Monstruo
Nadie preguntó al monstruo cómo se sentía, nadie se acercó para ver si estaba realmente bien.
Nadie quiso saber si el monstruo moriría, nadie quiso saber si el monstruo quiso nacer.
Su naturaleza feliz y bondadosa, cubierta por un lecho de oscuridad y desesperación, llevaron al monstruo a ser aquello que él no quería, a ser aquello en lo que los demás querían con tesón.
La lluvia lo cubría, y ésta acompañaba perfectamente su humor. Él no sonreía, ya no creía en el amor.
Arrastraba sus pies sin fuerza, y sus garras pendían con pesar. Un espíritu condenado, pudriéndose sin cesar.
Él había sido puro, cristalino como el que más, llenaba su corazón de orgullo, y las penas conseguía olvidar.
Pero un buen día lo acorralaron... lo dejaron sin opción. Tuvo que sacar sus garras, y sus colmillos entraron en acción.
Sangre, vísceras, sudor y lágrimas... todo junto en un cuenco de desilusión. Se revolvían entre sí como un remolino, el destino del dolor.
El monstruo fue perseguido, odiado sin ton ni son. Ya no creía en la vida, ya no creía en Dios.
Toda bondad divina, en la que un día pudo creer, se esfumó como una vela, una llama de atardecer.
Acurrucado en una roca, llorando sin consuelo, en una cueva alejada, perdida del mundo etéreo.
La verdad era mentira, y la mentira era razón. La razón no era para estúpidos, estúpidos que jugaban sin control.
Las lágrimas eran mentira, una mentira sin igual. Pues la mentira era la único creíble en un mundo desigual.
Dejó que el viento lo meciese, le mintiese y lo cubriese. En la oscuridad uno no puede sentir, uno no puede vivir, uno no puede existir.
Gritó a la Luna y las estrellas. Clamó venganza al eco y juró y perjuró contra todo ser.
Nadie preguntó al monstruo cómo se sentía, nadie se acercó para ver si estaba realmente bien.
Nadie quiso saber si el monstruo moriría, nadie quiso saber si el monstruo quiso nacer.
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