33

Aang

Thais ha estado muy rara desde el ataque en el club, sabía que no era buena idea llevarla ahí porque ahora solo me evita. Además, tengo otros problemas. Al parecer alguien mató a otro francotirador y estoy en deuda con esa persona desconocida. No me gusta eso.

Hoy tengo mucho trabajo por hacer, pero no he podido concentrarme. El dolor de cabeza llamado Thais no me deja pensar. Su recuerdo viene a mi mente y luego se va.

Debo concentrarme.

Miro los documentos sobre el escritorio de mi biblioteca.

Thais ha sido perfecta. Ella es exactamente, lo que quería y necesitaba. Tengo tantos planes, tantas cosas que deseo experimentar y hacerla llegar hasta su límite que ni siquiera sé con exactitud por dónde empezar.

Hasta ahora le ha gustado todo lo que le he hecho, estoy seguro que le encantará lo que tengo preparado. Quizás se asuste un poco, pero le terminará por gustar. Solo necesita unos días más antes que le muestre lo torcido que puedo llegar a ser. La estoy preparando para lo que realmente quiero hacerle.

En ese mismo momento, alguien abre la puerta. Exasperado, respondo, un poco brutalmente, sin levantar la cabeza.

—¿Qué es lo quieres, Thais?

Ella es la única que se atreve a entrar sin tocar cuando quiere hacerme enojar. La mayor parte del tiempo toca la puerta, pero cuando se pone en plan de fastidiosa puede convertirse en un auténtico dolor de cabeza.

Es demasiado vengativa, se niega a hablar conmigo solo porque en el desayuno le negué prestar mi teléfono para llamar a su amiga.

En la cena me ignoró por completo.

Siento ganas de subirla al escritorio y saciarme de ella, además, de que sé que en el momento que me encuentre entre sus piernas toda rabia y enojo se esfumara. Me arrepiento de mi brusca acción de cólera contra Thais. Pero para mi sorpresa es Lou, quien está parada frente a mi escritorio cuando levanto la cabeza.

—Pareces enojado, ¿quieres que te ayude con el estrés? —ella se muerde el labio.

Me había olvidado por completo de ella.

Veo que comienza a desnudarse. —Suena bien, pero no me apetece.

Su cara cae un poco antes de que una sonrisa seductora se acerque a sus labios. Da vueltas por el escritorio y si dijera que no presto atención a la forma en que sus caderas se balancean a cada paso estaría mintiendo. Se pasa el pelo largo y rojo por encima del hombro y se baja hasta mi regazo.

—Aang —ronronea, rozando sus labios sobre mi mandíbula. —Te he echado de menos. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez.

¿Su voz era tan molesta antes?

—Lou, es en serio, no tengo ganas.

Se levanta como si le hubiera tirado ácido a la cara.

—¿Perdón? —se indigna y luego me aclara. —Te recuerdo que nuestro trato es que cuando tú quieres, yo quiero y cuando yo quiero, tú quieres. Y quiero ahora. No has parado de ignorarme desde que tienes a esa chiquilla.

Se quita el abrigo, revelando que no lleva nada puesto salvo un dudoso modelo de lencería color piel (digo dudoso porque apenas si le cubre algo).

—Por favor, vístete.

En honor a la verdad, debo admitir que es muy guapa estando así. Dios sabe que es una tentación. Nuestros encuentros fueron increíbles y si hace un mes me hubiera propuesto lo mismo no dudaría en tirarla al suelo y montarla como un animal. Pero no me hace vibrar como Thais. Después del sexo el vacío quedaba igual, solo era una diversión momentánea. Con Thais es diferente. Siento el mismo placer dándola que recibiéndola de ella... está más allá del sexo. Al verla así medio desnuda enfrente de mí, lo único en lo que puedo pensar es en Thais y lo que tengo ganas de hacerle esta noche.

—¡Oh, Dios mío! No puedo creer que me estés rechazando por aquella niña insípida —su voz parece herida y empieza a vestirse de nuevo con rabia, desencajado su rostro.

