Cierro los ojos y el espectáculo comienza. Al principio solo son luces y sombras, luego toman formas indefinidas y por último se personifican y recrean mis más profundos temores y odios. A veces muero. Otras veces veo morir. Siento en mi piel la sensación... ya la he experimentado. Me convierto en asesino, bestia, zombie, vampiro, espectro. Descuartizo, torturo y tormento. No es agradable, aunque en el sueño lo disfrute. Y luego el sueño gris lo cubre todo, pasando a un negro, cada vez más terrorífico. No soy yo, no soy nadie y lo soy todo. Soy Dios y soy la nada. Abro los ojos y no despierto, me veo sumergido en un mar de turbulentas aguas, donde las olas azotan mi cara y hunden mis recuerdos más pesados. Lloro de frustración y despierto sollozando. Toco mi pecho y siento un vacío imposible de llenar. Me acurruco y me hago pequeño, tratando de ser inexistente. Pierdo el aire y el aire me mira. Ojos que me observan y sombras retorcidas. Movimientos erráticos que hacen que mi corazón lata a cien por hora. Mis labios tiemblan y balbucean, retuercen las palabras en el silencio y les dan un nuevo significado. Garras que liman mis pesadillas y acarician mi cara cuando me giro. Crees que puedes descansar, pero el sueño te tormenta. Te recuerda que no duermes, te recuerda el tiempo que te queda. Sufres. Abro los brazos buscando un amor que no está a mi lado. El vacío me corroe por la impotencia del momento. Fundo a negro. Fundes a negro. Sientes tu alma, esa esencia intangible. La abrazas a ella y la meces como a un recién nacido. La calmas con palabras bonitas y la consuelas con mentiras piadosas. La vida es para siempre, la eterna felicidad es posible.