02. The King's Sword.

. . .

Solo podía oír el sonido blanco en sus propios oídos.

Con un fuerte dolor en el pie, con un fuerte olor a sangre proveniente de sí mismo... Mientras los pájaros parecían cantar muy, muy lejos de su mundo.

No podía oír bien, ese sonido zumbando en sus oídos no le permitía oír. Sentiría que se estaba pudriendo de no ser por el constante dolor que lo mantenía despierto en cama... Y por esos constantes recuerdos que aunque eran tan frescos, parecían tan lejanos.

Levantó las manos. Las cortinas de su habitación se encontraban cerradas y cubiertas, por lo que solo muy poca luz podía entrar por ahí... Quería ver si podía hacer su mano arder en fuego de nuevo.

La movió, la sacudió, hizo cada gesto posible con ella para ver si se podía repetir, incluso hizo el gesto de cierto héroe arácnido con la esperanza de que se prendiera en fuego, pero ni una sola llama salía de ella. Siguió intentando un largo rato, hasta que una luz chocó con su mano, haciendo que Edgar por un momento pensara que lo había logrado...

Pero lo que generó la luz fue su celular al lado de su almohada, brillando en un tono muy claro, haciendo a su mano resplandecer en blanco.

Gruñó para sus adentros, no había posibilidad de que repitiera lo del fuego, no ahora. Incluso a este punto sentía que todo se trató de un sueño, pero, tampoco es como que haya podido dormir nada, además de que toda su sala estaba en desorden por una extraña ventisca que entró a su departamento en primer lugar.

Tomó el celular con su mano ya hasta adolorida de tanto sacudirla. Miró la pantalla deslumbrándose a sí mismo con el brillo de este al punto en que sentía que no podía ver.

Solo prestó atención a la hora... Eran las doce de la tarde... A esa hora acostumbraba a despertarse para el trabajo, y no lo hacía con mucho placer que digamos... Cuando estaba de malas (o sea, casi siempre) se quedaba en la cama hasta casi las seis. Había olvidado por completo quitar la alarma que lo levantaba para ir al trabajo.

Se... Sentía tan, pero tan miserable en ese preciso momento. Estaba masacrado, sin poder dormir, comer bien o siquiera sentir una emoción positiva en su interior, ni siquiera planeaba negarse a ir a aquella reunión con ese hombre pues, si era un extraño secuestrador, preferiría que lo matara rápido y vendiera sus órganos para que nadie supiera nada más de él, para saber las reacciones de su familia al enterarse.

"Puedo tener hijos mejores", Edgar apostaba que aquella sería la frase de su padre si supiera que había sido secuestrado.

Ya no había mucho por lo que luchar, tal vez era tiempo de entregarse al secuestrador, o ver si este podía ofrecerle algo mejor...

Orochi... Después de todo, aparentemente tenía los mismos ideales que Orochi, tal vez por eso lo eligió como el idiota del fuego, ¿no?

Soltó un muy largo suspiro viendo al techo de su habitación.

No había dormido nada, se sentía solo, abandonado, atacado, se sentía mal.

... ¿Pero qué más podría hacer? Tal vez ese tal Orochi le encomiende de misión acabar con la humanidad, eso era más divertido que solo morir y dejar a los humanos hacer lo que quisieran.

Se levantó. Miró a las ventanas medio cubiertas con cartón dónde pobremente podía entrar la luz del día.

No podría dormir, y si lo hacía probablemente se salte su reunión con el monje ese.

Ni modo, toca ver memes.

. . .

Abrió con gentileza aquella puerta de vidrio, cojeando, viendo cómo su interior comenzaba a vaciarse de a poco. No estaba realmente enterado, pero caminando por las calles escuchó gente decir que al rededor de las nueve habría toque de queda y todas las personas deberían estar adentro para entonces.

No sabía si el señor Byron era estúpido o tenía un plan que ver con eso, de cualquier forma no planeaba cuestionarlo, esa era su oportunidad de morir o mejorar su vida de una buena vez.

Entró, haciendo lo posible para no pisar con su pie herido mientras caminaba por entre las mesas y sillones de ese café... "King's Sword", no sabía qué significaba aquello, parecía una alegoría a una leyenda japonesa... O eso era lo que ahora pensaba al oír ese nombre, todo porque toda esa madrugada había estado hundiéndose en esta cultura.

Japón, Japón, Japón, Japón... Ya parecía un típico otaku apestoso, que bueno, realmente no estaba alejado de la realidad.

