|| Dos ||

-- ¡pase un lindo día! --Sonrió el pelinegro a las chicas quienes sonrieron y reverenciaron antes de irse comiendo sus caramelos.

El de lunares vio el dinero que acaba de recibir y suspiró guardándolo en su pequeño bolso de cintura o un ''koala'' mejor llamado para volver a caminar mientras ofrecía los caramelos que vendía a los transeúntes.

-- No molestes --Gruñó un señor empujándole leve a lo que reverenció disculpándose en tono bajo y alejándose de allí.

Aquello era el día a día de park SungHoon, desde ser empujado hasta a veces ser humillado en público por vender caramelos o dulces en las calles para conseguir dinero.

A sus cortos veinticinco años y sin título universitario realmente se le era muy difícil conseguir un trabajo estable.

Suspiró por décima vez en la hora y cerró la bolsa de los caramelos para irse a sentar a una banca y contar lo que recolectó ese día.

No era mucho, pero era lo suficiente para comprar algo de cenar y que alcanzaría para el desayuno.

Fue a una cafetería cercana, donde la dueña, una mujer mayor que ya le conocía le sonrió amable.

-- ¿Lo de siempre Hoon? --preguntó a lo que el jóven asintió con una leve sonrisa y pagó.

La mujer contó el dinero, viendo que faltaban algunos wones pero al ver la cara del pelinegro, el cual sobaba su mejilla que tenía una leve marca rojiza que quizás y le hizo algún transeúnte para alejarlo, decidió dejarlo así, aparte de que sabía al arduo trabajo del joven para conseguir esos pocos wones para la comida.

-- Toma cielo, están calentitos, disfrútenlos --Sonrió tranquila y vio al menor reverenciar y despedirse para así salir casi corriendo al ver la hora.

La mujer sonrió y volvió a la libreta donde anotaba todos los gastos del café, tenía en mente darle como regalo de cumpleaños a ese jóven un puesto como ayudante en el café pero primero debía sacar las cuentas para asegurarse que tuviera una paga un poco buena.

SungHoon sonrió y corrió un largo rato para subir al autobús y quedarse en las escaleras junto al colector tras pagar su pasaje, extrañamente ese día el transporte público estaba que explotaba de personas, ya parecía ''los transportes de latinoamérica'' según escuchó decir a algún pasajero.

Bajó al llegar a su destino y caminó entrando a un camino de tierra, viendo a lo lejos el sol comenzarse a ocultar, por lo que aceleró el paso.

Bajó por partes de escombros hasta dar con el piso de aquella vieja estructura abandonada que anteriormente supo que iba a ser un edificio más la construcción fue parada y seguidamente olvidada.

Caminó y subió por las escaleras que ya habían sido construidas antes de que fuera abandonada la construcción y caminó unos metros hasta dar con algunos cartones en el suelo junto a mantas sobre estas y pequeñas vocecitas chillonas hablando de algún juego imaginario.

-- Ya llegué --Sonrió y recibió en sus brazos a dos pequeños quienes corrieron a abrazarle.

-- ¡papi! --Sonrieron ambos niños a lo que Sung dejó un beso en sus cabelleras negras.

-- Los extrañé un montón a los dos --Sonrió y se sentó sobre las mantas con sus niños a su lado, sacó uno de los sándwiches que compró y lo partió a la mitad entregándole una parte a cada uno-- Tomen mis niños.

-- ¡Gracias! --Sonrieron y comenzaron a comer tras dar una leve oración por la comida de ese día.

Sung sonrió con sentimiento y los abrazó acercándolos más a él.

Cerró sus ojos evitando así soltar lágrimas, para él nada era más doloroso que tener a sus hijos con aquel estilo de vida, viviendo en un lugar abandonado luego de ser desalojados del pequeño hotel que podía pagar con su miserable ganancia y con comida en leves porciones.

Le dolía ver lo delgados que estaban sus pequeños JongSeong y SeonWoo, o Jay y Sunoo como ellos mismos se apodaron.

Más de una vez pensó en llevarlos a un orfanato, donde sabía que los alimentarían mejor y cuidarían de ellos, pero jamás se atrevería a alejarse de sus hijos por más egoísta que suene.

Realmente estaba desesperado, si los de servicios sociales le encontraban o se enteraban de como vivían, le podrían hasta quitar a sus pequeños y prohibirle el verlos.

pero no era su culpa que el mundo se colocara en su contra en cuestión de días.

Tuvo a JongSeong a sus veinte años, estaba en su tercer semestre de su carrera universitaria, se había comprometido con su novio, vivían bien, tenía un trabajo estable, no pedía más.

Cuando Jay nació, creyó que no podía ser más feliz y justo cuando su niño cumplió sus dos añitos, supo que tenía tres meses de embarazo.

SeonWoo llegó como una bendición, estaban a poco de celebrar su boda cuando todo se desmoronó.

Su prometido tuvo un accidente de auto, murió en la colisión.

Ni siquiera pasaron tres días de su entierro para cuando su suegra, la cual siempre estuvo en contra de que su hijo estuviera con un chico, lo votó de su hogar junto a sus hijos y le quitó, literalmente, todo.

Su dinero, su hogar, habló con su jefe y le despidieron de su trabajo por simple rencor, sus cosas de valor personales, incluso la matricula pagada de su universidad la cual estaba a muy poco de terminar.

Jay tenía dos años aun y Sunoo acababa de cumplir un añito cuando todo eso pasó, aquellos días fueron bastante duros para ellos, donde le rogó a sus padres el poder quedarse solamente una semana en lo que conseguía un lugar para quedarse.

Estos aceptaron con la condición de que él mismo buscara la comida y que sus nietos no salieran de su habitación, ya que claro, era otra familia que estaba en contra de que su hijo se hubiera embarazado y comprometido a tan temprana edad.

Cuando logró establecerse, las cosas fueron ''normales'' hasta que le desalojaron y llegaran donde estaban ahora.

Simplemente quería que su vida mejorara, cada noche oraba por ello y tenía la esperanza de que todo se resolvería, de que finalmente tendría su final feliz.

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