13
Aang
Supe que Thais entraría a mi habitación tarde o temprano está noche mientras cree que duermo. Lo había visto en su mirada antes de irse.
Intentará hacerme algo, ya que sabe que no puede dominarme a base de fuerza física, lo intentará mientras estoy dormido.
Es obstinada, implacable y un auténtico dolor de muelas.
Así que puse mi plan en marcha. Dejo mi puerta abierta a propósito y subo a mi cama haciéndome el dormido y cuando la oigo frente a la puerta y entre; la castigaré. Esa es mi venganza por haberme dejado con las bolas azules.
Me gusta provocarla, sabiendo que después terminará siendo castigada por sus acciones predecibles.
Entonces la oigo llegar.
Oigo cómo el picaporte gira con cuidado, anunciando su presencia con ese sonido. Me quedo en la cama y la espero. La puerta se cierra con el mismo silencio. Todo mi cuerpo se tensa mientras ella se acerca y mi sangre se dibuja una mezcla de excitación y emoción. Cómo voy a disfrutar azotar su trasero.
La siento aproximarse lentamente a la cama con la respiración pausada. Su peso se hunde levemente en la cama; mi miembro se endurece y decido ver qué tiene pensado hacer.
Tal vez su castigo sea mucho más grave.
Si intenta matarme estaría en todo mi derecho de follarla como he querido por tremenda insolencia en atentar contra mi vida.
Se inclina sobre mí mientras le doy la espalda, todas las imágenes pasan por mi cabeza; ella intentando asfixiarme con una almohada, ella rompiendo algo en mi cabeza o intentando apuñalarme. No tiene muchas opciones.
Me pongo duro con solo aquellas imágenes.
Las sábanas se retiran suavemente de mi cintura y de pronto brinco sobresaltado al sentir el impacto de unas palmas en mis glúteos desnudos.
¿Acaso se ha vuelto loca?
La piel me cosquillea por el impacto de la palma de su mano contra mi trasero. De inmediato, la piel me arde por el calor del golpe. Sin detenerse a perder la oportunidad me da otro azote con más fuerza que la anterior, me giro hacia ella y a pesar de que la furia me arde muy lento en mi pecho siento algo más. Algo distinto. Todo mi cuerpo se tensa por la innegable excitación que me recorre las venas. Mi erección está más grande. Me golpeó, y lo hizo con fuerza, poniéndome más duro que nunca y me siento vivo, excitado. Eufórico.
Me imagino inmovilizándola debajo de mí mientras la follo. Sería una buena lección.
Y estaré en todo mi derecho.
Ella se metió en mi habitación mientras estaba dormido desnudo y me azotó.
Es un castigo justo. Al menos lo es para mí.
—Eso es para que sepas que se siente que te azoten el culo —abre los ojos con hostilidad.
La agarro de la muñeca y la inmovilizo rápidamente, sujetándole la mano y el resto del cuerpo. Dejo caer mi peso sobre ella. La miro fijamente, observando como se retuerce y se mueve debajo de mí, haciendo lo que puede para liberarse.
Nada va a funcionar.
—Suéltame.
—Oblígame.
—Quítate.
—Ya te dije. Oblígame, Thais.
Es demasiado pequeña y débil como para vencer a alguien como yo.
No obstante, disfruto viéndola intentar hacerlo. Mientras más lucha, más duro me pongo.
Sus ojos brillan sin miedo e intenta tirarme al suelo con un movimiento de cadera, pero es inútil. Pega su diente como una niña de cinco y consigue un gruñido de mi parte, pero no la suelto.
Ella se limita a mirarme con rencor mientras forcejea por quitarme encima de su pequeño cuerpo.
—Apuñalarme con la vista no tiene el mismo efecto que hacerlo con una daga de verdad, si quieres te presto uno —me burlo.
—¡Bastardo! —responde con frialdad.
—Alégrate de no ser un hombre, porque te aseguro que lo lamentarías.
—Te odio —espeta escupiendo las palabras. —Te odio —su tono es puro veneno. —No tengo palabras para expresar cuánto te aborrezco.