Esa tarde salió de casa sin ducharse ni cambiarse de ropa, aún estaba manchado de sangre y esta cada vez se tornaba más negra. Apestaba, más a sangre que al sudor que había soltado por tanta ansiedad, pero ¿qué importaba a este punto? Ya nada importaba. Solo quería ver a Spes de nuevo.

Suspiró, y buscó un asiento libre entre los sillones para sentarse. No se veía capaz de sentarse en las sillas de las mesas o los bancos altos frente a la barranca, los sillones estaban bajos, cómodos y cerca de el gran ventanal que rodeaba el local, sentía que ese sería un mejor lugar para estar.

Encontró una mesa desocupada y se apresuró a ir a pesar de estar llamando la atención de todos en el lugar al cojear de esa manera, quejándose a cada paso que daba.

Suspiró, se sentó, y miró afuera con un rostro adolorido. Eran casi las ocho, y sinceramente ese hombre se veía bastante puntual, no le sorprendería si llegaba antes de la hora.

Eran las siete cincuenta, la oscuridad de la noche habría comenzado a hacer acto de presencia para entonces, causando que las luces del local empezarán a encenderse poco a poco. Entre tantos trabajadores encendiendo las luces pudo ver a una chica joven acercándose a él con una sonrisa en el rostro y una libreta en la mano quién se detuvo frente a él y... Eventualmente se dió cuenta de su pésima imagen...

-Ah... S-señor, ¿está usted bien? -lo señaló con el lápiz intentando disimular su rostro atemorizado con una sonrisa más falsa que las ganas de vivir de Edgar.

El chico volteó a ver a dónde la chica había señalado y en seguida comenzó a reír nervioso... Claro que la gente no lo había volteado a ver porque estuviera cojeando, fue por la sangre que seguía en su ropa.

Ya lo sabía, sabía que aún estaba sucio de esa misma mañana, pero no creyó que se notara tanto, después de todo su sudadera era gris...

Pero tal vez no lo suficiente para calmar la sangre hirviendo en su cuerpo...

-¡Si! Si, si, no te preocupes, lamento llegar aquí así... -mencionó realmente nervioso.

La chica por su lado se notaba que ya estaba lista para llamar a la policía debido a la enorme mancha de sangre en su ropa, no era para nada raro, pudo fácilmente tratarse de un asesinato.

Pero Edgar se apresuró a explicar.

-No, no, verás, hoy en la mañana tuve un problema... Me quedé dormido el sillón y tire un vidro en el suelo... Ja, estaba descalzo, ya seguro sabes qué pasó después -la chica pareció calmarse un poco, pues aquello encajaba con el hecho de que el chico había llegado al café cojeando, sin embargo, seguía siendo preocupante.

-¿Se clavó el vidrio en el pie? ¿Por qué no fue al hospital? -ella mencionó haciendo a Edgar sentirse intimidado por las preguntas. Él rió inconscientemente.

-Eran las cinco de la mañana, vivo solo y a ninguno de mis vecinos le importaría levantarse a esa hora a llevar a un extraño al hospital.

La chica hizo una mueca...

-¿Algún amigo, su familia, o alguien que le importara llevarlo al hospital? ¿Por qué no llamó a la misma ambulancia?

-Sería tonto llamar a la ambulancia por algo así, siendo que hay cosas más importantes que atender... Y como no tengo gente que se preocupe por mí solo saqué el vidrio por mi cuenta... Sí, jaja...

La chica frunció el seño... Y Edgar comenzó a ponerse más nervioso.

-Fue rápido de todas maneras, solo... S-saqué el vidrio y sangró demasiado por eso-... Por eso estoy así de horrible jaja... No pude dormir en toda la noche, creo que se nota en mis ojos -comenzó a reír aún más nervioso... Tal vez lo suyo no era hablar y relacionarse con gente, imagina intentar calmar la situación diciendo que sangraste demasiado y que no dormiste en toda la noche, haciéndote ver aún más miserable de lo que ya eras.

Una vergüenza potente comenzó a tomar control de él, obligándolo a voltear la cabeza en busca de sacarse la pesada mirada de la chica encima, se puso a pensar entonces; "Por estas cosas nunca salgo de casa..."

-... ¿Le gustaría que llame a un doctor? -entonces comenzó a entrar en pánico.

-¡No, no! Estoy bien lo juro no fue tan grave.

-Pero... Usted dijo que sangró dem-...

-Olvida lo que dije soy un tonto hablando, ¿p-por qué no vas a atender a la gente? E-eres joven seguro tienes planes con ese dinero...

El semblante serio de la chica entonces se transformó... Mostrando una expresión más preocupada que antes.

-Señor... Tenemos casi la misma edad...

Edgar sentía que saldría corriendo en cualquier momento...

