06. The blood heats up.
. . .
Era bastante noche para que ella siguiera trabajando, pero ahí estaba.
Todos los demás constructores abandonaron la instalación apenas dieron las 6 de la tarde, dejándola completamente sola con su propia cabeza.
Entre jadeos finalmente logró subir aquella enorme bolsa de cemento al tercer piso donde se encontraba trabajando. Los castillos aún se veían firmes y los pilares les hacía falta una pulida, pero con esa bolsa podría acabar la mezcla que le faltaba y así terminar con su jornada.
Eran las 2 de la mañana cuando ella prendió la mezcladora en medio del ambiente helado que normalmente cubría Rusia. Le gustaba hacer el trabajo por su cuenta, era cierto, y también amaba el frío, no había mentira en ello... Pero cuando era abandonada a mitad de un edificio a medio construir la hacía odiar su trabajo.
Simplemente le gustaría derribar paredes con mínimo esfuerzo y construir encima una estatua de si misma.
Sí, definitivamente esa idea le agradaba más, pero no importaba cuántos años pasaran, ellos siempre tenían la palabra final.
Sus jefes, quienes pedían miles de proyectos en un ridículo corto tiempo. Todos ellos sobreexplotaban a la pobre mujer que intentaba vivir de lo que le apasionaba, pero entre más avanzaba el tiempo, más difícil se volvía ser feliz.
Ahora era una mujer llena de rabia y enojo que quería tirar la construcción abajo por completo. Quería simplemente alzar el puño y de un golpe tirarlo todo. Quería romper sus sostenes el mil pedazos por lo incómodos que eran.
Pero no, lamentablemente era víctima de abusos de otras personas. De la sociedad.
Quienes no les importaba que tuviese un abuelo al que cuidar.
Soltó un largo suspiro y cerró los ojos un segundo, en lo que la mezcladora daba vueltas para lograr hacer la mezcla y terminar esa pared hecha a medias.
No quería dormirse pues podría arruinar la consistencia del cemento al momento de ponerlo, pero sus ojos cansado estaban ganando contra ella.
Respiró profundo aquel aire helado, sintiendo su nariz arder, mientras se cubría con aquél abrigo tan enorme que siempre llevaba al trabajo.
Con molestia retiró el chaleco que llevaba como constructora y simplemente se sentó al lado de la máquina mezcladora.
Viéndola girar...
Lentamente y... Arrullándola en silencio...
Hasta que un silbido captó su atención.
El silbido del viento.
Gruñendo de rabia y soltando un insulto al aire volvió a abrir los ojos para mirar a su alrededor. El aire comenzó a soplar con fuerza y...
Oh mierda.
¡Se estaba llevando los planos!
Se levantó de golpe entrando en completo pánico al notar que el estúpido viento, el cual no había soplado así de fuerte en semanas, decidió tomar consigo aquel papel con los planos de la construcción en cuestión.
Corrió detrás de él intentando atraparlo, pero entre más corría más se sentía empujada por el viento azotador.
Llegó al borde del piso, viendo los planos alejarse de ella a través de dónde se suponía debía haber una pared, ya que, si sus compañeros incompetentes no se hubieran ido tan temprano, tal vez esa pared estaría ahí para cuidar de los dichosos planos.
Soltó un quejido.
Luego un gruñido.
Luego un grito y en seguida miles de insultos.
Insultos que solo el aire podía escuchar.
Solo el aire...
Se dió la vuelta con una rabia incomparable, sintiendo su corazón latir a una fuerza extrema. No podía dejar de insultar a la nada, se sentía más molesta que nunca.
Estresada, rabiosa, impotente, desganada...
Los minutos pasaron y el viento comenzó a soltarse con más fuerza...
Y ella no pudo evitar oír entre aquel silbido, un par de pasos aproximándose.
Volteó a ver con una cara de pocos amigos, apretando los dientes con demasiada rabia...
Una extraña sensación comenzó a agobiarla, esa presencia parecía cargar mucha energía consigo... Nunca había podido sentir algo así.
