18

Thais

Está mañana la habitación está inundada de sol apenas abro los ojos. Me estiro en la cama, dándome cuenta que estoy sola. El lado de la cama no está deshecho lo que significa que no durmió conmigo.

¡Genial! Me dejó hecho trizas con su arma mortal y ni siquiera se dignó a dormir a mi lado. Ay, cuanto me alegro por eso.

Es la primera vez que me alegro de que sea tan patán. Ojalá sea así todo el tiempo.

De ayer por la noche, solamente recuerdo la habitación de arriba, haberlo amarrado, azotado. Después de eso nada. La pared, él y nada más que él castigándome una y otra vez sin piedad, sin contemplación hasta alcanzar la cúpula.

No recuerdo haber llegado hasta aquí, pero debe haber sido él quien me trajo.

Veo que es la misma habitación que desperté desde que estoy aquí, un poco atontada salgo de la cama, haciendo una mueca por el dolor que siento en el interior. De hecho me tiemblan las piernas mientras voy al baño, los muslos internos me duelen de abrirlos de par en par.

Respirando profundamente, me apoyo en la puerta del baño para tomar un breve descanso, luego me dedico a cepillarme los dientes y ducharme.

Mis músculos están doloridos, sí, pero ese dolor me evoca deliciosos recuerdos. Lo siento en cada poro de mi piel al recordar que estuve con él durante la noche.

Obviamente no volverá a pasar. Eso fue una locura, algo de una noche y se olvidará. Cumplí con mi parte y él también. Ese era el trato. Ya nada me obliga a acostarme con él de nuevo y no lo haré.

Cuando salgo del cuarto del baño envuelta en una toalla, con el cabello húmedo, me visto rápidamente con un pantalón corto y una camiseta gris, luego me escabullo al comedor para mi gran decepción y alivio veo solo a Anton, quién parece haber estado esperándome.

Me saluda con un 'buenos días, mademoiselle" y le respondo secamente antes de dedicarme a comer en silencio.

—Monsieur Briand, indicó expresamente que no debe salir de la casa antes de su regreso, mademoiselle —dice él, con voz pausada y tranquila.

—¿Qué no debo? —digo casi irritada.

—Lo siento, mademoiselle. Pero es una orden además, toda la zona está asegurada —¿teme que intente escapar de nuevo? Porque es lo único que he intentado desde que llegué aquí.

Maldito infeliz.

Mi mirada habla por sí misma y Anton retoma su discurso.

—Puedes disfrutar de la piscina si no quieres quedarte encerrada en la habitación.

Asiento. Él desaparece en total sigilo...

Entrada la tarde, después de haber hundido mi aburrimiento en un libro que tomé de la biblioteca de Aang y cenando sola en el comedor. Estoy más que indignada.

¿Me está evitando?

Desde que estoy en esa casa jamás había llegado tarde, su rutina era muy monótona por lo que sin la necesidad de un reloj sabía exactamente cuando llegaba a casa, pero hoy no quiere aparecer.

Atravieso la cocina tranquilizada por esos pensamientos y tomo una botella de agua, unas cerezas, luego voy a tenderme en una de las tumbonas. Leo durante media hora aproximadamente.

De repente, sin que lo haya visto acercarse, Terrence se encuentra frente a mí.

—Hola.

Lo miro recelosa y dejando el libro a un lado. —Hola.

—¿Por qué sigues aquí?, ¿por qué no te escapaste cuando tuviste la oportunidad? —entra las manos en el bolsillo y una sonrisa cruza por mis labios.

—Pensé que seguirían fingiendo que no sabían nada.

—Creo que Aang ha subestimado tu inteligencia. Usted es refrescante Thais, una especie rara en una fauna y eso me agrada —se sienta a mi lado. —Pero aún no respondes mi pregunta, ¿te quedaste por Aang... o algo más?

—Por ninguno de los dos. ¿Tan barata y corriente me veo?

—No quise ofenderte.

