6: No te acerques a la orilla
8 de Marzo de 2017
Es de madrugada, y la neblina envuelve el bosque. A esta hora, el abrigo y la bufanda no son suficientes. ¿Cómo era capaz de permanecer en el frío durante horas cuando era pequeña? Quizás es el tiempo que pasó en el trópico, lo que la ha vuelto más sensible.
Exhala, su aliento dibuja círculos en el aire. Ríe. Allí afuera, envuelta en la naturaleza, se siente libre.
Como una ninfa en medio del bosque, roza sus dedos contra los líquenes pegados a la corteza de los árboles. Siente algo brotando de su piel. Recuerda las palabras que ha leído, todo está en calma. Pronto, cambiará. Era cuestión de tiempo, está sola y no encaja. Ella está acostumbrada a recorrer el mundo, una isla insignificante se ha convertido en su principal atadura.
¿Por qué tenían que ofrecerle una oportunidad tan buena a su madre?
Al principio había pensado que aquel sería el mejor destino, ¡pero qué tonta se siente ahora! Si tan solo esa isla fuera como las demás, si el frío se extinguiera y pudiera estar todo el día metida en el mar. Ahora solo dibuja, y nada más que eso
Necesita interacción para sobrevivir, es su único combustible. La soledad la comienza a envolver y siente que le succiona las energías por los poros. Quizás es su acento mezclado, o sus gustos tan peculiares. Pensaba que se llevarían bien, después de todo, son personas de un pueblo pequeño, como ella.
Oh, ¡pero ella ha visitado ciudades importantes! Conoce Río y New York. Acampó en el Amazonas y se bañó en el agua helada del Salto Ángel.
¿Por qué le amarran las manos de esa manera?
Cuando era pequeña le resultaba más fácil inventarse nuevos amigos, ya tiene práctica en eso. Ahora por más que lo intenta siente que no es lo mismo, como si mientras más se acercara a la adultez, su cerebro dejara de funcionar de la misma manera. Lo detesta
Cuando era pequeña le resultaba más fácil inventarse nuevos amigos, ya tiene práctica en eso. Ahora por más que lo intenta siente que no es lo mismo, como si mientras más se acercara a la adultez, su cerebro dejara de funcionar de la misma manera. Lo detesta. Sabe que sigue teniendo una mente poderosa, está segura de que en otra vida fue una sirena. Y las sirenas tienen poderes mágicos, ¿no es cierto?
Esta vez tiene un arma secreta, ya no va a tener que hacer todo el proceso sola.
Ha llegado al claro, por fin. Mira al cielo, grisáceo. Ha jurado a su madre que iba a explorar, y en parte es cierto. Lleva días pensándolo y planeándolo. El aburrimiento, la soledad, todo ha formado parte importante de su decisión.
Toma su cuaderno número 137 y lo mira, lo abre. Se sienta en el medio del círculo que dibujó la noche anterior y cierra los ojos. El incienso está encendido, reposa sobre el trozo de tela negra. Dibuja, sin ver, con un trozo de carbón. Quizás se ha manchado el rostro, lo podría ver reflejado en el espejo que reposa en el suelo frente a ella, pero está muy concentrada.
Sin saberlo, esboza un ojo completamente negro en la página. La mira, tiene vida, como todo lo que crea. Escucha, ¿qué escucha? Las palabras salen de sus labios, las ha memorizado por días. Sonríe, está feliz, porque la soledad se acabará pronto.
Es aburrimiento lo que tiene, nada más que eso.
Lo jura.
¿Por qué arde su mano?
No grita, porque el dolor la calma, le gusta. Un par de lágrimas se escapan de sus párpados cerrados. Pasa la página y comienza a dibujar algo más.
Siente como el dorso de su mano arde, como si estuvieran quemándola. Un círculo perfecto, y algo más. Una estrella. Un pentagrama. Lo siente, aunque no pueda verlo en ese momento.
Escucha de nuevo, no con sus oídos, sino con su alma. Medita con calma, controla su respiración. Ellos, sus nuevos amigos, le dan las gracias. Siente escalofríos, no comprende pero supone que así se sentía ser querido. ¿Lo ha logrado de nuevo?
Abre los ojos, pero no ve nada. Aguanta la respiración y poco a poco las formas borrosas empiezan a emerger. No los ha abierto a tiempo para ver la sombra viscosa que ha atravesado su pecho, sin decir nada, sin que se de cuenta.
