3: No mires por la ventana
8 de marzo del 2017
Si fuera otra época, de seguro los pájaros cantarían, le anunciarían la llegada de la mañana.
El sol se cuela detrás de la ventana, pero apenas ilumina un tercio de la habitación, definitivamente no ayuda tener cortinas tan gruesas.
En otro caso, la alarma sonaría, pero él no tiene nada que hacer, ¿para qué fijar una hora a la que despertarse?
Todas son iguales.
Sigue durmiendo, sus ojos se mueven anunciando otra pesadilla, ¡si alguien estuviera allí para verlo!
Su cuerpo esquelético vibrando, con espasmos recorriéndolo cada tantos minutos. Es lo normal, al menos para él. La mayoría de las veces ni siquiera se da cuenta de que eso le ocurre.
Cuando despierte no recordará nada, pensará que la mala noche ha sido por culpa de los dolores. Nada más, nada menos. Su vida, de cierto modo, es demasiado fácil.
Vuelven los sonidos de la ventana. Amenazan con colarse por las rendijas, pero la misma cortina gruesa ,le corta el paso a la oscuridad.
Sí, esa oscuridad que parece viva aunque incorpórea, que amenaza cada segundo que puede en engullirlo vivo al saber que no habrá nadie para reclamarlo.
Al menos ahora Esteban puede descansar, hasta que su instinto decide abrirle los ojos. Vuelve al mundo en la piscina de sudor usual, con una mueca de pánico en el rostro y lagañas en los ojos.
Su brazo pesa una tonelada, por eso se tarda tanto en levantar la mano para restregar sus párpados. Cuando se incorpore todo será más sencillo, lo sabe y por eso no se queja. Él mismo sabe lo aburrida que es su vida.
Mira hacia un lado de la cama y se encuentra con un plato vacío, la ausencia de comida caliente le hace suponer que aún es temprano, incluso para ella.
Se inclina a tomar su teléfono mientras sus huesos rechinan y la pantalla confirma su suposición. Queda sorprendido al ver que apenas son las siete de la mañana.
Pero apenas un poco, ni siquiera eso es suficiente para sacarlo de su ensimismamiento.
No tiene nada planeado, como es costumbre, así que se limita a arrastrarse con esfuerzo fuera de la cama. Luego al escritorio, luego al baño, hasta que se sienta de nuevo y sus piernas dejan de temblar. Espera a descargar los pocos nutrientes que su cuerpo ha rechazado mientras viaja al exterior a través de la pantalla que siempre lo acompaña.
De la única manera en la que puede hacerlo.
Revisa una por una las cámaras, Silmara es la única que aparece en ellas. Está de pie frente a la cocina, moviendo su cuerpo como si cantara, bailando; Esteban se pregunta qué estará preparando, supone que lo descubrirá en un par de horas.
En el exterior no hay mucha diferencia, las sombras de siempre reflejándose en el suelo, el buzón de correo eternamente vacío y los árboles moviéndose, buscándolo.
No, esta vez es diferente.
Alguien pasa trotando, una chica rellenita y con el cabello marrón alborotado. Casi está corriendo y tiene una expresión peculiar, ¿está asustada? Él la examina, no lleva ropa deportiva y jamás la ha visto por allí, así que supone que no estará haciendo ejercicio.
«¿Será que...?»
El estómago de Esteban se retuerce. Tal vez podría ocurrir algo interesante. Por fin.
Pero la chica pasa, desaparece y vuelve la tranquilidad.
Él chasquea su lengua con frustración y mueve los dedos de sus pies, aburrido. Abre otra aplicación y se pone a revisar las menciones de las palabras clave que tiene guardadas en todas las redes sociales que conoce.
La habitación hiede, se pregunta si el olor será el vómito que debe quedar bajo de la cama, el sudor pegado a las sábanas y su ropa, el encierro, los restos de comida que seguro se han caído, sus propios deshechos o todo lo anterior.
En las redes no hay mucho sobre el eclipse, lo poco que encuentra son especulaciones que de seguro no están bien respaldadas. El clima anuncia que no habrá nevadas, pero sí un frío de muerte. Ya lo está sintiendo, o al menos eso es lo que quiere creer; prefiere decir que el cosquilleo que siente calándole los huesos es a causa del frío de afuera, porque no quiere pensar en lo débil que está su cuerpo.
