EL SILENCIO DE LOS MINISTROS
Rashiel se dirigió a la puerta de la biblioteca sin decir nada más y salió.
Leonard lo siguió en silencio. El Ministro, quizá alertado por el tintineo de llaves en su bolsillo, apretó el paso hasta llegar a la Escalinata Principal del palacio. Él estuvo a punto de alcanzarlo en el momento en que bajaba al vestíbulo. En esas, oyó que alguien lo llamaba.
—¡Leonard! —Era Derek— ¿A dónde vas tan aprisa, hombre?
—Me urge preguntar algo a... —Leonard se volvió para buscar a Rashiel; pero ya no lo encontró, se había hecho invisible o ido muy rápido para ser visto—. No. Ya no. Se ha ido.
Derek se le acercó por detrás.
—Ya hablarán —soltó él, tal vez en un intento vano de animarlo— Dijo que nos reuniríamos otra vez a las siete de la mañana, ¿verdad?
—Sí. Eso dijo. Pero, me preocupa que no haya explicado cómo piensa encantar todas las armas del reino.
—Es un Ministro. Algo se le ocurrirá.
—Pues da la casualidad que la atención a los pormenores no es una de sus virtudes.
—Por eso Olam puso a Liwatan junto conmigo y Nayara al mando de la ofensiva. ¿Te parece mejor así?
—Lo siento. Tienes razón: que ellos resuelvan lo del armamento. Aunque, ahora que lo pienso mejor, Bastian se veía muy desesperado hoy. Nunca lo había visto así y no me gustaría que cometiera una estupidez si entramos en combate con los arrianos.
—Ah, cierto. No lo sabes aún. Resulta que Bastian se sometió a un tratamiento experimental para la diabetes. Los medicamentos lo ponen muy irritable.
—Qué mal. ¿Cuándo lo diagnosticaron?
—A principios de año.
Derek sacó de la gabardina su reloj de bolsillo. Lo consultó y volvió a guardarlo.
—Disculpa —dijo serio— Le prometí a mi hija recogerla del colegio hoy.
—¿Fue a clases en sábado?
—Está tomando un curso de matemáticas. Bueno, ¿qué tal si vas donde tu familia?
Los reyes hospedaron a Míriam en la primera alcoba de la segunda planta cuya puerta daba directo a la escalera, lo cual fue bastante cortés; así podría desplazarse cómodamente por el palacio.
Leonard se despidió de Derek, recorrió el pasillo hasta la escalera que conducía a la otra planta. Sin embargo, pensó mientras subía que era ingrato haberle mentido. Después de todo, era su anfitrión. El conjuro para convertir el arsenal de Soteria en armas sagradas no le preocupaba. Conocía el poder de los Ministros de primera mano. Más bien, le sorprendió que Erik llevara ocho años ausente y recién hayan dado con él. ¿No lo buscaron antes o encontrarlo fue tan fácil como ganar la Lotería del reino? Justo eso quería preguntar a Rashiel. Su amigo el cazador nunca dijo por qué dejó el Cuerpo de Maestres y se marchó de Soteria. Solicitó su baja por correspondencia y no puso remitente; seguramente no quería que lo hallasen e intentaran persuadirlo. Por lo menos a él le parecía comprensible tal actitud. Debió ser duro para su camarada descubrir su identidad real. De seguro creía que lo verían como un enemigo.
Laura y otra chica vestida de mucama, con rasgos afilados, cabello castaño, venían en dirección a él y por poco chocan en la cima de la escalera.
—Oye —dijo Leonard a su hija—, ¿a dónde vas?
—A recoger a la hija de los reyes —respondió Laura.
—¿Estás segura? Porque su papá ya fue por ella.
—Pues creo que ahora Laudana y yo tendremos que hacer otra cosa.
—Bueno. Cambia de ropa si vas a la calle. No puedes andar así por ahí...
—¡Pero, si traigo pantalones!
—No es por eso. Vístete como las demás para que no llames la atención.
Las dos muchachas se miraron una a la otra por un momento con cara de extrañeza.
—Te presto mi ropa si quieres —dijo Laudana después de sonrojarse como un rábano.
—Gracias —Laura suspiró—. Pero no quiero darte molestias.
—No es ninguna. Siempre tengo una muda limpia en mi casillero. ¿Vamos?
