EL NUEVO TRABAJO

Lhar no podía creerlo. Moriah apenas llevaba un rato al mando y ya necesitaba ayuda.

Él solía mantener el neuropro inactivo durante su tiempo libre. Aunque lo reconectaba de vez en cuando para cerciorarse de que no había recibido comunicados del frente de batalla. Y no supo si reír o molestarse porque el único audiomensaje en la bandeja de entrada fuera de ella, precisamente quien le reemplazó como comandante del regimiento Obb por mandato del Gran Arrio. En todo caso, no quiso ir a la Tierra hasta terminar de leer 1984. La última vez que tuvo ese libro en sus manos, no pasó del capítulo donde O'Brien torturaba a Winston Smith. Además, la nueva oficial fue bastante clara en su recado. Dijo "ven tan pronto puedas". Entonces, así sería. Aquello no sonaba a orden sino a petición.

Lhar escondió el ejemplar de la novela bajo el colchón de su dormitorio en el campamento Verken al terminar la lectura. Enseguida, se materializó en las coordenadas donde Moriah estableció su cuartel en la Tierra. Al menos tuvo la delicadeza de proporcionárselas. La base en realidad era un domo de cristal, traslucido por dentro y opaco por fuera, dividido en tres áreas. Él estaba ahora en el centro de comunicaciones.

Había ocho soldados monitoreando la invasión al sector Zevlen/Ugefer desde las pantallas de sus estaciones de trabajo. Uno de ellos se dio media vuelta de pronto.

—¡Mi comandante! —soltó; los otro siete se volvieron a encarar a Lhar e hicieron el saludo militar juntos.

—¿Dónde encuentro a la comandante Moriah Sherdver?

—La hallará en la sala de mando.

—Entiendo. Vuelvan a sus posiciones.

Cruzó por detrás de los soldados. El suelo, hecho de láminas metálicas, producía leves golpeteos al pisarlo. Tal vez construyeron el cuartel sobre alguna ladera o un terreno disparejo. La única separación entre el centro de comunicaciones y la sala de mando era un cristal de acceso negro. Lhar puso la mano en él. Ignoraba si le otorgaría el paso. Pero lo atravesó como si no estuviese ahí; seguramente ya lo esperaban.

—Llegó el comandante Lhar —informó Moriah al Gran Arrio, que les miraba desde una pantalla flotante.

—¿Por qué tardaste? —exigió saber el rey.

—Tuve que entregar los reportes de mi última misión.

El Gran Arrio fijó sus ojos púrpuras en algún lugar del vacío por un instante. Luego, al frente.

—Sí —dijo grave—. Los he visto. —Adoptó un gesto duro—. Son una tragedia. Pero te asignaré otra misión a pesar de tu incompetencia. Hay una zona de la ciudad donde se ubican ustedes en la cual se han refugiado algunos sobrevivientes armados. Militares y civiles. Han destruido los autómatas que Moriah envió. Así que hemos decidido permitirte dirigir un escuadrón tripulado.

—Acepto —respondió Lhar—. ¿Cuántos soldados me acompañarán?

—Opino que siete —intervino Moriah.

—¿Siete? —El Gran Arrio frunció el ceño— ¿Está segura? Son demasiado pocos, considerando cuántas unidades destruyeron. —Fijó los ojos de nuevo en el vacío por un instante; luego, de nuevo en sus oficiales—. Los informes dicen que acabaron con doscientas.

—Así es —dijo Moriah—. Pero ordené tomar imágenes aéreas cada hora...

—¿Usaste las cámaras del campamento Verken? —quiso saber Lhar.

—Sí —respondió Moriah. Sonaba molesta por la interrupción—. Las usé. Mi punto es que he descubierto que ellos también han tenido bajas en cada ataque. Tengo las pruebas justo aquí.

Moriah parpadeó un par de veces. Luego, las imágenes aéreas aparecieron en la pantalla flotante, prácticamente bajo el mentón del Gran Arrio, y cada una aumentaba de tamaño por unos instantes, en secuencia. Mostraban una pequeña plaza de barrio con casas alrededor. Los autómatas llegaban al lugar por las calles cercanas y eran emboscados a tiros desde varios ángulos. No atacaban hasta que los humanos abrían fuego. En varias oportunidades, tras acabar con ellos, aquellas sabandijas arrastraban a sus muertos hasta una especie de cancha cercada con paredes altas junto a la plaza.