Revisa más cosas, frustrado porque el aburrimiento debería ser pecado. El nombre de Vicente aparece un par de veces, pero no son más que los mismos alumnos quejándose de sus excentricidades. Le aburre lo mismo de siempre, esta vez ni siquiera hay algún chisme relevante; solo se refieren a él como el ex-soldado loco que aterra a todas las universitarias que han tenido la desgracias de toparse con él.
«Nada del otro mundo»
Cuando Silmara toca la puerta para entregarle su desayuno, él ya está sentado frente al escritorio. Tiene los pies apoyados en el suelo y está encorvado, intentando buscar una posición cómoda. Hacía un rato había intentado cruzar las piernas pero la circulación comenzó a cortársele al minuto.
Inhala y exhala, acomoda en parte los papeles que tiene dispersos e intenta no verse tan despeinado. Hace ademán de oler su aliento y se arrepiente de no recordar la última vez que se cepilló los dientes. Minimiza todo lo que tiene abierto en la computadora, deja de temblar y le anuncia que puede pasar.
—Hoje traije chocolate, anjo —le dice la muchacha con cariño, depositando la bandeja junto a él. En el proceso roza su mano sin darse cuenta y un escalofrío lo recorre.
La mira y sonríe, tiene la misma cara de agotamiento de siempre y la piel resquebrajada por el sol de otra vida, tostada eternamente. Huele a lo que supone él que olerán las flores, está despeinada y ojerosa pero para él es perfecta.
No es demasiado mayor que él, apenas unos años más. Sin duda sabe que si no estuviera en condiciones tan deplorables podría haber realizado cualquier jugada que pudiera hacer que cayera en sus brazos. Ha visto todos los videos, leído los libros de ayuda, pasado horas en un millón de foros con preguntas sobre "Cómo conquistarlas".
No le hace falta nunca haber tenido experiencias, ha aprendido de los que están más allá de la pantalla que a la larga se cansan, que solo quieren a alguien bueno, que él merece tener a alguien por ser quién es, hijo de quién es. Además, ¿qué sería mejor que tener como pareja a alguien dedicado que ni siquiera sale de casa?
Se obliga a salir de su ensimismamiento y mira también el plato que tiene a su lado derecho, las tostadas con mantequilla derretida y el jugo de naranja. De pronto se da cuenta de que está muriendo de hambre.
—Gracias, Silma —responde a su amor platónico.
Quiere abrazarla pero sus brazos lo traicionan. Sigue con la mirada el recorrido de su cabello hasta sus hombros, los rulos que reposan en su pecho. Siente la saliva acumularse en su boca, aunque la tuviera reseca hace un segundo.
Un segundo, eso es lo que necesita para hacer acopio de todas sus fuerzas y estirar su mano. Un poco, solo un par de centímetros para sentir su piel.
Ella ni se percata, tan solo se levanta rutinariamente.
¡¿Cómo puede ser tan ciega?!
—¿Precisa algo mais? —Ahora la morena recoge la cena de la noche anterior, y luego acomoda la cama.
Esteban no puede dejar de verla hipnotizado, el movimiento de sus caderas al agacharse y la manera en la que el vestido blanco y viejo se arruga en su cintura. Ella voltea, ríe cansinamente y sigue.
—¿Tenés un cigarrillo? —pregunta él intentando poner su voz más gruesa, ríe también, tose. No se cansa de hacer lo mismo siempre.
Ella tiene paciencia, a él le gusta pensar que también disfruta esos pequeños intercambios. Silmara debe saber que ella es la única con la que él tiene contacto. No hará falta más que el tiempo cuando se de cuenta de que ese disfrute eventualmente los llevará a algo más.
—Essas coisas são malas, Esteban —Ella le sigue el juego como de costumbre.
Pero dura poco, ella termina yéndose y se lleva el aroma al exterior consigo. Él la persigue por las cámaras apenas sale de su habitación. Desesperado, intentando detallar cada píxel.
Esos son los momentos en los que agradece tener el padre que tiene, si no lo subestimara tanto no le habría regalado su antiguo celular sin restaurarlo de fábrica. A veces, ser "el niño enfermo" tiene sus beneficios.
Además, sin ese pequeño descubrimiento, probablemente Esteban jamás habría conseguido la motivación para pararse de la cama.
