Es un latir profundo, es un martillo que hierra contra un yunque ya forjado. No es un ritmo frenético, inexperto, es un ritmo pausado, que respira, que disfruta el momento y se relame con la realidad.

Son sus ojos, su sonrisa, es su risa que suena a pájaros trinando, a cascada en un bosque frondoso, a viento en un día de verano. Es su pelo bajo el Sol, cortina de luz que no se posa, que la acaricia suavemente. Es su forma de ser. Es todo.

No es algo en concreto, no es una característica en particular, es el todo que alza el martillo para golpear otra vez. Es el ritmo pausado el que declara un amor profundo, el que hace que las noches sean eternas, el que grite de emoción ante un gesto suyo.

Es su tacto, suave. No es un martilleo tosco, es gentil. Y sus labios, oh, sus labios... dulce perdición. Más qué decir, si un beso sin amor, no es beso. Es apasionado, hace eco con mi corazón, hace eco con ese martilleo que recuerda ritmos más frenéticos.

Es querer protegerla, estar a su lado, estar ahí para lo que necesite. Es cogerla de la mano y sonreír. Sentirme transportado, no sé a dónde, a un lugar mejor.

Y no me canso de pensar, en la suerte del azar. Sólo doy gracias a las decisiones que he tomado para que el hoy fuera posible.

Y son los suspiros el acompañamiento perfecto para un ritmo escueto pero firme, fuerte y dulce, para una sinfonía de inverosimilitudes que han hecho que alguien como yo vuelva a ser feliz.

Te quiero, mi Luna. Serás mi luz en las noches más oscuras.