—Los autómatas permanecen quietos hasta que los tienen en la mira —dijo Lhar pensativo.

—¡No me digas! —soltó Moriah.

—¡Basta! —El Gran Arrio detuvo la discusión— Es evidente que los autómatas no tripulados son incapaces de detectar las amenazas a tiempo. Ordenaré a la División de Diseño que mejore la inteligencia artificial. Por lo pronto, Moriah reunirá a sus mejores oficiales. ..

—¿Para que él los pierda en batalla? —protestó Moriah.

—Sí. ¿Tienes alguna objeción?

—Ninguna, mi señor.

—Entonces da a Lhar seis de tus mejores oficiales y despáchalos a las coordenadas de las imágenes.

El Gran Arrio desapareció de la pantalla al instante. Fue sustituido por una transmisión aérea de las cámaras del campamento Verken. Moriah apretó los puños hasta que los nudillos se le pusieron blancos. Pero, un momento después, suspiró y movió la cabeza de un lado al otro. Recuperó ese semblante de permanente calma que la hacía parecer tan intimidante.

—Sígueme —Ella dio media vuelta y se puso en marcha de inmediato.

Salieron por otro cristal de acceso en el extremo opuesto de la sala de mando. La habitación contigua era una armería inmensa en la que había cientos de autómatas en formación, listos para ser tripulados o recibir órdenes.

—Supongo que has leído los comunicados —dijo Moriah.

—Sí —mintió Lhar

—Entonces sabrás qué hacer con los sobrevivientes —respondió Moriah con aire de desgano—. Escoge una unidad mientras llegan los demás.

Lhar tocó el botón de apertura en el pecho de la primera enfrente de él. No tenía tiempo para elegir una con portavasos. En ese momento, supuso que Moriah debía estar llamando al resto de la tropa con su neuropro y no tardarían en llegar. Abordó el autómata deprisa. La armadura ajustó por sí misma el grosor de hombros, brazos y piernas; la estatura permaneció igual ya que él era de los más altos en el regimiento. La careta del yelmo se cerró de golpe. Eso siempre le hacía parpadear. Enseguida, caminó entre las filas y, al llegar a la otra orilla del almacén, salió por el cristal de acceso.

Tal como él sospechaba, armaron el cuartel en la ladera de una montaña. No estaban en un bosque, pero, el cristal de camuflaje de las paredes funcionaba con los árboles y matorrales del rededor. El sector Zevlen/Ugefer —llamado Monterrey por sus habitantes— se apreciaba casi por completo desde ahí gracias a la altura. La ciudad humana inundaba todo aquel valle hasta el horizonte. Dio una mirada rápida al cielo y se dio cuenta de que, según la posición del único sol terrestre, anochecería dentro de poco. Elutania orbitaba un sistema de tres estrellas enanas que juntas apenas igualaban a aquel astro en calor y brillo.

De pronto, Lhar oyó el rugir de propulsores a sus espaldas. Dos autómatas aterrizaron a un lado y al otro, y un último en medio de los anteriores. Se dio media vuelta. Eran combatientes femeninos. Sabía que estaban tripulados porque los ojos de sus caretas no emitían luz verde. Los tres pilotos descubrieron sus cabezas. Una de ellas —con cabello azul y corto hasta el mentón— se llamaba Soro. La otra —morena, de ojos rojos, melena rosada y larga en ondas— era Svelna. Ambas pertenecían a los escuadrones de exploración. Las conocía porque ellas y Moriah estuvieron bajo sus órdenes durante aquella batalla contra Leonard Alkef en ese lugar al que los terrestres llamaban Siberia. Pero, no sabía quién era la tercera. Su pequeña estatura, coletas cortas teñidas de rojo y azul y facciones aniñadas la delataban. Debía ser novata.

Moriah salió del cuartel acompañada por tres oficiales del centro de comunicaciones montados en autómatas de combate. Llevaban las caretas puestas. Enseguida, los siete se reunieron alrededor de ella.

—Acabo de transmitir las coordenadas para esta misión a las memorias de sus unidades—dijo Moriah—. Aunque las órdenes del Gran Arrio sean recolectar esclavos de todas las ciudades sometidas, tenemos autorizada la excepción con cualquier atacante. —Luego, posó una mano en el pecho de Lhar—. El comandante Kavjenphen dirigirá esta operación. Es un líder competente, sin importar qué digan los comunicados...