Piensa en lo aislado que se sentía hace un año cuando no tenía idea de lo que ocurría en su propia casa, jamás se habría imaginado que Vicente controlaba cada milímetro, inspeccionaba hasta lo más mínimo. De seguro todavía lo hace, con algún teléfono de último modelo o quizás un iPad.
«¿Cuánto le habrán costado esas cámaras de alta definición? Es una lástima que no tengan micrófono.»
—Es porque no confía en ella —se dice, teme que si deja de hablar solo termine por olvidar como pronunciar las palabras.
—Él no confía en nadie, es un loco traumatizado —se contesta, imitando una voz distinta.
Después de todo, solo lo conoce de nombre, de fotos, de las cintas y de las cosas que los alumnos de la universidad comentan en Twitter y Facebook. Vicente le importa poco, casi nunca está en casa y no sirve más que para pagar las facturas del sitio. Supone que el tipo tiene otra familia, de todos modos no le interesa.
El día Internacional de la mujer promete convertirse en el día sin mujeres.
Algún video se habrá abierto solo, en alguna de las pestañas infinitas que ha abierto en la computadora. Intenta buscarla pero la condenada se ha escondido bien, ni siquiera logra ver el ícono con la bocina.
Se le pide a todas las mujeres de hoy que no vayan a trabajar ni hacer compras.
¿Y dónde está su mujer?
Ahí va, en la cocina de nuevo, hablando por teléfono.
«¿Con quién? ¿De qué?»
Ojalá sus cámaras fueran como las de las pelis y pudiera hacer zoom infinito, leerle los labios. Ojalá estuviera hablando de él.
Se le pide a quienes no puedan vincularse con ninguna de las dos acciones anteriores, que salgan vestidas de rojo como sinónimo de energía, acción y sobrevivencia.
¡Por fin! Encuentra el video y cierra la pestaña. Vuelve a ver a la mujer y ella sigue allí, ajena a los ojos que la siguen día a día. La deja por un rato, él tampoco es un invasor de la privacidad. Revisa las cámaras exteriores entonces y por un segundo su corazón comienza a latir de nuevo: pero no, no hay ninguna chica corriendo, no ocurre nada.
La pantalla de su computadora lleva rato moviéndose, pero no encuentra nada interesante en el chat.
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CONTENIDO DEL CHAT:
K-9: Hay alguien?
K-9: Qué saben del cuerpo que se encontró en el bosque?
Cujo: Che
Cujo: es muy temprano para eso
Cujo: yo no se nada
Cujo: escuché a mi vieja charlando con unas señoras cuando salió esta mañana
Cujo: dicen que andaba con una trola
K-9: Posta?
K-9: Pero solo había un tipo
Cujo: no se, dijeron algo de una estación de servicio
Cujo: vos no andás metido por allá siempre?
Cujo: tenés que saber más que yo
K-9: Aún no se nada
K-9: Qué hacés vos despierto tan temprano?
Cujo: Jugando, estoy desde las 10
Cujo: no me he dormido todavía
Handsome Jack entró por primera vez
Handsome Jack: Epa
Handsome Jack: El tipo del bosque murió por una contusión en la cabeza
Handsome Jack: En un accidente de carro supuestamente
Handsome Jack: Chocó contra un mausoleo
Handsome Jack: Pero algo no me cuadra
Cujo: que decís?
Handsome Jack: si si
Handsome Jack: Al parecer hay un cementerio en el bosque y tal
Handsome Jack: Pero es que es raro
Handsome Jack: Está demasiado deforme
Handsome Jack: Y tiene la cara como si hubiera estado gritando
Handsome Jack: Y pálido como si no tuviera sangre
Handsome Jack: Parece un prop de película pero más creepy
K-9: PARÁ
K-9: Vos lo viste?
Handsome Jack: Bueno ya saben
Handsome Jack: Tengo mis contactos
Cujo: Que si lo viste o no?
Handsome Jack: Bueno
Handsome Jack: Vi fotos ok?
Handsome Jack: Pero es que les juro que no parecía haberse muerto por un choque
Observer: ...
Observer: hay un muerto?
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O quizás sí.
Relee una y otra vez la conversación en el chat que frecuenta, ese que encontró hace unas semanas en un foro paranormal y las mejillas le duelen cuando su sonrisa se ensancha. Sus únicos amigos.
