EPÍLOGO

Thais

Al final Aang cierra los ojos y cuando el ritmo de su respiración cambia, sé que se ha quedado dormido.

Y entonces me visto y me marcho de la habitación, subiendo al tercer piso hasta su oficina. El lugar está a oscuras salvo por la luz de la luna. Ofrece iluminación suficiente para marcar la contraseña, no quiero llamar la atención, encendiendo la luz.

Tomo mi pasaporte y dinero solamente para comprar mi vuelo de regreso. Sin hacer ruido me aventuro en el corredor, bajando las escaleras de dos en dos hasta llegar al pequeño bar. Vacío todas las botellas por el lugar. Respiro hondo apoyada en el mostrador, recuperando el latido de mi corazón y el aliento.

Siento en el silencio cómo él alcohol abre camino desde mi garganta. Estoy dispuesta a asesinar al hombre que me había capturado. El que me utilizó y pensaba deshacerse de mí cuan viejo coche.

Ni siquiera entiendo el motivo por el cual me siento tan herida, solo sé que tengo que destruirlo antes de que él lo haga conmigo.

Las imágenes de él aparecen en mi mente. Vuelvo a sentir sus manos contra mi piel; su lengua en mi boca y nuestras pieles desnudas en unión. Cierro los ojos y sacudo la cabeza para alejar de mí los gritos, gemidos, caricias y palabras. No es el momento para recordar. El simple hecho de tomar tiempo para saborear sus recuerdos habla de cuánto ha jugado con mi mente. Me ha manipulado lo suficiente como para hacer que sus recuerdos sean memorables.

Y lo odio por eso.

Me dirijo rápidamente hasta mi habitación y abro la puerta con cautela.

Estoy enfadada, desesperada y atónita, pero por encima de todo esto estoy destrozada. Sin embargo, no estoy rota. Voy a seguir mi camino sin él.

Veo su cuerpo tumbado perfectamente inmóvil en la cama, boca arriba y con la cara hacia el techo. En mis ojos pasan imágenes de un Aang sonriente, los paseos matutinos para hacer ejercicios, el viaje en el barco, nuestro fin de semana en Londres. De pronto siento en mi piel el calor de su mirada, la pasión con la cuál me toma.

Mis labios tiemblan, con las lágrimas que gotean en mis ojos.

Meto la mano en el bolsillo de sus pantalones, saco su llave, y la observo con las manos temblorosas.

Trago saliva, dejando el pantalón en su lugar y decido mirar una última vez a Aang.

Su desnudez es una invitación a regresar a la cama. Cada vez que inspira, se le marcan los abdominales. Incluso dormido desprende poder.

Abro la puerta y me apoyo en el marco, limpiando de un manotazo las lágrimas que insisten en salir.

Las náuseas me asaltan y quiero vomitar las tripas en el retrete. Sin embargo, me obligo a enderezarme y a mantener la cabeza alta.

Esto es por mi supervivencia.

Puede que ame a Aang, pero no me quedaré hasta que se aburra de mí, hasta que me vuelva realmente loca.

—Lo siento, pero elegí salvarme primero —susurro. —Papá había amado mucho, pero se equivocó al amar. Fue lastimado en nombre del amor, y eso la mató un poco cada día hasta que terminó por suicidarse... yo no pienso terminar como él.

Llego hasta el bar, dejando caer el encendedor, luego voy a la cocina, abriendo la estufa a la velocidad de un relámpago.

Mientras corro apresurada hacia la puerta de la entrada escucho unos extraños ruidos procedentes de la cocina, secos crujidos sin ecos que hacen tambalear las paredes, eso no lo he hecho yo. Llego al sótano, corro hasta el auto y salgo de la cochera, dejando a los guardias. Me detengo a una distancia prudente para observar la casa.

A una parte de mí le agrada Aang. Disfruté de verdad con su presencia, su calor y nuestras conversaciones, sobre todo su compañía.

Dios, es mi captor y me importa demasiado.