—Solo me ofende quien puede, no quien quiere. Y si me quedé fue porque descubrí que era una trampa —giro la cabeza para ver su expresión.

—¿Trampa?, ¿por quién? —parece de verdad sorprendido o es un buen actor.

—Por la francesita de Lou —le susurro sin poder evitar el veneno.

—¿Y cómo te diste cuenta?

Miro la oscuridad, regresando esas imágenes a mi mente.

Estuve tentada a irme, corrí por el pasillo sin la intervención de nadie que obstruyera mis pasos.

No fue difícil llegar al portón, lo que me pareció totalmente raro y desconcertante. Esa huida sería demasiado fácil pensé, debería ser una trampa por eso me presenté en el portón diez minutos antes de lo acordado. Esperé ver al chófer/guardaespaldas.

Pero no fue a él a quién encontré.

Era él y Lou en plena conversación, sin percatarse de mi presencia, me escondí. Durante un instante dudé de quedarme allí para escuchar su conversación (prácticamente se estaban comiéndose el uno al otro); parecían confabulados y mi curiosidad aumentó lo que me hizo que parara la oreja y escuché sus voces que venían del exterior.

—¿Estás seguro que se escapara? —le había preguntó Lou y automáticamente cesaron los besos.

—Está tan desesperada por escapar que no dudará en aprovechar la oportunidad.

¿Qué cojones pasaba aquí? Pensé.

—Tienes que torturarla, hacer que ni ganas tenga de caminar. Luego la dejas abandonada en la carretera y la cereza del pastel es que se encontrará con Aang en el camino —su voz no ocultó el desprecio que sentía por mí. —Él no se lo va a perdonar.

Yo me quedé ahí hasta oír cómo Lou se iba en su auto. Cuando el chófer estuvo solo, finalmente volví al dormitorio de Aang y me quedé en la ventana viéndolo mientras miraba su reloj a cada segundo que pasaba. Esperaba que se fue para robar un auto e ir hasta la embajada, pero se quedó ahí, por lo cual no bajé. No iba a confiar en él para escapar.

También me regresa a la memoria que tampoco puedo confiar en nadie de está casa; porque soy una prisionera. Antes de que pueda darme cuenta, Aang aparece frente a nosotros. Terrence me guiña un ojo y desaparece en la semi oscuridad.

Volteo en dirección a Aang, dándole una vaga mirada. Se ha cambiado de ropa, lleva unos pantalones de chándal gris y una cómoda camiseta, el olor a lavanda que desprende de ella me indica que se ha duchado.

Me enfoco de nuevo en el libro, ignorándolo.

—¿Estás bien? —me pregunta, sentándose a mi lado.

—Ajá... —murmuro, sin mirarlo.

—¿Qué tal tu día? —deposita una mano en mi muslo, tratando de obtener mi atención.

—Bien.

—¿No tienes interés en entablar una conversación? —quita el libro de mis manos.

—¿Tú qué crees? —le pregunto con un gesto burlón.

Yo, como una idiota, aparto la mirada porque me produce un inesperado deseo, incluso mi pierna con vida propia se abre para permitirle el acceso a mi interior.

—¿Estás molesta? —la yema de sus dedos recorren deliciosamente la parte interior de mis muslos.

—Ajá...

—Vuelves a decir «ajá›› y no respondo —su voz no muestra ninguna inflexión.

—Ajá... —trago saliva.

—Thais —me advierte. —No juegues con fuego.

Me encanta provocarlo porque se que su castigo será implacable y mi revancha mucho más.

—Aang, yo soy fuego.

Se me detiene el corazón cuando me agarra del cabello para que quede cara a cara, luego toma una cereza, la pone en la boca e intenta meterla a la mía, ordenándome sin abrir la boca que separe los labios.

Saco la lengua para aceptarla. Suelto un jadeo lo que hace que se me deslice por la garganta sin ningún problema.

Noto el bulto cada vez más grande a través de sus pantalones. Está observación me arranca un escalofrío y me recuerda lo que pasó anoche.

