DE PAYIS A ELUTANIA
Teslhar ya suponía quién llamaba a la puerta con tanta insistencia tan temprano. No los esperaba a esa hora. Aunque tal vez sólo era un cliente o alguno de los pocos amigos de su padre que aún lo visitaban.
—¡Voy! —dijo Teslhar mientras salía del cuarto trasero de la casa.
Pero el golpeteo en la puerta de lámina se volvió más fuerte como respuesta.
—¡Ya oí! —gritó— ¡Siquiera déjeme que llegue a la entrada!
Seguro lo oyeron afuera, o a lo mejor le dolieron los nudillos al que llamaba, porque paró de pronto. Apenas en ese instante, Teslhar reparó en que no despertaron a Sleden con el ruido. Probablemente a él le pasó lo mismo que a su padre; aunque —a diferencia de éste— él se dio cuenta de que había alguien afuera de su casa.
Abrió.
Liwatan se había sentado en el umbral con el mentón apoyado en las manos y, frente a él, la reina Nayara aplaudía despacio. Vestía un entallado traje de esgrimista y llevaba los rizos caoba hechos moño bajo la nuca y adornados con un lazo de organdí negro.
—¡Bravo! —dijo ella— ¡Al fin despertaste!
Teslhar echó una mirada rápida. Aparte de ella y Liwatan, dos arrianas discutían en su dialecto, cerca de los árboles que rodeaban el claro donde se alzaba la vivienda. Una de las mujeres vestía un hábito amarillo de diaconisa y llevaba el cabello teñido de azul y rojo. La otra —de pelo azul— llevaba puesto un mono de tela blanca, tan entallado que podía jurarse que en realidad era otra capa de piel. La peliazul tenía estampado un símbolo raro en el pecho: Una Y dentro de un triángulo invertido.
—¿No vinieron todos? —quiso saber él.
—Faltan dos que se quedaron en el camino —respondió Su Majestad—. Pero, descuida, no tardan en llegar. Lo prometo.
Teslhar hizo visera sobre sus ojos.
—Creo que los he visto —dijo serio.
Leonard y el rey Derek aún se hallaban en la vereda. Caminaban muy despacio mientras sus espadas sagradas flotaban junto a cada uno, de manera errática. Ambos tenían las mejillas los ojos entrecerrados y la boca apretada. O se concentraban al máximo en mantener funcionando el conjuro o aguantaban las ganas de ir al baño. Se notaba que las armas caerían en cualquier segundo. No obstante, ambos iban a paso lento pero firme, echando miradas de vez en vez a sus estoques como para asegurarse de que siguieran a su lado en el aire.
—¿Qué tal si entran, Majestad? —invitó Teslhar
La reina enseguida le agradeció la atención e indicó a sus acompañantes que la siguiesen adentro.
Todos desfilaron por la entrada antes que Leonard y Derek, incluso Liwatan, que debió agacharse para no golpearse la cabeza con el dintel de la puerta. Bami y Vilett —así se llamaban las arrianas— no eran tan altas como el Ministro; pero poco les faltaba. Un momento después, el Maestre Alkef y el rey corrieron para dar alcance a los demás y llegaron hasta la casa. Cogieron sus espadas flotantes y las envainaron antes de meterse.
No hubo suficientes sillas, así que Teslhar y Liwatan se quedaron de pie. De pronto, Sleden asomó la cabeza por la cortina que separaba la sala y la recámara.
—¡¿Por qué no me dijiste que vendrían los reyes? —murmuró en un tono rabioso.
—¡Se me olvidó! —respondió su hijo de igual modo.
Sleden regresó al cuarto maldiciendo por lo bajo. De seguro le molestó tener visitas tan distinguidas y estar vestido sólo con un pantalón de dénim y unas viejas sandalias con suelas de cuero.
—¿Está todo bien? —La reina arqueó una ceja como para indicar que deseaba respuesta inmediata.
—Sí, Majestad —mintió Teslhar—, todo está bien. Mi papá sólo preguntó por su ropa. Nada más.
—Entonces, ¿podrías contarnos a qué te envió el hombrecito de la polvera?
—¿Se refiere a mi otro yo más viejo?
—Sí, ese o como sea que le digas.
Teslhar intentó ordenar sus ideas antes de abrir la boca. A veces no se le daba bien explicar, en especial cuando algo le preocupaba o ponía nervioso. Y no era para menos. Partirían a Elutania en minutos para llevar a cabo un Golpe de Estado. Eso cambiaría todo sin importar el éxito.