—Qué extraño —susurro. —Yo por ti no siento nada. Además, no me odias —me inclino rozando sus labios. —Solo odias lo que te hago sentir. Odias desear que mi pene se hunda en tu vagina.
Ella se queda quieta por la conmoción y la ira al escuchar mis palabras. Le separo las piernas con las rodillas, obligándola a adoptar una postura con un pizca de violencia sexual. Su respiración se acelera por el inútil esfuerzo.
—Jamás me voy a acostar contigo —ella resopla.
—Cierto. Serías incapaz de seguirme el ritmo, pequeña mocosa.
—¿En verdad lo crees? Porque es posible que a alguien no se le levante su antenita —dice con sarcasmo. —Eres muy viejo para mí.
Por su impertinencia la levanto de la cama y le doy una fuerte palmada en el trasero. Ella tira un gritito de sorpresa luego me dirige una mirada llena de indignación mientras se frota el culo, pero no me importa, se lo merece por insolente.
Tengo que ejercer mi dominación sobre ella y le enseñaré qué tan viejo estoy.
Intenta escaparse, pero la arrincono contra la puerta. Me sostiene la mirada sin miedo y sin pronunciar una palabra.
Yo guardo silencio, sin ceder, ordenándole con la mirada que se disculpe.
Y ella tampoco cede. Se queda mirándome de igual forma.
Qué testaruda es.
¿Acaso ella no sabe que es obedecer?
Mi mano se cierra en un puño sobre su cabello suave y la envuelvo entre mis puños para hacerla mirarme a la cara.
—Thais —la amenazo. —Si no dejas a un lado ese mal carácter tuyo me veré obligado a quitártelo, de una forma que seguro, no lo encontrarás agradable. ¿Entiendes?
Ella sisea entre dientes y asiente despacio.
Y la beso, un regalo por su obediencia.
En cuanto mi boca está sobre la suya, me devuelve el beso con rabia y enojo, luego de un vago intento por apartarme.
Me desea. Puede estar furiosa todo lo que quiera, pero eso no evita su atracción hacia mí.
Aprieto mi erección contra su vientre, queriendo que ella sepa que la deseo tanto como ella a mí. Nuestra boca se devoran mutuamente y nuestras lenguas se entrelazan, bailando con erotismo.
La tengo exactamente donde la quiero, arrinconada contra mi cuerpo enorme. Mis manos se aferran a su camiseta y se la subo por encima de la cintura, dejando expuesta sus bragas, pero para mí sorpresa descubro que no lo trae puesto. Le paso la mano por la nuca, por debajo del cabello y le sostengo la parte posterior de la cabeza con la palma.
La agarro por detrás de la rodilla y pongo su pierna alrededor de mi cintura, haciendo que su tobillo quede enganchado a mi cadera. Le pongo la mano en la parte posterior del muslo y la sostengo en su sitio, sintiendo sus pezones a través de la camiseta. Me aprieto contra ella, pegando mi erección en aquel punto sensible.
Gime contra mi boca.
Me froto contra ella con delicadeza, rozando sus pliegues con mi dura erección.
Su cuerpo me responde y se mueve al mismo tiempo. Me clava la uña esforzando por respirar. Me agarra el trasero con una mano y me atrae hacia sí con más fuerza, presionando mi sexo contra su clítoris. Tomando exactamente lo que quiere de mí sin esperar que yo se la ofrezca.
Sus labios apenas tocan los míos cuando habla.
—Aah... Dios, oh, qué rica sensación...
Un quedo gemido escapa de mis labios, excitado por su dominación y falta de pudor.
—Olvida la idea de azotarme y te daré esa liberación que tanto deseas.
Thais se frota con mayor fuerza, buscando esa liberación con desespero. Siembro un beso a lo largo de su mandíbula hasta llegar a su oreja. Mi boca deja escapar un ardiente suspiro junto a su oído.
—Olvídalo —le beso el borde de la oreja.
Veo la rebeldía en sus ojos cuando dice: —No.