Deseo, miedo, frustración, impotencia se mezclan. Tengo ganas de alimentar su apetito, de sentir su piel, pero siento odio hacia mí por esos pensamientos.

Debe haber algo malo en mí.

—No necesitas llegar tarde con la esperanza de que esté dormida cuando llegues, sé cuando es sexo por sexo. Conozco muy bien la definición de sexo sin compromiso, así que, no necesitas ser más idiota de lo que ya eres, porque yo no seré una estúpida llorona al ver que no estás en la misma cama que yo cuando despierto, solo para que lo sepas —suelto.

Me levanto de la tumbona y, sin darme vuelta, me dirijo hacia la piscina. Tal vez el agua logra calmar mi apetito, cuando llego al borde del agua, mojo el dedo del pie para comprobar la temperatura y luego salto en ella.

—Thais, ven aquí.

Me zambullo en el agua con un placer evidente.

—Quiero que muevas el trasero y vengas a acostarte en está tumbona, cerca de mí —su voz no deja réplica alguna.

—No.

—Thais.

No le hago caso. —Piérdete, Aang.

—Si entro yo a sacarte lo vas a lamentar.

Juro con todas mis fuerzas que quiero contradecirlo, pero creo que no es buena idea. Él no dudará en ahogarme en la piscina, cuando está cabreado parece dejarse llevar por sus instintos y no piensa adecuadamente.

Es mejor perder una batalla que perder la guerra.

Mi frustración aumenta; lo miro con aire de suplicante e interrogador, sin querer salir del agua, sé exactamente lo que va a pasar si lo hago y no quiero parecer dócil, necesitada y débil ante él.

Aang dice. —Hazme caso.

Me pongo en marcha y regreso para tenderme sobre el frío colchón que cubre la teca.

Cada fibra de mi ser me está diciendo que me revele, que salte de esa tumbona, que le golpee los testículos y que lo estrangule con mis propias manos, pero viendo la fuerza y el tamaño este resultado es totalmente imposible. Más bien, voy a terminar azotada y follada contra esa tumbona como castigo.

Recuerda tus planes, me repito como un mantra una y otra vez en mi cabeza. Una vez que consigas que se enamore, tendrás tu libertad.

Con suerte, no necesitaré terapia para entender lo que él provoca en mí. Estaré con Vero y David.

David, ¿desde cuándo olvide pensar en él?

Ahora mismo puedo desearle la muerte a Aang o querer matarlo yo misma. Sin embargo, nada cambiará la atracción que siento por él. Es más fuerte que lo que sentí con David.

—No quiero que tu mente piense en él —juega con el resorte de mi braga, lo azota sobre mi piel mientras me besa los muslos y la cadera, limpiando las gotitas de agua. —Cuando acabe contigo estarás arruinado para todos los hombres, Thais. Ni siquiera vas a recordarlo.

Y antes de que me toque ahí, ya siento que arde. De pronto quiero sentir su fuerza liberarse en mí. Aang me da un tiróncito y hunde la lengua profundamente en mi garganta, apenas tengo tiempo de darme cuenta que está sobre mí. Hace subir sus grandes manos a mi vientre hasta el pecho.

¡Oh, Dios mío, esos ojos!

Bajo su mechón oscuro, están fijos en mis ojos, una mezcla de extraña dulzura y de deseo. Me obligo a no perderme en su mirada, decidida a no ceder tan fácilmente, pero ¿en realidad a quién le importa en esos momentos la moral, cuando el cuerpo se encuentra en un estado de máximo excitación?

Seguir buscando una excusa para no tener sexo sería muy hipócrita de mi parte: tengo ganas de que me lastime, de lastimarlo a él y sobretodo que me dé mucho placer.

Mañana le echaré la culpa a mi edad y a mi excitación (los jóvenes no piensan con la cabeza sino con las hormonas y no lo digo yo, sino la literatura). Y también puedo culpar a lo atractivo que es Aang. A lo fácil que mi cuerpo le responde. También puedo culpar a mi encierro y falta de cariño.