Algunos podrían haber dicho que parecía un gato negro, de esos que traen mala suerte. Para ella, sería algo así como un tiburón. De esos que comen peces, y sirenas.
Cuando termina con sus palabras se queda allí por un momento, preguntándose si lo ha hecho bien. Tiene todo consigo: la vela, el incienso, las plantas que tenía que secar al sol, el espejo. Sirve, tiene que servir. Sabe que si se siente así, ha de ser por una razón.
Sigue habiendo neblina, aunque ya está amaneciendo. Se pone de pie, sin pensar en que se ha olvidado de lo más importante.
No lo recoge, ¿por qué lo haría? Ese lugar le pertenece, y sus nuevos amigos se asegurarán de que nadie pueda encontrarlo.
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Es la primera vez que se siente desorientada en medio del bosque. Ella, como es, ajena a todo lo que ocurre a su alrededor, no tiene idea de las tragedias que han acontecido. No sabe, tampoco, que desde la primera vez que intentó no estar sola, algo se comenzó a remover desde las entrañas de los árboles.
Porque ha visitado las ciudades más importantes del mundo, pero jamás había estado en un lugar como Santa Eloísa.
Está inquieta, tiene el cabello recogido porque el cosquilleo que le hacía en el cuello la puso nerviosa. Está enredado con el viento, algunas ramas y hojas. Tiene carbón en la nariz y el mentón, carga el cuaderno en la mochila ahora casi vacía.
Primero empieza a trotar, pretendiendo que no siente nada extraño. Se engaña y dice que no tiene miedo, y solo está cansada por pasar la noche en vela planeando su ritual.
Los bosques la inquietan, Ella nació para estar en el mar. Desde las profundidades es más difícil saber que la vigilan, o que ha ayudado a que lo peor apenas empiece. Es más fácil ignorarlo todo, pretender que todo está bien. Desde pequeña siempre ha sabido que si cierra los ojos por suficiente tiempo, los monstruos se irán. Por supuesto que sí.
Por el momento solo trota, engañándose, diciéndose que solo quiere llegar y dormir.
Escucha cosas que pensaba que solo podía escuchar cuando estaba concentrada. Pero ya no medita, y no comprende qué sucede.
Quizás se ha vuelto parte de su naturaleza, sonríe. Algo diferente corre por sus venas, lo sabe. Los libros siempre se lo dijeron, a veces hay personas más especiales que otras.
No aguanta más y corre, no lo hace a toda velocidad, pero sí a la suficiente como para que la adrenalina corra por su cuerpo. ¿Algo salió mal? No. Algo salió mejor de lo que pensaba. Pero ya no es seguro estar ahí, no ahora, no de momento.
Sigue corriendo y pasa junto a una casa. ¿Ha salido del bosque sin darse cuenta? Se detiene frente a la ventana, por alguna razón siente que está viendo hacia otra realidad. Una habitación sucia que huele a encierro incluso a través del cristal. Se da la vuelta con un escalofrío y sigue de largo, sin darse cuenta de que un zapato rojo de patente yace en el suelo, juzgándola. Tampoco nota que dos ojos diminutos la siguen de cerca. Enfermos, preguntándose qué tramará. Esperando que se detenga a hablarle.
Porque él también está aburrido.
Pero no, ella solo sigue. Quiere llegar a dormir, soñar y esperar que se haya cumplido su cometido. Que, cuando abra los ojos, esté allí alguien para hacerle compañía. Tal y como sucedió años atrás, cuando era apenas una niña.
Si estos fueran los únicos ojos que la siguen, quizás todo sería menos complicado.
Menos tenebroso.
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13 de marzo de 2017
—Mi niña, ¿segura que todo está bien? —La voz de Tatiana la envuelve más que la cobija con la que se ha cubierto.
—Sí, mamma. Tranquela. —Ella sonríe, como puede. Todavía tiembla, pero no demasiado.
Su madre le besa la frente y sale de la habitación. Está preocupada, porque lleva un par de días sintiéndose enferma. Se moriría de dolor si se entera de que ha contagiado a su pequeña, aunque no sea más que una gripe. La ha notado triste, decaída, desde que se mudaron hasta allá. Se siente culpable, porque le va de maravilla en su nuevo trabajo. Había esperado tanto tiempo esa transferencia, ¡es impresionante la diferencia de sueldos! Y ni hablar de la tranquilidad de vivir en un sitio alejado del estrés de las grandes ciudades.