—Te acompaño hasta la salida —digo cruzando los brazos. Respiro hondo mientras ella me fulmina con la mirada.

—Sé llegar sola, gracias.

Salgo hasta la sala ignorándola, justo cuando voy a subir las escaleras veo a Thais agarrando el barandal mientras mira hacia abajo, su cabello suelto con ondas salvajes. Ella no puede verse más sexy si lo intente.

Lou sale en ese mismo momento, me mira y frunce el ceño.

Ignora a Thais, quien la mira fijamente, amenazándola en silencio mientras camina hacia la puerta.

No sabía que era tan celosa.

Cuando Lou cierra la puerta, desapareciendo, afortunadamente. Thais me dedica una vaga mirada, alejándose.

Voy a su dormitorio. Subo los nudillos hasta la puerta y toco ligeramente.

—Entra —su respuesta me toma totalmente desconcierto, pero no puedo evitar el cosquilleo que me sube por la columna.

Entro y la veo sentada al borde de la cama con las piernas cruzadas. El deseo y el poder que siento al tenerla debajo de mí me domina por completo.

Tiene los labios entreabiertos y su mirada parece poseer deseo. Me siento en la cama junto a ella, le pongo la mano en la mejilla y la beso como me gusta.

—¿Tan insatisfecho te dejó esa? —se levanta, noto la pizca de celo y veneno en su voz.

¿Quién la entiende?

Hace una hora me mando al diablo y ahora eso...

Aunque debería irritarme su comportamiento no lo estoy.

—No sabía que eras del tipo celosa.

—¡No lo soy! —su voz incluso corta el aire. Escuchar su enfado y posesividad me excita. Mi entrepierna cobra vida. —Solo que no soporto a los malditos mentirosos, ¡los embusteros! Te acuestas conmigo sin protección y luego se la metes a ella como adolescente hormonal, solo busco cuidarme —ahora hay temblor en su boca. —Llegas a pegarme algo por no poder mantener tu pene quieto y te castro.

La atrapo de la cadera y la beso, forzándola a separar los labios y tratando de controlar su lengua con la mía.

Intenta alejarme, pero aprieto mis brazos alrededor de su cintura, cede lentamente y me devuelve el beso.

—Espera... Detente que no estoy de humor... —gime sofocada. —Esos tipos de cosas son molestas. A ti tampoco te agradaría que yo estuviera con otra.

—Te dije la verdad. Entre Lou y yo no existe nada. Estoy aquí contigo. Y no te debo explicación.

Ella muerde el labio incrédula.

Atrapo sus labios. Me devuelve el beso de inmediato, me pone las manos en la cintura, con los dedos me presiona los costados. Por más que se hace la difícil, no puede negar que adora mi cuerpo entrelazado con el suyo, saborear mi lengua, olerme y tocarme, como yo a ella. Le doy un apretón en el trasero y ella gime contra mi boca. Mis manos bajan hasta su espalda, entrando por debajo de su vestido, juego con el resorte de sus bragas.

La desnudo y después quito mi ropa de dormir. Estrujo sus senos voluptuosos entre las palmas, son del tamaño perfecto, como si hubieran sido creados en mis manos. Le pellizco los pezones, los retuerzo, su cara es una mueca de dolor mezclado con placer al mismo tiempo.

Sin dejar de devorar su boca la guío hacia la cama y yo quiero disfrutar un poco más de sus labios carnosos, tocarla, pero no puedo aguantar más preámbulo. Quiero estar dentro de ella ahora.

—Sobre la cama.

Las llamas ardientes surgen de su interior, reflejándose en sus ojos. Aquel fuego de desafío arde en ella; odia que le dé órdenes y a mí me encanta verla enojada.

Somos masoquistas el uno del otro.

Está vez obedece mi orden, poniéndose a cuatro patas. Muevo la lengua en círculos sobre su clítoris antes de introducirla en su abertura. La saboreo, dándome un festín con ella. Le agarra las nalgas con ambas manos y las estrujo. Mi boca lo lame y succiona a conciencia, tornándola con más agresiva. Se le debilitan los brazos y apenas es capaz de sostener su propio peso. Deja caer la cabeza en la cama y respira con dificultad.