Revisa entonces las redes y empieza a descubrir las habladurías que transitan por el resto de la isla. Siente frío en los dientes, pero lo ignora, por fin empieza su labor detectivesca. Por fin hay algo, lo que sea, para hacer su existencia menos miserable.
Encontraron a un tipo en la madrugada y ha resultado ser un escándalo.
Mastica una tostada mientras intenta buscar algo más, pero de nuevo, Jack es el que más información tiene.
Esteban siempre ha pensado que es policía, debe serlo. De lo contrario, estaría hablando con un asesino o alguien muy raro. En ese caso tampoco se disgustaría, al menos sería interesante.
Comienza a chatear con el grupo, no hay mucho más aparte de lo que ya ha leído. Le dan la bienvenida de vuelta, lo tratan con confianza, como si fuera uno de ellos. Observando, en las sombras. A veces le gusta creer que incluso lo respetan.
Entre todos recopilan la información con la que ya cuentan, jugar a ser detective es su actividad favorita después de espiar a Silmara.
Como su padre.
Él sabe cosas que los otros no, pero se ha ganado el puesto que tiene con mucho esfuerzo, así que prefiere no meter la pata y evitar que lo traten de loco. No, todo menos eso.
No va a cometer los mismos errores de su padre.
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La morena acaba de pasar por su habitación por segunda vez en el día, esta vez el olor de su cabello se ha quedado por más tiempo. Espera que en la cena ocurra algo diferente, la tercera es la vencida. ¿Y si decide quedarse comiendo con él? Varias veces ha estado a punto de invitarla a ver una película juntos, jugar algún juego de mesa, lo que sea. Pero por más que quiere engañarse, siempre es lo mismo. Siempre lo será. Ya está acostumbrado.
Se odia por no tener el valor para decirle lo que siente, las fuerzas para abalanzarse sobre ella y proferirle la devoción que le ha tenido desde que fue lo suficientemente grande para comprender lo que ocurría dentro de su cuerpo.
Ahora mismo espía por su ventana, sus piernas flaquean gracias a lo débil que está, y la sopa reposa en el escritorio, enfriándose. Le asquea que el olor del plato de comida se mezcle con el de ella, lo infecta. Intenta abrazarse a sí mismo mientras mira a través del cristal el zapato rojo de patente que lleva tirado en el suelo un par de días, nadie ha ido a reclamarlo, ni siquiera la única persona que ha visto pasar por ahí últimamente.
Tiene frío, ¿estará peor el clima afuera?
Al menos ya no hay oscuridad.
Mira al cielo con cierta dificultad, las ramas de los árboles le dificultan el proceso. Está oscuro, nublado, pero aún así sabe que no lloverá. A lo mejor es una nube que solo se ha posado sobre su casa, para oscurecerlo todo, mortificarle la vida.
No funcionará, él está seguro adentro.
A la larga termina arrastrándose de vuelta a la silla y se raspa las rodillas en el proceso, bosteza por el cansancio aunque no haya utilizado sus energías para nada. Energías que de todos modos nunca tiene.
«No estaría mal tomar una siesta.»
Revisa de nuevo el chat, desde hace rato K-9 se ha marchado a investigar directamente en la parte del bosque que une el sur con el norte, quizás pase frente a su casa y él mismo no lo sepa, se recuerda estar pendiente de las cámaras por si eso llegara a pasar. No puede peder la oportunidad de conectar con el exterior.
Jack y Cujo se han puesto a hablar de juegos que Esteban desconoce, el chico ríe al imaginarse una escena así en la vida real: un perro rabioso charlando con un villano de ciencia ficción enmascarado.
Pero los videojuegos no son de su estilo, aunque sí las películas de horror.
Ya que no hay nada más que merezca su atención, continúa con lo más importante.
Silmara ya no está en la cocina, ahora camina por la sala como si no tuviera rumbo fijo. La ropa completamente blanca que siempre usa contrasta de maravilla con su piel. Esteban puede asegurar que cada día está más hermosa.
Camina lentamente, él sabe que no tiene prisa. Arrastra los pies como él hace y siente una conexión especial. Una lámpara titila cuando la joven pasa junto a ella, supone que el foco estará cerca de quemarse.