En este momento que una detonación gigantesca me hace hundirme en una pesadilla. Mi corazón late tan rápido que me duele cuando veo la larga columna de humo gris.

Oh, Dios mío, ¿qué he hecho?

Ignoro cómo logro salir del auto, pero en menos de un segundo me encuentro corriendo hacia la casa.

—¡Aang! ¡Aang! —me escucho gritar su nombre como poseída.

Ninguna respuesta. El terrible silencio con el que me encuentro es angustiante.

Después de algunos segundos, un gran nudo ensordecedor a algunos metros de mí me hacen buscar con la mirada cualquier movimiento.

Me pregunto si el cuerpo de Aang que está durmiendo en mi cama, no ha tenido alguna reacción tras el humo y la explosión. Me pregunto por qué los guardias aún no han aparecido detrás de mí y si Anton desde la casa del jardín donde duerme le llega el humo.

La imagen me hace sentir humedad en los ojos y sacudo la cabeza. No voy a pensar en ello. Todo ha sido dicho y hecho, y ahora tengo que centrarme en el futuro. Pero eso no significa que esos pensamientos no abran mi corazón lo suficientemente profundo como para dejar un agujero.

Pero Aang es del tipo que aprende la debilidad de alguien, la explota y luego la asfixia con ella hasta que desea la muerte.

Supongo que eso es lo que me hizo.

La única diferencia es que él me mostró una faceta suya de la que me enamoré, y luego me la quitó, dejándome con emociones dolorosas y esperanzas de nada.

—Mierda —la maldición de Elliot acercándose a la casa me saca de mi ensueño. —¿Qué has hecho, Thais...? Lars —llama por su radio antes de intentar entrar corriendo hacia dentro de la casa en llamas, digo intentando porque Aang acaba por salir llena de furia y camina en mi dirección.

Salgo corriendo por el campo de uvas.

No pienso mientras corro en dirección contraria a él. Apenas veo un camino en las hileras y lo sigo, todos mis temores sobre lo desconocido se desvanecen en el fondo.

—¡Thais! —la voz muy familiar brama desde no muy lejos detrás de mí, enviando zarcillos de miedo hasta mi alma.

Corre, corre Thais, corre.

Tengo que correr.

Mi corazón late con más fuerza, golpeando contra mi caja torácica mientras atravieso el bosque.

—¡Thais, detente!

—¡No puedo! —grito. —No puedo volver contigo. Si lo hago, todo habrá terminado. Esta vez, no podré sobrevivir a tu ira y me fragmentaré en pedazos irredimibles; porque eres un maldito caos, Aang. Rompes todo lo que tocas.

Esta vez, será el final. No puedo permitir que su furia y lujuria me destruya, no otra vez.

Sé que Aang será capaz de acabar conmigo como yo lo intenté con él. Él no me ama, solo quiere algo que yo tengo, ahora que lo sé no necesitará seducirme para conseguirlo, me va a romper.

—¡Thais, detente, o el castigo será peor! —su voz está más cerca, acercándose, como si estuviera tirando de mí por los hilos de marioneta atados a mi nuca. Soy su imperfecta y rota marioneta.

—No puedo volver ahí, no lo haré.

Un crujido de pasos viene detrás de mí, se escuchan demasiado cercas. Siento un pequeño tirón en mi ropa que obliga mi cuerpo a detenerse, giro asustada. Y jadeo cuando choco con un cuerpo caliente.

Aang.

—Tienes que parar este juego retorcido, ya no tienes que fingir lo sé todo —mi voz es un murmullo atormentado y desesperado. —Tengo que irme, Aang. Por favor, detente.

—No puedo.

—¿Acaso no estás lo suficientemente satisfecho con la marioneta que rompiste? ¿Alguna vez piensas en los daños que haces?

—¿Y tú? ¿Alguna vez vas a dejar de escaparte de mí? ¿Algún día vas a entender que yo soy tu puto hogar? Lo fuiste desde que te conocí.

—¡No lo soy!

—¡Lo eres!

—No los soy, aunque, yo siempre... te deseaba...

