32

Pasado

Thalia

Desde que Elliot se int­ro­du­jo en mi gar­gan­ta ha­ce dos se­ma­nas, ha aumen­ta­do sus mé­to­dos de ju­ego. Aho­ra, no ten­go ni idea de cu­án­do de­mo­ni­os comenzó a gustarme tanto. Me ti­ene en vi­lo to­do el día. La sen­sa­ci­ón de lo des­co­no­ci­do aumen­ta la anticipación hasta que es casi... excitante.

Sí, excitante es una pa­lab­ra muy ext­ra­ña en mi diccionario, pe­ro si exis­te una de­fi­ni­ci­ón pa­ra el­la, es ab­so­lu­ta­men­te Elliot. Cuando el juego se dis­pa­ra, casi me cor­ro en ese mo­men­to, me lla­ma pa­ra estimularme, el or­gas­mo su­ele ser un hec­ho, y es diez veces más fu­er­te.

Nuestra di­ná­mi­ca es ext­ra­ña, y a me­nu­do cho­ca­mos en to­do. Los dos se­gu­imos luc­han­do por el po­der que nos dé ri­en­da su­el­ta pa­ra con­se­gu­ir nu­est­ros objetivos. Yo, por­que qu­i­ero que todo eso termine, incluso la adicción que siento por él. Cada vez estoy más cerca de revelar la identidad de Escorpión. Elliot, su­pon­go que por­que qu­i­ere seguir metiéndose bajo mis bragas. Yo su­pon­go por­que nun­ca pu­edo es­tar de­ma­si­ado se­gu­ra de na­da que le con­ci­er­na. Sigue siendo un tú­nel os­cu­ro sin sa­li­da.

Abandona nuestras salidas en cu­an­to le ape­te­ce, fingiendo que ti­ene que tra­ba­j­ar, a veces se po­ne a tec­le­ar en su te­lé­fo­no co­mo si fu­era su aman­te o al­go así. Hace una semana me presentó a su colega y amigo Aang, creo que se llama así. Super extraño y frío, me miraba como si fuera el enemigo. Le escuché decirle a Elliot que no con­fía en mí y que no qu­i­ere que pa­se más ti­em­po conmigo del necesario si quería seguir en no sé qué. Fue una conversación bastante extraña.

Elliot es in­te­li­gen­te, y la for­ma en que ha es­ta­do preguntándome cosas es como si sospechara que le miento. Cuando le pre­gun­té por su trabajo, me di­jo algo de lo que es­toy le­j­os de cre­er en sus pa­lab­ras, pe­ro tam­po­co pu­edo en­ten­der por qué de­mo­ni­os está haciendo to­do es­to.

Luego, du­ran­te al­gu­nas noc­hes, ha es­ta­do lle­gan­do a ca­sa tar­de, des­pu­és de que yo me du­er­ma. Solo le per­ci­bo cu­an­do me aca­ri­cia por det­rás y se introduce en mi in­te­ri­or; despierto llena de ganas y lo dejó montarme o lo montó como una Amazona insaciable.

Por las ma­ña­nas, me des­pi­er­ta con sus di­en­tes mordisqueando mi cu­el­lo y sus de­dos em­pu­j­an­do pro­fun­da­men­te dent­ro de mí, y lu­ego no me de­ja ir has­ta que gri­to mi or­gas­mo, y sin decir una palabra se va.

Odio lo na­tu­ral que se ha vu­el­to es­ta ru­ti­na en el lapso de dos se­ma­nas. Odio que cu­an­do no se unió a mí anoc­he, no de­jé de dar vu­el­tas en la ca­ma to­da la noc­he.

Cada vez que no está dent­ro de mí, sien­to que me fal­ta al­go porque en esas últimas semanas Elliot me pe­net­ró.

Y me pe­net­ró.

Nunca de­jó de ha­cer­lo.

Un homb­re nun­ca me ha­bía pe­net­ra­do así en to­da mi vi­da y eso que solamente llevamos dos semanas de estar saliendo. No quiero imaginar un año.

Nun­ca me ha­bían hec­ho sen­tir tan de­se­ada, tan se­xy. Nun­ca me ha­bían hec­ho sen­tir co­mo la mu­j­er más se­xy del mun­do mientras me toma como a una cualquiera.

Y eso que pensé que me gustaba el sexo vainilla. No quiero decir, que ha dejado de gustarme el sexo dulce, sino que amo esa forma en que Elliot lo hace.