Se reincorporó después de pisotear el suelo en medio de una rabieta, y poniendo sus puños frente a su rostro de forma defensiva, gritó.
—¡SEAS QUIEN SEAS, APENAS TE VEA TE ROMPERÉ LA MADRE, HIJO DE PUTA! —su voz pareció ser solo un simple murmullo entre todo el sonido que el aire estaba haciendo. Moviendo lonas de plástico al compás de su soplar, tirando metales al momento de chocar.
Finalmente y a pesar de su rabia, comenzó a sentir miedo.
Sea lo que sea esa cosa, no era normal.
Entre más cerca se oían los pasos más aire había. No podía ser una coincidencia, no siendo así de extraña.
Finalmente sintió una mano tomarla del hombro, y así repleta de rabia, volteó y soltó un puñetazo limpio a quien fuera que la hubiese tocado... Sin embargo, su puño no chocó contra nadie, solo... Contra el aire.
Ahí fue donde lo vio. Un hombre con apariencia de predicador usando un largo abrigo apareció en su campo de visión, y atrás de él había un joven con cara de miserable.
Apretó los dientes y soltó humo de la rabia y el frío. El hombre le sonrió y con tranquilidad extendió sus brazos.
—¡Hola, Jackeline Henderson!... O debería decir, ¿Jacky? —la mujer en cuestión tomó posición para taclear.
—¿¡CÓMO PUTAS SABE MI NOMBRE PEDAZO DE MIERDA!? —respondió ya hostigada de la situación. El hombre solo sonrió y soltó una carcajada mientras sacaba un libro de su bolsillo... El otro joven se sujetó de la manga del mayor—. ¡ESTÁS MUERTO!
Jacky corrió en dirección a los dos hombres que tenía en frente, más sin embargo, de nuevo su puño tocó aire cuando llegó ahí. Volteó una vez más y ellos estaban ahí, de pie, mientras el ridículo monje predicaba un rezo ante la tenue luz amarillenta del foco que había en aquel piso.
Intentó correr de nuevo contra ellos y golpearlos, pero de nuevo una ventisca chocó contra su rostro. Ellos desaparecieron y ella cayó al suelo. Poco después notó que habían reaparecido... A contraluz con la luna.
Estuvo a punto de hacer el mismo movimiento de nuevo, cuando sintió un líquido ardiente escurrir de su boca.
Bajó la mirada, viendo sus manos hechas puños mancharse de aquel líquido viscoso... El cual por alguna razón estaba ardiendo.
Jacky no comprendía, ¿acaso le había tirado una maldición? ¿Acaso era un monje satánico? ¿Un seguidor de Satán?
Incluso si intentó descubrirlo por si misma no pudo, pues notó como el líquido también salía de su nariz, ojos y oídos...
Entre susurros y mientras el hombre hablaba lo que parecía ser un idioma asiático, Jacky volvió a llenarse de rabia al ver lo que habían hecho con ella, y alzando el puño... Corrió.
Tras un chasquido de dedos, ellos volvieron a desaparecer. Sin embargo eso no detuvo a Jacky de seguir corriendo.
Corrió...
Corrió desenfrenada ya incapaz de detenerse, en dirección de uno de los pilares que tanto le había costado hacer.
Y sin pena ni gloria, al golpearlo este... Se quebró.
En mil pedazos.
Ella misma se vió sorprendida por su hazaña debido a que, aunque si era una mujer fuerte, no a tal nivel.
Su fuerza fue tal que incluso atravesó el pilar, cayendo a la par de los pedazos de cemento que habían volado cuando lo golpeó... Así cayendo desde el tercer piso de aquella construcción, sintió terror al ver que ese era el camino a su muerte.
O al menos eso creyó...
Porque cuando chocó contra el suelo, sus manos fueron lo suficientemente rápidas y fuertes para detener la caída... Causando un pequeño temblor en la zona.
Logró sentarse en el suelo sin mucho más lío, aunque lo hizo sintiendo su mano torcerse en el intento... Y una vez estuvo segura, escuchó como algo se derrumbaba detrás de ella.
