¿DÓNDE ESTAMOS?
—¡Qué vergüenza! —soltó Bami a espaldas de Leonard— ¡Perdón!
Rashiel, los Maestres y ella, aparecieron en un cuarto largo, muy espacioso, con paredes blancas de aspecto plástico y dos hileras de unas veinte camas en cada lado. El sitio donde debería haber una puerta estaba ocupado por un cristal tan negro que los seis individuos apretujados contra una esquina se reflejaban en él como en un negativo fotográfico.
—Mejor vámonos —sugirió Leonard—; podrían llegar más arrianas en cualquier momento.
—Estos dormitorios son mixtos —respondió Bami abriéndose paso desde atrás.
Derek se apartó para dejarle pasar; Leonard y los demás lo imitaron enseguida. Se dirigieron en fila hacia la entrada. El piso negro brillante del cuarto parecía de mármol pulido pero las pisadas de los autómatas sonaban muy fuerte, como si el suelo en realidad fuera metálico.
Bami metió una mano al vidrio e hizo señas con la otra para indicar a sus compañeros que saliesen deprisa.
—Crúcenlo —urgió—. No pasará nada.
Leonard fue el primero. Derek iba detrás junto con Jarno, Bastian y Rashiel. Los cinco salieron en fila por aquel acceso igual que si no hubiera nada. Un largo pasillo, no muy diferente de la barraca que acababan de dejar, los recibió del otro lado. Lo único distinto era una serie de ventanas largas desde las cuales podía admirarse el hemisferio norte de la Tierra y el espacio exterior. Bami fue la última. Después de hacerlo, dio toques con los nudillos en el cristal, quizá para asegurarse de que estaba cerrado. Luego, corrió para tomar la delantera. "Síganme", dijo por el intercomunicador de su autómata. No tuvo que repetirlo. Todos arrancaron al instante sin cuidar el ruido de las pisadas. De seguro volar sería peor. Los propulsores harían un estruendo y quién sabe cuánto habían llamado la atención para entonces.
—You are in a zone restricted for automats —amenazó una voz electrónica a Leonard mientras seguía a la arriana—. Take immediately your unit to the nearest armory. (Se encuentra en una zona restringida para autómatas. Lleve inmediatamente su unidad al arsenal más cercano)
—Imitas bien el acento de Soteria —le respondió en inglés de forma burlona. Los demás también debieron oírla.
El pasillo por el cual iban terminaba en una intersección. Se detuvieron en seco. Sólo había dos posibilidades y Bami eligió en apenas un segundo. "Izquierda", informó como antes. Mientras la seguían por la nueva ruta, el Maestre Alkef se sorprendió de no haber visto a nadie por ahí y de las extrañas compuertas circulares que había cada tantos metros en el techo, a ambos lados del camino. Al menos eso parecían. Sólo esperaba no descubrir su verdadera funcionalidad.
—You are in a zone restricted for automats —insistió la voz electrónica—. Take immediately your unit to the nearest armory. (Se encuentra en una zona restringida para autómatas. Lleve inmediatamente su unidad al arsenal más cercano)
—¿Creen que alguien ya nos haya detectado? —quiso saber Leonard.
—Sí —respondió Bami—. Pero deben estar muy ocupados intentando desactivar nuestros autómatas.
—¿Cuánto falta para llegar? —intervino Rashiel
—El Generador de portales está al final de este pasillo, pero a ocho niveles arriba de nosotros.
—You are in a zone restricted for automats. —La voz electronica volvió a machacar su advertencia—. Take immediately your unit to the nearest armory. This is your last warning. You have 30 seconds to comply. (Se encuentra en una zona restringida para autómatas. Lleve inmediatamente su unidad al arsenal más cercano. Esta es su última advertencia. Tiene treinta segundos para obedecer)
—¿Oyeron eso? —dijo Bastian de pronto—. Tenemos treinta segundos...
No. No tenían treinta segundos.
Las compuertas circulares en el techo se abrieron para dar paso a unas esferas flotantes rojas, de superficie brillante y pulida, del tamaño de estufas. Al menos había diez cerrándoles el paso.
—Si tienen más trucos —dijo Bami—, sería ideal usarlos ahora.
Las esferas sacaron unos cañones de ametralladora por unas rendijas, invisibles al principio, en la parte de abajo.