—¿Desde cuándo?

—Desde la primera vez que te vi.

—Creí que me tenías miedo y que era un cretino.

—Lo tenía, pero eso no me impidió desearte.

—Siempre fuiste una masoquista.

—Cállate. Que tú me volviste masoquista.

—No podría haberte convertido en una si los rasgos no estuvieran ahí desde el principio. Solo los nutrí un poco, tal vez los azoté hasta someterlos en algún momento, pero siempre lo has sido, Thais. Yo no puedo cambiar la naturaleza de las cosas, al igual que tú tampoco. Ahora deja de actuar como una mocosa y vamos a casa. He sido indulgente contigo, pero sigues desafiándome y presionándome. No me importa que te haya motivado a casi matarme. Pero si me desafías, serás castigada. Es tan simple como eso.

Me estremezco ante sus palabras, lo suelto y doy un paso atrás.

La razón por la que incendié su casa en primer lugar vuelve a golpearme.

Tengo que correr lejos.

Me doy la vuelta y empiezo a correr, pero mis ojos no pueden evitar volver a mis manos impregnadas de olor a alcohol.

Hoy lo he acabado.

Siento que finalmente he firmado el acta de defunción de nuestra relación. Por muy retorcida que fuera, lo que teníamos era algo y yo lo he destruido para siempre.

Suenan pasos fuertes detrás de mí y sé que me alcanzará enseguida. Me llevará de vuelta y todo habrá terminado. La poca libertad que tenía, su confianza y cómo nos estábamos conectando más.

Pensamientos y emociones revueltos se enroscan en mi interior con una fuerza demoledora. Se acumulan y se dispersan en distintas direcciones, robándome el aliento.

Justo cuando me atrapa todos mis miedos disparan.

La frustración es tan profunda que quiero compensarla ahora, pero incluso sé que si intento hacerle daño, pagaré el precio.

Sus dedos se desplazan desde mi barbilla hasta mi cuello, provocando escalofríos y piel de gallina.

Espero que me estrangule o algo así, pero me agarra por el hombro, sus ojos verdes se oscurecen como en las pesadillas. —Inclínate.

—¿Por qué?

—Serás castigada.

Mis labios se separan ante esa palabra. Castigada. Una guerra estalla en mi pecho y mis muslos tiemblan por una razón totalmente ajena al miedo mientras intento negociar.

—Déjame ir.

—Ahí tienes, un mero ejemplo. Parece que no entiendes la realidad de la situación, y estoy feliz de grabarla profundamente en tus huesos para que lo entiendas, Thais.

Su tono e indiferente, aunque tranquilo, me hiela hasta el rincón más profundo de mi alma.

—Aang... por favor... no lo hagas.

—Cada minuto que pierdas de mi tiempo será extraído de tu carne —me agarra por el hombro, obligándome a ponerme de rodillas. Suelto la llave con una mueca de dolor. —Sé obediente e inclínate.

Mis piernas tiemblan.

—Aang... —digo, en un intento de una última súplica. —Por favor, no lo hagas.

—Es demasiado pronto para suplicar, Thais. Guárdalo para cuando lo necesites de verdad —me toca la mitad de la espalda y me empuja contra el suelo. Mi mejilla choca con la fría superficie y trato de no empezar a hiperventilar aquí y ahora. —Lo vas a necesitar.

Odio cómo mi cuerpo está en modo de alerta total. Cómo un extraño zumbido hormiguea en el fondo de mi estómago, en mi sexo, apretándolo, despertándolo.

Aang, sin embargo, es seguro, confiado, cada uno de sus movimientos tiene un propósito que está diseñado para ser cumplido; castigarme. Se acerca a mi frente y me desabrocha el cinturón del pantalón, luego el botón. Cierro brevemente los ojos mientras la tela se desliza por mis piernas y se amontona alrededor de mis tobillos. Intento olvidar lo que está viendo, mi posición: inclinada con el culo al aire y a la vista.

No es difícil cuando su mano se encuentra con mi trasero.