Volteó a ver, la construcción que estaba haciendo... Toda se vino abajo.
Y para su sorpresa, en el suelo en el que estaba sentada se había formado un cráter al rededor suyo, hundiéndose en la zona en la que ella había caído y levantando el borde alrededor.
Dejó un suspiro salir... Había desatado toda su rabia en eso y... Aunque esa construcción le tomó mucho tiempo, sinceramente se sentía feliz de que se hubiera derrumbado.
Miró de un lado a otro. Todo aquello había pasado en apenas segundos que no tuvo tiempo de respirar ni procesar, y ahora los dos hombres que había querido matar habían desaparecido.
O al menos eso creyó, pues segundos después los divisó a lo lejos, entre las sombras de un callejón.
Se levantó y con la mirada llena de incertidumbre, se acercó a ellos.
Finalmente, siendo los tres abrazados por la oscuridad... Jacky se atrevió a preguntar...
—¿Q-qué fue todo eso? —mencionó, señalando en shock la construcción completamente destruida apenas una calle adelante. El hombre le sonrió y extendió una pequeña tarjeta a la mujer...
Jacky la arrebató del otro rápidamente... Y leyó;
"Yamata no Orochi", acompañado de varias letras japonesas y un símbolo en forma de círculo con ocho líneas saliendo de el, cuatro a cada lado.
—No pudimos presentarnos debidamente ante usted, señorita Henderson... —susurró, cruzando los brazos detrás de su espalda—. La encontramos bastante enojada, tal vez podríamos hablar las cosas con más calma mañana... ¿Le parece bien tomar un café en la cafetería The Eye Stone?
El otro hombre más joven simplemente se alejó un paso atrás para después sacar un cigarro de un bolsillo, dándole una calada, intimidante ante la oscuridad.
Jacky por su parte asintió rápidamente leyendo la tarjeta con cuidado. En ningún lado de esta le explicaba como fue que repentinamente obtuvo superfuerza y como pudo crear un temblor que derrumbaría por completo la construcción.
—Ustedes... Son como un culto, ¿no? ¿Acaso ahora tengo super poderes? —dijo ella con calma, como si no hubiese querido matarlos a los dos segundos antes—... A todo esto, ¿quiénes son ustedes?
El hombre carcajeó con calma
—Mala mía... Nos presento. Yo soy Byron, Byron Wayne... —susurró, para después tomar del hombro a su acompañante—. Este muchacho se llama Edgar Cottsweld.
Su voz baja hacia eco en aquel callejón abandonado, mientras los rayos de la luna lentamente se abrían paso entre la oscuridad.
—Y eso... Fue la entrega de su poder, mi reina celestial de la tierra.
Aquel señor, que ahora conocía como Byron, le sonrió e hizo una reverencia antes de comenzar a caminar al lado contrario de la mujer quien seguía en shock tras lo ocurrido. Edgar lo siguió aún dándole caladas a aquél cigarro.
Estuvo a punto de marcharse, cuando Jacky lo interrumpió y lo detuvo de seguir avanzando.
—Oiga, si es un especie del culto al que me está invitando usted, ¿puedo usar la camisa desabrochada? Es... Un inferno, es demasiado apretada —era increíble la calma que aquella mujer llevaba consigo. Después de soltar humo de rabia ahora simplemente se tomaba bien el hecho de que ahora tenía súper fuerza y también que pertenecía a un culto raro con un viejo decrépito y un hombre sin futuro.
Byron solo rió en voz baja y volteó a verla una última vez antes de seguir avanzando.
—Sí. No hay problema con eso —Jacky sintió la emoción corroer sus venas y así sin vergüenza alguna retiró su abrigo de un solo jalón para después romper los botones de su camisa con otro jalón a la delicada tela, dejando el aire libre entrar y acariciar su abdomen marcado.
Después de eso los otros dos se desvanecieron entre la negrura de la noche, dejando sola a la mujer con su propio mundo, disfrutando de la libertad que sentía de poder vestir así en un lugar como Rusia.