Lhar gruñó por lo bajo. Le disgustaba que Moriah lo rebajase así ante las tropas. El ascenso le había inflado la cabeza muy pronto.

—Yo me encargo desde aquí —dijo Lhar dando un paso al frente. En ese momento, notó que su procesador neuronal recibía una llamada de voz desde una frecuencia que llevaba mucho tiempo sin uso. Él sabía quién era, aunque el pictograma del contacto carecía de nombre o número de identificación, pero no iba a contestarle en ese momento. Primero alejaría a los demás.

Moriah se encogió de hombros.

—No se te ocurra fracasar de nuevo —dijo antes de marcharse—. No tolero los fracasos—. Enseguida, se fue.

—Ya la oyeron. —Lhar se dirigió a sus nuevos subordinados—. Calibren sus posicionadores planetarios y carguen munición calibre doscientos; los hostiles deben estar refugiándose en las casas alrededor de donde atacaron a los autómatas. Partiremos en cinco arminutes.

Los soldados entraron a la armería del cuartel con lentitud. Parecían desganados. Quizá no les emocionaba su nueva asignación. Lhar se alejó lo suficiente como para que, si alguno volvía, pensara que buscaba dónde mear.

—¿Qué pasa? —respondió entre dientes. Se agachó tras un árbol que crecía en una roca. Mejor fingió que cagaba.

—¿Comandante Lhar? —dijo una voz adormilada, como de borracho.

—¿Quién eres? ¿Por qué no llamó Yibril como siempre?

—Rashiel. Nunca hemos hablado. Te llamo de parte de Liwatan.

—Entonces ya sabes que la distancia más corta posible entre A y B es una recta.

—En realidad es cero.

El tal Rashiel supo la contraseña. Seguramente era un Ministro real.

—Supongo que te creo —dijo Lhar—. Habla rápido.

—Necesitamos la ubicación exacta del aparato con el que abren portales y cómo llegar a él desde la Tierra.

—¿Y qué hay de mi petición?

—Lera está a salvo en Elpis ahora.

—¿Elpis? ¿Qué es eso? No fue lo que acordamos...

—Elpis es una ciudad de Eruwa. Y no te preocupes. Está lejos de Soteria en caso de invasión.

—Bien. Olvida lo que he dicho. Transmitiré toda la información a ese neuropro de donde me llamas. También te enviaré un programa para inutilizar el Generador de portales. Yo mismo lo desarrollé.

—Gracias. Ahora, mantente atento. Vendrás a Soteria con otro cómplice. La comandante Moriah lo reclutó en tu batallón sin saberlo, pero no tengo idea de quién es. Espera a que se identifique.

La llamada terminó. Lhar se puso en pie para salir de su escondite. Ni bien rodeó la piedra tras la cual se ocultaba, se topó con la novata de las coletas azul y rojo. Casi chocaban. Ella retrocedió un poco, cerró los ojos y levantó las manos por la sorpresa.

—Lo siento. —Él también se alejó de la recluta en forma instintiva—. No vi cuando llegaste.

—Maldición —se quejó ésta—. Ahora tendré que buscar otro lugar. No es posible que olvidaran construir baños.

—Descuida. Se me quitaron las ganas; todo está limpio. Ah, y agradece que no soy un enemigo. Eso sí hubiera sido desagradable.

—Entonces ya sabe que la distancia más corta posible entre A y B es una recta.

—En realidad es cero.

La chica sonrió. Ella debía ser el otro cómplice que Rashiel mencionó.

—Ya vienen los demás —dijo Lhar al verlos salir juntos de la armería—. Vamos de una vez. —Se puso en marcha; su nueva compañera lo seguía muy de cerca. Seguramente sus ganas de ir al baño eran el pretexto para encontrarse—. ¿Cómo te llamas?

—Bami —respondió.

Lhar transmitió de inmediato las coordenadas del cuartel donde se encontraba en ese momento y las de campamento Verken y la ubicación de la máquina para abrir portales. Sólo esperaba que Comunicaciones no hubiera detectado lo que acababa de hacer ni la llamada de Rashiel. Aunque, si lo consiguieron, de seguro les llevaría un buen rato dar con los números de identificación.

—Activen sus transportadores —ordenó a sus subordinados—. Andando. Ya saben a dónde vamos.