Como no tengo intención de dejarla ganar, quiero poseer aquel lado salvaje. La inmovilizo contra la pared, la empujo hacia ella, acertando en el punto perfecto una y otra vez, conquistándola por el tamaño y luego me quedo ahí solo presionando sin hacer ningún movimiento que le proporcione aquella liberación. Mantengo los ojos clavados en los suyos deseando que sepa quién tiene el control.
Hunde los dedos en mis brazos e intenta utilizarlo para poder friccionar contra mí, pero es inútil. Si quiere que la complazca, tiene que rendirse ante mí.
—Dilo.
La mantengo cautiva en aquel punto al borde de un clímax que desea más que nada. Me clava más las uñas en la piel y me dirige una mirada de desesperación, sigue ofreciendo resistencia, eso se pone cada vez mejor.
Le froto el hueso pélvico contra su clítoris para recordarle el placer que desea.
Ella gime contra mi cara.
Me rodea el cuello con los brazos y me agarra el cabello con los dedos, jalándome con fuerza.
—Nada será más placentero que azotarte... Aang.
Dios, me recorre una sensación de euforia que nunca había sentido. Acaba de poner mi mente a desear una fantasía que no sabía que quería.
Sé que debo conquistar y seducir esa tierra salvaje e indomable llamada Thais para llevarla a la sumisión, pero no puedo negar que esa tierra parece querer conquistarme y dejar su bandera primero... tal vez lo logre.
Me dejo llevar por el deseo y le planto un beso en la comisura de la boca. Aprieta su muslo contra mí, intenta buscar una fricción por todo los medios posibles. Pero su esfuerzo es inútil.
Thais
Sabía que era mala idea venir aquí. Parece que me estaba esperando y caí en su emboscada, dándole la razón.
Mis muslos alrededor de su cintura anhelan un movimiento. Cuando él estaba conmigo en la cama, desnudo y lleno de esos músculos hace unos minutos deseé tenerlo enterrado en mí con fuerza hasta el fondo.
Cubriendo mis pechos con sus grandes manos.
Y llevándome al orgasmo.
Estoy necesitada y él puede ayudarme con eso, pero no puedo negar que el deseo de tenerlo a mi merced es mucho más excitante. Si quiere que yo lo complazca, tiene que complacerme a mí primero.
Está en contradicción, pero estoy segura que su deseo lo obligará a aceptar.
Observo sus manos tironeando de la camiseta con poca delicadeza hasta sacármelo por la cabeza. No llevo puesto bragas ni tampoco sujetador. Me lanza una ojeada entre mis piernas con la excitación reflejada en sus ojos.
Me atrae de un tirón entre sus brazos antes de llevarme hasta la cama. Sé que le duele el brazo donde le di el tiro, pero su orgullo no lo deja admitir.
Bien por mí, porque puedo apretarlo sin querer, queriendo.
Me deja caer sobre las sábanas y luego me inmoviliza ambas muñecas por encima de la cabeza. Se sostiene sobre mí y su piel me hace entrar en calor. Sus ojos militares sin dejar de mirarme mientras me enrolla una gruesa cuerda en las muñecas y me ata las manos al cabecero.
—¿Qué estás haciendo? —chillo.
Doy un tirón de la cuerda y siento lo apretada que está, sin espacio para hacer ningún movimiento.
—Aang, quita...
Pega su boca a la mía y silencia mis palabras con la lengua. Interrumpe el beso y me abre las rodillas, pegándomelas a la cintura.
—Me estás asustando —le digo con la respiración acelerada.
—Todo lo rico comienza con un poco de miedo, Thais.
—Déjame ir... no seas idiota.
—¿Te gusta jugar...? Te has adentrado en mi territorio, Thais y sin embargo, sigues poseyendo aquella insolencia. Te dije que lo remediaría, ¿no?... Ahora es el momento.
Me envuelve el cuerpo con la cuerda formando intrincadas figuras para inmovilizarme las piernas de modo que estuviera completamente abierta para él. Completamente impedida, impúdica y a su merced.
Oh, Dios aquello es lo más... excitante que he tenido en mi vida.
Se inclina hacia abajo y pega la boca a mi muslo interno, sacándome un anhelo.