Las muchachas siguieron escalera abajo, seguramente rumbo a los vestidores de la servidumbre. Laudana iba explicando que la ropa extra era para no ponerse otra vez el uniforme del preuniversitario al salir del trabajo. Laura, por su parte, le contó que su papá le prohibía salir de casa en falda corta o shorts. Las dos siguieron con las quejas de sus respectivos padres hasta perderse de vista al llegar al corredor de la Sala del trono. Leonard las vio con discreción mientras bajaban. No esperaba que la hija de Bastian hubiera florecido del modo en que lo hizo. Ese cuerpo curvilíneo y senos generosos no correspondían a su edad. Mucho menos trabajar tan joven. El traje de mucama, compuesto por un ceñido vestido negro de una pieza hasta la rodilla y medias de igual color y un delantal blanco con una pequeña cofia de encaje a juego, acentuaban su desarrollo y sus rasgos felinos.
—¿Qué me pasa? —murmuró Leonard—. Debe tener la misma edad de Laura.
Entonces, se dirigió a la alcoba donde Derek los había hospedado. Llamó a la puerta y Míriam abrió de inmediato.
—¡Qué bueno que llegaste! —Ella lo abrazó— ¡Me tenías muy preocupada!
—A mí también me alegra verte —respondió Leonard— ¿Me dejas pasar?
—Perdón —Míriam le cedió el paso—. ¿Cuándo llegaste? —Cerró la puerta en cuanto su marido entró.
—Hace como una hora u hora y media —Leonard se sentó en la cama—. No vine antes porque tuve que asistir a una reunión con los reyes primero —dijo mientras se quitaba los zapatos—. Iremos a la Tierra para atacar a los arrianos —Comenzó a masajearse un pie.
La alfombra, verde como césped, provocaba un agradable cosquilleo al pisarla descalzo. Pero, las cortinas del dosel olían tanto a almidón que le dieron ganas de estornudar. Soltó tres estornudos tan fuertes que vio estrellas por un instante al acabar. Luego, sacó su pañuelo del pantalón para sonarse la nariz. Parecía que limpiaron la pieza hasta eliminar el último ácaro del colchón.
—Dijiste que no ibas a pelear contra los arrianos —Míriam se llevó las manos a la cadera.
—Te dije que no pelearía con ellos si no había necesidad. Pero, la hubo. Destruí varios de sus robots antes de venir acá porque atacaron a todo el mundo. Hubieras visto. Mataron a mucha gente.
—Bueno, si ya sabes lo que hicieron, ¿a qué quieren ir a la Tierra? ¿A que los maten también?
—En realidad, sólo iremos a destruir un aparato para que no vengan acá...
Germán salió de una puerta blanca con molduras pintadas de dorado y verde, como las paredes, que resultó ser la del baño. El niño corrió casi de inmediato a abrazar a su padre.
—Papá —dijo el chiquillo—, Laura no quiso que fuera con ella y su amiga.
—Iban a hacer cosas de mujeres —respondió Leonard—. Dime, ¿eres mujer?
Germán negó con la cabeza.
—Entonces al rato usted y yo haremos cosas de hombres —Leonard comenzó a hacerle cosquillas en la barriga.
—¿A qué hora te vas? —dijo Míriam en un tono que sonaba como de resignación.
Leonard soltó a su hijo, y éste corrió a un rincón del otro lado de la habitación y se abalanzó contra la barriga mullida de un oso de peluche, tan alto como un adulto, que estaba sentado allá. Lo tiró al suelo para darle puñetazos en la cara. A juzgar por el ridículo lazo de organdí celeste en el cuello del juguete, seguramente perteneció a la hija de Derek hasta que ella se aburrió de tenerlo y terminó en las habitaciones de invitados.
—Todavía no iremos —respondió Leonard con calma a su esposa—. Me reuniré a las siete de la mañana con los demás en la biblioteca a decidir cuándo.
Míriam se sentó junto a él en el borde de la cama.
—Tengan cuidado —recargó la cabeza en el hombro de su marido—, porque no se ve que vayan a detenerse ante nada —Lo abrazó por el torso y él correspondió rodeando sus hombros con el brazo—. Laura y yo vimos cuando llegaron los primeros. Sacaron a los vecinos de sus casas pistolas en mano. No les importó si eran hombres, mujeres o niños.
—¿Los mataron?
—No sé. Nos fuimos antes de que se metieran a nuestra casa.
—Tendremos cuidado, te lo prometo —Leonard besó la cabeza de Míriam.
Desde luego, él ignoraba si podría cumplir la promesa. No perdía nada con hacerla si eso la tranquilizaba al menos mientras estaban juntos. Entonces, su esposa se levantó despacio.
