Infiltrado.
—¿Crees que ya se le haya pasado?— preguntó Fabián desde la barra donde ordenaba sus alimentos, junto con Irma observaba a Jensen comer su hamburguesa con parsimonia.
—Obviamente no; es demasiado pronto.
—Ha transcurrido casi una semana, extraño a mi hermano en sus cinco sentidos.
—¿Y qué sugieres?
—No sé, tú eres la psicóloga— dijo Fabián.
—Eres increíble— rodó los ojos Irma, —pero veamos— respiró hondo; —dicen que un clavo saca a otro clavo, ¿no es así?
—¿Deberíamos buscarle otra novia?
—No tonto; digo que busquemos en qué ocuparlo. La próxima semana tendrán un partido contra...
—¡Los Alces!— exclamó el muchacho, —¡esa es la solución!
—No exactamente, pero...
—Cuando le recordemos que Arturo vendrá, Jensen dejará de pensar en idioteces.
—¿Crees que una ruptura es una idiotez?
—Me refería a Carolina— miró a Irma con una gran sonrisa; ella bufó pensando que Fabián era incorregible antes de seguirlo hasta la mesa que Jensen ocupaba.
.
Tras la productiva charla que tuvo con Mateo, Jensen no había querido hablar de nuevo acerca de Carolina; el joven dibujante lo comprendió y respetó desde el principio, los otros dos hicieron un par de preguntas raras, en especial Fabián, pero al notar que daba respuestas escuetas decidieron no insistir.
Lo había pensado detenidamente y supo que Mateo tenía algo de razón: algunas veces se podría confundir deslumbramiento con amor; Carolina era una muchacha muy bella, que con su cabello castaño con aroma a frutas exóticas, sus labios esponjosos y delineadas curvas, lo tenía en la palma de su mano. No se arrepentía ni se reprochaba nada, salvo ignorar las cosas que no eran parejas en su relación. Tuvo momentos felices a su lado, eso debía admitirlo, también aprendió y creció como persona; ahora se sorprendía a sí mismo llegando a esas extrañas conclusiones y enseñanzas de vida.
—Oye viejo, ¿listo para el entrenamiento de esta tarde?— la llegada de Fabián le hizo dejar de masticar su hamburguesa.
—Claro.
—¡Perfecto! Porque debemos practicar para patearle el trasero a Arturo con más fuerza.
—¿Los Alces?— parpadeó confundido; era cierto, pronto tendrían un "partido amistoso entre escuelas" y el equipo de los Alces eran los más cercanos.
—No me digas que lo habías olvidado.
—No lo olvidé, solamente no lo tenía en cuenta— se defendió.
—Es lo mismo.
—Ya, no peleen— intervino Irma; —mejor vamos a comer que pronto tendré que ir a clases de nuevo— ese día ella tenía asignaturas en horario vespertino, lo que le hizo remembrar a alguien en particular; —por cierto, ¿dónde estará Mateo?
—No he visto al niño desde hace días— dijo Fabián, Mateo era más bajo que el par de basquetbolistas, menudo de cuerpo y siempre estaba escondido bajo ese original gorro de lana; llamarlo "niño" se le hacía fácil.
Jensen trató de recordar y notó que él tampoco lo había visto, no desde la última vez que hablaron en el gimnasio, y de eso había pasado casi una semana; —¿creen que le haya ocurrido algo?— indagó con algo de preocupación.
—Es poco probable— respondió Fabián agitando la cuchara de su helado al aire, —pero podríamos ir a merodear por las aulas de arte en lo que esperamos que inicie el entrenamiento.
...
La señorita Flores, la profesora de dibujo artístico avanzado, era una mujer algo excéntrica, vestía faldas largas de colores chillones, tenía enormes anteojos, siempre tenía el cabello desordenado, hablaba de forma poco ortodoxa y su lema era: "exprésate sin tapujos"; un dicho bastante extraño y que podría entenderse de diferentes maneras. Pero eso no incomodaba a Mateo, sino lo contrario, creía que esa asignatura era muy buena para dejar volar su imaginación, aunque últimamente esta pareciera haberlo abandonado.
—Vamos, criaturas bellas, déjense llevar y exprésense— dijo la mujer a los pupilos que se hallaban frente a su caballete.