—¡Mierda! —gritó Bastian mientras corría con su espada en alto hacia los primeros autómatas esféricos.
Dispararon. Pero las balas caían al suelo sin dañarle gracias al conjuro escudo que invocó en algún momento, sin ser notado por los demás, tal vez en cuanto aparecieron los hostiles. Respondió al ataque lanzando un solo mandoble al aire. Una corriente fría venida de ningún lado provocó que las esferas chocaran contra las paredes y entre sí, antes de caer cortadas en rodajas cubiertas de escarcha. Fue rápido en verdad. Los demás apenas reaccionaron.
—¡Listo! —anunció— ¡Vámonos!
Leonard y sus compañeros pasaron junto a él en fila. Cada uno le dio las gracias.
—Tu grito de batalla apesta —dijo Leonard en tono burlón—. Mejor cámbialo.
No recorrieron más de cien metros cuando otras compuertas se abrieron. Sin embargo, esta vez bajaron por ahí seis dientes de sable mecanizados como los que Leonard vio en Monterrey un rato antes. Ahora no hubo tiempo para otra intervención de Bastian. Uno de esos autómatas felinos lo derribó de un salto e intentaba arrancarle a mordidas el brazo con el cual empuñaba a Semesh. Los demás siguieron corriendo por el pasillo. La primera en caer fue Bami. Ella y su atacante rodaron un par de metros entre intentos vanos de uno por arrancar la cabeza del otro a mordiscos. Derek intentó despedazar al que venía directo hacia él con un relámpago de su espada sagrada; y no pudo porque éste esquivó el ataque de un veloz salto a la pared y luego se abalanzó sobre su víctima desde ahí.
Leonard seguía en pie. Pero muy ocupado. El gato mecánico con el cual le tocó pelear no había conseguido derribarlo aún. Ambos empujaban sin lograr nada. Pero quien corrió peor suerte fue Jarno. Consiguió invocar un grueso tronco puntiagudo con un conjuro justo a unos centímetros de que le cayese encima el felino que iba a atacarle; se las ingenió para empalarlo aunque el hostil también usó su cola de escorpión para apuñalarlo rápidamente varias veces en el estómago y el pecho.
Rashiel logró partir en dos a su oponente con un mandoble de su arma sagrada al rojo blanco. Sin embargo, tardó un poco en desprenderse del traje de combate que llevaba puesto y recuperar su forma real de oso polar alado.
Jarno se desplomó. Un instante después, un charco rojo se formaba debajo de él.
Leonard consiguió clavar con dificultad a Semesh, su espada sagrada, en el lomo de la bestia con la cual peleaba.
—¡Sertra! —Lanzó su mejor conjuro e hizo estallar a su oponente. La explosión lo lanzó de espaldas al menos dos metros. Enseguida, se levantó a duras penas. Le dolía todo el cuerpo. Esa última pelea le dejó profundos arañazos sangrantes en las piernas y el pecho además de las heridas del brazo.
Rashiel liberó enseguida a Bastian y a Bami partiendo a sus rivales con mandobles de su hoja al rojo blanco.
Derek cogió a su oponente por los colmillos e hizo circular elektricidad por su cuerpo hasta que éste se desplomó envuelto en medio de una nubecilla de humo aceitoso. Luego, corrió hacia donde Jarno se quedó tirado. "No te muevas", le dijo en voz baja. Luego, descubrió la pulsera transportadora en su muñeca izquierda.
—Sigan ustedes —ordenó—. No hay tiempo para un conjuro sanador. Que Olam los traiga a salvo. A todos. ¡Vado ad Soteria!
Derek y Jarno desaparecieron al instante.
—Bien, señores —dijo Leonard—, andando. Bami, ¿hacia dónde ahora?
—Arriba.
—Bien, cúbranse.
Ella, Bastian y Rashiel se agacharon y protegieron sus cabezas entre los brazos. Leonard alzó a Semesh para apuntar a una de las compuertas del techo. "¡Sertra!", recitó Leonard a todo pulmón. Enseguida, un sol en miniatura salió despedido de la punta de su espada y él se apartó para evitar los escombros. Pero no cayeron. Luego, se asomó deprisa por el hoyo que su conjuro dejó. Quería asegurarse de que no hubiese perforado el fuselaje o como llamaran los arrianos al exterior de la nave.