-No me molestaría gastar mis ahorros en gente que lo necesite... Si usted no tiene a nadie, yo puedo ayudarle, no hay problema con ello, el dinero siempre se recupera -le sonrió, y Edgar sintió en su pecho una sensación creciente... Bastante cálida para su frío corazón.

Su boca se quedó sin palabras que decir, su mirada ya no tenía valor de enfrentar la de la chica, sentía que su rostro se cubría de rojo y hacía lo posible para esconderlo.

Bajó la mirada, sintió la mano de la chica en su hombro.

Se sentía atacado, dominado. Quería pedirle de favor que se detuviese pero no sabía cómo, nunca fue bueno con las palabras y su temor seguía creciente.

Suspiró...

-Ajhem... Disculpe.

Y entonces escuchó aquella voz tan varonil que había estado en su cabeza toda la mañana.

Y eso sonó bastante gay también, a decir verdad.

Volteó a ver, el hombre, Byron, estaba de vuelta con esa cínica sonrisa en su rostro, llamando la atención de la muchacha que lo tenía atrapado contra el sillón -tal vez eso era una exageración-. Ella se alejó, dándole permiso al albino de sentarse frente a él.

Revisó la hora en su celular rápidamente... Eran las ocho en punto. Ni un minuto más, ni un minuto menos...

-Disculpe, sé que mi compañero no se ve tan bien pero eso es algo de lo que me encargaré yo -Edgar se escurrió en el asiento, escondiendo su rostro con el cuello largo de su sudadera.

-Ah... Pero creí que...

El hombre rió.

-Acabamos de conocernos, le pedí que viniera aquí para hablar de algo importante.

-Ah, ya veo, lamento las molestias...

-No te preocupes, fue bastante dulce de tu parte -Byron le sonrió apenas la chica comenzó a sacar su libreta un poco más aliviada que antes, preguntando rápidamente por su orden.

Edgar se quedó congelado, sin saber qué decir de nuevo, mientras que Byron pedía un pequeño postre para él y su acompañante, ya que parecía que Edgar no planeaba pedir nada por la pena o alguna estupidez así.

El muchacho frunció el seño apenas la mesera que los había atendido se alejó.

Solo pudo sentir esa poderosa mirada encima de él, con esa estúpida sonrisa tan cínica. No quiso ni voltear a ver, simplemente permaneció viendo a través de la ventana, cruzando sus brazos sobre la mesa y escondiendo su rostro.

Pasaron los minutos, mientras Byron lo veía la mesera regresó de nuevo con dos platos, un café y una malteada...

Edgar volteó a ver, viendo aquella malteada con el interior cubierto de chocolate, dentro de un vaso con figuritas dibujadas en él.

Entonces miró al monje.

-... No soy un niño, ¿sabe?

Él expandió su sonrisa.

-Creí que un poco de dulce te alegraría más. Tu vida ha sido tan miserable, necesitas un descanso -dijo con un tono bastante sarcástico en su hablar. Edgar rodó los ojos, volviendo a mirar afuera.

Pasó un rato en silencio, mientras oía al monje raro ese comer su pastel. Ninguno decía nada, simplemente permanecían ahí, sentados uno frente al otro.

Hasta que al fin el menor de los dos decidió reincorporarse en su asiento, intentando ignorar el constante dolor en su pie al momento de acomodarse en el sillón. Levantó la mirada, ahí estaba el señor Byron juntando todos los dedos de sus manos, viéndolo fijamente, con esa típica sonrisa.

Edgar hizo una mueca.

-¿Qué fue todo eso de ayer? -preguntó, haciendo que la sonrisa del otro se extendiera de oreja a oreja.

-Eres dueño de las flamas oscuras, un heredero de Orochi. ¿Acaso no leíste la tarjeta que te dí ayer? -él solo soltó un sonido con su boca mientras tomaba el vaso con la malteada.

-Como si hablara japonés o algo.

Y Byron rió.

-Bien... Déjame explicarte...

Herencia de Orochi. Aparentemente Edgar nació con la sangre de Orochi rondando en sus venas... No se explica cómo o porqué, no se sabe si esa "herencia" proviene de sus padres o simplemente la misma deidad de la serpiente fue quien le dió ese poder...

Yamata No Orochi... La Gran Serpiente Dividida En Ocho, es una deidad nacida de la tierra, creada por Gaia, que con el tiempo fue reuniendo a los sirvientes más dignos para la causa, eventualmente siendo conocidos como el Clan de Orochi. Este clan se encargaría plenamente a proteger la tierra, y así había sido durante muchos siglos más. Estos guerreros eran los ocho seguidores más poderosos, conocidos como los Hakkesshus.

