15. En las entrañas de la oscuridad
Prompt: Estrella
Terminado el 05 de julio del 2022
Corrección el 20 de septiembre del 2024
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«En las entrañas de la oscuridad, solo aquello que era tejido con paciencia y con el corazón preservaba su pureza». Era un viejo mantra pasado de generación a generación, y era lo único que lo mantenía en esos momentos contra la roca sólida, helada, pesada que aplastaba su cuerpo, que deformaba sus extremidades, que le arrancaba el aliento y que buscaba destrozar su mente. Era lo que lo mantenía existiendo contra el peso de sus pecados contra los dioses.
Cuando sus extremidades se entumecían y trataba de moverse un poco, la roca se apretaba aún más, se cernía sobre su cuerpo, los guijarros y puntas se encajaban en su espalda, en sus costillas, arrancaban pedazos de piel, abrían llagas y su sangre goteaba en la oscuridad, junto al agua de caverna. Apenas respiraba un poco profundo y sentía que el oxígeno se agotaría para siempre. Apenas cerraba los ojos y creía que jamás los había tenido abiertos para empezar.
No moriría. No iba a morir. Era su condena... y quería creer, quería desear que también fuera un consuelo.
En esos momentos en los que quería abandonar su mente, se obligaba a recordar a su maestro. Se obligaba a rememorar aquellos días tranquilos en la montaña, su rostro anciano y gentil mientras trabajaba, y las palabras que en esa entonces no tenían sentido:
—Teje el camino a una estrella, y solo en la oscuridad brillará.
Esa oración por sí sola significaba mucho para los tejedores de estrellas, e igual que el mantra, era algo que no olvidaba. Para los humanos significaba que solo en la oscuridad se mostrarían los caminos tejidos para revelar una estrella. Para los dioses, significaba que solo en apuros se mostraría el camino más brillante.
Para los tejedores de estrellas esa frase pertenecía a una parte de un trabajo que existía en el universo desde su creación, y que había estado en declive desde sus inicios. Él no había entendido en esa entonces, cuando comenzó, y en la oscuridad de la noche en la montaña, mientras tejía lentamente con sus dedos callosos, se preguntaba si en realidad entendía su significado. Su maestro trató de explicarle:
—Ver y usar el camino tejido las estrellas es solo para los privilegiados. Nosotros debemos tejerlo para ellos.
Si tan solo hubiera entendido qué significaba aquello, quizá aquel desastre jamás hubiera ocurrido. Seguiría en la montaña, bajo un cielo oscuro e hilo solo visible entre los abismos, y el canto de los bichos. Vería una estrella y su maestro lo pondría a trabajar. Y él comenzaría a tejer un camino a esa estrella, para alguien, para nadie.
Pero en su lugar, estaba dentro de la roca. Después de años de entrenamiento, de trabajo, de sudar, de que sus dedos se llenaran de callos y sus manos de cortes. El camino que había tejido con tanto trabajo lo llevó a las entrañas de la tierra. Lo llevó a un lugar reservado para erosionarse hasta dejar de ser. Un lugar solo para pecadores.
Pero en la oscuridad, en la tierra, después de tanto tiempo, él era el único consciente, el único que se mantenía sin ser deformado, sin sufrir metamorfismo. Siguió tejiendo contra las impurezas del subsuelo, contra la roca y contra la falta de aire. Sabía que si se detenía, no saldría de ahí, no lograría ver a su maestro una última vez, no podría escuchar sus sermones ni sus regaños al tejer caminos desviados o chuecos. Dejaría de ser él. Dejaría de existir y se volvería parte de aquella tierra.
Sus manos se movían intrincadamente en la oscuridad, y de ellas brotaba una tenue luz que vacilaba en aquel pequeño espacio, que buscaba a dónde ir, que lograba colarse por una grieta, se tensaba y se rompía al poco rato. Y así, volvía a intentar.
Se repitió lo que su maestro le enseñó a él y a sus compañeros. Tejía pensando en alguna estrella y comenzaba a hilar de poco en poco. Pero ahí no había ninguna luz, ni cielo, así que tenía que cerrar los ojos y recordar el calor del sol contra su piel, los atardeceres, el reflejo blanco de un sol sobre el agua del lago de la montaña e intentaba de nuevo.