—Pues —titubeó un instante—... aparte de mi historia familiar, resulta que mi padre me contó ayer que, efectivamente, Helyel puede influenciarnos con sólo pisar Elutania y cómo hizo él para librarse de su influencia.
—Espera —interrumpió Derek—, ¿no estaba muerto tu padre?
—Yo creía lo mismo —respondió Teslhar—. Pero se cambió el nombre y todos estos años se hizo pasar por mi tío. Mi tío Yun resultó ser en realidad mi padre. ¿Cómo la ven?
—Interesante —rumió Derek mientras se frotaba despacio la barbilla—. Continúa.
—Según mi padre, recibir una descarga eléktrica anula el conjuro que Helyel puso para influenciar a cualquiera que entre en Elutania.
—Eso podría matarnos —protestó Leonard, luego se volvió a encarar a Derek—. No lo permitas.
—Según mi papá, con un calambre paralizante debería bastar.
—¿Un calambre paralizante? —Derek arqueó una ceja con extrañeza.
—¡Ya entiendo! —Leonard se volvió de pronto para encarar a Derek— Tú me hiciste eso una vez, cuando me llevaste prisionero a Elpis. ¿Te acuerdas?
El rey abrió mucho los ojos.
—¡Es cierto! —dijo— Esa vez use potencia suficiente para agarrotar tus músculos sin matarte —Luego, él dirigió una mirada llena de significado a la reina Nayara—. Puedo hacerles lo mismo a todos, al mismo tiempo. Pero habrá que tomarnos de las manos.
—¿Por qué? —quiso saber Nayara.
—Porque así se crea un circuito —respondió Leonard—. La corriente pasaría fácilmente de Derek al resto.
—A mí no me gusta esa idea —agregó la arriana del traje ajustado. Soltó cada palabra tan despacio que parecía apenas estar aprendiendo a hablar—. Aún es dolorosa.
En ese momento, Sleden salió de la recámara. Se había puesto una camiseta de linalgodón percudida, sin mangas, zapatos sin calcetines. Una enorme verruga marrón se asomaba desde su sobaco izquierdo, por debajo del brazo. En ese instante, hizo una reverencia a Sus Majestades Nayara y Derek.
—Oí sin querer lo que mi hijo les contó —dijo serio—. Yo descubrí por accidente que una descarga eléktrica rompía la influencia de Helyel sobre uno. Pero ignoro si es igual con alguien que nunca ha sido influenciado.
—Vale la pena intentarlo si es más rápido que mi idea —respondió Liwatan.
—Quién sabe—terció Derek—.Una sacudida eléktrica no es mejor que un baño en agua hirviendo.
—Si del dolor se trata, da lo mismo qué hagamos —Liwatan frunció los labios un instante—. Yo pensaba bañarlos a todos en agua hirviendo para catalizar mi conjuro. Pero que sea lo que a ustedes les duela menos. A mí me da igual. Se necesita mucho más para que yo sienta dolor.
—¿Pues qué ideas se les ocurren a ustedes? —quiso saber Sleden.
—Permítanme explicarle —soltó Teslhar.
No tomó mucho contar a su padre de qué rayos hablaba el Ministro. O por qué necesitaba una alternativa con menos sufrimiento.
Las ideas de Liwatan eran —por lo general— brillantes. No obstante, a veces se le ocurrían genialidades enrevesadas o decididamente peligrosas. Por ejemplo, durante la última reunión en el palacio, prometió formular un encantamiento con el cual volverlos inmunes al que Helyel puso en Elutania para influenciar a sus habitantes. Desde luego, Derek, Nayara, y hasta Lhar se opusieron al saber cómo funcionaba. El Ministro quería meterlos a todos en barricas llenas de agua consagrada, las cuales herviría una hora a fuego lento. Leonard Alkef propuso entonces pedir a sus espadas sagradas revelar un método no tan espantoso. En cualquier caso, nadie halló alternativas menos espantosas. La reina se ocupó en ayudar a su esposo y a Leonard a dominar otro conjuro bastante difícil de lanzar. A quienes pudieron encerrarse con sus armas en las alcobas y orar para pedirles opciones tampoco les fue bien. No hubo respuesta por más que suplicaron la aparición algún conjuro grabado en las hojas de sus estoques.