—Sólo perforé ocho niveles, como dijo Bami —informó Semesh con su voz audible sólo para Leonard.
—Las damas primero —dio palmadas en el hombro de Bami y le señaló el hoyo del techo con el mentón.
La arriana accionó los propulsores de su autómata y voló a través del agujero. Leonard la siguió y Bastian y Rashiel se unieron después. Ella se posó con elegancia en el piso del nivel donde terminaba aquel túnel improvisado, pero los Maestres tropezaban unos con otros al aterrizar sus unidades. Bastian por poco cae, de no ser porque Rashiel lo pescó del brazo a tiempo.
—Ahí es —Bami señaló una puerta de cristal grande a unos metros a su derecha—. Pero algo no está bien.
—Coge un escombro y lánzalo al cristal de acceso —dijo Semesh de forma que solo Leonard la oyera.
El maestre recogió un pedazo de metal chamuscado y lo arrojó a la puerta con toda su fuerza. El escombro cruzó el pasillo pero se vaporizó a centímetros de su destino, acompañado de un ruido similar al de agua fría vertida en una sartén caliente.
—Ahí lo tienes —dijo Leonard—. Hemos caído en una trampa.
—Tienes razón, Maestre —respondió una voz femenina desde un altavoz ubicado en algún lugar oculto—. Han venido directo a mi trampa.
Las paredes del pasillo se corrieron hacia arriba, como lo haría la cortina metálica de un local, dejando al descubierto soldados arrianos formados a la vera. Debían ser al menos medio centenar, todos armados con rifles plásticos. Del cristal de acceso salió una arriana de cabello malva que usaba un moño acebollado y tenía ojos celestes claros, casi blancos. El uniforme entallado de la milicia enemiga la hacía verse bastante curvilínea. Le sentaba muy bien.
—Moriah —gruñó Bami al tiempo que se daba media vuelta.
—Me sorprendiste, novata —respondió la otra arriana—, lo digo sinceramente. —Atravesó el pasillo sin sufrir daño—. Esperaba esta traición de Lhar pero no de ti.
—A mí me sorprende que sigas leal al gobierno.
—Ya, basta. Sé que no has venido a discutir nuestras ideologías. Si tanto quieres destruir el Generador, adelante, hazlo si tienes valor.
Leonard se puso en guardia, lo mismo Rashiel y Bastian. Moriah tocó una placa en el muro a su derecha.
—Sólo tú y yo —prosiguió—. Tus amiguitos y mis soldados pueden jugar mientras tanto.
—Acepto.
Leonard estuvo a punto de intervenir. Pero Semesh, su arma sagrada, lo detuvo.
—¡No vayas! —advirtió la espada de forma que solo él oyese— ¡Ella puso otra barrera como la de antes!
En ese instante, el autómata que tripulaba abrió su carcasa, la careta y los brazos y cayó pesadamente como si fuera una bata de baño desabrochada. Dejó al Maestre desprotegido. El de Bastian hizo lo mismo de forma casi simultánea. Seguramente el ADN del arriano en cuya sangre empaparon sus manos se había deteriorado lo suficiente para volverse irreconocible por las máquinas. Entonces, los tres se pusieron en guardia tan rápido como pudieron. El de Bami no actuó de aquel modo. Ella tocó la placa de apertura y salió por su cuenta.
Moriah sacó dos pistolas de las fundas en sus muslos. Las dejó caer y las alejó de un puntapié.
—No creas que tendrás una pelea justa —sentenció mientras se ponía en guardia—. Tengo ventaja por ser comandante.
—Eso está por verse.
Bami intentó asestar un golpe a la cara de Moriah. Ésta lo esquivó ágilmente y contraatacó dándole un poderoso rodillazo al estómago, varios puñetazos al rostro y la derribó de una veloz barrida a las piernas. Enseguida, se montó a horcajadas en su víctima para estrangularla.
Leonard y sus amigos, por su parte, estaban bastante ocupados. Las tropas arrianas los rodearon con una formación en círculo al instante y comenzaron disparar apenas ellos se protegieron lanzando el conjuro escudo. Sin embargo, Bastian de inmediato puso una mano en el hombro, que terminó cubierta de sangre en un santiamén. Se encorvó un poco y el contrajo el rostro por el dolor. Rashiel inclinó la cabeza hacia atrás y retrocedió unos cuantos pasos, como si fuese a perder el equilibrio. Las balas emitían un peculiar zumbido cuando rebotaban en aquella defensa invisible.
