Logarius
Logarius era un buen hombre, había crecido comportándose bien con todo lo que lo rodeaba. Siempre ayudaba a los demás en todo lo que podía, y no soportaba ver acciones injustas. Lo que Logarius no sabía era que su corazón era el más oscuro que se había creado. Tiempo atrás, en otra vida, con otro nombre, los Dioses decidieron bloquear la parte más oscura de Logarius, en un lugar tan profundo de su alma, que cualquier intento por llegar a ella sería en vano. Logarius, como todo mortal, podía tener sus pequeños actos de rebeldía, en los cuales se podía enfadar brevemente. No obstante, esos enfados no eran ni la centésima parte de su oscuridad subyacente.
Había pasado un milenio hasta que el alma de Logarius pudo reencarnarse en su actual cuerpo. Pero como toda alma reencarnada, no recordaba nada, solo sentía muy de vez en cuando, un vacío interior que le hacía llevarse la mano al pecho y retorcerse ligeramente; luego, abruptamente, el sentimiento cesaba y volvía a sentir esa felicidad suya tan característica. Pero los Dioses no contaron con un factor.
Logarius se enamoró. Se enamoró locamente de una mujer preciosa, tanto física como espiritualmente. Fue un amor correspondido y al poco tiempo empezaron a salir juntos. La felicidad de Logarius era tal, que su oscuridad había sido arrinconada como jamás lo había sido.
Pasó un año perfecto, sin problemas, creyendo que el paraíso era terrenal y que las musas citadas en las grandes obras eran ciertas, ya que él tenía una entre sus brazos.
Pero un buen día, su mujer de los sueños palideció. Su recuerdo empezó a ser más fuerte que el presente. Se vio arrastrado en un ardiente y caótico remolino de sucesos. Su mujer, su hada, su amor, se había convertido en un incordio. Falsas acusaciones, celos, disputas sin razón... Hicieron que algo en su interior muriera. Una llama que en su momento había ardido con fervor, creyendo que jamás se apagaría, creyendo que esa llama inmortal sobrepasaría y arrollaría todo lo que encontrase por delante. Pero la habían apagado, la había apagado. Y no solo eso, ahora su alma se podría. La oscuridad clamaba su regreso y no se arrastraba, se levantaba y alzaba las garras como la más temible de las bestias. Se había fortalecido, y ahora retornaba con más fuerza que un milenio atrás.
El cambio no fue brusco. Notaba como lentamente, esa sensación de frío y soledad lo inundaban otra vez, pero no dolía, la sensación era placentera. Su verdadero yo afloraba después de tanto tiempo. Físicamente no tuvo ningún cambio, pero una mente entrenada, si se concentraba, podía ser capaz de notar un halo oscuro a su alrededor. Los animales lo veían y se apartaban cuando pasaba por su lado. La vida lo rehuía.
Su mujer lo miró. Sus ojos azules eran más fríos, glaciales. No había otro sentimiento dentro suyo salvo odio. La maldad había arrancado de raíz toda esperanza de volver a ver una milésima parte de la bondad que una vez demostró. Se le erizó el bello de la nuca. Sabía que algo no andaba bien, aunque decidió pensar que era imaginación suya y seguir como siempre.
Un día que ella se encontraba hablando por teléfono en su dormitorio con un "amigo" suyo, su marido abría la puerta del recibidor, sigilosamente, como un depredador que acecha a su presa desde la distancia. Anduvo casi levitando, sus pies apenas rozaban el suelo. Se plantó delante de la puerta cerrada del dormitorio, escuchando las risas de su mujer. Volvió a abrir con sigilo. La temperatura del dormitorio descendió ligeramente.
Las risas cesaron. Su mujer colgó el teléfono y se giró lentamente. Había notado por instinto algo que amenazaba su vida seriamente. Su sorpresa fue encontrarse con su marido, sonriéndole. Lo siguiente que vio, o que no vio, fue oscuridad. Su visión se nubló repentinamente, y su cuerpo dejó de responderle.
Abrió los ojos con timidez, sin saber qué había pasado. En un principio, creyó que se encontraba estirada en su cama, arropada por su marido, y sintiendo algo que hacía tiempo que había olvidado. La verdad no se alejaba tanto de la suposición. Se encontraba en su cama, como había predicho, pero al intentar moverse ligeramente, se dio cuenta que no estaba arropada tan cariñosamente, sino que había sido atada a la cama. Cada una de sus extremidades había sido ligada con gran maestría. Unos ojos azules brillaron en la oscuridad.