Desaparecieron del cuartel al instante y llegaron a la calle mostrada en las imágenes aéreas que Moriah obtuvo.

—Mantengan posiciones —Lhar alzó un puño de su autómata mientras examinaba los alrededores con la vista de radiación electromagnética de su unidad—. Quedan doce distribuidos en aquellas casas —señaló al fondo de la calle.

Hasta ese momento, la división de comunicaciones no había dado la alarma. Y quizá no lo harían. La frecuencia por la que Rashiel llamó tenía unos cien sidéreos fuera de servicio; o sea, un siglo aproximadamente. Aun así, eso tenía a Lhar sin cuidado. Los Ministros accedieron a darle refugio en Eruwa a cambio de que ayudase a Leonard Alkef a llegar allá. Se suponía que iba a capturarlo para después fugarse juntos a la Ciudad Capital de Soteria, lo cual no sucedió gracias a ese viajero interdimensional que estropeó su misión. Si ese sujeto no hubiera estrellado contra las unidades de rastreo el extraño vehículo en el cual se apareció de la nada...

—Comandante —dijo Soro por el intercomunicador— ¿Cómo pudieron esos humanos destruir tantos autómatas?

—Lo sabremos ahora mismo —respondió Svelna del mismo modo—. ¡Miren!

En ese momento, una unidad aterrizó en medio de la calle, como a ciento noventa seeus (más o menos ciento cincuenta metros). Los ojos de su careta emitían luz verde, así que no estaba tripulada. Ni bien dio unos pasos hacia el norte, en dirección a los arrianos, una lluvia de balas y explosivos primitivos y bombas incendiarias arrojada desde las ventanas lo despedazó en minutos.

Soro sonrió de una manera aterradora. La posición de los atacantes humanos quedó al descubierto.

—Bami, Svelna y yo atacaremos desde el aire —dijo Lahr—. El resto liquide a los que logren salir. No tomaremos prisioneros de esta zona.

Los tres se elevaron hasta que todas las azoteas del lugar quedaron a la vista. Sobrevolaron el sitio donde quedó el autómata destrozado, mientras un fuego verdoso lo devoraba en medio de una negra humareda. Según las imágenes de radiación electromagnética tomadas por el autómata que Lhar tripulaba, había una docena de humanos distribuidos en dos casas de cada lado de la calle. Entonces ordenó disparar. Las municiones prácticamente hicieron polvo los techos y paredes y éstos cayeron encima de los ocupantes. De la docena de humanos, apenas dos de ellos que vestían ropa de camuflaje verde —militares seguramente— lograron escapar. Pero el gusto no les duró. El resto del batallón arriano los acribilló hasta volverlos carne picada.

—Misión cumplida, comandante Moriah —anunció Lhar por su intercomunicador.

—Perfecto —respondió ella—. Encárguense de limpiar esa zona. No quiero sobrevivientes.

—Descuide, comandante. Lo haremos enseguida.

De pronto, Bami comenzó a transmitir una llamada textual para Lhar por la misma frecuencia por la que Rashiel lo contactó un rato antes.

«La división de comunicaciones te ha descubierto. Emitirán un comunicado con órdenes de matarte.»

Lhar respondió de inmediato con un "¿Cómo supiste?". Bami escribió su contestación en mayúsculas: "MI HERMANO. EL SE HA IDO. VAMONOS TAMBIEN". Eso significaba apuro. Y si tan apurada estaba, entonces...

—¡Sucio traidor! —Soro apuntó a Lhar con su fusil—. ¡Muere!

Un disparo en el pecho la derribó antes de que lograra su cometido. Bami lo impidió con rapidez cegadora. Lhar enseguida se volvió para fulminar de un tiro a Svelna antes de que ella también lo atacara. Pero los dos abrieron fuego al mismo tiempo. La arriana de ojos rojos cayó de un disparo en el estómago. Él sintió como si le hubieran arrancado la pierna izquierda de un mordisco. Dolía tanto que no podía siquiera gritar. Los labios comenzaron a hormiguearle y pronto tuvo náusea. Seguramente la hemorragia haría lo que sus ex compañeras no.

—¡Vado ad Soteria! —exclamó Bami al mismo tiempo que lo abrazaba por la espalda.

Ambos desaparecieron antes de que la conciencia de Lhar se apagara.


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