Se mueve más rápido, pasando la lengua por todas partes. Succionando la piel, pero no llega a aquel punto que ruega por su atención. Se toma su tiempo, prolongando el momento. Aumentando mi excitación sin tocar mi sexo.
Tironeo de las cuerdas aunque nunca conseguiré liberarme. No me gusta está situación, con cualquier otra persona, sé que estaría gritando llena de pánico, pero con Aang no me siento en peligro ni asustada. Me siento bien, como si estuviera segura.
—Suéltame... yo no pedí eso.
—Me da igual lo que quieras. Me vives provocando y después huyes. Y eso te saldrá caro.
A mí se me corta la respiración al escuchar sus palabras y una oleada de fuego me sube la columna vertebral.
Con los dientes presionados contra mi mandíbula, gruñe. De esos sonidos guturales, amenazadores y territoriales. Se me erizan los pezones y mi pecho se ruboriza.
Siento el deseo poderoso creciendo en mi vientre, electrizando todo mi cuerpo. Me agito y suspiro. Intento mover las caderas para aliviar un poco el hormigueo entre mis piernas y en mi sexo húmedo, pero estoy amarrada. Aang me sigue lamiendo la piel, pero no parece decidido a deslizar su lengua en mis pliegues para apaciguarme un poco.
Al menos rózalo con los dedos, por favor, Aang.
—Por favor... —En aquel punto ya no me importa suplicar para lograr liberarme y poder salir corriendo. —Suéltame, por favor.
Lo miro con su expresión sombría mientras trepa mi cuerpo.
Baja la cabeza hasta que su cara queda prácticamente tocando la mía. Intento restregarme contra él, pero cuando empiezo a moverme, para. Lanzo las manos hacia él y entonces me doy cuenta de bruces con el hecho de que estoy inmovilizada por las gruesa cuerdas.
—Sabes exactamente que tienes que decir.
Yo me niego a aceptar su oferta. La única manera de borrarme la idea de la cabeza es a cambio de mi libertad.
Estoy decidida a azotarlo y que me lo niegue me hace desearlo aún más. Él mismo sabe cómo es eso; siempre sabe más dulce cuando no está permitido.
Mantengo mi vista en el premio, yo no voy a flaquear ni siquiera por un segundo.
Ese ardor me quema, sin embargo, es una buena oportunidad para saber cómo autocomplacerme.
—Nunca.
Me besa de nuevo solo para castigarme. Me mantengo firme con mis labios, pero sus traviesas manos se deslizan hacia mi nuca y un gemido traicionero sale de mi boca.
Antes de poder evitarlo, mi lengua se une con él. Con osadía, deliberando una batalla para ver quién toma el control.
Él gime.
Yo jadeo.
—Pídemelo —susurra contra mi boca.
Nos separamos y nos miramos.
—Pídeme que te tome —suspira besando mi oreja y cuello. —Solo tienes que pedirlo.
Me niego, no se lo pediré, por más que lo deseo, por más que deseo sentirlo, no lo haré. Eso no es correcto.
Yo no debo de desearlo. Está mal.
—Por favor... —tómame. —Suéltame.
Mi voz está pastosa, árida. Estoy segura que si me besa de nuevo no seré capaz de negarme. No puedo continuar así, le terminaré rogando que me tome. Parpadeo para eliminar las lágrimas que quieren salir por la frustración.
Y pienso que de algo me va a servir los dedos.
Aang suelta un gemido de frustración antes de desamarrarme, me visto rápidamente y salgo corriendo hasta mi habitación.
Salgo al balcón y me siento envuelta en una manta, el peso de todo lo sucedido me aplasta, dejándome devastada. Tengo marcas en la piel donde me había lacerado con las cuerdas. Me quedo mirando las plantaciones de uva. Sin fuerzas, sin ganas de nada y comienzo a llorar de remordimiento y culpa.
¿Qué clase de tonta desea a alguien que le hace daño?
¿Por qué me gustan sus besos y caricias?
¿Qué diablos le hace a mi cuerpo y mente?
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