Soplo sobre su sexo y deposito otro beso en él.

—¿Te quieres correr, pequeña?

—Por favor, Aang.

La beso de nuevo, esta vez con delicadeza.

—No te he oído.

—Por favor —dice más alto.

Ejerzo más fuerza en círculos sobre mi clítoris palpitante, aplicando la presión perfecta para arrastrarla a un clímax intenso que casi la hace arrancar las sábanas de la cama. Me clava las uñas en el antebrazo y apenas puede evitar que sus caderas se sacudan contra mi boca. Me levanto y siento sus jugos en mi boca.

Coloco mis manos en sus caderas para mantenerla alejada de mí. Luego la doblo sobre la cama, colocando mi palma entre los omóplatos para obligarla a que se apoye. Dejándola en la posición que quiero.

Me paro detrás de ella y coloco mis manos en la parte baja de su espalda. Me entierro violentamente en su interior, deleitándome de la sensación de su abertura apretándose a mi alrededor.

—Oh, Dios... Aang —se agarra a las sábanas; sin poder contener los gritos de placer desatados.

Se cierne tan bien alrededor de mi erección cada vez que la penetro. Puedo sentir como tiembla de placer, nuestra diferencia de tamaño es tan desigual. Sin embargo, ella se moldea tan perfectamente. Todo su cuerpo ha sido creado para mí.

Estar dentro de ella es como tocar el cielo. No necesito nada más, deseo jamás salir de ahí. Sus gemidos son la mejor música que jamás había escuchado.

Me balanceo en su interior con más fuerza, ahora sus silenciosos gritos me excitan. Yo aumento la intensidad de mis embestidas dándole todo de mí, sintiendo que me oprime el alma de tanto placer.

Mi posición dominante se fortalece y no me avergüenzo de admitir que me encanta saber que mi tamaño le causa dolor y placer a la vez. Que aún así sigue pidiendo que le dé más duro.

Thais arquea la espalda y empuja su cadera hacia atrás, moviéndose conmigo, queriendo más de aquella erección.

Grita, enterrando el rostro en el edredón.

Me inclino sobre su espalda y le doy un beso en la boca, devorándola. Me doy cuenta en este momento de que soy adicto a esto. No solo a eso, sino a ella y la idea de otros hombres después de mí, me molesta, me enferma. Me hace sentir ira inexplicable en el fondo de mis entrañas.

La agarro del cuello y la coloco contra el colchón. Pongo un pie encima de la cama y doblo la rodilla para tener mejor acceso. Me deslizo dentro de ella como un hombre hambriento por su mujer.

Su garganta estalla al instante en una serie de gemidos y sollozos. No pasa mucho tiempo para que se abandone gritando mi nombre.

—Oh... Aang.

Me enorgullezco, sintiéndome el rey del mundo. La he conquistado.

Es la primera vez que dice mi nombre en pleno orgasmo, cegada de placer —siempre lo dice durante el sexo, pero nunca lo había dicho en medio de un orgasmo—, en este instante sé que es mía por completo y mi clímax estalla más poderoso que nunca.

Thais es mía.

Solo mía.

Aquello es lo que más me excita de todo.

Me inclino sobre ella y entierro la mano en su pelo, agarrándola con firmeza para que no se escape. Ella gime más fuerte, suelta un grito callado mientras yo la lleno de mi semilla.

Mi mujer.

Jodidamente mía; tanto en cuerpo como en alma.

Una oscura sensación de obsesión se apodera de mí, instándome a hundirme en su apretado calor de nuevo.

Mi aliento caliente roza su cuello —Di que eres mía.

—No.

Le agarra el cabello, tirando de su cabeza hacia atrás con un agarre despiadado. —Di que eres mía —repito la palabra de forma lenta y amenazadora.

—No soy tuya —dice mas para sí que para mí.

—Mentirosa.

—No soy tuya –repite con menos convicción.

—Eres mía, Thais. De hecho, siempre lo fuiste, así que es mejor que lo admitas.