Solo hubiera deseado que fuera en un lugar mejor para su hija, aunque ya no sea tan pequeña como ella siempre la ha visto. Es casi como si ese lugar le hubiera robado la energía, como si se alimentara de los recuerdos felices. Con los ascensos viene más trabajo, y siente que tiene parte de la culpa al dejarla sola por más tiempo que antes.
La carga de ser madre soltera.
Y mientras tanto, la niña que ya no es niña sigue enrollada en la cobija. Hablando sola, o con alguien que nadie más puede ver. La temperatura no es a causa de la fiebre, y ella lo sabe. Pero, ¿qué podría decir? Con no tener que asistir a clases tiene más que suficiente.
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Cada día, desde el eclipse, una amapola se ha posado en su ventana. Desde afuera, como si deseara entrar. Cada noche desaparece, como si se diera por vencida. Ella no sabe qué significa, pero tiene miedo de averiguarlo. Ella prefiere las gotas a las flores, la mañana a la noche.
Hay algo en esas flores que le da náuseas. Quizás son las semillas, todas apiñadas y amarillas, esperando para saltar hacia su rostro. O el color rojo, como la sangre, que le trae malos recuerdos a pesar de ser su favorito.
Ella vive lejos del bosque y cerca de la costa, su madre eligió el lugar porque sabe lo mucho que significa para su hija el mar. Pero es que allí no es igual que en otras partes, es más oscuro, más frío. No tiene el misticismo que ama, no la llama.
Ha empezado a escuchar cosas desde el eclipse, a tener pesadillas. Desde ese entonces, meditar no ha sido suficiente. A veces, son silbidos, tan cerca que siente que pueden tocarla. Otras, son niños jugando, aunque sabe que no tiene vecinos pequeños. Esa mañana es distinta, escucha una mujer cantando, tarareando.
Le pone los pelos de punta. Mira la amapola que reposa en su ventana y cierra los ojos. No, no la dejará entrar. En el fondo, sabe que es una trampa.
Se pone de pie y camina hacia la cocina, tiene suerte de que su casa es pequeña y de un solo piso. Se prepara té negro, natural, con leche de almendras. Quiere calmar sus nervios, pero no puede dejar de ver las ventanas. La mujer sigue cantando, tarareando.
La canción habla de un niño, o una niña. De un río. De traiciones. Quisiera asomarse por la ventana, pero es demasiado cobarde. Está sola, de momento, pero sabe que no será por mucho tiempo.
Desde el eclipse algo cambió, desde aquel día en el bosque esa sensación aumentó. Es casi como si desde dentro de su pecho creciera lo inexplicable. Sin pensarlo, canta junto con la mujer, y se pregunta si la estará escuchando. La melodía viene de todas partes y desde ninguna a la vez, de la naturaleza afuera, desde su propio pecho.
El té está listo y lo bebe sin soplarlo.
Le quema la garganta, su lengua pierde sensibilidad. Pero no puede parar, una sensación diferente la inunda.
Ay, Ella. ¿En qué lío te has metido ahora?
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Tatiana recibe la noticia del toque de queda como un balde de agua helada. Jamás, en todo el tiempo que había vivido en tantos países distintos, algo así había ocurrido. Ha escuchado las noticias, sabe del hombre que se ha encontrado muerto. Pero había preferido ignorarlo, pretender que era en cualquier otro lugar.
¿Quién diría que en esa pequeña isla empezarían a ocurrir tantas cosas?
Solo un pensamiento cruza su mente, no puede dejar que Mirella siga saliendo de madrugada.
Es una lástima que no sea solo en la oscuridad donde peligran los niños. Es una lástima, también, que no sean solo ellos los que lo hacen. Y Ella siempre ha tenido el alma de una niña, encadenada a sí misma. No hay nadie a su alrededor que la vea envuelta en la cobija, caminando hacia el mar. Con la arena fría bajo los pies descalzos hundiéndose mientras camina.
Delira, por la fiebre. También por todas las cosas que ha hecho. La mujer que canta la mira desde lejos, escondida de la luz del sol. Su piel caoba arde, y sabe que tendrá que refugiarse pronto. Le parece singular la chica con mirada perdida y cabello lleno de salitre.
¿Por qué camina hacia el mar, envuelta en una cobija?
¿Por qué no intenta nadar?
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¿Sabes quién es?
¿Qué hizo?
¿Alguna vez has practicado rituales similares?
¿Ya conectaste los puntos de todo lo que ocurrió ese mismo día?
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