6
Thais
Él vuelve a mirarme al tiempo que el ascensor se detiene. Coge mi mano cuando estamos a punto de salir del hotel. Tira de mi mano y me lleva hasta la pared del vestíbulo en vez de hacia las puertas, adónde nos dirigíamos.
—Saldrás por esa puerta y vas a entrar al auto sin ninguna resistencia, al menos que quieras que te dé un motivo por el cual gritar.
Vuelve a cogerme la mano y salimos por la puerta principal, camino despacio y él permanece en silencio.
—Buena chica —dice el imbécil, una vez estoy instalada en el coche. Desvío la mirada hacia la ventanilla, ignorando el amargo sabor que se me produce en la boca por su comentario.
—Lo detesto —murmuro, esperando que no me haya escuchado. Me doy cuenta que puedo despotricar en ruso sin que me castigue. Así que subo la voz. —Lo detesto más de lo que puedes llegar a imaginar.
—Repite lo que dijiste —me ordena en ruso, inclinándose hacia mí y tomando mi rostro entre sus manos.
¡Mierda! ¿Cuántos idiomas habla mi secuestrador?
—Lo. Detesto —respondo en español, acariciando cada palabra, sin permitir que su mirada, cercanía o aroma me intimiden.
—Gran parte de tus problemas son porque no puedes mantener esa boca cerrada —dicen, sonriendo con desdén. —Estabas mucho más bonita hace rato, en silencio.
Presiona su boca contra la mía, me muerde el labio inferior con fuerzas y gruñe, después chupa la zona para calmar el dolor. Negándome la sensación de sentir su lengua entrelazada con la mía y el sabor de sus labios.
Cuerpo traidor.
—Sé que calladita me veo más bonita; al menos eso siempre me dicen, pero la sensación de decirte que estás bien idiota en la cara es mucho mejor que simplemente ser bonita —noto por cómo le palpita la vena porque no le gusta mi comentario, es más, le jode ver qué no le tengo miedo y a mí me gusta provocar. Creo que soy masoquista.
—No me toques los huevos —está vez me toma por la nuca y estruja sus labios con los míos hasta el punto de dolerme. Su lengua acaricia mi labio sin inmiscuirse más dentro donde mi lengua parece esperarlo con ansias.
—Ah, no sabía que tenías.
—Lo sabrás pronto —dice con frialdad. —La sabrás cuando tengas tu boca en ello.
—Besa muy mal, es un bruto y un animal. Por eso es que eres tan amargado.
Me mira con frialdad y una sonrisa de suficiencia.
Siento rabia y me muerdo la lengua por ahora. Me acomodo en mi asiento y veo la ventana, enfadada conmigo misma por desear sentir sus labios de nuevo con el mío.
No.
Me rehúso a aceptar sentir cualquier tipo de sentimientos o atracción por alguien como él.
Con aire de molestia, me quedo pensando que tengo que mantener las apariencias, él no puede gustarme, me secuestró y además, me pegó en el trasero el cual me sigue doliendo a pesar de haber puesto una pomada que él mismo me había dejado en el baño.
Algunos minutos más tarde, el sedán negro penetra en el pequeño aeropuerto y nos deja algunos metros de un avión. Lo miro estupefacta, aún no me hago la idea de que me tenga en contra de mi voluntad y pretenda llevarme a otro país donde la posibilidad de escapar se reduce a cenizas, a cero por ciento.
No puedo creerlo, ¿por qué a mí?, el aspecto que anuncia en mi rostro lo hace reír y sin más se baja obligándome a mí también a hacerlo, me paro como una estatua negándome a caminar, él me dirige una mirada con ese brillo de diversión y hace una seña con la cabeza al gorila de su chófer, quién me lanza sobre su hombro.
¡Qué amabilidad de su parte, no quiere que me canse por caminar tanto!
Subimos las escaleras y una hermosa pelirroja, de ojos dorados y piernas interminables se encuentra sentada cómodamente mientras lee una revista. Apenas nota mi presencia, deja su revista y me juzga por unos instantes.
Me instalan en un sillón extremadamente cómodo y me abrocha el cinturón de seguridad como si fuera una niña pequeña. El de ojos pistola se sienta enfrente de mí, cara a cara.