¿Para qué sirven las excusas si no es para utilizar?

Nadie puede echármelo en cara. Tengo a un hombre guapísimo sobre mí, que me da más placer de lo que he tenido en mi vida. Es la fantasía perfecta. Además, el sexo es igual que el amor, nos hacen cometer estupideces.

Si el sexo fuese una religión, seguramente sería el dios.

Arrepentimiento nos vemos mañana, que hoy me encuentro con sinvergüenza.

Movida por el deseo repentino, me levanta para sentarme en sus piernas y lo beso. Aang responde a mi beso con más pasión, su lengua contra la mía se acarician. Con su lengua abre paso entre mis labios. Me muerde, me sorprendo chupando dulcemente su lengua, se le escapa un gruñido de la garganta. Siento su sexo vibrar, lo que me excita.

Conduce mi mano a su erección y se separa, tomándome del cuello. Justo como alguien le haría a un gatito.

—Sabes lo que quiero, ¿verdad? —Es más una afirmación que una pregunta.

Trago saliva.

Incapaz de decir una palabra. Aang me empuja atrás para darme una mejor posición.

Con su ayuda dejo su erección fuera.

—No se nada de sexo oral —confieso.

—Muy bien, déjame eso a mí —masculla—. Ahora humedécete los labios. Sí, así. —No puede resistirse a besarme el cuello, a mordisquearme el lóbulo de la oreja—. Inclínate, abre bien la boca y captúralo con los labios.

La mirada ardiente que le lanzo esta tan llena de curiosidad y de picara anticipación.

—¡Ahora! —exige al ver que lo sigo mirando.

—Pídelo con un por favor —ordeno.

—¡Maldición!

—Palabra incorrecta —le doy una sonrisa coqueta. Aang traga y cierra los puños mientras toma aliento.

—¡Thais! —amenaza.

—Por favor, Thais —corrijo.

—Thais, por favor, hazme una mamada. Bien.

Las palabras suenan bruscas y roncas, pero a mí me vale. Lanzándole a Aang una última mirada desafiante, me pongo manos a la obra, inclinándome hacia delante.

Me agarra del cabello y me acerca a su glande. Separo los labios, me empuja, penetrándome la boca, pero solo logra entrar la mitad. Jadeando, me apoyo en sus muslos. Aang ahoga un gemido, levanto los ojos hacia él, tiene la cabeza ligeramente echada hacia atrás y los ojos cerrados. Disminuye el agarre de mi cabello, moviendo mi cabeza más lenta al darse cuenta que casi me ahoga.

Los ojos me lagrimea, pero no derramo ninguna lágrima.

—Muy bien —murmura y me ordena—: Ahora un poco más lento. Hazme sufrir. Bien. Ahuécame los testículos con una mano.

Cierro los labios alrededor mientras lo acaricio con mis dedos en la base, chupo su glande, luego lo succiono. Lo lamo tentativamente. Salado, almizclado, terrenal. Masculino. Aang, con las manos enterradas en mi cabello, presiona mi rostro contra él queriendo entrar más profundo y acompaña mi vaivén.

De vez en cuando me da leves tirones al morderlo sin querer.

Lo escucho gemir. Curiosamente, no me molesta darle este placer, al contrario me gusta saber que también puedo hacerlo temblar, incluso si no sé hacer bien una felación.

—Sigue así, pequeña. Succióname. Con lentitud y dureza. Harás que me corra —susurra. —No podré contenerme ante la dulce tentación de tu boca. Lame el glande con la lengua. Perfecto.

Las susurradas maldiciones que no puede contener me impulsa a tomarlo lo más profundo que puedo una vez y otra, hasta que le noto en el fondo de la garganta. Tengo la boca llena. De repente, siento que no puedo respirar. Me entra el pánico e intento apartarlo. Aang no se mueve.

—Mmm... —balbuceo, queriendo decir que me ahogo.