—Qué calor hace —dijo ella—. ¿En dónde se enciende el abanico?
Leonard no se había fijado cuando llegó en el ventilador de techo que había al centro de la habitación. Esbozó una sonrisa. Esas comodidades eran tan usuales en la Tierra que casi nadie les prestaba atención hasta que fallaban; pero en Eruwa debían ser una novedad. Se trataba de un aparato blanco con los bordes de las aspas delineados en verde y dorado. De hecho, los tres colores eran ahora los oficiales del reino y por eso relucían por todo el palacio. ¿Qué más cambió en Soteria desde que se fue? Lástima que sólo tenía pesos mexicanos en el bolsillo y no pudiera cambiarlos por coronas Soterianas. De otra forma, hubiera invitado a su esposa a pasear un rato.
—El interruptor tiene que estar en la pared junto a la puerta —respondió él al fin.
Míriam fue a donde su esposo le indicó.
—Pues aquí hay un botón. A ver qué pasa.
Ella lo presionó y el ventilador cobró vida de inmediato. Al parecer, los interruptores de lazo, antes tan comunes, también quedaron obsoletos. Leonard se levantó de la cama y se dirigió hacia su esposa.
—¿Qué hora es? —quiso saber.
—Las tres —respondió Míriam—. ¿Por qué?
—Porque, si nos apresuramos, alcanzaremos el último servicio del Salón Comedor.
La idea debió agradar bastante a Míriam, porque enseguida llamó a German y lo cogió de la mano en cuanto éste dejó de jugar a la lucha con el oso de peluche. Luego, salieron del dormitorio y bajaron a la planta donde se hallaba la Sala del Trono. Dejarían el ventilador funcionando un rato, para refrescar su habitación.
—¿Qué va a haber de comer? —dijo Germán con un dejo que sonaba como a decepción mientras caminaban por la Escalinata Principal.
—No sé —respondió Míriam—. Pero, de todos modos vas a comerte lo que te sirvan.
Descendieron al vestíbulo, el cual estaba engalanado por un candelabro enorme de cristal cortado, muros revestidos de paneles blancos con aplicaciones doradas y verdes en las orillas, pilastras en las esquinas, ventanales y cortinas de terciopelo. De ahí, doblaron a la izquierda por un corredor bordeado con cuadros de paisajes, hasta llegar a una puerta de madera y vidrio. Era la entrada del Salón Comedor. Y, si Leonard mal recordaba, solía haber un par de guardias vigilándola. Quizá ahora los ponían sólo cuando los reyes Derek y Nayara estaban adentro... o tal vez los reasignaron a labores más útiles. Quién lo sabía. Míriam y su hijo entraron después de que su marido le abriera paso.
Aron agitó la mano para llamar su atención. "¡Hey, por acá!", dijo en voz alta. Estaba sentado en una mesa redonda para seis, junto a un estandarte real, y quedaba libre la mitad de los puestos. El sacerdote Shmuel Mancini y el chico del cabello verde de un rato antes lo acompañaban. Ellos se levantaron e hicieron a un lado las sillas desocupadas para que los recién llegados se sentaran. Casi habían terminado de comer. Pero, todo indicaba que harían sobremesa.
—¿A qué debemos el honor? —dijo Leonard. Tenía al peliverde a su izquierda y a Aron enfrente.
Un mesero moreno, de nariz chata, cejas y bigote de cepillo, le entregó la carta e hizo igual con Míriam y Germán.
—Pues nada, hombre —respondió Aron mientras cortaba su filete—, que no te esperábamos por aquí. Pero, ya que viniste, no me quedaré con ganas de preguntarte algo.
Leonard se encogió de hombros. "Adelante", contestó tranquilo.
—¿Tú sabías que Erik era arriano?
—Me enteré apenas hoy. ¿Por qué?
—Pues resulta que el sacerdote Shmuel y yo nos preguntábamos por qué Erik decidió dejar el Cuerpo. Y llegamos a la conclusión de que pudo haberlo hecho pensando que nosotros no lo aceptaríamos.
—Sí. Es un buen punto. Pero, a mí me extraña que nadie lo haya buscado hasta ahora.
—Perdone, Maestre Alkef —intervino el chico del pelo verde—. Mi nombre es Jarno Krensher —le tendió la mano para presentarse—, y quiero decirle que buscamos a Erik durante años. Seguimos pistas aquí y allá. No fue hasta que Rashiel intervino que dimos con su paradero. Incluso él lo tuvo bastante difícil.