—Me dieron —masculló el Maestre Gütermann entre dientes.
—A mí también —anunció el Ministro señalando con dos de sus largas uñas un hoyo bajo su ojo izquierdo y otro en su frente peluda de oso polar.
Enseguida, se descolgó la cadenilla y la arrojó a Leonard, quien la cogió al vuelo.
—Es un neuropro, dáselo a Bami —dijo apresurado antes de que su cuerpo estallase en un montón de lucecillas.
El Maestre Alkef, la arriana y Bastian Gütermann eran los últimos.
—Déjame a estos pelmas —soltó Bastian—. Tengo una idea.
—No hagas locuras —respondió Leonard.
—Está bien. Sólo no respires y abrígate bien.
Bastian sopló con fuerza, y de su boca salió una densa niebla fría que inundó de inmediato ese nivel. Luego, corrió hasta perderse de vista en ella. De pronto, comenzaron a brotar gritos y disparos de aquella bruma, acompañados de fragmentos de hielo y el chasquido característico de vidrios rotos. "¡Qué frío!" dijo Leonard mientras se abrazaba para conservar calor. Fue directo a la barrera que Moriah interpuso entre ellos. Quien sabe por cuánto lucharon ambas arrianas; en cualquier caso, para entonces habían terminado en el suelo desgreñadas y cubiertas de arañazos y magulladuras.
Bami tenía la nariz en un ángulo raro y un par de surcos rojos debajo. Sujetaba a su rival con una llave al cuello.
—Ordénales parar —exigió.
—Ni loca —respondió Moriah con voz ahogada.
Leonard tardó apenas un segundo en decidir a quién ayudar. No porque se lo pidieran, más bien lo resolvió al notar la entrada en escena del autómata de combate más espantoso que había visto hasta entonces. Al parecer, trataron de ensamblar una especie de centauro montando la parte superior de un centurión en los cuartos traseros de un felino mecánico. El Maestre tenía la impresión de haber visto algo así en televisión, aunque no se acordaba de en qué programa fue... ¿O ese recuerdo provenía de la memoria de Carlos Visalli, su alter ego mientras vivía en la Tierra?
El centauro salió encorvado de un ascensor al fondo del nivel. Pero no lo dirigía una inteligencia artificial. Un arriano viejo, con un bigote despeinado a lo Mark Twain, se puso yelmo y careta antes lanzarse al galope hacia un grupo de al menos diez soldados que rodeó a Bastian e intentaba someterlo a golpes con las culatas de sus rifles.
Leonard corrió hasta interceptar al recién llegado. Consiguió interponérsele justo a tiempo, antes de que lograra reforzar a las tropas. El Maestre Alkef se puso en guardia. Semesh estaba lista para otra lucha.
—Conque quieres jugar a las espaditas —dijo el centauro—. Venga pues. Te daré gusto.
La parte felina se levantó en sus patas traseras y lanzó zarpazos. Leonard los evitó con suma facilidad. Ni bien su oponente posó las garras en el suelo, él intentó destrozar la cabeza de tigre con un mandoble. Pero ésta fue más rápida. Quebró la hoja de una mordida como si sólo fuese un escarbadientes. El fuego de los arañazos que cubrían al Maestre Alkef, y a los cuales no había puesto atención hasta entonces, ardió para recordarle su fragilidad humana.
—No eres tan rudo sin tu espada sagrada, ¿verdad? —El arriano se quitó la careta, quizá deseaba verlo morir.
—Me vale.
El tigre dientes de sable intentó derribar a Leonard de un zarpazo, pero él retrocedió tan veloz como sus piernas le permitían.
—Lárgate de mi campamento con tus amigos —demandó el arriano. Debía ser el capitán de la nave.
—Yo no estoy al mando...
Derek se materializó detrás del centauro. El monstruo parecía haberse dado cuenta, porque dejó en paz a su presa e intentó darse media vuelta. Sin embargo, como su parte inferior era muy larga para moverse con agilidad, apenas consiguió mirar atrás. El rey de Soteria se trepó de un brinco y le tapó la cara con una mano. Le hizo sacudirse de una descarga eléktrica, como si sus dedos fueran los electrodos de un inmovilizador. Incluso emitieron el peculiar chasquido que esa clase de arma produciría al ser activada.