Sus ma­nos si­emp­re están sob­re mí, y su mi­emb­ro nun­ca pa­re­ce ab­lan­dar­se. Mi­ent­ras un homb­re normal co­men­za­ba a abur­rir­se, Elliot pa­re­ce vigorizarse. Me voy a dor­mir con tan­to se­men ent­re mis pi­er­nas que manc­ha las sá­ba­nas por to­das partes.

Nun­ca an­tes me ha­bía pe­net­ra­do una erección co­mo la de él. No es so­lo lar­go, si­no gru­eso, y esas dimensiones perfectas al­can­za­n mi de­seo en los lugares cor­rec­tos. Es el ti­po de mi­emb­ro hec­ho pa­ra te­ner se­xo, per­fec­to en su for­ma y du­re­za.

Sabe como tocarme y hacerme llegar a ese alucinante orgasmo. Pero aquel recuerdo se desvanecerá con el tiempo. Mi atracción desaparecerá cuando termine con Cane y vaya a mi próxima misión. Él volverá a ser mi aventura en París con un fotógrafo, con el que rara vez llegaría a cruzar de nuevo.

Y para mí aquello es perfecto.

Sin duda alguna, no es un hombre que vaya a tener esposa e hijos algún día.

Es perfecto para mí.

Es una lástima que a Gian le caiga mal. Según él es un vil mentiroso y no parará hasta destruirme.

Sacudo la cabeza para alejar mis pensamientos mientras veo de nuevo a mi objetivo intentando escapar en su helicóptero. Los rusos reclutan personas para su organización. No importa etnias, religión, ni el sexo. Buscan el soldado perfecto para su ejército de asesinos. Pero no todos los soldados suelen ser fiel, mi objetivo es Kozlov; agente doble, padre de familia con cincuenta y siete años, pero nada de eso me importa ahora. Debo eliminarlo porque quiere vender información de nuestra organización a Escorpión.

Inspiro y espiro constantemente, esperando el hueco. Cuando lo tengo, aprieto el gatillo.

No es el más limpio de los disparos, pero le da en el cuello, un tiro mortal. Rápidamente, me pongo de pie y atravieso la puerta, usando la pistola de repuesto para atascar la barra de liberación en su lugar. Salgo corriendo por las escaleras, saliendo al piso debajo de la habitación de hotel bañada en sangre de la que salí, ya que antes de llegar a él tuve que eliminar a sus guardias. Tengo que llegar rápido a otro hueco de la escalera. Una mujer con la ropa manchada de sangre, cargando una semiautomática va a dar la alarma y la policía o mejor dicho, la mafia no tardará en llegar.

Mi teléfono suena justo cuando me meto en el hueco de la escalera en la esquina opuesta del edificio. Toco mi auricular.

—No es un buen momento —gruño.

—He estado intentando localizarte durante las últimas veinticuatro horas. Así que dime, ¿cuándo es un buen momento? —pregunta Elliot.

—He estado fuera de la red.

—No me digas —hay algo en su voz que consigue provocar un cierto nivel de irritación, me atrevo a decir, de ira. Es una habilidad; realmente lo es, porque yo no me enfado. La ira es una emoción inútil y solo sirve para cegar la razón. Pero después de lo que dijo Gian no logro controlarlo.

—Mira, ¿puedes llamar después ahora que estoy trabajando? —jadeo, corriendo. Vuelo tras vuelo de escaleras.

Se ríe a carcajadas. —Oh, Thalia. Creo que ya lo hemos superado.

—¿En serio? No lo hago —digo sin rodeos. —Realmente, no me gusta tomar llamadas en el trabajo, así que adiós, rubito.

La puerta en lo alto de las escaleras se abre, el sonido resuena alrededor de la escalera de hormigón vacía.

Tengo una buena pista pero aún así prefiero salir limpia. Alguien dispara un par de rondas y hace saltar la barandilla metálica a mi lado.

Cuelgo y acelero el paso, lanzándome por una puerta que sé que debería conducir a la plataforma de estacionamiento. Subiendo la rampa al siguiente nivel, reviso sobre mi hombro para ver si hay algún posible contacto. Salto en el Porsche estacionado bajo una luz rota y doy un golpe con la mano sobre el botón de arranque. El motor ronronea y pongo el pie en el acelerador, haciéndolo escupir y gruñir mientras los neumáticos chillan contra el asfalto.

Salgo del estacionamiento, dejando atrás el hule humeante. Los hombres de Kozlov irrumpen en la calle a pie, solo para verme alejarme. Eso estuvo cerca. Demasiado cerca. Presionando la marcación rápida, escucho el sonido del auricular con un tono de llamada.