Viento, tierra, relámpagos, fuego, luz, oscuridad, muerte, vida.

Y aquellos cuatro que manejaban los poderes más excepcionales, eran conocidos como los reyes celestiales.

El viento salvaje, la tierra seca, los relámpagos furiosos...

Y las flamas del destino.

Edgar miró su mano fijamente mientras oía a Byron hablar en susurro... Aún estaba grabado en su mente como su mano se prendió en fuego y por consiguiente, quemó todo a su paso... Cómo su propia sangre, o la cortina del baño que tenía cerca.

Lo peor de todo es que no eran llamas cualquiera, eran jodidas llamas moradas, llamas oscuras que brillaban a su manera, una forma de poder que nunca había visto antes.

Él había sido elegido por la gran serpiente, había sido elegido para proteger al planeta...

Él nació con un poder que desconocía...

Él era parte de un dios.

Pero...

-Eh... Solo una cosa, ¿ser Hakkesshu implica hacer tareas pesadas, o moverse mucho, o-...?

El semblante de Byron se volvió uno bastante serio.

-¡Digo! Preguntó porque, verás, no soy alguien realmente fuerte para tener el poder de controlar llamas oscuras ¿sabes? -exclamó, lentamente usando un tono cada vez más sarcástico-. Yo vivo realmente muy deprimido y, la verdad se me complica permanecer activo en una tarea y...

Siguió hablando, inconscientemente no inconscientemente haciendo que el seño del hombre mayor se frunciera en molestia... O sino en rabia.

Edgar permaneció parloteando un poco más antes de notar la extraña rabia que Byron tenía en su interior. Se detuvo, y lo miró detenidamente, antes de sonreírle.

-¿Necesitas mi ayuda para hacer lo que sea que planees hacer para Orochi, verdad? Me gustaría pedir algo a cambio...

-¿Sabes que puedo asesinarte aquí y ahora, verdad?

Edgar rió.

-No creo que a Orochi le guste que asesines a uno de los cuatro reyes celestiales... Solo porque no quiere hacer tareas pesadas -le sonrió, haciendo a Byron levantarse entonces.

Ambos se miraron fijamente, aumentando la tensión que ya de por sí había entre ellos. La poca gente que ya había en el local, al igual que aquellos que se estaban marchando voltearon a verlos de forma inconsciente...

Silencio.

Hasta que Byron sonrió y alzó la mano... Chasqueando los dedos.

-La cuenta, por favor.

Edgar sintió como su pecho se comprimía y apretaba, antes de comenzar a latir a una extraña velocidad, cambiante. La sensación de sentir su pecho detenerse y comenzar a bombear sangre de golpe fue probablemente la peor sensación que habría sentido nunca antes.

Miró sus manos, con temor a que su cuerpo volviese a envolverse entre llamas, pero apenas volteó a ver abajo pudo sentir gotas de un líquido viscoso caer en su palma... Quemando su piel inconscientemente.

Ese estúpido... Habría activado de nuevo esa cosa en su interior, aquello que aún no sabía cómo controlar, ni detener.

Comenzó a entrar en pánico cuando la misma chica con la que había hablado antes se acercó con esa misma sonrisa en su rostro. Intentó cubrirse lo mejor que pudo con el cuello largo de su sudadera, usándolo para tapar la mitad de su rostro que era de la que había empezado a salir sangre, ni siquiera volteó a verla...

Solo la escuchó repasar por las cosas que habían comido, para luego darle el precio al hombre.

Él sacó un billete... Pero antes de entregarlo, el muy cínico habló.

-Oh... ¿Edgar, estás bien? -dijo, con un tono de preocupación bastante convincente... La chica volteó a verlo también.

Había sido tan hijo de puta para pretender que aquello era una mera enfermedad que le dió por mera coincidencia, y lo confirmó cuando se acercó a él y lo jaló consigo, obligándolo a mostrar el rostro.

La chica entonces soltó un grito, y soltó la charola de las propinas, dejando un montón de monedas causar ruidos contra la loza del suelo.

Todos voltearon a ver, antes de gritar horrorizados.

-¡Dios mío, llamen a la ambulancia! -gritó ella, antes de que Byron comenzará a "medir su temperatura".

-¡No, hay toque de queda, no llegarán pronto! Yo lo llevo... ¿¡Edgar, me escuchas!? -exclamó con un tono de pánico bastante convincente, pasando su mano por detrás de su espalda y por debajo de sus piernas. Edgar ni siquiera pudo gritar, no se veía capaz de hacerlo...

Lo había atrapado en su estúpida telaraña.