La morena sube las escaleras y llega hasta los cuartos principales, de seguro para limpiar. Él la sigue cambiando de una cámara a otra, sintiéndose nervioso, tenso. En cierta forma sabe que lo que está haciendo está mal, pero al mismo tiempo considera que pensarlo es una exageración. Él no la sigue hasta su habitación, no lo haría ni siquiera si hubiera cámaras en ella.
«Quizás sí.
Pero no siempre.»
Le gusta pensar que la está acompañando, protegiendo, por si le pasa algo. Se imagina que ella sabe que él la ve, y por eso a veces baila o se ríe sola. Que es su pequeño secreto a voces.
Entonces sí, entra a las habitaciones, pero en lugar de tender las camas como es usual, se queda de pie en el centro de cada una, mirando a su alrededor. Se tambalea ligeramente, como si le costara mantener el equilibrio. Quizás no ha comido lo suficiente, toma nota mental ahora de dejar un poco de comida y de intentar, por fin, hacer su movida.
Una, dos, recorre la planta alta como autómata. Esteban toma un sorbo de sopa intrigado, y se quema la lengua. No le molesta, de todos modos tiene poca sensibilidad en todo el cuerpo. Excepto por el frío. Maldito frío.
«¿Por qué hace tanto frío?»
Entonces ella llega a la puerta. A esa puerta. La intenta abrir de nuevo, al principio con suavidad, como si no le importara demasiado. Después empieza a emplear más fuerza. Se guinda del pomo y comienza a golpearla una y otra vez.
No abre la boca, así que Esteban supone que no está gritando. El movimiento errático y desesperado hace que el chico se erice por completo. Desearía ayudarla, no es la primera vez que la ve en ese estado.
«¿Qué habrá adentro?»
Cuenta las cámaras y parece que ninguna le corresponde. Aunque claro, tampoco hay una para él, a Vicente no le interesa lo que haga con su tiempo libre.
¿Habrá una nueva para la de ella? Quizás su padre la haya instalado recientemente y por eso él no la tiene en la versión vieja de la aplicación con la que se quedó.
«Ojalá pudiera verla dormir...»
Un golpeteo en su ventana lo saca de sus pensamientos. Voltea y mira una sombra tras ella, la cortina se mueve. Él no. No respira, sabe que seguramente ese ha sido el responsable del zapato rojo. Quizás de otros zapatos más.
«¿Cuántos eran los niños desaparecidos?»
Se queda paralizado como está, no mira nada porque en ese instante sus ojos se empañan. El golpeteo continúa, ¿y si se esconde bajo la cama? Él sabe que no pueden entrar, es imposible, de lo contrario ya lo hubieran hecho. O quizás lo hagan, en la noche mientras duerme, y por eso despierta sudado y olvida lo que soñó.
Puede ser que no exista ninguna enfermedad, ninguna alergia, que sean ellos los culpables.
Justo en ese momento dejan de tocar la ventana y cuando voltea, Silmara ya no está forcejeando con la puerta. Su corazón se detiene, ¿se ha esfumado? La busca pero tarda en encontrarla, está en el porche, de espaldas a la casa, moviéndose hacia atrás y hacia adelante.
¡¿Lo va a abandonar?!
La respiración de Esteban comienza a entrecortarse, busca desesperado su inhalador. No puede, ella no puede hacer eso. No tiene derecho a salir de la casa, allí tiene comida y lo tiene a él, todo lo que necesita.
Las puntas de sus dedos comienzan a temblar, todo su cuerpo se sacude. Vuelca la sopa sin darse cuenta sobre su regazo y chilla entre dolor y asco. Pero es más fuerte la indignación.
«¿Quién se cree que es esa mujer?»
Si se atreve llamará a Vicente, sí, debe ser fácil encontrar su número en internet.
Le dirá que la vio por la ventana, que lo está abandonando. Si tiene que amenazarla lo hará, es por su bien, el de los dos. Tiene que aprender que no hay mejor sitio para ella que ese.
Santa Eloísa es un lugar muy peligroso para una joven tan hermosa. Y él no debe estar solo, no puede.
Otra vez golpean su ventana, ¿o lo que escucha es su cerebro rebotando contra su cráneo? Le duele la cabeza y su pecho sube y baja desesperado.
Cae al suelo.
«Maldito inhalador, ¡¿dónde está?!»