—¿Eres virgen, Thais? —En su boca mi nombre tiene otro sonido, es como un llamado al crímen de la lujuria y es totalmente impío.
—¿Thais? ¡¿Cómo sabes eso?! —me sorprendo, cuando no debería hacerlo.
—Eso no importa y te he hecho una pregunta —me estremece, estoy a punto de decirle que no es de su incumbencia, pero decido mejor no responder.
La mirada de la pelirroja, el rubio que me cargo y el de Terrence están encima de mí y es como si estuvieran esperando mi respuesta.
Par de cotillas. ¿No tienen cosas que hacer que escuchar la vida íntima de las personas?
Clavo la mirada en el techo al tiempo que respiro hondo, luego bajo los ojos hacia él que me mira como si todavía estuviera esperando mi respuesta mientras me estudia.
—No.
Él suspira mientras aprieta la mano levemente, contrayendo la mandíbula.
—¿Con cuántos hombres te has acostado?
Creo haber escuchado mal.
—¿Perdón?, ¿qué son todas esas preguntas? —me pongo colorada. —¿No quieres los nombres y los números de teléfonos también? —comento a la defensiva.
No le des ideas, Thais. Con lo loco que estás lo haría sin dudar.
Aang
El color se le escapa del rostro mientras me lanza sus preguntas. Sus ojos curiosos se esconden de mí, ofendidas.
No, pequeña este papel no te queda. Aquí el ofendido debería ser yo. Saber que hubo alguien más me deja un sabor amargo en mi boca y lamento haberla dejado ir aquella noche. No debe importarme, pero lo hace. La sola idea de que hubiera estado con alguien más, me hace arder de celos, eso no significa necesariamente que tenga algún sentimiento hacia ella. Sino porque sé que está aquí en contra de su voluntad por más que me desea y si llega a encontrar una oportunidad de irse, lo hará sin dudar.
Había pensado en solo una noche y después me olvidaría de ella como lo había hecho hace dos años. Cuando me presenté en su departamento anoche, esperaba que aceptará mi propuesta, todas las mujeres con las que me he acostado se me echaban encima aún cuando sospechaban que no las volvería a llamarlas de nuevo. Además, hace dos noches cuando entré a su departamento al encontrar la puerta abierta, ella me había confesado que soñaba conmigo y que teníamos sexo salvaje, incluso me invitó a su cama. Aunque debo admitir que estuve tentado a olvidarla, sin embargo, cuando uno de mis hombres me avisó que tenía compañía no pude controlar la ira que me recorrió las venas, más al encontrarla así tan unida a él. Debí haber torturado a ese tal David en lugar de solo desmayarlo.
Thais estaba temblando entre mis brazos cuando la agarré y tuve la oportunidad de sentirla hasta que su respiración cambió por completo. Sentía atracción por mí, el cual forcejeó tratando de ocultarlo. Durante un instante dudé si era buena idea traerla en contra de su voluntad, nunca había forzado a una mujer en mi vida a hacer algo que no quiere, pero con aquella siento que todo mi razonamiento está apagado.
Ella es un animal salvaje que necesita ser domesticado y su olor de inocencia me pone tan duro como una piedra al igual que justo ahora puedo ver cómo se le endurecen los pezones como un diamante mientras me mira con la respiración entrecortada. Mierda, mi sangre arde y me siento super excitado.
—No me gusta repetir las preguntas y tú pareces tener un don natural de llevarme la contraria —la miro, deseando y desafiando a qué suelte cualquier palabra con aquella pecaminosa y seductora boca. —¿Quieres que te enseñe a hablar? Al menos sé cómo enseñarte a gritar.
Ella sacude la cabeza, tiene los rasgos contraídos por la ira y al mismo tiempo su mirada se pierde en mis labios.
—Uno —susurra, le aliento a seguir hablando. —Salimos por seis meses y terminamos siendo amigos —aparta la mirada y entrecierra los ojos mientras su pecho sube y baja, al tiempo que mi mano se desliza debajo de su vestido.
—¿Cuántos años tienes? —meto los dedos debajo de las bragas rozando el encaje con suavidad, luego muy despacio, lo empujo a un lado e introduzco un dedo profundamente en su sexo.