Y lo confirmó cuando caminó hacia la puerta a un paso veloz, y el viento de afuera comenzó a soplar con violencia.

La chica los siguió en pánico... Intentando asegurarse de que estuviera todo bien.

Se notaba que tenía pánico...

-¡S-señor... Edgar! Usted... ¿¡Vas a estar bien!? -Byron volteó solo un segundo, solo para que Edgar pudiese responder...

Y Edgar aprovecho para hacer una señal de aprobación con la mano.

Antes de que el mayor saliera corriendo en dirección a su coche...

Ella suspiró nerviosa, aún desde la puerta mirando en pánico como los dos hombres se alejaban al estacionamiento, mientras un violento viento azotaba con ella.

De la nada fue jalada dentro del café, antes de que uno de sus compañeros cerrara la puerta con llave, bajando así la cortina de metal. Todos los que seguían adentro gruñeron molestos, mientras que veía a sus demás compañeros cerrar las ventanas con las mismas cortinas de metal...

De la cocina salio el mayor del equipo de trabajo, con una escopeta entre manos.

-Lamento que se vean atrapados aquí queridos clientes, pero ya es toque de queda. En la cocina hay camas para ustedes, son bienvenidos... -el hombre exclamó, mientras los dichosos clientes caminaban resignados a la cocina-. Nosotros defenderemos el local.

Ya era toque de queda.

. . .

Sintió su peso azotarse contra el asiento trasero, y la puerta cerrarse de golpe a su lado.

No dijo nada, ya ni veía la necesidad, simplemente vió como el mayor le daba vuelta al coche hasta llegar al asiento que había justo a su lado, entrando al coche.

Cerró la puerta con una extraña pero elegante violencia.

Miró al frente, un piloto miraba de puro reojo hacia atrás mientras sostenía la lengua de su gorro, haciendo una señal de respeto antes de arrancar el coche.

Edgar volteó a ver a Byron...

-¿Te gustó mi actuación?

El hombre menor de ambos solo soltó un largo gruñido, mientras se cruzaba de brazos e intentaba detener los rápidos latidos en su pecho, casi sin aire.

-He visto mejores -ese hijo de puta no planeaba asesinarlo, y su chantaje no habría funcionado con él.

El cabrón encontró sus propios modos para obligarlo a ir con él, y no solo eso, sino que también había salido del lugar justo al momento del toque.

A todo esto, ni siquiera sabía porqué había toque de queda, no estaba realmente enterado de que era lo que estaba sucediendo.

Nada raro había pasado esos últimos días, según él.

Había salido un par de veces a comprar, y había visto -entre comillas- la televisión durante varias horas. Periódicos no leía, y en internet vivía casi en otro lugar, no se enteraba de nada de lo que pasaba.

Miró por la ventana, un vidrio blindado, tintado en negro. Los reconocía, pero prefería no hablar de aquello.

-¿Te unirás? -Byron habló, mientras leía un libro, con los brazos cruzados de tal forma que le fuera posible sostener ese pequeño libro de cobertura oscura.

Edgar volteó a verlo, y en silencio susurró.

-Supongo que no tengo de otra... Pero aún tengo muchas dudas sobre esto.

-¿Cómo cuáles?

Su cabeza estaba llena de cosas en ese momento, cuestiones, suposiciones, teorías, cosas que no entendía y necesitaba entender. Se tomó su tiempo para contestar, su cerebro no parecía dar para más...

Suspiró, sintiendo su sangre enfriarse para después limpiarse con la manga de su sudadera.

-¿Qué tengo que hacer? -tal vez podría empezar por lo más sencillo...

Byron volteó a verlo entonces.

-De momento nada, el de las misiones pesadas aquí soy yo, y yo como vocero de mi señor me encargaré de dejarte saber cuando haya algo que puedas hacer.

Entonces el resto del caminó cayó en un casi completo silencio, dónde solo podía oír el sonido del viento de afuera, y los susurros de Byron hablando... Rezando, lo que sea que estuviera haciendo a su lado.

Pasaron los minutos, un par de policías intentaron detenerlos, pero el chófer nunca se detuvo...

-Ah... Espera, por aquí vivo yo.

Escuchó una risa a su lado.

Volteó a verlo, otra vez tenía esa cínica sonrisa en su rostro... Fue entonces que decidió volverse a ver la puerta del coche, y fue un horror para él darse cuenta que está tenía seguro.

Y el chófer no parecía poder detenerse...

-Eh, estúpido, mi casa está por aquí.

Ahora la risa se volvió una carcajada.

-Tú vienes conmigo.

. . .

「静けさは、もはや変えられないものを受け入れる唯一のものです。」

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top