Se arrastra, de nuevo, hacia la cama. Busca entre las sábanas, y se le caen encima. Se asoma desde el suelo y mira en las cámaras que Silmara no se ha movido. Perfecto, todavía tiene tiempo.
«¿Dónde está?
¡¿Dónde está?!»
Grita desesperado y se pega en una mano con la mesa de noche. Se siente inútil, sus pulmones se llenan apenas el diez por ciento y el agitamiento le arrebata el poco oxígeno que decide entrar en su cuerpo. Los golpes siguen, esta vez los escucha en el suelo. Tiembla, llora, un hilo de moco se desliza hasta la comisura de sus labios.
Agita su mano adolorida y pega con algo más, el maldito inhalador que estaba debajo de la cama.
Se aferra a él como si su vida dependiera de ello, porque lo más probable es que lo haga en ese instante. Inhala, inhala otra vez. Su cuerpo no responde, no deja de temblar.
Algo brota por su boca, un líquido con sabor a bilis. Se ahoga.
Los golpes siguen, cada vez más fuertes. La visión se le nubla de nuevo por unos segundos, la recupera y luego, todo negro. Grita de nuevo.
Se pega en la cabeza intentando ponerse de pie, al menos su respiración ha vuelto a la normalidad, pero tiene los dedos tiesos e intenta hablar pero solo le sale una voz gutural, infernal.
Voltea a mirar las cámaras, apenas las distingue, sus ojos no quieren abrirse lo suficiente y la habitación se ha oscurecido. Ya Silmara no está en el porche.
Se ha ido, lo ha dejado a su suerte, muriéndose.
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¿Dónde está?
El mundo sigue apagado, pero de resto vive tanto como cada día. Huele el hedor de su habitación, la mezcla de vómito y desechos, la sopa seca en su ropa y algo más.
«Así es como deben oler las flores.»
Siente el tacto de algo que parece papel pergamino, en forma de dedos, recorriendo su frente. Es suave, justo como lo imaginaba. ¿Será posible?
Escucha una canción, ella tararea y de pronto todo está bien. La escucha lejana, pero constante. No está solo, no se fue a ninguna parte y sonríe aunque le cueste abrir los ojos.
Se siente pesado, como si algo estuviera presionándole el pecho y empujándolo más hacia la cama, pero la voz de Silmara es tan deliciosa que hace que nada más importe.
—Você não merece essto —susurra a su oído y besa su mejilla.
Esteban está en la luna. Intenta hablar pero sigue muy débil, ella lo sabe y lo calla. Todo su cuerpo está relajado y al mismo tiempo se siente más tenso que nunca. La tiene tan cerca, tanto que puede sentir su aliento. Siente que perderá el control, jamás le había ocurrido algo semejante. ¿Qué habrá hecho que diera la vuelta y fuera a buscarlo?
—Busca da cuarto —Esteban se ha acostumbrado tanto tiempo a su mezcla entre idiomas, que siente que hablan el mismo— Ela está chamando.
¿Alguien lo llama? ¿Un cuarto?
Recuerda lo que ocurrió justo antes de eso. Intenta incorporarse pero Silmara, de nuevo, lo obliga a quedarse quieto. Algo le hormiguea por debajo de la piel, siente deseos de rascarse pero sus manos apenas responden. El mundo le da vueltas, la cama se mueve en un vaivén infinito, tendría miedo de caerse, pero sabe que si eso ocurriera ella lo atajaría.
—Elos estão esperando por você
Tiene sueño, mucho sueño. Bosteza, se siente en calma y olvida todo por un rato. Escucha los pasos de la morena salir de la habitación pero algo le dice que no intentará huir de nuevo, que acaba de confirmarle que nunca le dejará, que quiere ayudarlo. Que sus sentimientos son recíprocos.
Ella también lo ama, en secreto como él, quizás está pidiéndole que se encuentren allí, que huyan juntos.
Él lo haría, lo daría todo por ella.
Se ha dormido y despierta solo, duda por unos segundos sobre si eso no habrá sido más que un sueño, pero su olor aún impregna el ambiente. Es lo más real que ha presenciado en su vida.
Por primera vez siente fuerzas, desde dentro de su cuerpo. Abre los ojos y por un segundo no ve nada, la lámpara está apagada y la luna debe estar ya en el cielo al otro lado de la ventana. Se ha saltado la cena, pero no le importa, tiene en mente algo más.