El primer golpe resuena en el aire, duro y horrible. Aunque todavía llevo bragas, me arde la nalga. Me duele mucho, pero igual siento mis pezones ponerse duro.

En el segundo golpe, todo mi cuerpo se tambalea hacia delante. Me agarro a las yerbas con los dedos rígidos mientras el ardiente dolor aumenta.

Su mano es dura, despiadada, con el único propósito de castigarme, de establecer su autoridad bajo mi piel.

Pero en esa muestra de autoridad, tan tranquila y dominante como es, me muestra una parte de él que no había presenciado antes.

Control. Está en absoluto control a pesar de que quiere estrangularme.

Se nutre de ello. De hecho, me castiga para asegurarse de que no lo desafíe, ni a su control ni a él. Y con cada golpe en mi culo, lo está grabando en todo mi ser. Ojalá no reaccionara ante ello. Mejor aún, desearía verlo como en la pesadilla, como una violación cruel. En cambio, un choque de sensaciones indescriptibles estallan en mi piel con cada una de sus demostraciones. Él tiene razón, soy una masoquista.

La reacción de mi cuerpo a su toque me asusta más que su castigo.

Más que todo lo que he experimentado antes; porque si a pesar de saber que va a matarme mi cuerpo reacciona así, es por lo jodida que me ha dejado.

Aang me agarra de la cola de caballo por la cinta que usaba para atarla y me tira de ella. —¿Quién te ha dado permiso para salir?

Cierro los labios, pero no solo porque me niego a hablar con él, sino también para acallar la extraña tensión que recorre mis piernas, el estómago e incluso mis malditos pezones.

Tiene que ser por la ansiedad y el miedo. De seguro después de eso me va a matar.

Aang me vuelve a dar una palmada en el culo y un sonido de necesidad sale de mi boca. Atrapo el labio bajo los dientes con tanta fuerza que al quinto golpe ya sabe a metal.

Estoy dispuesta a ensangrentarme los labios y cortarme la lengua en lugar de mostrarle el efecto que está teniendo en mí. No tendrá la satisfacción de verme caer. No de nuevo.

Nadie lo hará.

Ni siquiera si mis entrañas están arañando y revolviéndose para liberar más sonidos.  E incluso deseo levantar el trasero al encuentro de sus manos.

—Pensabas correr a sus brazos, ¿verdad? Haré que conozcas tu lugar —golpe; placer y dolor. —No cruzarás mi autoridad —golpe. Gemidos de necesidad. —¿Está claro?

—Sí... sí... por favor, para —sollozo, pero es por algo diferente al dolor.

El interior de mis muslos está caliente, con un cosquilleo, que se estimula con cada bofetada. No me gusta esto y haría cualquier cosa para que terminara.

Hace una pausa. —¿Harás lo que te diga?

—Sí... Sí —mi voz es jadeante, roto, sensual, incluso.

Cuando no me vuelve a dar una palmada en el culo, creo que me dejará ir, pero entonces dos de sus dedos se deslizan contra mis pliegues por encima de la tela de mis bragas.

Mi cabeza se echa hacia atrás para mirarlo al mismo tiempo que una sonrisa malvada pinta sus labios. Le hace parecer un villano que acaba de encontrar su próximo objetivo. Un lobo hambriento que ha visto a su presa acorralada.

Se inclina hasta que sus labios se encuentran con la concha de mi oreja. —Te haré pedazos, Thais. Te haré mil pedazos antes de acabar contigo —dice con la voz ronca. —Tal vez no seas mía, pero jamás serás de nadie más.

En el se­gun­do en que los oj­os de él se po­sa­n en mí, esa mis­ma ra­bia se hace car­go. Levanta la pistola y la dirige hacia mí, apuntando hacia mi cráneo. Estoy en el piso como un animal, indefensa. Todo lo que puedo hacer es mirar al hombre que me dará la liberación y la muerte.