—En pocas palabras —interrumpió Sleden la explicación—: nadie quiere cocerse a fuego lento.
—Básicamente —dijo Liwatan—. Aunque hubiera sido lindo encender una fogata en el patio, llenar barricas con agua consagrada...
—¡Basta! —tronó Derek.
—¿Entonces usarán las descargas eléktricas? —quiso saber Sleden.
—Si nadie descubrió un conjuro mejor —replicó Derek—, esa será nuestra opción.
—Entonces vayan con cuidado —contestó Sleden—. La influencia de Helyel será más fuerte entre más cerca estén de él. —Le dirigió una mirada a Liwatan—. Supongo que se los dijiste.
—Nos lo dijo —prometió Derek; luego tendió una mano a la reina Nayara y la otra aTeslhar—. Hagámoslo.
Aquello fue breve pero intenso.
Teslhar, Leonard, Su Majestad Nayara, Bami y Vilett se pusieron en pie y tomaron las manos con Derek. Todos tenían una sombra de duda y temor en sus caras. Pero eso cambió en un segundo. La sacudida los hizo gesticular de forma exagerada mientras el rey hacía circular la corriente eléktrica por sus palmas. Se sintió como meter los dedos en un enchufe. Llegó un punto —quién sabe cuánto después— en que se soltaron de pronto. La reina se inclinó un poco hacia adelante, con las manos apoyadas en los muslos.
—Jamás vuelvas a hacerme esto —masculló.
—Lo prometo —contestó Derek mientras le rodeaba los hombros con el brazo.
—Bien, creo que estamos listos —dijo Leonard—. ¿O alguien todavía se siente mal?
Bami, la arriana de coletas rojas y azules, fue casi corriendo a la entrada de la casa tapándose la boca con una mano. Abrió y cerró de un portazo. Un instante después, se oyeron arcadas proseguidas de una jerigonza que tal vez eran palabrotas en su lengua materna.
—Qué bien —soltó Liwatan—. Tendremos que partir desde afuera.
El Ministro sacó de su hábito la oblea marrón que les presentó en la última reunión que tuvo en el palacio con ellos. Salió y, enseguida, los reyes y Leonard y Vilett también.
Sleden posó su mano en el hombro de Teslhar.
—Vamos —Ladeó un poco la cabeza para enfatizar la petición—. Ya es hora.
Al salir, vieron a Bami vomitar en una esquina mientras Vilett la sostenía. Seguro la descarga eléktrica provocó que vaciara el estómago de esa forma. Liwatan tenía los brazos cruzados sobre el pecho y un gesto cansino delineado en la cara. Leonard, Nayara y Derek, por su parte, discutían la posibilidad de revisar los mapas de la Torre Nimrod una vez más antes de ir a Elutania.
Se suponía que el Arahin sied Olam —el artefacto marrón en forma de oblea— los llevaría a los sótanos del edificio, el lugar exacto donde residía la Inteligencia Artificial. Sólo tenían que estropearla y encontrar los aposentos del Gran Arrio Osmar antes de que los autómatas encargados de protegerlo detectaran la falla y activasen los protocolos de emergencia. Todo eso mientras Liwatan se ocupaba de expulsar a Helyel de Elutania. Tendrían menos de cinco minutos. O eso estimaron tanto el Ministro como los arrianos durante la última reunión en el palacio. Esas dos horas en las que Teslhar casi se puso catatónico de aburrimiento fueron las más largas de su vida. Y no prestó atención a la planeación por estar enumerando mentalmente todas las formas en las cuales podía cagarla ni bien ascendiera al trono. Así que ahora, con toda la vergüenza del mundo, tenía que buscar el modo de repasar la estrategia.
—Oigan, ¿Y si encontramos a Helyel primero que a Arrio? —dijo serio.
—¿No pusiste atención en la reunión de ayer? —espetó Leonard.
—Sí —respondió Teslhar—. Pero no acordamos nada aparte de no enfrentarlo solos.
—Porque no nos apartaremos de Liwatan ni un segundo —replicó Leonard—. Por eso no acordamos más nada.
—Claro que vagar en los corredores de la Torre Nimrod con Liwatan como niñera es seguro. Pero, ¿qué si no puede cuidarnos?
—Un momento —interrumpió Derek—. Me parece saber por dónde vienen los tiros —Enseguida, encaró a Liwatan—. Y Teslhar tiene algo de razón...