—Tranquila, pequeña. No vas a ahogarte. Me quedaré tan quieto como pueda. Respira por la nariz... así... —escucho sus palabras, pero no me tranquilizo hasta que él añade—: No permitiré que te ocurra nada. Solo relaja tu garganta, pequeña.

Con aquel pensamiento en la mente, me concentro en respirar por la nariz. Tomo aire.

Siento el temblor de su pelvis que está cerca, o al menos eso creo. En la parte de atrás de mi nuca, siento que su puño se aprieta. Su cuerpo se agita. Lo mete un poco más y me retiene, esparciendo grandes chorros de semen por la garganta.

Trato de respirar y no ahogarme.

—Oh, sí. Trágala toda.

Siento aquel sabor tan peculiar y salado en mi paladar.

Me agarra por la nuca y me saca su erección, sus ojos brillan de deseo.

Me da un beso brusco y salado. —Eres un diamante en bruto, Thais. Pero tienes un don natural.

Parece que su confesión le deja un sabor dulce en los labios.

De repente, se levanta. Sin pensarlo, anudo mis brazos en su nuca y enrollo mis piernas alrededor de su cintura. Todo mi cuerpo está en ebullición mientras con un paso vivo va hacia dentro.

—¿Adónde vamos?

—A tu habitación... pienso dejarte la piel a carne viva.

—¿Podemos hacerlo en otro lugar? Es que me gusta mucho la habitación y es el único lugar en donde... —no quiero tu olor para que me recuerde lo bien que es estar en tus brazos. No quiero aferrarme a ella porque te odio, quiero seguir odiándote. —Me siento en paz y también es un lugar sagrado. Mientras menos cariño nos tenemos es mucho mejor.

—Está bien, vamos a la sala de juego —asiento. —Prometo hacerte suplicar.

Suena más a una promesa que a otra cosa.

Y Aang cumple su promesa. Me ata las muñecas, yo estando totalmente en cuero sin que mis pies toquen el suelo, me lame de pies a cabeza, proporcionando aquel dolor en el trasero justo en el momento indicado, lo que me convierte en una bola de placer. Me tortura hasta hacerme rogar que me penetre. Mi humedad aparece de la nada y se introduce en mí de golpe en esa misma posición.

Duro, rápido y magnífico.

—La próxima vez, te haré probar nuevos juegos.

—¿Habrá una próxima vez? —pregunto, un poco asustada, un poco emocionada.

—Oh, habrá una próxima vez. —Me acaricia el cabello hacia atrás, sin dejar de penetrarme—. Serás mía para hacer lo que quiera.

—¿Y si no quiero ser tuya?

—No estaba preguntando.

—¿Vas a seguir teniendo sexo conmigo después de lo de hoy?

—No voy a seguir teniendo sexo contigo, Thais. Te voy a seguir follando cómo realmente lo anhelas. Haré tus fantasías realidad. Voy a seguir puliendo esa oscuridad qué hay en ti. Lo has hecho genial, pequeña. No debe de haber sido fácil acomodarte a mí, pero has aguantado como una campeona. Es como si fuera una habilidad innata en ti.

La sangre me sube a las mejillas mientras cambio de postura, sintiendo que el dolor interno con placer. Nos dejamos llevar, siendo meros instrumentos del deseo. Él me da placer y yo a él.

—Contigo el placer no tiene límites —jadea, golpeándome en el lugar correcto.

—Quizás tú haces que no lo tenga —es lo último que digo antes de sumergirnos de nuevo en la oscuridad.

Lo hacemos en el suelo, como dos salvajes y primitivos.

Nos metemos en la ducha y me aplasta contra la puerta del cristal mientras me toma desde atrás.

Luego lo hacemos sobre el lavabo.

Finalmente, probamos la cama y exhausta dejo caer mi cabeza en su pecho aún odiándolo. Y más cuando siento como sus brazos me alejan de su cuerpo, cuando pone una almohada en medio de los dos antes de quedar totalmente dormida.

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