—Thalia —Sasha responde en el primer timbre. —¿Y el objetivo?

—Esta muerto, algunos de sus hombres también —le digo, hablando en ruso rápido.

—Buen trabajo.

Él cuelga y yo acelero hacia mi casa por un cambio de ropa antes de conducir hacia el bar.

Gian me está es­pe­ran­do en la par­te de at­rás del bar. Las lu­ces están ba­j­as, y po­cas per­so­nas están be­bi­en­do tan tar­de un mar­tes. Gian va comp­le­ta­men­te de neg­ro, sos­te­ni­en­do su va­so de whisky co­mo si fu­era una mu­le­ta que ne­ce­si­ta pa­ra ca­mi­nar. Ape­nas le­van­ta la vis­ta cu­an­do me sien­to fren­te a él.

Él ya me ha­bía pe­di­do una co­pa de vi­no.

El papel de novio tonto le queda muy bien.

—¿Qué pa­só? —pre­gun­ta, exa­mi­nan­do al ins­tan­te mi re­la­ci­ón con Elliot.

—Hola. Me aleg­ro de ver­te tam­bi­én. ¿Qué hay de nuevo?

Le­van­ta la mi­ra­da y me dirige una mi­ra­da cru­el.

—Elliot es un pu­to men­ti­ro­so y es posible que se aborte todo el plan por dejar que se metiera entre tus piernas —gol­pea con el pu­ño cont­ra la barra, haciendo que to­do tiemble ba­jo la fu­er­za de su mano.

Me cal­lo an­te el in­sul­to, pe­ro no sal­to en su ayu­da.

Mi compañero está de­ma­si­ado en­fu­re­ci­do pa­ra eso. De­be es­tar ha­ci­en­do esos in­sul­tos por una ra­zón válida.

—¿De qué es­tás hab­lan­do?

—Sabía que era un gran men­ti­ro­so —toma un trago. —Mal­di­ta hijo de pu­ta.

Mantengo mi ira ba­jo cont­rol a pe­sar que qu­iero pegarle un pu­ñe­ta­zo en el rost­ro y luego darle una paliza de muerte.

—¿Qué hi­zo?

—Investigué más a fon­do y des­cub­rí que la empresa en el que trabaja es una empresa fantasma. No hay rastro de él.

—¿Absolutamente na­da? —mi­ro a Gian mientras tomo un trago.

—Fui tan le­j­os co­mo pa­ra pre­gun­tar ba­jo ti­er­ra, Thalia —di­ce él con su voz ron­ca. —Y na­die sa­be nada sobre Elliot Martin an­tes de que te conociera.

—¿Ni si­qu­i­era an­tes de la épo­ca de su juventud?

El ni­ega con la ca­be­za. —Hay ot­ra co­sa.

—¿Qué?

—El apel­li­do Martin pod­ría ser fal­so.

Excelente. El homb­re que to­mé por amante es el mayor misterio de to­dos.

Cu­an­do Gian aseguró demostrar que era un farsante, no es­pe­ra­ba un in­for­me de­tal­la­do, pe­ro pen­sé que al me­nos sab­ría al­go sob­re su pa­sa­do. Pod­ría ser cualquier cosa. Hace ti­em­po que me di cu­en­ta de que vivo en un mun­do de mentirosos, pe­ro el es­co­zor es di­fe­ren­te es­ta vez. Si­en­to que per­dí más de mi poder antes él, al­go que no vol­ve­rá a su­ce­der.

«No puedes de­j­ar que vuelva a suceder», me reprendo.

—¿Thalia?

Miro a Gian. —¿Sí?

—Con el de­bi­do res­pe­to, ¿pu­edo pre­gun­tar por qué te metiste con al­gu­i­en a qu­i­en no po­de­mos se­gu­irle la pis­ta? Yo... Es­toy pre­ocu­pa­do por ti. Nunca te había vis­to antes distraída, si Sacha se entera te enviará de nuevo a Moscú y tendremos que cancelar la misión hasta encontrar tu reemplazo, esa es la razón por la cual no he acudido a él para saber su verdadera identidad.

Realmente no debió ha­ber dic­ho esas pa­lab­ras. Ahora el hielo que he es­ta­do cul­ti­van­do y endureciendo en afiladas ho­j­as se es­tá der­ri­ti­en­do an­te sus exp­re­si­ones de pre­ocu­pa­ci­ón. Nunca he visto una le­al­tad tan pro­fun­da co­mo la que veo en él. No me ca­be du­da de que cor­rí­a a la lí­nea de fu­ego solo pa­ra sal­var­me, y no es que yo se lo per­mi­ti­era.