—¿La tuve? —el aludido se rascó la cabeza a causa de la sorpresa.
—La tienes. Si yo fuera Helyel, separaría al grupo para liquidarlos uno por uno. No sería eficiente pero me facilitaría mucho el trabajo. Primero elimino al más débil; y descanso. Luego a otro; y vuelvo a descansar... y así hasta que sólo quede el más fuerte.
—Para, Derek —Nayara posó la mano en el hombro del rey—. Helyel no necesitará separar a nadie si nosotros lo hacemos primero —Ella también se volvió para encarar a Liwatan—. Sé que acordamos seguir tus instrucciones sin cuestionar nada, desde antes que llegase Leonard. Pero es suficiente. Si vamos a arriesgar nuestras vidas para librar a millones de desconocidos... al menos tenemos derecho de saber, con lujo de detalle, cómo planeabas hacerlo.
Leonard, Teslhar y los reyes callaron para escuchar al Ministro. A sus Majestades se les notaba, por sus gestos graves, que deseaban conocer pronto los pormenores ocultos. Hasta Vilett y Bami tenían la expectación dibujada en la cara. Quién sabe si fue porque sus procesadores neuronales no les tradujeron con exactitud.
Liwatan negó con la cabeza, luego suspiró.
—Bien —dijo—, diré todo. Pero al menos deberían aprender de Leonard. Él prefirió no cuestionarme.
—Porque sé cómo se las gastan ustedes —replicó Leonard—. O por lo menos así era con Rashiel. Me di cuenta de que estabas operando en —trazó comillas en el aire— "silencio radial" pero preferí no averiguar más y dejar que terminaras echándote de cabeza.
Al parecer, nadie más entendió lo del silencio radial. Sólo quedaron entrecejos fruncidos tras ese arranque.
—Lo que sea que estés ocultando —dijo Sleden—, será mejor que lo sueltes.
—Pues pongan mucha atención —respondió Liwatan malencarado—, porque no repetiré nada. Ni media palabra.
En menos de un minuto, el Ministro refirió sus órdenes a los presentes.
Resultaba que, de nuevo, las barreras entre los universos —Eruwa, Elutania y el Mundo Adánico— se habían debilitado. Él y otros Ministros debieron coordinar la protección de La Nada y reforzar las defensas sin que Helyel, o sus Legionarios, pudiesen abrirles huecos e infespiar sus planes. Gracias a Olam, no ocurrió. La tecnología que los arrianos prestaron al enemigo no tenía potencia suficiente. Así que no podían ir directo desde la Torre Nimrod hasta la Plaza Mayor de Soteria... todavía.
—A final de cuentas —dijo Liwatan para cerrar su perorata—, las barreras resultaron más fuertes de lo que esperábamos. No permitieron trasladar a Helyel ni a nadie sin tener que dar un rodeo por la Tierra...
—¿Y eso es todo? —se quejó Nayara— ¡Podían haberlo hecho sin aspavientos!
—No he acabado —contestó Liwatan—. Y, ahora puedo decirlo abiertamente, será mejor que aprovechen mi consejo: Hay más Legionarios ahí que en ningún lado. —Se acercó a Nayara con paso amenazante—. Si un debilucho como Baal casi los mató a todos ustedes hace ocho años... no quiero pensar qué les hará un lugarteniente poderoso como Samael.
—Si sabes cómo evitarlo —terció Derek—, dilo.
Liwatan colocó despacio el Arahin sied Olam en la mesa, sin palabras. Después de un instante inusualmente largo, habló al fin.
—Manténganse a mi lado mientras estemos en la Torre Nimrod —soltó lentamente—. Si, por alguna razón, se separan del grupo y llegan a encontrarse con Helyel... ignoren lo que diga. Aunque sea cierto.
—¿Es todo? —quiso saber Teslhar.
—Lo enfrentaré por ustedes—respondió Liwatan—, ¿qué más quieres? Ningún mortal ha sobrevivido a una lucha con él. Por eso debo hacerlo yo. Ustedes confórmense con mantenerse todo el tiempo cerca de mí.
—Entonces nos defenderemos hasta donde podamos —Derek se encogió de hombros.
—Tal como acordamos ayer —replicó Liwatan—. Así que recuerden —añadió grave—: mentir no es la única especialidad de Helyel. Fue un Ministro de Olam en la antigüedad, y por ello también sabe cómo engañar con la verdad. Por eso insisto en que no presten atención a nada de lo que diga, incluso si se enteran de algo inesperado de sus compañeros... o de ustedes mismos.