Mateo miró su lienzo en blanco, luego su lápiz para después repetir la operación; tenía un frutero lleno de uvas, un peluche en forma de oso polar y un matraz que alguien había hurtado del laboratorio de química frente a él, listos para ser inmortalizados en papel; pero no tenía ánimos.
Había estado bastante ocupado buscando trabajo para los fines de semana y lo había conseguido en una tienda de libros de segunda mano. Vivía con su padre, quien con su demandante jornada exactamente le alcanzaba para pagar las cuentas y de vez en cuando para salir a cenar pizza con su único y querido hijo; por eso desde hacía algunos días, aún en contra de los deseos de su progenitor, decidió buscar un empleo.
Algo le llamó la atención a través de la ventana que estaba detrás de la maestra, agudizó su vista y notó a Jensen entre los arbustos, Fabián también estaba con él, ambos luchaban contra las ramas del matorral para poder ver mejor al interior del aula; Mateo sonrió y pidió permiso para ir al baño.
—Los atrapé— dijo cuando rodeó el edificio y los pilló curioseando.
—¡Ey, Mateo!— le sonrió Fabián tratando de ocultar la sorpresa que se había llevado.
—Esta vez no podrás negar que me estabas espiando— elevó una ceja y se cruzó de brazos.
—Por supuesto que no; estaba mirando a las pollitas de ahí dentro.
—Peor aún, ellas sí te reportarán por acoso; no son tan benevolentes como yo.
—¿Es una amenaza?— frunció el ceño,.
—No le hagas caso— intervino Jensen y se interpuso entre los dos, de esa manera bloqueó el campo visual de Mateo de manera que Fabián en verdad pudiera ser ignorado; —estamos aquí porque no hemos sabido de ti en días; pensamos que te había ocurrido algo.
—Supuse que no querrías ser molestado, además he tenido algunos asuntos que atender, pero estoy bien, gracias.
Jensen lo miró con duda, —¿seguro?
—Totalmente.
—Bien, entonces vámonos de una vez— volvió a hablar Fabián.
—Será lo mejor— complementó Mateo, —si algún profesor los encuentra vagando por aquí les irá mal.
Ese día y el siguiente también, al finalizar las clases, Mateo se retiraba a casa sin chistar, debía terminar sus tareas y así tener libre el fin de semana para su trabajo, por lo que tampoco pudo convivir con ese trío. Admitía que eran graciosos y lo más parecido a unos amigos que pudiera tener, incluso le hubiera gustado conocerlos antes para haber pasado más tiempo con ellos. Irma era muy directa, Fabián era muy ocurrente y Jensen era el más sensato de los tres, era un deportista que no hacía alarde de su popularidad y cuando ocurrió lo de Carolina pudo notar que tenía buenos sentimientos, además era inteligente aunque a veces algo ingenuo; sin duda le agradaba considerablemente.
Estando en clase escuchó un silbido bastante quedo, casi inaudible; miró con disimulo a su compañero de al lado y este parecía dormido; Mateo suspiró y volvió a acomodarse en su asiento. Otra vez escuchó lo mismo, intentó con el compañero del otro lado y nada, este estaba inmerso en la lectura de su libro de texto; torció los labios, dudaba que lo estuviera imaginando; trató de concentrarse de nuevo en lo que el profesor escribía en la pizarra cuando una pequeña pelota de papel cayó sobre su escritorio. Con cautela miró hacia atrás y encaró a su compañera, una muchacha de cabello teñido y anteojos, ella señaló con el pulgar hacia más atrás y Mateo se balanceó hacia un lado para ubicar a la persona; cual no fue su sorpresa al notar a Jensen que vestía una sudadera del equipo de baloncesto y usaba la caperuza. El deportista le hizo una seña y Mateo supo lo que le indicaba, deshizo la bola de papel y leyó: Necesito hablar contigo.
Movió los labios y preguntó silenciosamente: "¿Para qué?"
Jensen le contestó de la misma manera: "El partido"
Mateo iba a preguntar a cuál partido se refería cuando el profesor se aclaró la garganta; viró con lentitud, puesto que le estaba dando la espalda, y se sentó correctamente para encararlo.
—No puedo creerlo— dramatizó el docente al reprenderlo, —esperaría una falta de respeto como esta de cualquier otro, menos de uno de mis mejores alumnos. Haga el favor de salir de mi clase— le pidió, —y también el señor...— el hombre entrecerró los ojos tratando de reconocerlo—¿quién es usted?
Mateo resopló, Jensen estaba en graves problemas.
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