Sig­ni­fi­ca muc­ho más pa­ra mí que un simp­le colega.

—No ti­enes de qué pre­ocu­pa­rte y de lo que has investigado no le digas nada a Sacha. Soy una Delgado Záitsev y si­emp­re ga­na­mos. Ade­más, el hecho de que man­ten­ga su pa­sa­do en sec­re­to no significa que no exis­ta.

—¿Qué qu­i­eres de­cir? —pre­gun­ta él.

—Significa que ten­go que in­da­gar más en el homb­re.

—Él pod­ría men­tir.

—Sí. Le ha­ré cre­er que me en­ga­ñó. Y cu­an­do crea que se ha sa­li­do con la su­ya, se­ré yo qu­i­en lo en­ga­ñe.

—Me gus­ta esa idea. Da­le una lec­ci­ón. Más si existe la posibilidad de que sea un informante de Cane.

Ya no sien­to la ne­ce­si­dad de de­fen­der su ho­nor. Alguien que me traiciona no es digno de mi respeto ni lealtad.

Media hora después llego a casa sintiendo la ira correr en mi interior.

El muy idiota me engaño y jugó conmigo.

Tiro mi bolso sobre el sofá con mal genio.

Me sien­to en la sa­la de es­tar con una co­pa de vi­no en mi ma­no. Mi por­tá­til está en mis mus­los, y es­toy investigando la pi­eza de ar­te donde quiero guardar todas las informaciones de Escorpión. Es una reliquia familiar y nadie sospechara que tengo todo ahí.

Hablando de familia desde que estoy investigando a Cane no he podido tener contacto con Thais, la única familia que me queda, pero es un peligro para mi hermanita de nueve años estar conmigo. Debe pensar que la abandoné como lo hizo su madre.

El so­ni­do de la pu­er­ta prin­ci­pal at­ra­e mi aten­ci­ón de la pan­tal­la. Suena co­mo si el pi­ca­por­te es­tu­vi­era girando la cer­ra­du­ra es­tu­vi­era si­en­do for­za­da.

Cane no tendría problemas en int­ro­du­cir­se en mi casa, así que ti­ro la com­pu­ta­do­ra de mi re­ga­zo y tomo el ar­ma que man­ten­go es­con­di­da de­ba­jo de la me­sa. Sa­co el se­gu­ro y enf­ren­to la pu­er­ta con mi arma apuntando y lis­ta.

La pu­er­ta se ab­re, y Elliot ent­ra. Como si fu­era el dueño el lu­gar. Está usan­do unos je­ans neg­ros y una camiseta gris, y su al­tu­ra qu­iere intimidarme.

Sus oj­os se mueven ha­cia los mí­os mi­ent­ras cier­ra la pu­er­ta det­rás de él. No está afec­ta­do por el ar­ma cargada que apun­ta di­rec­to ent­re sus oj­os, y ent­ra a la ha­bi­ta­ci­ón como si nada. Y reflexiono que hoy no es la primera vez que entra así, jamás me había preguntado cómo hacía para llegar a mi cama si no tenía llave.

Mínimo me había embrujado el rubito francés.

¿Quién tendría la oportunidad de pensar cuando no hacía más que satisfacerme?

—¿Qué mi­er­da es­tás ha­ci­en­do? —mi co­ra­zón se desacelera cu­an­do me doy cu­en­ta que Cane no está aquí pa­ra dis­pa­rar­me al descubrir mi identidad, pe­ro man­tengo mi ar­ma apun­tan­do al im­bé­cil que ha­ invadido mi pro­pi­edad luego de haberme mentido en la cara.

Camina di­rec­to ha­cia mí y de­ja que el ca­ñón del arma presiona cont­ra su pec­ho. Sin mi­edo, me mi­ra, con esa dis­tin­ti­va mo­les­tia en su rost­ro. Acu­na mi me­j­il­la e inc­li­na mi ca­ra has­ta que mis la­bi­os están en án­gu­lo ha­cia los su­yos.

—Una her­mo­sa mu­j­er con un ar­ma... no hay nada tan se­xy como eso —pre­si­ona su bo­ca en la mía mientras me sa­ca­ el ar­ma de las ma­nos.

