No la mires a los ojos

Y cuando la muerte se te acerque, no la mires a los ojos, no intentes fingir que el miedo no recorre tus venas, no intentes huir, no intentes vencerla, porque al fin y al cabo, todo el mundo acaba de la misma manera.

John Le Blanc, un estudiante de secundaria normal y corriente, busca, mejor dicho, anhela una vida tranquila con amigos, con unos padres buenos, una casa confortable, unos estudios provechosos... Pero la realidad dista mucho de lo idóneo... En el instituto sufre continuas burlas por parte de sus compañeros debido a que es albino, en el comedor le lanzan comida; al volver a "casa" su padre suele pegarle una paliza de lo borracho que está, su madre simplemente lo ignora. Su cuarto, si se puede llamar cuarto, es muy pequeño: apenas cabe su cama y un armario.

John volvía de la escuela, había sido un día pésimo, como todos los demás, pero ese en especial se sentía tremendamente cansado. Al girar en una de las calles se topó con uno de los matones del instituto: Rodrick, otro idiota más suelto por el mundo que simplemente le divertía molestar a la gente.

- Creo que hoy vas a tener que pagar un peaje para llegar a casa John – dijo Rodrick con toda la bravuconería típica de un abusón.

John, harto de todo, lo miró con un odio profundo. Si la mirada hubiese podido matar a alguien, Rodrick habría muerto brutalmente.  

- No creas que te voy a dar mi dinero por las buenas. Este dinero me lo he ganado con esfuerzo y no tienes el derecho de arrebatármelo, cabeza hueca.

Lo único que Rodrick escucho fue el "cabeza hueca" que soltó John al final de su frase. Fuel el pretexto perfecto para empezar una pelea. Rodrick se irguió tanto como le fue posible para parecer más amenazador, como haría una serpiente, y a continuación se abalanzó sobre John. Al principio parecía que John se defendía notablemente, pero al cabo de un par de puñetazos certeros, toda apariencia se derrumbó como un castillo de naipes.

Transcurrieron los minutos y John no se quería levantar. Rodrick le había pegado una paliza de las de antaño, dejándolo con un dolor general, sin dinero y, lo más importante, un odio que empezaba a cobrar cada vez más fuerte, arraigando en su alma. Se levantó con dificultad, se quitó la suciedad de la ropa y miró al cielo crepuscular. A John le hervía la sangre, estaba harto de todo: de su familia, de la escuela, de los abusones, de todo. Apretó el puño con fuerza mientras unas cuantas lágrimas descendían por sus mejillas. De repente una fuerza interior lo empezó a inundar y una voz retumbó en su cabeza: "Quieres matarlos, ¿verdad? Quieres acabar con todo,  hacer justicia. Yo te puedo dar ese poder... Simplemente pídemelo, suplícamelo".

- Lo quiero. Lo quiero. ¡Dámelo, haré lo que sea!

Rodrick volvía a casa contento: había ganado veinte euros fácilmente y había podido dar una paliza a alguien. Pero se estaba haciendo tarde... La luna ya había salido y la oscuridad lo había pillado por sorpresa... Aún le quedaba un rato hasta llegar a  casa y el frío empezaba a acentuarse. Era raro que hiciese tanto frío puesto que estaban cerca de verano y las noches cálidas eran lo más corriente. Empezaba a sentirse incómodo, notaba la presencia de algo raro en el ambiente. La calle estaba a penas iluminada por un par de farolas y una de ellas iluminaba intermitentemente. Notó como si alguien posase una mano esquelética en su espalda y se giró bruscamente: no había nadie... Pero un escalofrío le recorrió la espalda. Siguió avanzando, esta vez con un paso más apresurado. Cuando estaba pasando por la primera farola ésta se apagó y solo quedó la que iluminaba intermitentemente. El miedo empezó a atenazarle los pensamientos, imaginando absurdos monstruos y criaturas sobrenaturales, y lo peor de todo es que su cabeza empezaba a creerse esos disparates.

Súbitamente apareció una figura bajo el foco de luz de la farola. Llevaba una capa negra como la noche, raída por todos los lados y con pinta de tener muchos años. También tenía una capucha que le cubría todo el rostro. Rodrick no podía ver la cara a la figura de debajo de la farola, tampoco quería verla; solo quería correr, pero sus piernas no respondían. La figura levanto un brazo oculto bajo la capa; sostenía algo... Una especie de bastón de metal muy corto. A Rodrick le dio muy mala espina, como si hubiese presentido lo que iba a ocurrir. Con un movimiento parecido al viento, la figura movió repentinamente el brazo y, sorprendentemente, el bastón que hacía apenas unos minutos era minúsculo, se había desplegado con un chirrido metálico, parecido a  cuando un tenedor raya un plato de cerámica, convirtiéndose en... ¿podía serlo? ¡Una guadaña! ¡Maldita sea, ese tipo estaba sosteniendo una guadaña! El cerebro de Rodrick empezó a reaccionar, pero no lo suficientemente rápido. La farola se apagó, sumiendo la calle en una oscuridad absoluta. No se escuchaba nada, ni animales, ni personas ni insectos ni la ciudad... Nada. Parecía que todo hubiese muerto. Entre la oscuridad y el silencio, la mente de Rodrick empezó a resquebrajarse. La farola se volvió a encender, pero debajo no había nadie, sin embargo, detrás de Rodrick, a apenas unos milímetros de su oreja, la figura echó su aliento helado. Otro escalofrío, esta vez más parecido a una convulsión; también un grito ahogado, pero incapaz de salir de su asustada garganta. La figura no se separó de Rodrick, es más, le susurró a su oído unas palabras que le helaron el corazón:

- Empieza a temer lo que no has temido en tu vida. Arrepiéntete de todo lo que has hecho y no has podido hacer. Recuerda con anhelo la vida que habrías podido tener y no tuviste. Ríe y llora porque nunca más lo volverás a hacer. No te sientas solo, porque muchos más te acompañarán, simplemente siente el miedo y acéptalo, acepta que vas a morir.

Rodrick tragó por última vez y miró a los ojos a aquella figura, sabiendo que detrás de esa capucha se escondía una sonrisa macabra. La guadaña hizo un movimiento muy sutil en el aire. Al principio no pasó nada, pero al cabo de unos segundos, la cabeza de Rodrick empezó a desprenderse con unos ojos muy abiertos, sin saber qué acababa de pasar exactamente.

Esa noche no solo murió Rodrick, sino muchas más personas, todas ellas se creían inocentes, y morían creyendo que se había cometido una injusticia, pero en el fondo lo sabían... Sabían que morían con razón, y John sonreía bajo su capucha negra como la noche. Había condenado su alma, pero volvería a hacerlo una y otra vez con tal de vengarse.

Por primera vez en su vida John Le Blanc era feliz.

Y cuando la muerte se te acerque, no la mires a los ojos, no intentes fingir que el miedo no recorre tus venas, no intentes huir, no intentes vencerla, porque al fin y al cabo, todo el mundo acaba de la misma manera.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top