No es inusual para él pero sabe que necesita todo el coraje del que puede hacer acopio. Tiene que estar preparado. Ah, y por supuesto, ya no puede más. Le duele hasta lo más profundo de su ser, probablemente sea más fácil caminar después de deshacerse de ese problema.
La tiene grabada en la mente, así que no le cuesta imaginársela. Retrocede hasta la última vez que la tuvo cerca, antes de despertarse, y piensa en su tacto. Siente la tela endurecida del pantalón de pijama, llena de sopa seca, siente su piel bajo ella y sus vellos erizarse.
Recuerda los rulos de Silmara, como se resbalaban hasta llegar a su pecho. La tela blanca de su vestido mugriento haciendo presión contra su piel, delinea con su mente el borde oscuro de sus pezones.
La respiración de Esteban comienza a entrecortarse, a volverse pesada. Un hilo de saliva rueda por su mentón, le hace cosquillas, como si fuera ella. La imagina allí, bailando junto a él. Rozando la piel de su rostro como hace un rato, susurrándole al oído palabras en el idioma que solo ellos entienden.
Al sonido de sus jadeos se unen los resortes de la cama. Este es de esos momentos en los que no entiende muy bien lo que está haciendo, su instinto lo guía y se deja llevar.
Ella está ahí, la puede sentir, en algún lugar de su cabeza se ha materializado. Es real, lo incita a seguir.
Esscucha sus propios jadeos y se obliga a callar, cierra la boca y busca con desesperación una almohada para morderla. Se siente culpable sin saber por qué, los espasmos que recorren su cuerpo en ese instante le dicen que está mal.
Y como cuando era más pequeño y mojaba la cama, se siente sucio.
Quiere olvidarlo todo.
Quiere llorar.
Una parte de él ha recobrado fuerzas, la rabia, la impotencia que siente en ese instante lo ciega y se quita los pantalones, lanza los almohadones y cojines al suelo.
Camina cojeando hasta el vestidor y se pone algo más, sigue mareado y apenas puede ver.
Tiene ganas de vomitar.
Las piernas le tiemblan y está a punto de caer un par de veces, pero sigue intentándolo. Necesita tener algo más en mente, siente que si no lo hace romperá a llorar en cualquier instante, aunque ya las lágrimas comiencen a escaparse de sus ojos.
Él conoce esa casa como la palma de su mano, a pesar de nunca haber puesto un pie fuera de la habitación hasta ese entonces. Sabe a dónde va cada esquina, cada pasillo. Conoce las manchas en el suelo que ella suele esconder con las alfombras y sabe dónde se guardan los cuchillos afilados.
Se acerca a su puerta y siente algo colgando de su tobillo, una masa helada corriendo por su espalda. ¿Será buena idea? ¿Reaccionará su padre al verlo por las cámaras por primera vez en su vida?
Gira el pomo y sale, el olor no-tóxico del resto de la casa le da una bofetada.
Olor a limpio.
A flores.
¿A velas?
Cuando sale por fin de la prisión en la que ha vivido poco más de trece años, algo sale con él. No sabe definirlo, pero es la primera vez que ha sido consciente de que, en realidad, jamás ha estado solo.
Escucha el eco de sus pasos, que de pronto se convierten en los de su sombra. Las paredes lo invitan, la casa entera está viva. Recorre por primera vez en la historia de su corta vida el sitio que lo vio crecer y este le da la bienvenida.
Lo estaba llamando.
Lo estaba esperando.
En el suelo hay velas señalando el camino, la estela de Silmara está en ellas, pero Esteban no la encuentra en ningún lado.
—Debe estarme esperando allí, en el cuarto —Se hace creer y sigue caminando.
Los sonidos que lo asustaban tanto cuando era más pequeño ahora lo reconfortan. Comienza a reír por lo bajo, está caminando más de lo que ha hecho en su vida. Un corrientazo eléctrico parecido al de minutos antes baña sus huesos, pero este sí lo disfruta.
Se siente libre.
Se apoya en los muebles para no caerse, a pesar de la oscuridad en la que casi todo está sumido, él es capaz de verlo todo con lujo de detalle. Las velas iluminan lo necesario.
Y la misma casa lo celebra.
La casa viva.
Tan viva como él en ese instante.
