22
Thais
La culpa pesa como un bloque pesado que me ha caído encima. Me estoy ahogando en mi sufrimiento privado, odiándome por haber cedido ante mi captor implacable.
El sexo con él no es más que una excusa. Solo había aceptado su oferta porque no había ninguna otra opción. Pero ahora, deseo que se repita. Solo debe cruzar la puerta para que me porte como una estúpida. Se suponía que no debía disfrutar del sexo, pero lo hago. Cuando tengo su boca entre mis piernas, me enciendo como fuegos artificiales.
No me había corrido tan fuerte en mi vida.
Aang me había manipulado para tenerme justo donde él quería.
Y yo me he derrumbado.
Esto solo es un juego enfermizo para él.
Lo odio.
Y me odio a mí misma.
Me pegó y yo abrí las piernas para dejarlo entrar en mí.
Sollozo más fuerte en mi habitación, sabiendo que se ha ido y no va a volver luego que le cerrara la puerta en su cara y gritado que es un idiota.
Me limpio la cara.
Ya he tenido bastante.
No voy a aguantar más mi encierro. Solo es sexo, y he tenido que sacrificar mucho solo por ese placer.
¿Puedo sacrificarme más?
Una parte de mí desea a Aang. Pero sigo odiándolo. Odio el hecho de que en realidad él me importe. Odio el hecho de que había conseguido colarse hasta lo más profundo de mi ser. Disfruto de verdad con su presencia, incluso durante las crípticas conversaciones que mantenemos. No es así como se suponía que deba ser.
Se supone que mi captor no debe gustarme.
Tengo que salir de aquí.
Me deslizo sigilosamente por la casa y llego hasta su despacho.
Finalmente, abro la puerta y entro de un salto.
El lugar más obvio para mirar es su escritorio, así que bordeo el borde y me dejo caer en su silla de cuero. Empiezo con los cajones superiores, apartando carpetas y papeleo hasta que puedo ver la parte de atrás del cajón. Mi mano palpa la parte superior, preguntándome si está pegada a la parte inferior del escritorio.
Nada.
Reviso el siguiente juego de cajones. La mayoría de las veces, Aang lleva una Glock, pero no estoy segura dónde la podría haber puesto; no la veo en ninguno de estos cajones.
—Mira debajo del escritorio.
Suelto un siseo silencioso mientras levanto los ojos.
Con sus característicos pantalones de chándal, está de pie en la entrada, su cabello ligeramente revuelto como si hubiera rodado fuera de la cama solo para venir aquí. Pero sus ojos están muy despiertos, furiosos. Oscuros y calientes como un expreso recién hecho, su mirada podría matarme.
Mis manos se mueven debajo del escritorio hasta que lo siento, el frío escozor del metal. Lo saco del velcro que lo mantiene oculto fuera de la vista.
Se acerca al escritorio, con las manos vacías, pero con la misma amenaza.
Es una pistola, así que quito el seguro y apunto a su pecho.
Se detiene en el escritorio, con ambas manos plantadas en la madera mientras se inclina hacia adelante, sus poderosos ojos me queman por completo. Sin dudarlo, sin una pizca de miedo, me mira de frente, como si una bala en su pecho simplemente rebotara.
—¿Qué estás esperando?
Mi mano tiembla mientras la sostengo, como si yo fuera la que está siendo retenida a punta de pistola.
—Thais.
Una vez que le dispare en el pecho, puedo salir de aquí sin que me detenga. Puedo tomar uno de sus autos y marcharme, sin mirar atrás. Pero luego quienes han intentado secuestrarme me rastrearían eventualmente, y estaría justo donde comencé. Además, si le disparo a Aang, estaría muerto... y no quiero que esté muerto.
Debería después de lo que me hizo, pero no lo deseo.
—¿Este es tu brillante plan? —pregunta con frialdad—. ¿Irrumpir en mi oficina y robar mi arma, solo para rendirme? Vamos, dispárame e intenta huir, si puedes.
Bajo el arma.