—Aaah... —gime ella, mordiendo su labio inferior. Está húmeda y resbaladiza, pero aparta mi mano de un manotazo. —¡Aparta tus sucias manos de mí!
A pesar de lo mucho que quiero follarla ahí mismo hasta que pierda el conocimiento, incluso que se olvide de su propio nombre, arranco la mano de su sexo.
—A tu sexo parece gustar mis sucias manos.
—Que te den.
—Ya quisiera ser tú la que lo haga —sonrío como un pervertido. —Te hice una pregunta, ahora contéstame —le digo con irritación, con una jodida erección todavía palpitante y dura. Tendré que aliviarlo en unos minutos.
—Diecinueve —responde ella jadeante, con los ojos desorbitados. Sonrío al saber que está vez no me mintió de nuevo respecto a su edad como lo hizo la primera vez.
—¿Y ya has tenido sexo con un idiota? —En realidad su edad no es el problema, sino el hecho que disfrutó estar con otro mientras a mí me rechaza.
Ante mi pregunta pone los ojos en blanco.
—Como si tú no tuvieras sexo desde los catorce —dice. —Vamos al grano, ¿quién es usted?, ¿qué diablos quiere?, ¿y si tiene algún nombre?
Su pregunta sale de la nada. Me quedo en silencio tratando de ignorarla, ya que mi sexo solo desea enterrarse dentro de ella tan profundamente que no encuentre otro lugar al que ir que clavar sus uñas en mi espalda.
—Ey, te acabó de hacer una pregunta —suelta.
Suspiro. —Para ti señor.
—¿Cómo a los dominantes?
—Más o menos, pero no exactamente.
Ella suelta una risa de burla y dice. —Entonces, yo te llamaré el señor de los idiotas.
La miro con los ojos entrecerrados, sintiendo crecer mi ira y correr por mis venas, solo ella es capaz de hacerme enojar y explotar en menos de un minuto.
Su presencia me causará graves problemas.
Yo le agarro en un puñado su cabello y lo echo agresivamente la cabeza hacia atrás.
—Voy a estrangularte con mis propias manos si me sigues provocando, ¿qué persona en sus cinco sentidos provoca a su captor? Te callaré a golpes si no lo haces ahora, ¿me entiendes? —le muerdo el labio con rudeza castigándola por no rendirse ante mí.
Gime dolorida, pero me mira incrédula, sin creerse ni una de mis palabras. No hay rastro de miedo en sus ojos, más bien es de desafío y odio que tenga razón. Su actitud me comienza a exasperar e irritar mucho.
Saco una jeringa del bolsillo y la sostengo en lo alto y lo giro entre mis dedos. Ella lo contempla e intenta ocultar su reacción.
—Prometo no hablar más —trata de empujarme.
—Pronto vamos a despegar. Lindos sueños, Thais —le clavo la jeringuilla y le inyecto la droga.
De inmediato, las pestañas le aletean y después se le empiezan a caer los párpados a pesar de su lucha es incapaz de controlar el sueño que la arrastra. Clava sus uñas en mis brazos como último recurso por mantener los ojos abiertos y se duerme por fin. Pasa un minuto mientras la miro fijamente. Cuando está inconsciente la cojo en brazos, es ligera como una pluma y la saco del jet para dirigirnos al auto. Contemplo su pecho subiendo y bajando suavemente, con sus labios entreabiertos.
¿En qué aprieto me acabo de meter?
Lo peor es que ni siquiera me arrepiento por los problemas que sé que me va a causas esa pequeña.
—¿Y si reacciona mal al sedante? —Mientras la deje acostada en los asientos de atrás oigo la voz de Terrence de espaldas a mí. Ni siquiera le hago caso.
Sé que ella estará bien. Debe estar bien.
Me despido de Lou y Terrence antes de subir al coche que conduce Elliot.
Al llegar a casa la llevo directamente a la que será su habitación.
Me ocupo de la pequeña, llevándola hasta la cama y limpiando su rostro e inspeccionando que no tiene más moretones por mis bruscos agarres. Permanece inconsciente, pero respira y está estable.
Así que llamo al doctor.
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