Mis pantalones aún están enrollados alrededor de mis tobillos porque no he tenido la energía para subirlos. Mi dignidad también está en algún lugar del suelo, ya que me quedo aquí, abrazada al suelo.

No hay pa­lab­ras pa­ra desc­ri­bir có­mo me sien­to por te­ner un ar­ma apun­tán­do­me de esa ma­ne­ra, de ver que la ma­no del homb­re no tiemb­la pa­ra na­da.

Ahora que no me qu­eda­ba na­da por de­cir, di­go la úni­ca co­sa que puede im­por­tar. Incluso si con eso me mata después.

—Creo que te quiero.

—Mentirosa.

—Realmente he comenzado a quererte, Aang. No importa si me matas o no, solo digo una verdad. Mis "Aang, ¿sabes que te odio?, era mi manera de decirte todo lo contrario.

Está vez la pistola tiembla mientras él entorna los ojos.

—Esperaba más de ti.

El ar­ma sigue temb­lan­do en su ma­no.

—No es­toy min­ti­en­do, Aang. Me estoy enamorando y por eso tengo que matarte.

—¿Te estás escuchando, Thais?

—Solo éramos pinturas; uno blanco y el otro negro, y tuvimos que mezclamos, lo que ninguna sabía es que se perdería una parte y nos veríamos transformados llevando la esencia del otro. Así es mi amor por ti, Aang; gris.

Ocurre tan rápido.

En un segundo, Aang me está obligando a ponerme de pie y a subirme el pantalón, y al siguiente, le disparan. Es silencioso, rápido, y no lo habría notado si no es que se ha sacudido hacia atrás, chocando contra mí.

La sangre cubre su hombro, pero aún así se estira para apartarme y cubrirme con su cuerpo incluso olvidando que él no es un escudo y que está herido.

Mientras me preocupo por intentar detener la hemorragia de su hombro, las manos inflexibles de Carl me empujan hacia atrás mientras éste avanza a por Aang.

Aang se aferra a mí con todas sus fuerzas mientras lucha por levantar su arma, pero es inútil. Carl le dispara de nuevo en el mismo hombro. Tomo de sorpresa a Carl y lo empujo. Pongo mi pecho contra el de Aang para que no pueda matarlo y utilizo toda mi energía para arrastrarlo de vuelta a casa conmigo, dando reversa.

Me doy cuenta de que no me quiere muerta o también me habría disparado, así que uso mi cuerpo como escudo contra Aang. Está claro que quiere que me una a él, y probablemente debí dejar que Aang cayera al suelo para que los demás lo encuentren y lo ayuden, pero no puedo confiar en que no lo van a disparar mientras me voy, solo para asegurarse de que esté muerto.

Mi cuerpo sigue cubriendo su cuerpo hasta que veo a Elliot y los demás acercándose.

—Thais, quítate —me ordena Carl.

—Hazle caso —me dice Aang.

Me obligo a detenerme y servir como escudo entre Carl y Aang. —No.

—¿Estás demente? —pregunta desconcertado sin dejar de apuntarnos. —¡Él casi te mata por el amor de Dios!

—¿Y?

—¿Estás hablando en serio? ¡¿Malditamente en serio? ¡Casi te mata!

Y yo casi lo mató a él. —Sí lo hago. No entiendes lo que tenemos. Nadie lo hace.

El me mira incrédulo y aprovecho su sorpresa. En un rápido movimiento desarmo a Carl que está frente a mí (justo como me enseñaron Aang y Elliot) y luego le disparo a quemarropa escuchando como su cuerpo caer al suelo con un golpe seco. Tomo rápidamente las llaves del suelo y una navaja que tiene Carl en la mano izquierda, cuando voy a correr para huir Aang me toma del cabello haciéndome girar y agito la navaja. Jadeo cuando choca con su cuerpo caliente.

Apenas se estremece cuando suelto la navaja, dejándolo caer al suelo, pero el daño ya está hecho. La hoja filosa ha penetrado en su bíceps. Bajo la luz de la luna, puedo distinguir la sangre que gotea de su camiseta. Su rostro está ensombrecido tanto por la oscuridad como por la ira que aprieta la mandíbula.