—¡Vete a Soteria! —exigió Derek mientras su víctima manoteaba para desembarazarse de él.
—¡No! —respondió Leonard, enseguida, se inclinó a recoger la otra mitad de Semesh para envainarla.
—¡Es una orden!
Leonard halló el fragmento de su espada e intentó unirlo a la empuñadura, tenía esperanza de que sirviese de algo.
—Toma un fusil —dijo Semesh con su voz audible para él, aunque sonaba débil—.Nos veremos pronto.
El Maestre Alkef tuvo la impresión repentina de que su arma sagrada se volvió menos reluciente. ¿En serio había perdido el brillo de pronto o era una ilusión óptica? En todo caso, accedió al último deseo de Semesh. Aguantó el asco y despojó a un brazo cubierto de hielo y arrancado de cuajo a uno de los tantos arrianos que Bastian derrotó por su cuenta. El rifle no tenía gatillo sino una laminita redonda en su lugar. Leonard apuntó al pecho del centauro, para no darle a Derek por error, y la tocó un par de veces. Pero no hizo nada. Seguramente no funcionaba con ADN humano o se quedó sin energía. Entonces, él notó una palanquilla bajo el cañón. La empujó con fuerza. Enseguida, una larga y afilada bayoneta salió por el frente.
De pronto, Bastian llegó junto a él. Se veía muy agitado. Su ropa estaba manchada de sangre, quizá suya o de los arrianos que enfrentó.
—¿Y tu espada? —dijo entre jadeos.
—Me la rompieron —respondió Leonard lacónico.
—Yo ayudo a Derek y tú haz lo que puedas por Bami.
Bastian y Leonard se fueron por caminos opuestos.
Moriah y Bami seguían peleando tras la barrera o campo de fuerza o lo que fuera que las separaba del resto de la batalla. Ambas se mantenían en pie, sudorosas, tal vez por pura determinación. Intercambiaban puñetazos lentos a causa del agotamiento. Quién sabe cuánto llevaban esa pelea. Resultaba difícil estimarlo si uno también combatía en otro lado al mismo tiempo.
Leonard llegó hasta donde ellas luchaban. Y por poco cruza la barrera. Se detuvo en seco, a unos centímetros, ni bien recordó cómo se vaporizó aquel trozo de escombro un rato antes. Apretó el fusil tanto que los dedos se le pusieron blancos. Bajó la mirada y sintió la garganta hecha bola. Le frustraba haber perdido su arma sagrada de tan estúpida forma. ¿Cómo pensaba ser útil desarmado? Fue entonces cuando notó una pequeña placa en el suelo. Se parecía a las de apertura en las carcasas de los autómatas, pero tenía dibujado un símbolo parecido a una X entre dos barras verticales. Quizá era un botón de parada de emergencia. ¿Qué carajos pararía con eso?
—Por favor no nos eches al espacio exterior —murmuró Leonard.
Riesgo tonto, cierto, pero no se detuvo. Rompió el botón con la bayoneta del rifle y, al instante, empezó a caer un fino rocío desde el techo acompañado por la aguda estridencia de unas alarmas.
—Mal hecho —dijo de pronto Semesh—. Activaste el sistema contra incendios.
—Suenas muy débil —respondió Leonard.
—Ya puedes cruzar...Hazlo para que Derek y Bastian te vean... Y vengan a ayudarte.
Obedeció.
Moriah tenía a Bami de rodillas. Apretaba el cuello de su contrincante con una llave mientras ésta intentaba liberarse. Leonard dedujo en qué acabaría aquello, así que llegó por detrás, sin hacer ruido, y le puso la bayoneta en la espalda a la ganadora.
—Suéltala ahora —demandó el Maestre Alkef en voz alta para hacerse oír por encima del ruido de las alarmas.
Moriah volvió la cabeza para ver hacia atrás sobre su hombro izquierdo.
—¿Qué si me niego? —respondió ella casi a gritos.
—Yo mismo te arrojaré al espacio.
La arriana soltó a su oponente. Se enderezó despacio y dio media vuelta con las manos en alto.
—¡De rodillas! —ordenó Leonard mirando arriba de lo alta que era Moriah. Él medía un metro setenta y apenas llegaba a su hombro.