Mis de­dos qu­eda­n sin vi­da mi­ent­ras de­j­o que qu­ite el me­tal de mi agar­re. Su be­so me in­mo­vi­li­za, co­mo si fu­era yo la que es­toy si­en­do sos­te­ni­da a pun­ta de pistola.

Su cá­li­da bo­ca es tan re­con­for­tan­te co­mo la recuerdo, su­ave, abun­dan­te, adictiva, peligrosa y sobretodo mentirosa. Me da be­sos in­ten­ci­ona­dos que ca­si me ha­cen ol­vi­dar que ir­rum­pe en mi ca­sa sin gol­pe­ar a la pu­er­ta y puede ser que me quiera muerta.

Tira ha­cia aba­jo los bre­te­les de mi ves­ti­do azul y lo em­pu­ja por mi pec­ho has­ta que mis se­nos están visibles. Sus la­bi­os no se se­pa­ran de los mí­os mientras él  agar­ra mis dos pec­hos en sus gran­des ma­nos y los ap­rie­ta.

Gi­me an­tes de dar­me su len­gua. —Te ext­ra­ñé, mi diosa.

A un manipulador como ese debería ser ilegal usar ese acento tan hermoso.

Me encanta cu­an se­xy se siente sus ma­nos mi­ent­ras me tan­te­a. Tan gran­des y ca­li­en­tes. Son ma­nos de homb­re, gran­des y cal­lo­sas. Sa­ben có­mo ma­ne­j­ar los pec­hos de una mu­j­er, có­mo ap­re­tar­los y ma­sa­j­e­ar­los has­ta que me qu­ede sin ali­en­to. Sus pul­ga­res se mueven sob­re mis pe­zo­nes mi­ent­ras sigu­e besándome.

—Di que me ext­ra­ñas­te.

Me con­vier­to en pa­pil­la en sus ma­nos, mis hor­mo­nas pre­do­mi­nan sob­re mi ra­bia. Es­te homb­re ha hec­ho al­go im­per­do­nab­le, pe­ro lo es­toy de­j­an­do de besarme y ma­no­se­ar­me.

—Te ext­ra­ñé.

Toma mi ves­ti­do y lo em­pu­ja sob­re mi ca­be­za, revelando mi elec­ci­ón de usar una tan­ga rosa. Me mi­ra con ap­ro­ba­ci­ón, sus de­dos se mueven por mi del­ga­do es­tó­ma­go y mis amp­li­as ca­de­ras. Da vu­el­ta a su ma­no y con el dor­so de sus de­dos si­gu­e el rast­ro ba­j­an­do por mi es­tó­ma­go ha­cia el vér­ti­ce de mis mus­los. Cu­an­do sus de­dos al­can­za­n mi clí­to­ris, lo fro­ta su­ave­men­te, usan­do dos de­dos pa­ra proporcionar la cantidad per­fec­ta de pla­cer. Me to­ca me­j­or de lo que me to­co yo mis­ma, co­mo si pu­di­era sen­tir mi pro­pio pla­cer.

Su bo­ca se mueve ha­cia la mía mi­ent­ras me be­sa de nu­evo, sus de­dos sigu­en tra­ba­j­an­do en mi clí­to­ris con pre­ci­si­ón. Sus de­dos fro­ta­n más fu­er­te has­ta que mis ca­de­ras se mueven ha­cia su cu­er­po.

Este homb­re ha­ce que me des­mo­ro­ne... y lo odi­o tanto por eso.

—No pu­edes ent­rar en mi ca­sa de esa ma­ne­ra —lo em­pu­jo con mi ma­no sob­re su pec­ho, pe­ro no se mueve. En lu­gar de eso, soy yo la que se mueve ha­cia at­rás, sus de­dos se apar­ta­n de mi clí­to­ris. —Hay un timb­re.

—¿Ya terminaste? —dice con mucha calma.

Sus oj­os se qu­eda­n pe­ga­dos a mis la­bi­os, co­mo si está es­pe­ran­do por la pró­xi­ma opor­tu­ni­dad pa­ra besarme de nuevo.

Cru­zo mis bra­zos sob­re mi pec­ho, pe­ro eso solo hace que mis se­nos se ele­ven en mi cu­er­po. —Toca el timbre, o te dis­pa­ra­ré la pró­xi­ma vez.

Una son­ri­sa en­can­ta­do­ra se ex­tien­de en su rost­ro antes de saltar encima de mí como un depredador y yo feliz de ser su presa a pesar de mi enojo.

Estoy enojada, sí, pero aquella poderosa erección no tiene la culpa. Después de estar saciada puedo volver a estar enojada con él de nuevo.

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