Algo me dice que no es por la herida.

Sin embargo, eso es lo único en lo que me puedo concentrar.

La lesión del hombro.

Su líquido vital rezuma de su bíceps a un ritmo constante. Lo envuelvo con ambas manos y aprieto, deseando que se detenga.

Sin embargo, la sangre se desliza entre mis dedos, cubriéndolos, cálida y casi negra en la oscuridad mientras gotea hacia el suelo. La imagen de él y Lou besándose llega a mi mente y quito mis manos como si su tacto me quemara mientras bajo de nuevo al piso para tomar la navaja.

—Cuando se quiere tener todos los placeres en la vida, el precio puede ser letal, Aang —le digo clavando de nuevo la navaja en su herida, Aang cae de rodillas frente a mí mientras mis lágrimas salen a la superficie. Tomo su boca para probar sus labios por última vez. —Lo siento tanto —susurro contra sus labios. —Pero no me has dejado otra opción.

Él intenta agarrarme, pero me suelto.

Me doy la vuelta y me alejo corriendo, pero mi mirada sigue revoloteando hacia mis manos ensangrentadas, hacia la vida de Aang en mis manos. Elliot no me detiene cuando paso a su lado y tampoco hace que los demás lo hagan, todos están demasiado ocupados en tratar de llegar donde Aang.

Mi perdición.

Parece que estoy rota sin remedio, porque desde el principio, creo que me atrajo el peligro que prometía. Y eso solo me consumió hasta que no quedó nada.

Dijo que me arruinaría, y lo hizo con creces.

Y ahora lo único que me mantiene con vida es mi deseo de recordarlo. Voy a esconder el huevo de Thalia y fingir que no sé dónde está.

Una vez que llego al auto de Aang me detengo, respirando con dificultad. Las lágrimas me hacen ver borroso, las barro y luego cuando intento subir al asiento de piloto veo una foto en el parabrisas. Salgo para ir a verlo, en la imagen veo a Elliot y Thalia saliendo de una discoteca.

Carl tenía razón; ellos se conocían y me han utilizado desde siempre.

Detrás de la foto hay un mensaje:

"Nos veremos muy pronto, Thais.

Atentamente: Escorpión."

Trago saliva unas cuantas veces para contener las lágrimas antes de subir al coche y arrancar. Veo la lluvia que comienza a chocar contra los cristales.

La lluvia se está volviendo más densa y cierro los ojos un breve momento para retener más lágrimas. Los pensamientos vagan por mi mente como nubarrones, pero no existe nada más que el rugido distante de los truenos.

Jamás te hubiera odiado por amarme a tu manera, tan diferente, pero me había dado cuenta que jamás lo hiciste solo me utilizaste para luego desecharme como si fuera una basura.

Te odio tanto, tanto como duele haberte amado.

¿Cuántas veces me hiciste arder contigo?

Cinco, diez, veinte... Treinta. Aún así nunca me importo porque creía que lo hacías conmigo, pero me equivoqué. Fue absurdo todo esos sentimientos experimentados hacia ti.

¿Por qué me traicionaste? ¿Por qué me destruiste así, Aang?

¿Por qué me has obligado a hacer lo que hice?

¿Por qué?

Duele. Joder, todo duele. El peor dolor imaginable. Como ser destrozada y abandonada, jadeante, en un montón de basura. Eso es esencialmente lo que había hecho. Nunca en mi vida había dejado que nadie me hiciera sentir tan sucia y asquerosa. No creía que fuera jodidamente posible que una chica como yo fuera hipnotizada por un pene, pero no soy tan estúpida como para creer que eso no tiene ninguna relación con la traición que ahora siento.

¡Dios, no puedo respirar!

Piso a fondo el acelerador en la carretera, hago algo que jamás pensé hacer, le muestro el dedo medio a un idiota que me arrebasa y maldigo en voz alta porque por su culpa casi choco.

