Tartaglia | 17

| LO QUE HARÍA POR TI |

          ¿Por qué debía esperarle? ¿Por qué la preocupación era tan extrema? Llegaba a comerse las uñas. Y, ¿por qué había decidido seguir a la única persona que más daño le haría?

          Cada tarde, cada noche, Snezhnaya se volvía más fría y el pelirrojo no volvía a casa.

          Sus hermanos, en especial Teucer, se quedaban a acompañarle junto a la chimenea en su espera que parecía eterna, pero el infante nunca escuchaba el sonido de la puerta al caer dormido con facilidad. Sin embargo, estaba muy agradecida, porque le ayudaba a distraerse con sus conversaciones sobre juguetes, y luego, cuando tenía que cuidarle el sueño, se sentía útil.

          —¿Otra vez despierta? Te lo he dicho, no me esperes. —Entró, deshaciéndose de su abrigo y luego de su máscara.

          —¿Otra vez lleno de heridas? ¿Cuántas veces he dicho que debes cuidarte? —sermoneó como una madre.

          —Es mi trabajo —justificó enseguida el ojiazul.

          Resbalaba con parsimonia un hilo de sangre desde su frente, y sus manos escondidas, rojas por el frío y ensangrentadas de los nudillos por los golpes, decían mucho más de lo que el muchacho deseaba mostrar esa noche.

          —Estás excediéndote —advirtió la joven, sientiendo lastima, la misma que él pudo sentir.

          —Sí, es bueno saberlo, porque entre más me exceda, mejor podrá vivir mi única familia. —Su noble deseo le cubría la vista, como si tuviese una venda.

          —Ajax... —susurró su nombre, al borde del llanto.

          ¿Cuántas veces debía repetirse la escena? Inevitablemente llegaron a un punto sin retorno; _______ lamentó cada sacrificio y Tartaglia se preguntó sobre lo que estaba haciendo mal.

         Para ella, aquella familia lo era todo. Había sido bendecida al encontrarlos, y el hecho de que la recibieran como a una más cuando no tenía nada, no podía agradecerlo con palabras, no obstante, más tarde, fue consciente de las tareas del mayor.

         El Onceavo Heraldo de los Fatui era un título muy pesado, aun si este fuese el último.

          —_______, lo siento. Estoy bien, así que por favor, no me esperes más, prometo que volveré y no habrá ningún problema —prometía en vano, porque conocía muy bien su trabajo, pero si ello la tranquilizaba, entonces seguiría mintiendo.

          La fémina no respondió a ello, simplemente se levantó y llevó en brazos al hermano más pequeño hasta su habitación, y después, agotada, fue a la suya para descansar.
Se quitó el calzado, luego el suéter, y cuando estuvo a punto de acostarse, las manos heladas del Fatui le rodearon el cuerpo.

          —Te amo —dijo, tratando de olvidar sus discusiones—. Eres uno de mis pilares, uno muy importante.

         Y para ella era el más importante.

         —Lo sé —pronunció con el tono bajo, sabiendo también como él, que la manipulación era su mejor arma en contra de su persona.

          Sin embargo, el muchacho alzó las cejas al escuchar su respuesta. Cada que le recordaba sobre sus sentimientos, ella los correspondía con los suyos, y después eran capaces de dormir en la misma cama, cuidándose mutuamente.

         Así que se alejó de ella y comenzó a prepararse para descansar.

          —No puedo seguir siendo una carga para ti —confesó, tratando de mantenerse de pie con esfuerzo—. Si ello te hace trabajar más, no necesito que te hagas cargo de mi.

          Se daban la espalda, pero no deseaban hacerlo. Eran tan orgullosos, que no aceptarían los deseos egoístas del otro. Ella no estaba dispuesta a tolerar una perdida, pero si dejarle comportarse como un infante cuando por las mañanas no deseaba levantarse; y él, no dejaría que se alejara si podía evitarlo, en cambio si _______ deseaba un diamante del tamaño de su cabeza, lo conseguiría.

          —Me voy, los niños son autónomos y no me necesitan. Tonia puede cuidar a Teucer sin mi ayuda —sentenció, justificando con ello su tarea diaria.

          Aunque no esperaba del todo la reacción del Fatui ante lo que significaron para él aquellas palabras: abandono.

         Le tomó del brazo con fuerza y jaló hacia su dirección, y una vez estuvo frente a él, este le tomó del cuello para alzarle la mirada y que le pusiera atención.

          —Estoy siendo amable, _______, no quieres hacerme enojar —amenazó sin apretar el agarré del que ella tenía miedo—. ¿Te irás? ¿Te molesta tener una buena vida en esta casa? ¿Te molesta que mis deseos giren en torno a ti y a mis hermanos? Si la respuesta es sí, me temo que eres la persona más estúpida que hay en toda Snezhnaya.

         El insulto hizo a la dama intentar alejarse de una buena vez.

          Estaba intentando arrebatarle su felicidad, por lo que vivía y no se rendía, porque para Tartaglia era lo más importante en aquel mundo, pero ella lo rechazaba, a pesar de amarlo tanto. Era evidente que un hombre como él no iba a consentir tal elección, pues no por nada era el Onceavo Heraldo de los Fatui.
Podía ser egoísta, cruel y enteramente un chico malo, porque lo llevaba en la sangre y su máscara no mentía.

         —¿Por qué debería escucharte? No puedes retenerme —atacó ella valiente.

         —No puedo, ¿eh? —se burló, mirándola con un semblante presuntuoso, luego le soltó con brusquedad.

         _______ se alejó tocando su cuello.

         —No puedes... —confirmó sus palabras. 

         —¡Por supuesto que puedo! —interrumpió alzando la voz, aunque no tan fuerte para despertar a su familia—. Eres mi vida, ¿por qué desearías alejarte de mi, cuando sabes perfectamente que yo soy la tuya? Me amas, sacrificarías hasta tu última gota de sangre por mi, ¿y sabes cuál es la mejor parte? Que lo sé porque es lo que yo haría por ti.

         Esa insistente obsesión disfrazada de un "te amo" algún día iba a arrebatarle la vida, mas, que importaba si esta misma ya le pertenecía a él.

         —Ven aquí. Te amaré esta noche, y todas las restantes que me quedan.

Ya lo tenía por allí, y al no escribir nada acá, pues ni modo, otro del tartas aprovechando que se viene su rerun.

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