—Dije, dispárame —agarra mi muñeca y fuerza el arma en su pecho.
Lanzo un grito y tiro de él hacia atrás, enferma del estómago porque el frío metal del barril toca su cálida piel, piel que yo había besado y tocado.
—Hazlo.
¿Cómo? ¿Quiere que lo mate?
—Hazlo —me mira, relajándose aún más—. Me estarías haciendo un favor. Yo soy demasiado cobarde para hacerlo yo mismo. Pero tú tienes motivos. Después de todo lo que he hecho, tendrías todo el derecho del mundo.
Pensé en si podría matarlo. Pero no puedo.
Entonces su voz llega a mi mente.
«¿Por qué no te suicidas y, te haces un favor a ti y a todos nosotros? ¿No ves que estorbas?» Me preguntó Emaline una vez. Creo que era la típica pregunta que pretendía ser cruel, pero fue la primera vez que contemplé dicha posibilidad. No supe qué decir. Quizás estaba tan loca como para pensarlo, pero siempre había tenido la esperanza de que si era una chica lo suficientemente buena, si lo hacía todo bien, si decía lo correcto o directamente me callaba, las personas que quería cambiarían de opinión. Pensaba que por fin me escucharían si intentaba hablar. Pensaba que me darían una oportunidad de estar cerca de ellos. Pensaba que al fin quizás me querrían. Siempre tuve esta estúpida esperanza. Pero luego me di cuenta que nada de eso funcionaba así que dejó de importarme.
—Dijiste que me dejarías ir solo muerta. Haré que se te cumpla.
Los latidos de mi corazón retumban en mis lágrimas, en mi garganta, mientras me llevo la pistola a mi boca.
Respiro más deprisa, y el corazón bombea como si supiera que sus latidos están contados.
Buen intento, corazón, pero no te haré ya más caso.
—Thais, me estás volviendo loco y furioso al mismo tiempo. Baja el arma o tendré que hacerte daño.
Cuando termina de hablar, cierro los ojos y aprieto el gatillo.
Clic.
No hay ningún disparo.
¿Estoy muerta? ¿He muerto?
Me palpo el cuerpo. Sigo viva. Estoy viva, por desgracia.
—¿Qué mierda es esta?
Me quito la pistola de la boca. Está mojada de lágrimas y saliva, y resbala un poco. Reviso la recámara una vez más. La bala sigue ahí.
Aang, quien había saltado encima de mí, me lo arrebata con los ojos llenos de pánico y furia.
No sirvo ni siquiera para morirme.
Me siento en el suelo, viendo a Aang agarrar la pistola rota, apuntar hacia el techo y apretar el gatillo. Un estruendo resuena en el aire y yo lo miro con los ojos abiertos. Me cae escayola en el pelo, que de negro pasa a blanco en un momento. En los plafones estucados ha aparecido un agujero pequeño.
—¿Cómo diablos...? —se pregunta a sí mismo, y eso mismo me pregunto yo, cómo diablos no morí.
Cuando aprieta el gatillo por segunda vez en la oficina, el eco es como de campana rota. Pero la muy cabrona no quiso conmigo.
Por favor. Déjame morir. Quiero acabar con esa tortura, por favor. Quiero decirle.
Aang ve mi intención de tomar el arma de nuevo, se lanza sobre mí, y me saca del suelo, me tira del sofá. Me da vuelta sobre mi estómago y me ata las manos con una cuerda de uno de los cojines, al parecer la tenía escondida ahí. Cuando termina, me sienta, o más bien me tira en un asiento blando.
—¡Estás demente! ¿Prefieres hablar así? ¿Estás cómoda? ¿Quieres matarte, pensando que es así de fácil? ¿Crees que te lo haré fácil? ¿Crees que te dejaré morir para deshacerte de mí?
Cuando termina de gritar, se pasa las manos por el pelo, suspira y me mira con ojos enfadados y fríos.