Se dio media vuelta y posó su mano en el artefacto que dejó en la mesa momentos antes.
—Acérquense todos —dijo—. ¿Qué esperan? Ya hemos perdido mucho tiempo. Pongan las manos en la mesa.
Uno a uno, excepto Sleden, fueron allá y agarraron el borde del mueble o posaron las palmas en él.
—Hey, burro —dijo Sleden señalando con el mentó a Teslhar—. Ten un buen viaje.
—¡¿Por qué me llamas burro frente a todos?! —respingó el aludido entre dientes.
—Porque es la última vez —respondió Sleden—. Tu nombre es muy común en Elutania, pero tiene un significado especial. —Luego, se llevó una mano al corazón—. Y es Elegido. ¡Larga vida al Gran Arrio Teslhar!
¿Acaso era eso una despedida?
—Gracias por el discurso —respondió Teslhar a secas—. Terminemos con esto.
No quiso admitirlo pero esas palabras le hicieron sentir en la garganta algo intragable.
—Escúchanos, oh poderoso El-Olam —comenzó Liwatan a invocar—, envíanos tu poder, te lo rogamos y protégenos de la maldad de Helyel ahora que iremos a enfrentarle. No nos abandones, te lo imploramos...
A decir verdad, Teslhar esperaba ver cientos de lucecillas... O por lo menos un resplandor que lo iluminara todo antes de aparecerse en ese misterioso cuarto —el cual de seguro estaba en algún lugar de Elutania— al que llegaron en un instante. Sólo se materializaron adentro de él. Fue tan anticlimático que apenas pudo contener las ganas de suspirar decepcionado.
Aquel sitio de paredes blancas con una franja negra en la parte superior, casi en la cima, albergaba la Inteligencia Artificial de la Torre Nimrod. O al menos eso afirmaron tanto Bami como Vilett cuando pidieron silencio a los demás en voz muy baja. Según ellas, hasta el ruido o movimiento más leve podía disparar las alarmas. O tal vez ya lo habían hecho con su aparición. En todo caso, cada uno miraba despacio de lado a lado. El módulo central de la IA se parecía a esos dispensadores que había en las oficinas, donde se ponía un botellón boca abajo y despachaba agua por un pequeño grifo. Pero no lo tenían a la vista. Aparte de lo que buscaban, había decenas de bastidores metálicos largos, pintados también de negro, los cuales alojaban gruesos manojos de cables eléktricos y de otras índoles que, por lo menos para los soterianos, resultaban ignotas.
—Se escondió —dijo Vilett muy por lo bajo. Luego, señaló una pared.
—¿En los muros? —respondió Nayara de igual modo.
Vilett asintió.
Según Teslhar recordaba, en la última reunión que tuvo en el palacio con sus compañeros mencionaron que si la IA se ocultaba, tenían treinta segundos para hacerla salir. O las alarmas sonarían al acabar el plazo.
—Quietos —murmuró Liwatan.
El Ministro susurró palabras en rúnico, el idioma del Reino de Olam, para lanzar un conjuro. Se suponía que los humanos no podían volverse invisibles, por ser mortales, ya que implicaba destruir y rehacer sus cuerpos. Por lo tanto, la mejor opción era camuflarse proyectando al frente lo que había detrás de ellos.
—Listo —dijo Liwatan—. Ahora, callados.
Los segundos se hacían interminables. Y cada uno que seguía se prolongaba más que el anterior. Pero, en algún punto, se oyó un ruido a medio camino entre puerta corrediza y alguien arañando un pizarrón.
La Inteligencia Artificial de la Torre Nimrod era tal como la describió Vilett el día anterior. Parecía un dispensador de agua que se movía por sí mismo. La parte de abajo era negra con franjas rojas a lo largo de los costados, mientras que la similar al botellón de agua parecía hecha de acero pulido y cubierta de una malla con huecos hexagonales. El aparato se acercó despacio a donde Teslhar, Liwatan y el resto se quedaron inmóviles.
De pronto, un disparo proveniente del aparato frente a ellos le dio a Liwatan en medio del pecho.
—Conque tienes vista infrarroja, ¿eh? —dijo él mientras tapaba con una mano el hoyo humeante que le quedó.
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