—Ya veo —Leonard encaró a Jarno—. Debió usar su último conjuro para que no lo rastrearan.
—Pienso que hizo algo más —replicó Jarno—. Si no, Liwatan o Rashiel lo hubiera hallado antes.
—En realidad, le perdimos la pista en Elpis —terció Aron—. ¿Te acuerdas de Gunter Sverker y su hermana Jayn?
—¡Pero claro que recuerdo a esos dos! —respondió Leonard— ¿Ahora viven en Elpis?
—Sí. Vendieron su taller para comprar otro allá. La cosa es que Erik llegó un día a comprar carabinas. Las pagó al contado y no quiso que se las despacharan a su casa o decir dónde vivía. Sólo se las llevó. Esa fue la última vez que alguno de nosotros supo algo de él... hasta ahora.
El mesero volvió para tomar la orden de Leonard y su mujer. El Maestre Alkef pidió el plato del día: Filete acompañado de una patata horneada y setas fritas. Su esposa pidió nuggets de pescado para Germán y para ella el faisán Cherton, que consistía en una pechuga guisada con salsa de tomate y queso gratinado. Era imposible hallar pollo en Eruwa. No existían antes de que llegasen los primeros hombres, y los únicos ejemplares traídos de la Tierra murieron poco después. Así las codornices, gansos y faisanes se integraron de inmediato a la dieta de los habitantes de aquel mundo. Por otro lado, la carne de vacuno sobraba pues encontraron muchas reses sin domesticar.
Aron aprovechó para pedir cerveza. Los demás también. Míriam y Germán mejor ordenaron limonada.
El sacerdote Shmuel, que había permanecido callado, encendió un cigarrillo antes de romper al fin su mutismo.
—Es obvio que Erik no nos evadió usando conjuros —dijo con su voz ronca y destemplada.
—¿Cómo entonces? —quiso saber Leonard.
—Su tío también era arriano; él debió ayudarle a desarrollar alguna de sus habilidades mentales.
Leonard no se sorprendió tanto ahora. Sólo le resultaba peculiar que Liwatan accediera a dejarlos refugiarse en Eruwa así nada más. Lo más probable era que Olam se lo hubiera ordenado antes de que llegaran. Sería imposible que un Dios que todo lo ve, sabe y puede no conociera la historia de antemano ni tuviera planes para ellos.
—Entonces, Rashiel no les dijo cómo lo halló —concluyó Leonard.
—Dijo que no necesitábamos saberlo —respondió Jarno.
—Qué raro. Rashiel nunca fue receloso conmigo cuando entrené con él en el Mundo Adánico.
—Probablemente Olam les ordenó no decirnos nada aparte de lo necesario. —El sacerdote Shmuel dio una larga calada al cigarrillo y, un instante después, soltó el humo—. Si es así, las barreras entre los mundos deben estar más débiles de lo que creíamos.
—Ya veo —dijo Aron con aire pensativo—, entonces quiere mantener las comunicaciones al mínimo.
—Eso tiene bastante sentido —Leonard también sacó sus cigarrillos y encendió uno—. Aunque no sé si podamos averiguar qué tan débiles están. —Dio una calada—. Opino que deberíamos poder. Dudo que les perjudique que nos enteremos. Al contrario. Bueno, cambiando de tema, ¿quién convencerá a Erik de regresar?
—La reina —respondieron los tres en coro.
El mesero llegó en ese momento con las órdenes de Míriam y Leonard. Colocó frente a ellos los platos, las bebidas y un canastillo de pan al centro de la mesa.
—Su Majestad irá el lunes a Turian con Rashiel —El religioso dio otra calada a su cigarrillo—. Él sabe dónde vive Erik —Luego, puso el pitillo en un cenicero de vidrio junto a su mano— y aceptó acompañarla, un rato antes de que llegaras a la reunión de hoy.
Leonard probó el filete. Estaba realmente bueno.
—Me hubiera gustado ir —dijo después de tragar el primer bocado—. No dudo que la reina pueda convencerlo, ya sea por las buenas o las malas. Pero, lo conozco tan bien que de seguro no vendrá sin que lo convenzamos de que aún lo consideramos nuestro compañero. Espero que Su Majestad haya considerado eso.
—Lo hizo —respondió el sacerdote Shmuel—. Ténganlo por seguro.
—Supongo entonces que podremos ir tranquilos a la Tierra
Leonard trató de disfrutar aquella comida. No lo demostraba, pero temía que fuera la última de su vida.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top