Intentar...
Tal vez no debió intentar tejer un camino que no debió existir para alguien desesperado, que lo quería para alguien más que sí mismo.
Los dioses no vivían en las estrellas, vivían debajo de ellas como el resto. No podían alcanzarlas, acercarse o alguna vez tocarlas. Así que en el pasado, muchas veces buscaron la ayuda de los tejedores cuando estaban en aprietos y necesitaban caminos a seguir, caminos para guiar a sus seguidores. Por supuesto, aquello cambió cuando los dioses aprendieron a tejer, y desde entonces, rara vez se acercaban a esa montaña. El camino de los dioses y el de los tejedores se deshilachó desde entonces y para siempre.
Era mejor así.
Los tejedores podían tejer para aquellas criaturas que no tenían boca ni manos para rezar, que no tenían voz ni ojos para seguirlos.
Debió saberlo.
Era irónico cómo terminó en la tierra para pagar algo en el nombre de un dios.
El dios de la tierra, uno de los dioses más viejos aguardó un día en la entrada. Estuvo sentado por horas con las piernas dobladas bajo su peso y con la cabeza mirando al suelo. Aunque llamó la atención de los aprendices, el maestro les advirtió no hablar con los dioses, porque podían ser temperamentales e inestables. Así, algunos de los aprendices buscaron al maestro por toda la montaña y al encontrarlo, corrieron en fila detrás de él para darle la bienvenida al dios.
Cuando el dios entró a la montaña, se encerró junto al maestro en uno de los pabellones y él decidió quedarse a escuchar. El maestro siempre dijo que antes de hilar caminos, era necesario callar, observar y escuchar. Así que se sentó junto a una ventana y mientras hacia sus labores, escuchó las palabras del dios de tierra.
—Sabe cuánto nos hemos distanciado, Maestro Tejedor —comenzó con una suave voz—. Pero solicito su ayuda. La vida de una villa corre peligro.
El dios de la tierra le explicó cómo por años las deidades se habían fijado en una villa que prosperaba, que aprendía, que se intoxicaba en conocimiento y que, por lo tanto, comenzaron a dejar de lado las enseñanzas de los dioses. Dejaron de rezarles a todos los dioses, incluido al dios de la tierra.
Al parecer no solo el tiempo cambiaba a los humanos, sino también a los dioses, pues en esos últimos siglos, los dioses primordiales habían muerto. Si el dios de la tierra sobrevivió fue porque la gente seguía labrándola con sus enseñanzas. Pero el resto de los dioses no estaban felices con la actitud de los humanos.
El dios de la tierra dijo su petición por fin e inclinó la cabeza hasta el suelo:
—Por favor, Maestro Tejedor, ayude a este anciano a detener el camino tejido por mis descendientes, por favor, teja un camino nuevo para esa villa.
—Tejer estrellas solo está reservado para aquellos que necesitan ver el camino. y nunca pueden tejerse más de dos caminos.
»Lo que parece dos a los ojos de alguien, es un uno que siempre estuvo ahí.
»No puedo hacer nada.
Así, el dio de la tierra perdió sus esperanzas de salvar aquella villa. Se fue de la montaña para ver como un montón de gente inocente moría. El joven tejedor le preguntó al maestro por qué dijo aquellas cosas.
—Hay cosas en las cuales no hay que entrometerse. Los conflictos entre dioses y humanos son una de esas.
Si hubiera escuchado a su maestro, si hubiera entendido todo lo que le dijo, si no hubiera sentido pena por la voz rota del dios de la tierra, y si hubiera tenido algo dentro de ese cerebro suyo solo lleno de vacío y estrellas, no lo hubiera seguido. No hubiera tejido un camino resistente contra el destino forjado por los otros dioses, no hubiera ido contra los deseos de quienes estaban sobre él, no hubiera tejido dos noches un camino a las estrellas junto a un dios anciano.
Fue el camino más brillante y mejor hecho que alguna vez sus dedos tejieron, quizá no como los de sus maestros, pero bastó. Destrozó lo que los dioses quisieron, enmarañó sus hilos contra aquellos tejidos en la divinidad, y logró evitar la muerte del pueblo. Todo sucedió demasiado rápido después.