—No —se resiste. —No lo soy, si estoy contigo es porque me obligaste a aceptar tu acuerdo, ¡me secuestraste para que lo fuera, pero aún así sigo sin ser tuya! Jamás lo seré de nadie.

—Sigue diciéndote mentiras si crees que eso te ayudará a sobrellevarlo mejor, pero tú y yo sabemos que quieres esto. Quieres ser mía para follar y castigar, para poseer y depravar. No te mientas  —digo, sabiendo la verdad que ella se niega a aceptar. —Dilo.

—Nunca estuve de acuerdo con nada cuando se trata de ti, Aang. Me has obligado a todo desde el principio.

—Dilo. Di que eres mía, Thais.

—Nunca seré tuya.

—Thais... realmente no quieres enfadarme más de lo que ya estoy —la embisto justo como le gusta pero sin dejar que llegue al orgasmo. —Si no lo dices te voy a castigar.

—De todos modos, me azotarás y luego vamos a tener sexo, así que, hazlo ya.

La dejo en la cama y abro uno de mis cajones antes de regresar con ella. Me mira con miedo al ver lo que he traído.

—No te dejaré en paz. No a menos que admitas  que eres mía completamente.

—Puedes esperar sentado —me sostiene la mirada, y la mía se oscurece rápidamente, por su determinación. Sabe que no es prudente provocarlo, pero ese parece ser su objetivo. —A lo mejor deberías ordenarle a Lou que sea tuya.

—Te lo estoy ordenando a ti. Y cuando te ordeno que hagas algo, no lo piensas, no intentas desafiarme, simplemente lo haces. ¿Está claro?

—Entonces debiste secuestrar una más obediente, deberías haber conseguido otra chica y no a mí. Muchas mujeres están locas por ser tuya, ¿por qué elegirme a mí?

—Porque te quería a ti y no me contestes.

—No dejaré que me rompas más de lo que ya estoy.

Oh, pequeña, ya lo hago.

—Me perteneces.

—Nu... nunca...

—Thais... no me obligues a romperte más. Di que eres mía y te dejaré en paz.

Jamás me he contenido ni me he desbordado. Nunca he conocido fronteras ni he respetado los límites; porque esos siempre los pongo yo. Por eso desde pequeño, me aleje de las adicciones, de esas cosas de las que no puedes deshacerme fácilmente.

Pero Thais es la excepción a todo esto.

Es una adicción que no vi venir, y cuando por fin me di cuenta, ya estaba fluyendo en mi sangre, volviéndome dependiente a ella.

Por eso quiero que lo admita. Quiero que diga que es mía, mía en todos los sentidos. Mi jodida adicción y mi maldición.

—No puedo. Me romperás más si digo esas palabras —solloza, con todos sus receptores de dolor y placer pulsando al mismo tiempo.

—Si es eso lo que quieres, lo haré. Te obligaré a admitir.

Mis embestidas se vuelven profundas, agudas y animales al pensar en su resistencia

Nunca he estado tan duro como hoy. Mi erección tiene una necesidad constante de reclamarla, de poseerla y de enseñarle que nunca se irá a ninguna parte, ni de buen grado ni sin querer.

Ella es mía.

El cuerpo de Thais se estremece y sus dedos se enredan en el cinturón que he colocado alrededor de sus muñecas en el gancho del poste de la cama. Se ve tan hermosa y tan mía.

Un sollozo desgarra su garganta y sus labios se fruncen, como si estuviera conteniéndose.

Le clavo los dedos en las nalgas y con la otra mano le levanto un poco el vientre.

Con una de mis rodillas firmemente plantada entre sus muslos abiertos, esta posición me da más espacio para penetrar en ella.

Thais muerde la almohada, amortiguando sus sonidos de nuevo. Le obligo a soltarla y no le queda más opción que gemir con fuerza. Le suelto el culo y me inclino para que mi pecho le cubra la espalda.

Sus músculos se doblan bajo mi contacto, cediendo un poco mientras sus paredes se aprietan alrededor de mi sexo.

