara al único ojo que podía ver.

—Tienes voluntad... Por favor —ella dijo entre murmuros que creaban eco en su mente, mientras sacaba la espada Kusanagi, extendiendola hasta su joven rival—... Haz equipo conmigo, y hagamos que Los Tres Tesoros Sagrados regresen de las cenizas.

El sol en el horizonte... Lograba dar una sensación de que estaba frente a un dios, posicionándose justo tras su cabeza, cómo dando alusión a una aureola.

—¿Lo harías por ellos?

Aunque quisiera negarse, no había ninguna otra respuesta.

Fang sabía qué debía hacer ahora.

. . .

—Admirando la belleza del atardecer, ¿no, jovencito?

La suave voz de un anciano perturbó los complicados pensamientos que viajaban de un lado a otro en la mente de Edgar. Ahora mismo se encontraba sentado sobre la barda que rodeaba el balcón de aquella habitación de hotel.

Al voltear a ver, pudo ver a un anciano sonriente posando sus brazos a lo largo de la elegante barda, admirando la fría belleza que Rusia tenía para ofrecer.

Edgar asintió mientras intentaba no ponerse nervioso. Esos últimos meses no se había dignado a hablar con nadie, absolutamente nadie más que con Byron. Su mirada recorría los últimos rayos que el sol tenía que ofrecer, mientras admiraba la luna aparecer a lo alto del cielo.

El hombre no tardó en presentarse. Su nombre era Michael Herdenson y era el tío abuelo de la nueva integrante de los hakkesshus. Había sido traído ahí por ella, y aunque el señor no entró en muchos detalles, Edgar se imaginó que tal vez la tipa había amenazado a Byron con matarlo o algo si no cuidaban del señor también. El más joven entonces se presentó, más por cortesía que por ganas. Así fue como el viejo lo felicitó por estar en un "negocio" tan joven, y que si gustaba un consejo el estaba dispuesto a dárselo. También le sugirió que le llamara Mike con toda la confianza del mundo.

No platicaron más. El señor pareció notar que el chico no era muy de platicar así que solo lo acompañó silenciosamente mientras veían la luna alzarse en el cielo.

Después de un rato, Byron apareció en el marco de la puerta anunciando que pronto la cena llegaría a la habitación. Edgar se había acostumbrado a bajar al restaurante del hotel y cenar ahí, pero parecía que las cosas serían diferentes, especialmente por la presencia de Jacky.

Bajó la mirada, mientras Mike se sentaba silenciosamente en una silla que hacía juego con un pequeño comedor al aire libre. Se puso a revisar su celular con cuidado entrecerrando los ojos de vez en cuando para leer. Edgar solo se quedó ahí sentado.

Hasta que el anciano volteó a verlo, algo apenado.

—Disculpa, joven Edgar —su voz viajó hasta él tal cual haría el helado viento que rodeaba el país. El recién nombrado volteó, procurando no demostrar su molestia ante el pobre anciano que tal vez solo quería su ayuda. Así, apenas Edgar tuvo su atención, Mike comenzó a hablar, avergonzado de haberlo molestado—... ¿Usted sabe cómo mandar uno de estos mensajes?

El chico torció un poco la cabeza, curioso, y asintió antes de bajarse cuidadosamente de la barda para aproximarse hasta el señor.

Ahí vio una conversación abierta, y habían varios mensajes escritos antes de que apareciese uno específico, uno de voz, el cual era el que señalaba el señor.

De puro reojo y sin desearlo realmente, Edgar alcanzó a leer un par de mensajes de aquel chat. Solo eran típicos mensajes de "cómo estás" y temas banales que no eran de su interés.

Entonces volteó a ver al hombre, cómo en espera de saber a qué se refería exactamente.

Este le correspondió la mirada con su ya demacrada sonrisa.

—Mi muchacho... Él ahora está estudiando sus últimos años de su carrera en Francia, y ha sido difícil comunicarnos ya que no sé cómo mandar estos mensajes de voz —el pobre hombre se oía un tanto afligido, Edgar se preguntó si de casualidad la mujersota esa no se había dignado a enseñarle... Tal vez cuando le preguntó, ella respondió algo como "no me molestes, anciano"—. Él al igual que mi muchacha trabajan todo el día para salir adelante. Carl, se llama.