Luego recordó que no solo vestía formal por las reglas del país, sino que también por el frío... Y apenas su sangre hirviente se calmo, volvió a "abrochar" su camisa ahora sin botones, para en seguida levantar el abrigo que había caído al suelo.
Eso había sido tan raro.
. . .
—¿No pudiste elegir a alguien con más autocontrol? —Edgar dijo una vez la puerta del hotel donde se estaban hospedando se cerró. Byron por su parte soltó un largo suspiro y dejó su abrigo en el porche para después sentarse en el sofá.
—¿Por qué lo dices? —el joven solo lo siguió hasta sentarse en el sofá que había frente al otro.
—Eh, no lo sé, ¿tal vez porque se nota a leguas que sufre problemas de irá e intentó matarnos tres veces? —dijo con el tono de voz más sarcástico que tenía en su catálogo. El otro solo lo miró con molestia, para en seguida volver a acomodarse en el sofá y descansar un rato.
—Yo no la escogí, fue mi señor quien la eligió para formar parte de los hakkesshus y especialmente, como reina celestial. Orochi ha de saber por qué lo hizo y no soy nadie para juzgar la palabra de mi señor —respondió en voz baja cerrando los ojos lentamente sobre aquel sofá, disfrutando de la tranquilidad de la habitación, al igual que de la luz tenue que iluminaba cálidamente aquella minisala—. Además, también te escogió a tí, alguien sin fuerza, ni habilidades de defensa, y con obvios problemas mentales.
Edgar se sintió ofendido por aquello y estuvo a nada de protestar, pero tristemente Byron tenía razón.
¿Por qué Orochi lo eligió a él, y no a un artista marcial talentoso y con estabilidad emocional? Se suponía que solo escogería a los 8 guerreros más poderosos en el mundo, ¿desde cuándo un hombre miserable, desempleado y deprimido era un guerrero poderoso?
Hasta donde sabía, solo Byron podía llevarse ese título debido a que luchó contra una artista marcial y la mató, y siempre se mostraba tranquilo ante las adversidades.
Bajó la mirada, y sintió terror de pensar en que Orochi se pudo haber equivocado.
—¿Y quién es el último rey celestial que debes encontrar? —preguntó. Se supone que eran 4 reyes celestiales y 4 hakkesshus más... Tal vez todavía tenían esperanza de encontrar a alguien poderoso que compense la falta de habilidad de Edgar.
Byron así, se reincorporó en el sofá, mirando tranquilamente al menor frente a él.
—Reina. Es una mujer. Es bastante talentosa y vive en Francia... Sin embargo también es muy famosa, por lo que debo encontrar una forma de acercarme a ella sin llamar la atención de la seguridad de su casa —dijo, antes de levantarse listo para irse a la cama—. Así que primero iremos por los otros 4 hakkesshus antes de ir por ella... Entre más seamos más fácil será convencerla.
Así, el mayor comenzó a andar a paso vago hasta una de las puertas que llevaban a una habitación individual... Sin embargo...
—¡Espera! —Byron se detuvo. Edgar aún tenía una duda que si no respondía, no podría dormir esa noche—... Y...¿Por qué Orochi me eligió a mi antes que a cualquier otra persona fuerte?
El mayor no volteó a verlo, solo tomó el picaporte de la puerta y de un simple reojo... Le regaló una mirada tranquilizadora.
—Solo Orochi sabe... Estoy seguro que él cree en tí, y sabe que llegarás a ser ese poderoso guerrero que tanto exclama necesitar —susurró, entrando de a poco a la habitación—... Después de todo, las "flamas del destino" no se llaman así por nada.
Finalmente cerró la puerta, dejando a Edgar solo con sus pensamientos...
Si quería erradicar la humanidad, tendría que entrenar duro para lograrlo, ¿cierto?
Miró a la ventana, viendo cómo la luna alcanzaba su punto más alto aquella noche...
Las flamas del destino, ¿ah?
Ya quería ver qué preparaba el destino para él...
. . .
「あなたは自分を信じなければなりません。」
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