Sus ojos se encuentran con los míos, con la humedad acumulada en ellos. Son tranquilos, pero desafiantes. Decididos, pero tristes, como una catástrofe natural que no quiere arruinar la vida de la gente, pero que sabe que tiene que ocurrir de todos modos. Ella es mi huracán y no me importa ser arrastrada por ella.

Sus entrañas me estrangulan. Me corro al mismo tiempo que ella, con las bolas doloridas por la intensidad de mi liberación. Ella me observa un rato y luego me pide entre besos que la vuelva a tomar como hace rato.

Su determinación hace que cada día sea más que una obsesión.

Thais

El sonido del despertador entra en mi cerebro. Literalmente.

—Te sugiero que descanses, hoy no podré salir a correr contigo —me susurra y me planta un beso en las mejillas, gimiendo abro mis párpados.

Lo de anoche fue duro, inflexible, y no se apartó de mí hasta que me dejó casi inconsciente. Me alegro de que me limpiara y cubriera mi cuerpo con un camisón, la suerte que tengo es que nunca me deja sucia después de poseerme. Siempre me baña y me arropa.

Quiero convencerme de que no me gusta nada de eso.

Que no tendré más remedio que dejarlo, seguir adelante con mi vida después de que me deje en libertad. Pero, ¿es así si mi cuerpo siempre se deshace cuando me toca?

¿Si lo anhelo tan pronto como su mano está sobre mí?

¿Por qué disfruto tanto con alguien que me hace tanto daño?

No es su toque lo que odio. Es a él.

Aang se desliza fuera de la cama. En el instante en el que desaparece su cuerpo, la cama queda un poco más fría. Casi en el instante que entra al baño, escucho el ruido de la ducha y las ganas de unirme con él me taladran.

Espero un instante, pero nada. Seguro sigue enojado conmigo por lo de anoche.

Anoche me había sumergido a otro mundo mientras nos movíamos juntos.

Aquello fue tan intenso, memorable y retorcido.

Verlo salir de la biblioteca con Lou, había provocado algo inexplicable en mí y no pude evitar reaccionar como lo hice. Porque por el amor de Dios, alguno de los dos tendría que aclarar el tema, ¿no? Si realmente vamos a seguir siendo eso; amantes.

Tenía derecho a reclamarle, sé por experiencia propia que si ve un hombre acercarse a un metro de mí, le meterá un tiro sin pensarlo dos veces. Eso no significa que me ama, o que yo lo hago. Simplemente giramos entorno a la posesión.

No nos pertenecemos, pero tampoco pertenecemos a otros. Solo que cada vez que nos entregamos nos hundimos juntos a la oscuridad.

Me envuelvo más estrechamente con las sábanas para combatir el frío, y vuelvo a quedarme dormida. Parece pasar solo unos minutos cuando escucho el sonido de la puerta cerrarse. Aang está en pie en la puerta del baño. No quiero abrir los ojos, pero la vista me obliga.

Aang se frota vigorosamente los cabellos, una toalla de baño alrededor de su cintura me pide a gritos arrancarlo y obligarlo a él a montarme sin descanso.

Veo algunas gotas de agua caer todavía sobre su piel lisa, siguiendo las líneas de su musculatura perfecta.

—¿Te gusta el espectáculo?

Yo me siento sobre la cama, rogando a Dios no tener aliento a muerto. Porque estoy segura de que Aang tiene aroma a menta incluso antes de cepillarse. Este hombre no es humano. De hecho, creo que yo soy la de otro planeta.

Tiro de las sábanas sobre mi pecho para mantener el calor. Aang sonríe, una breve sonrisa, sincera y bella y que lo hace más bello. Se acerca a la cama y se inclina para darme un beso.

Nuestras lenguas luchan entre sí, aún no entiendo como hace para hacerme temblar tanto entre sus brazos. Sus besos son salvajes, no dejan pensar es como estar bajo su encanto. Mis manos se aferran a sus brazos, sin la intención de soltarlo.

Se aparta para mi frustración. —Nos vemos en la noche.

No tengo tiempo para replicar antes de que llegue a la puerta.

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