—¿Sabes qué? ¡Qué te jodas! ¡Qué se muera todos los hombres, y en especial los malditos mentirosos y manipuladores!

Aprieto las manos en el volante una hora después en la carretera, sintiendo la garganta irritada de tanto gritar. Llueve, en el peor día de mi vida. Llueve como nunca antes, igual que en mi corazón.

Duele, duele tanto, ¿por qué lo hace? ¿Por qué saber que ya no está me desgarra el alma?, ¿por qué? No lo sé. O tal no lo quiero saber ni admitir.

Y aún así, no puedo dejar de llorar. Las fuerzas me van en cada suspiro, los mocos me llenan la nariz con cada suspiro que largo.

El sexo entre nosotros era demasiado explosivo por lo que nunca sospeché que los sentimientos para él no existían ni hubieran existido, solo había sido una muñeca y esclava de sus deseos. Caí como una tonta a pesar que me lo advirtió. Deje que el sexo sucio y podrido me cegara y, por alguna maldita razón, cuando había estado en sus brazos, no había sido Thais, la chica que fingía ser buena. Simplemente había sido yo sin toda la mierda del pasado para arruinarlo. Y él había sido un tipo —tan molesto como podía ser, tan controlador, posesivo y tan imbécil como era— que me gustaba.

¡Maldito!

¿Ahora que supone que voy a hacer?

¿Qué será de mi vida?

¿Cómo voy a regresar a casa después de lo que hice?

Hago una maniobra bruscamente para tomar la primera salida. De inmediato me arrepiento de mi ataque de rabia, las llantas de atrás del auto patinan y apenas logro regresar al camino. Pero las llantas del auto rozan la acera. De inmediato intento corregir la trayectoria, sin embargo, es demasiado tarde, la parte delantera del auto impacta contra una gran piedra. Freno con la mayor intensidad posible y el auto se inmoviliza en medio de un fuerte olor a quemado. Una vez que apago el motor, apoyo mi frente contra el volante y permito que mi más molesto alarido de rabia y sollozos salgan. De solo recordar lo que hice, se me forma un gran nudo y profundo en la garganta. Los puños se me tensan y aullo de dolor golpeando con todas mis fuerzas el volante.

—Aang, por favor, perdóname —los sollozos me sacuden el cuerpo. —Pero es tu culpa, tú me obligaste a hacerlo. ¡Es tu maldita culpa! Perdóname, por favor. Aang, no quería hacerlo. Perdón.

El toque de unos nudillos a través del cristal, me hace soltar una maldición del susto. Puedo escuchar como mi corazón golpea frenéticamente contra mi pecho.

Es Theodore, ¿qué hace aquí?

¿Cómo sabe que soy yo?

Bajo el vidrio de la ventana. Las lágrimas caen por mis mejillas y suelto un sollozo. Cierro los ojos e intento controlarme.

—¿Te perdiste de camino a casa?, ¿necesitas que te lleve a algún lado? —pregunta con su voz ronca.

—En realidad, no tengo a donde ir —me sincero.

—¿Y Aang? —solo escuchar su nombre me produce una oleada de lágrimas. —Ya veo... Puedes pasar la noche en mi casa... si quieres.

Él alza los hombros, sonriéndome.

Hay un susurro en el aire, pero no le presto atención.

Después de todo, él aún sigue siendo un desconocido.

Las campanas de avisos suenan en mi cabeza y me encargo de apagarla.

Es la única opción que tengo en este momento. Miro su mano el cual me ofrece, probablemente irme con él no es una idea agradable, pero quedarme aquí sola en medio de la noche bajo la lluvia, tampoco es una buena opción.

Salgo del asiento del piloto, esforzándome en no pensar demasiado. No lo necesito.

Ya no.

FIN DEL PRIMER LIBRO.

***

Gracias por leerme. Si les ha gustado la historia no olviden de compartirla. Les doy mil gracias por sus votos y comentarios.

Nos leemos en "Absurda", la continuación de Thais. Está disponible en mi perfil.

Se despide,

Jou

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top