Bueno, Edgar no había preguntado, pero ya sabía el nombre del estudioso de Francia.

—Cuando no está estudiando está trabajando como chofer para una persona muy importante, ¿sabías? —no, realmente no sabía, y Edgar estaba temiendo no poder salir de esa conversación jamás—... Por eso es que quisiera mandarle mensajes de voz para que no se distraiga leyendo uno a uno mis textos.

Mike rió, y Edgar solo sonrió sin saber qué decir al respecto. Ese tal Carl se oía como una persona muy estudioso y aplicado, parecía que estaba teniendo una buena vida por allá en Francia y que sus esfuerzos parecían dar frutos, pero definitivamente no era algo que le gustará celebrar.

Toda su vida había sido un don nadie, sin logros, sin metas, sin nada que lo hiciera moverse fuera de cama. Una sensación de recelo y inconformidad lo comenzaba a invadir, y mientras intentaba mantener aquello bajo control, Mike parecía ya haberlo notado.

Ninguno dijo nada, solo se miraron fijamente, incómodos.

Edgar entonces sin decir una sola palabra, señaló el botón que había al lado del cuadro de texto. El señor asintió y lo presionó una vez.

Edgar frunció el ceño, creyó que Mike deduciría que debía dejarlo presionado, pero tal vez de confió demasiado.

—Debe dejarlo presionado —respondió finalmente ante la duda del anciano, quien volvió a asentir mientras de rascaba la nuca sintiéndose idiota. Así, dejó presionado el botón y cuando vio que estaba grabando comenzó a hablar.

Un pequeño discurso de bienvenida fue lo primero que salió de su boca, para después un montón de preguntas sobre si estaba bien y si le había ido bien en sus exámenes. No tardó en ponerse cariñoso y melancólico diciéndole lo mucho que lo quería y cuando deseaba verlo de nuevo, ahora con su título entre manos. Finalizó todo ese parloteo pidiéndole que se cuidara y que...

Estaba orgulloso de él.

Edgar no pudo evitar sentir eso como una puñalada en su pecho... No había terminado más allá de la secundaria y por ello desde hace años sus padres habían estado decepcionados de él. Desvió la mirada de vuelta a la luna, quien parecía juzgarlo desde lo alto del cielo.

Nunca había escuchado a alguien decirle que estaba orgulloso de él. Nunca, nadie.

El balcón cayó en silencio apenas el viejo Mike terminó de grabar su mensaje y volverlo a escuchar. Ese "estoy orgulloso" no hizo más que volver a golpear ese punto vulnerable del muchacho, haciéndolo casi llorar al momento.

El hombre lo miró un poco confundido, sin saber qué estaba ocurriendo. Se acercó un poco a él tomándolo del brazo queriendo preguntar qué sucedía pero... Edgar rechazó el gesto y se alejó de él para volver a entrar de vuelta a la habitación de hotel.

Ni siquiera volteó a verlo de nuevo. No era que estuviera molesto, solo no quería ser visto así.

—Espero le vaya muy bien a su hijo, señor...

—Oh... No es mi hijo realmente —respondió algo divertido, en medio del helado ambiente de invierno—. Es un amigo de Jacky, lo "adopté" cuando sus padres lo echaron de casa.

De nuevo, aquello pareció golpear fuerte el pecho del chico de la bufanda.

—Ya veo... Igual le deseo suerte. Iré a cenar —no esperó una respuesta para cuando entró a la habitación, lugar donde Byron y Jacky esperaban pacientemente por ambos para poder empezar a comer.

Ambos intentaron hablar con Edgar para invitarlo a sentarse, pero el chico pasó de largo y entró a la habitación que le correspondía en aquel penthouse.

Michael torció la cabeza, confundido.

Ese chico parecía que no sabía qué era lo que quería hacer.

. . .

“過去困擾著一個人。命運困擾著另一個人。
試著弄清楚誰是誰。”

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