Terminó de tejer, escuchó algo romperse, hilo por hilo, y luego la ira de los dioses rompió sus oídos mientras se paró frente a figuras que no podía entender ni identificar. El dios de la tierra abogó por él, pero nadie escuchó la voz de roca vieja, de un dios moribundo. Ese mero camino lo condenó a una eternidad destrozada consumida en roca y con estrellas perdidas para siempre. Iba a perder sus habilidades de tejedor, iba a perder sus sueños, iba a perder su mente, iba a desear jamás haber intervenido en asuntos celestiales.
Iba a llorar por no disculparse y despedirse de su maestro.
Solo quedó oscuridad pura.
Siguió tejiendo a pesar de todo, siguió tejiendo caminos para salir de ahí que terminaban rompiéndose, y conforme pasaba el tiempo, conforme su cuerpo se deterioraba junto a su mente, comenzó a olvidar. Olvidó el nombre de los dioses, el de las estrellas, el de la villa que salvó, el nombre de su maestro, su propio nombre. Olvidó las estrellas mismas y su mente se erosionó lentamente.
Tejió. Tejió. Tejió. Hasta que nada nació de sus manos. En silencio, apenas recordaba unas palabras: «Tejer» «Estrellas» «Maestro». Se las murmuraba a sí mismo mientras sus dedos imitaban los movimientos que aprendió una y otra vez, sin éxito, sin ni un solo hilo. Así pasaron los años.
La gente olvidó de la existencia de los tejedores de caminos de estrellas, la existencia de los dioses y los nuevos aprendices olvidaron al aprendiz que cometió un pecado al creer que podría enfrentarse a los deseos de los dioses. Generación tras generación, movió sus dedos mientras dormía en la oscuridad y se volvía uno con la tierra. Era un arrullo y una disculpa: «Perdón y gracias por ayudarme».
Soñaba con puntos blancos que jamás volvería a ver ni a tocar.
En la oscuridad, un par de pasos calmados. Conforme avanzaba encontró caminos y caminos de gusanos que brillaban en la oscuridad, en el cielo de la cueva, eran como estrellas y guiaban a un solo lugar. Quien andaba por ahí, supo de inmediato que por fin lo logró, y cuando llegó al final del camino, solo quedaba una persona.
El maestro vio su discípulo en la oscuridad y usó sus propias manos para picar la tierra, para romper la roca. Sus dedos sangraron, sus muñecas se lastimaron, y en un espacio entre la roca, el maestro encontró a su aprendiz. Lo arrancó de la roca y lo envolvió en sus brazos con una tela luminosa, como lo hizo con todos sus aprendices cuando eran niños. Lo cargó a través de la oscuridad iluminada por insectos y su aprendiz abrió los ojos.
Un camino que los guio a ambos en silencio hasta la salida.
—Pero, Maestro Tejedor... Ya no puedo tejer el camino de las estrellas. He olvidado todo lo que me enseñó —dijo el aprendiz con la voz a punto de quebrarse.
—En el mundo, hay pocas cosas que no cambian —comenzó—. Los tejedores no son una de esas cosas.
—Maestro...
—Volvamos a casa, tus hermanos te esperan. Seguramente extrañas ver las estrellas en el cielo.
Afuera de las entrañas de la tierra, pudo ver un cielo repleto de estrellas sin ningún camino en su dirección, pero que titilaron cuando sus ojos se humedecieron.
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N/A - 04/07/22
Este cuento es un poco extraño, no lo voy a negar, lo escribí entre prisas y en inglés. Lo traté de traducir lo mejor que pude, pero weno... Tampoco soy la mejor escribiendo cuentos. Dicen que echando a perder se aprende y tal vez es así. En fin, un nuevo cuento.
Mañana es la entrega, y no creo ganar ni nada, porque según era para un evento de un servidor de discord del cual me salí por miedo, así que no creo ganar porque ni siquiera sigo en el grupo del concurso, lol.
Como siempre, me gustaría escuchar sus opiniones, sugerencias, quejas, etc. Posiblemente lo retome y lo retoque después, porque hay partes que sentí apresurada, o puede que no, who knows.
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