—¡No tienes permiso para morirte! —me grita. Su brazo se sale, sus dedos me envuelven la mandíbula y me aprietan hasta el punto de doler. La ira se arremolina en sus iris como una tormenta inminente y los músculos de su mandíbula se contraen irritadamente. —No te lo dejaré tan fácil —su voz es un gruñido bajo.
—No quiero estar con un un monstruo como tú —le digo, quizás más para mí que para él.
—No luches contra el destino para el que naciste. —Pone las manos en mis hombros—. No dejes que todo el mundo te diga lo que está mal y lo que está bien.
—Pero es que no voy a tener una vida normal. ¡Tú jamás me has dado una opción! —Me trago un sollozo—. Nunca... nunca voy a...
Aang niega con la cabeza.
—Estás donde perteneces —asegura. —Abraza al monstruo que llevas dentro o te consumirá. Esa es la diferencia entre la brillantez y la locura, Thais.
—No puedo... no quiero...
—En un juego de ajedrez la reina protege al rey —susurra. —O en este caso, la reina es un escudo corporal para el rey. Pero la reina se lo lleva todo —sigue hablando, dejando caer sus ojos sobre mis labios. –Eres mi reina, Thais, la pieza más valiosa del tablero, no puedes morirte.
Aang respira entrecortada, tratando de recuperarse de la conmoción. Luego me carga sin de decir nada hasta mi habitación, me desata las manos, asiente con la cabeza y cierro la puerta, marchándose. Espero unos segundos y agarro la manija, la puerta no esta cerrada con llave. No estoy muy segura de si quiero cruzar el umbral. Me siento en la cama, y un torrente de pensamientos corre por mi cabeza. ¿Iba a matarme en serio?
¿Estuve a punto de morir?
Estoy llorando por eso. ¿Mis deseos me habían llevado a esto? No estoy segura de lo que estoy diciendo, y al mismo tiempo no sé que me pasó en la cabeza cuando dispare. La ola de llanto que inunda mis ojos son como una catarsis. No sé cuánto lloro, pero finalmente Aang abre la puerta como si estuviera detrás desde hace rato, o tal vez nunca se fue para llegar hasta mí sé que al menos ha pasado una hora más o menos.
Inclina mi cabeza hacia atrás con un violento empujón cuando está cerca de la cama, acercando sus labios a mi oreja. —En tu vida vuelves a intentar eso de nuevo.
—Fue un momento de debilidad... estaba histérica... a lo mejor fue un ataque de pánico, un momento de locura, no volverá a suceder.
—Lo digo en serio —advierte, acercándose cada vez más. —No puedes morir, te lo prohíbo, Thais. Puedes correr, puedes poner la mitad del mundo entre nosotros si quieres, pero eres mía, cada maldito pedazo de ti es mío —dice tirando su pulgar sobre mi labio inferior. —Yo puedo matarte, pero tú no. Intenta suicidarte de nuevo y no te gustará lo que pase después.
―Estoy perfectamente bien y no haré ninguna estupidez, ahora vete ―le doy una patada en la mano y me arrastro por la cama hasta que mi cabeza llega a la almohada. El sudor se ha evaporado de las sábanas, y lágrimas y ya no están tan húmedas.
Su cuerpo se hunde en el colchón junto a mí y me pasa un brazo por la cintura. Su pecho se aprieta contra mi espalda y puedo sentir su aliento en la nuca.
―Me quedaré aquí hasta que te duermas. Pero la próxima vez que hagas algo así, te mataré yo mismo —dice, y yo sonrío.
―Estoy perfectamente. Puedes irte.
Él se queda donde está, estrechándome fuertemente con el brazo mientras acaricia mi cabello y susurra cosas que no entiendo.
En cuanto estoy más tranquila, empiezan a pesarme los párpados. El agotamiento se apodera de mí, y puedo sentir mi cuerpo hundiéndose.
Lentamente, me dejo ir hasta que cesan los pensamientos conscientes. Me quedo dormida sin soñar. Sin ideas tontas en la cabeza.
Gracias a él.
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