Las escaleras son un martirio, nunca antes lo había hecho. Le cuesta calcular la altura exacta a la que sus pies tienen que subir, solo había levantado las piernas de esa manera para entrar en la bañera. Está a punto de caerse pero se sostiene de la baranda, y poco a poco sube, y sube. Él puede hacerlo todo, claro que puede.
El eco lo alienta y eso lo ayuda. El frío lo empuja. Las sombras que no podían entrar en su habitación reinan en el lugar, Esteban descubre que no son enemigas, jamás lo fueron.
Cuando llega por fin a la cima, una voz lo llama. Una voz femenina, tiene que ser ella. Su princesa lo está esperando, huirán juntos de la prisión, de Vicente, de las cámaras, de todo.
Roza las paredes con sus dedos, están carrasposas y le hacen daño a su piel tan sensible, pero a él le gusta esa sensación. Pasa por la habitación que solía ser de su padre, pero que ya no usa. Pasa por la de huéspedes, no se detiene en ninguna.
Al final del pasillo, en donde están las velas acumuladas, lo espera una puerta que ha estado cerrada durante años.
Él acerca su mano al pomo de la puerta, está ardiendo pero le ha agarrado el gusto al dolor. La abre al primer intento, no le ha costado como ha visto que ocurre con Silmara; además de que cabe en su mano a la perfección. Adentro escucha un murmullo de excitación, no puede contenerse él mismo y comienza a reír hasta que se le va el aire.
Tose.
Enciende la luz por instinto y mira el interior.
Su nombre escrito por todos lados. Una cuna blanca llena de telarañas, las paredes pintadas de turquesa claro. Juguetes, ropa diminuta, una silla en el medio de todo. En una pared nueve fotografías extrañas lo invitan. Todas están en blanco y negro y tienen fechas escritas, de alguna manera sabe que ese es él, antes de existir.
Esa ventana no tiene cortinas y las sombras han podido entrar.
—Él nunca te lo perdonará —Sus voces son distintas a lo que imaginaba, en cierta manera lo reconfortan más.
—Quería hacer un intercambio —No los puede ver, no aún, pero sabe que están ahí.
—Pero ella nunca fue tan valiosa —Hablan dentro de su cabeza, él se sienta en la silla y mira las fotografías desperdigadas por la habitación.
Una mujer con un estómago enorme, sonriendo como si fuera el día más feliz de su vida, una y otra vez.
Pero, ¿en dónde está Silmara?
—Ele vai a conseguir o que quer —Se sobresalta. La joven parece brillar, no le habla a él sino a la ventana. Sus ojos están blancos, su voz suena distinta— Mais não será o que espera.
Esteban intenta ponerse de pie, pero se encuentra pegado a la silla. De todos modos, siente paz. Por primera vez desde que está en ese lugar, se siente en casa.
—Repete, anjo —le pide con cariño— Com os mortos não se joga.
—Con los muertos no se juega —repite Esteban, sonriendo.
Él sabe cosas que los otros no.
Ahora sabrá más.
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Hoje traije chocolate, anjo: Hoy traje chocolate, ángel.
Precisa algo mais?: ¿Necesitas algo más?
Essas coisas são malas, Esteban: Esas cosas son malas, Esteban.
Você não merece essto: Tú no mereces esto
Busca da cuarto: Busca el cuarto
Ela está chamando: Ella está llamando
Elos estão esperando por você: Ellos están esperando por ti
Ele vai a conseguir o que quer: Ella va a conseguir lo que quiere
Mais não será o que espera: Mas no será lo que espera
Repete, anjo: Repite, ángel
Com os mortos não se joga: Con los muertos no se juega
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¿Reconociste todos los personajes de cultura popular que están en el chat?
¿Qué opinión tienes de Esteban?
¿Qué crees que quería decir Silmara?
¿Has encontrado las referencias escondidas a mis otras historias?
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¿Qué tal si les puedo decir que el chat en el que Esteban estaba participando es real y los lectores originales de esta historia pudieron interactuar con él y los demás personajes?
¡Pronto lo verán!
Si quieres enterarte de todo antes de que salga a la luz, compartir teorías conspirativas y saber secretos de los personajes, puedes pedirme unirte al grupo de whatsapp oficial de la historia y te invitaré por privado
¿Nos ayudarán a descifrar qué ocurre en Santa Eloísa?
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