Moriah se inclinó como para arrodillarse. Y, en vez de eso, le dio al Maestre un fuerte puñetazo directo a la mandíbula desde abajo. Luego, intentó hacerlo caer con una patada a la parte trasera de las rodillas. Pero Leonard cogió a tiempo el pie con la izquierda. Le dio un tirón con toda su fuerza para atraerla y rematarla de varios codazos rápidos en la garganta hasta hacerla caer. Ella se arrastró a donde quedaron sus pistolas cuando se las sacó de los bolsillos. Era más fuerte de lo que parecía. Pero Leonard la cogió por el pelo.
Bami recogió una de las armas y apuntó a la cabeza de Moriah.
—Ist avere, Moriah —dijo en el dialecto de los arrianos—. Staggen eis håndens.
—Sa baraver sif duvoid armasmen —respondió Moriah, luego escupió a un lado.
Derek y Bastian luchaban en ese instante, y desde quién sabe cuándo, contra el centauro. El rey atravesó el pecho del arriano con su espada y el Maestre Gütermann decapitó al tigre dientes de sable con un solo mandoble. El hostil cayó pesadamente de costado y la parte superior e inferior se separaron al chocar contra el suelo. Resultaba que en realidad no tenía piernas. Sólo le quedaba muñones, los cuales sobresalían apenas unos quince o veinte centímetros de las ingles. Tal vez las había perdido mucho tiempo antes de esa lucha.
—Capitán... —murmuró Moriah. Una lágrima cayó por su mejilla amoratada.
Leonard se volvió para encarar a Bami.
—Rashiel me pidió que te diera esto —Extendió frente a ella la cadenilla con el dije que el Ministro le dio.
—¿Es el programa para desactivar el Generador? —respondió ella
—Supongo.
—Ya lo averiguaremos. Ahora, andando. Nos queda poco. Desactiva el sistema contra incendios por favor.
—¿Uso el mismo botón?
Bami asintió. El Maestre Alkef se agachó en el sitio donde vio el botón. Lo presionó y enseguida se apagaron las alarmas y cesó el espray que caía del techo. Ella comenzó a andar hacia el cristal de acceso en el fondo del nivel sin pronunciar palabra. Enseguida, llegaron Bastian y Derek y alzaron a Moriah de un brazo cada uno. La condujeron con ellos como rehén. La hicieron andar delante de Leonard. El grupo se dirigió casi corriendo al cristal de acceso. El rey de Soteria acercó a Moriah al vidrio y le dobló la muñeca hacia atrás.
—Abre —ordenó.
Moriah se inclinó hacia adelante, metió la cabeza e hizo un movimiento para indicar a los demás que cruzaran. Leonard se asomó. Pero se encontró con que Bami se había equivocado. Ahí solo había un ascensor. Enseguida, lo informó a sus compañeros antes de que entrasen. Derek enderezó con brusquedad a la prisionera.
—¿Dónde está el centro de mando? —exigió saber.
Moriah se quedó callada un instante. De pronto, Bastian la abofeteó.
—Su Majestad te hizo una pregunta —le dio otro revés—. ¡Contesta!
—Es suficiente, Bastian. —Derek le mostró a Moriah dos dedos de una mano. Un potente haz de corriente eléktrica circulaba entre ellos y emitía el típico chasquido de un inmovilizador—. Ahora di dónde está el centro de mando o juro que lamentarás haberme conocido.
—En la siguiente planta. —La comandante se sorbió los mocos. No era tan fuerte después de todo.
Entraron todos juntos al ascensor con ella por delante. La metieron de un empellón y sus captores la sujetaron de nuevo aprisa. No le dieron tiempo siquiera de levantarse por su cuenta. Ellos mismos la alzaron por los brazos. La arriana se quedó cabizbaja. En su semblante se notaba la dignidad herida de un campeón tras la primera derrota. En todo caso, Leonard prefirió observarla de cerca. Tal vez ya no deseaba pelear o defenderse por el cansancio. Pero más valía asegurarse. Cualquier intento de revancha podía ser fatal para ellos en aquel espacio tan pequeño.
El cristal de acceso abrió instantes después para darles paso a la sala de control que buscaban. Pero no había nadie. De seguro habían evacuado cuando sonaron las alarmas.
Prácticamente todo el nivel estaba ocupado por una especie de escritorios plásticos, encima de los cuales flotaban pantallas de computador —o quién sabe cómo los llamaban los arrianos—. Las estaciones de trabajo cubrían todo hasta donde alcanzaba la vista. Estaban separadas por angostos pasillos. Encima había otras cuatro pantallas enormes las cuales seguramente la tripulación podría ver con facilidad desde cualquier lado. Todas ellas enfocaban un aparato similar a una bomba de agua para pozos profundos afuera del campamento, en el espacio. Los muebles eran blancos pero quedaron cubiertos de polvillo rojo, como si hubiesen molido ladrillos encima de ellos. A Leonard le llamó la atención. Supuso que debía ser un agente extintor capaz de apagar equipamiento electrónico en llamas sin perjudicar aquellos aun funcionales. Un invento así valdría mucha plata en la Tierra.
La estación del capitán se hallaba en un palco con sillón giratorio sobre una especie de columna baja, a un lado del ascensor. Moriah mostró a Leonard, Derek, Bastian y a Bami una rampa transportadora en un costado. Los cinco subieron enseguida. La cinta los movió suavemente hasta la consola de mando en lo alto.
Bami se plantó frente a las seis pantallas flotantes desde donde los mandos arrianos vigilaban el funcionamiento de la nave espacial en la cual viajaron hasta la tierra. O al menos así veía Leonard al campamento Verken. Total, la chica alienígena de coletas puso el neuropro sobre una placa junto a un curioso teclado lleno de símbolos desconocidos para los humanos y reacomodó la interfaz de usuario como quiso con el movimiento de sus ojos. Dejó abiertas lo que parecían líneas de comandos en tres monitores. Enseguida, se llenaron de renglones y renglones de texto indescifrable. Tras cerrarse por sí mismas, dieron paso a otras dos que, a juzgar por los íconos en la orilla izquierda, debían ser exploradores de archivos. Una de esas listas apenas contenía cinco elementos con nombres escritos en un dialecto ininteligible para los soterianos. La otra, en cambio, se antojaba infinita e igual de indescifrable.
—Descris il nomenen filer os partis contiere —habló de pronto una voz electrónica.
—Alecto mei ib ce ex ce —respondió bami.
—Filer halasteo. Abriere.
Bami contempló durante varios segundos una suerte de procesador de texto que se abrió ante ella en aquel instante. Después de ocultar la ventana, se volvió a sus compañeros humanos.
—Majestad —dijo seria—, ¿qué quiere hacer con ella? —Señaló a Moriah con el mentón.
—Nos la llevamos —respondió Derek—. Será nuestra póliza de seguro si aparece el resto de la tripulación.
De hecho, fue una decisión inteligente. Leonard alcanzó a percibir el murmullo de voces lejanas proveniente de algún corredor aledaño fuera de su campo visual.
—Sugiero que te des prisa —dijo mientras intentaba localizar la fuente del sonido—. Ya vienen.
Bami les dio la espalda un instante y copió con los ojos cuatro archivos de la lista corta a la larga. Ni bien sucedió eso, las cuatro pantallas gigantes que flotaban sobre la sala se llenaron de frases parpadeantes escritas en rojo e iconos triangulares con una W de costado entre barras verticales. También comenzó a sonar una alarma más parecida a un tono de marcación telefónica.
—Ya terminé —sacudió las manos—. Tenemos treinta segundos para largarnos.
Los cuatro se abrazaron de inmediato, dejando a una Moriah con cara de incomodidad en medio de ellos.
—¡Vado ad Soteria! —exclamaron Derek y Bami al unísono.
Leonard alcanzó a distinguir con el rabillo del ojo a varios soldados con rifles plásticos entrar a paso veloz en la sala de mando. Se apostaron cerca de las estaciones de trabajo para disparar. Pero no lograron más. Los Maestres, su prisionera y Bami desaparecieron del campamento Verken y, un momento después, se materializaron en el Jardín Interior ante un jardinero calvo, con barba cana de tres días y ventanas donde alguna vez hubo dientes. Aquel pobre viejo sujetaba las tijeras de podar en alto mientras permanecía boquiabierto. ¿A qué se debía tal gesto? ¿Le sorprendió la aparición repentina de cinco fulanos entre los setos recién podados? ¿O fue por las plantas destrozadas?
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top