Su marido se adelantó un paso y la oscuridad pareció retirarse de su alrededor con miedo. Hacía frio. Su mujer pensó que podría ser algún tipo de juego sexual que quería poner a prueba su marido. Nunca había hecho nada parecido, no obstante nunca le había visto una mirada igual. Acercó su cara lentamente, rozando prácticamente sus pestañas con las de ella. Quería ver dentro suyo, quería saber por qué había acabado todo así. Notó como le temblaban las manos atadas. Tenía miedo. Ya no tenía esa mirada curiosa, ahora su cara estaba tensa y un poco pálida debido al miedo y al instinto que le gritaba: huye. Notó cómo algo se colaba dentro suyo, hasta lo más profundo de su alma. Como ese algo miraba en cada rincón y desvelaba cada pequeño secreto o intimidad que hubiese guardado. Ese algo vio su infidelidad, su doble vida. Su amor con otro hombre que la amaba en la cama pero la hacía infeliz como persona. Esa infelicidad que transmitía a su marido y hacía que pagara por todas aquellas cosas que la frustraban. De repente se retiró. El vacío se hizo en su interior. Se había ido. No sabía cuánto rato había estado escrutando, pero su presencia la había llenado y le había hecho creer que el algo era parte de su ser, incluso más parte de su ser que ella misma, por ese motivo, cuando se retiró, por una fracción de segundo se sintió incompleta y totalmente sola, una sensación muy diferente a cualquier cosa que hubiese experimentado carnalmente.
Cuando volvió a enfocar la vista y a tener consciencia de la realidad, un dolor en el estómago la hizo gritar a pleno pulmón. Miró hacia su barriga, y gritó aún más fuerte, perdiendo el conocimiento. Su barriga había sido abierta en canal, y sus entrañas rojizas eran perfectamente visibles. Logarius a su lado era una simple silueta fundida con las sombras, donde una brillante sonrisa y unos ojos helados destacaban entre tanta negrura.
La mujer abrió los ojos e intentó moverse, pero algo se lo impedía. De repente, todo le volvió a la mente, y lo primero que hizo fue mirarse el estómago. No estaba abierto, pero una enorme cicatriz con puntos recientes la partía de arriba abajo. Sin embargo no sentía dolor, pero sí un ligero hormigueo en la lengua y un mareo constante. Su mente confusa pudo dar con una respuesta: la había drogado.
-¿Ya te has despertado mi Bella Durmiente?- dijo una voz desde la oscuridad.-¿O necesitas descansar un rato más? No, no, no... No te preocupes por mí, yo tengo todo el tiempo del mundo.
-L-Lo-Loga... Logarius, ¿eres tú?-dijo la mujer.-¿Qué me has hecho?
-¡Me, me, yo, a mí! ¡Siempre con las mismas gilipolleces egocéntricas! ¿No ves que hay más gente a tu alrededor? ¿No ves que tus acciones pueden hacer daño a otras personas? No, no, no... -tamborileó con los dedos.- Tú prefieres tirarte al primero que se te ponga en bandeja, como la puta que eres... -bajó la cabeza.- ¿Pero sabes qué? -dijo alzándola de nuevo.- Las personas como tú no me dan lástima. Son seres inferiores, estancados en una fase de desarrollo donde la reproducción prima por encima de cualquier otra cosa. Si te soy sincero, ya no me da lástima ninguna persona, y es gracias a ti-dijo esbozando una sonrisa.- Mi amor.
A la mujer le dio un escalofrió al escuchar la palabra amor pronunciada de aquella forma.
-¿Vas a matarme?-dijo la mujer de forma casi inaudible.
-Ooooh, no, no... O tal vez sí. Bueno, ya lo verás. He preparado un juego que te va a encantar, yo lo llamo: "Adivina adivinanza, ¿qué tiene mi mujer en la panza?".
La mujer lo miró con cara de horror.
-No me mires así, ya verás que te va a gustar. El juego es sencillo: te daré cinco oportunidades para girar la ruleta que tienes delante. Como soy un caballero, la giraré yo por ti. ¿Ves que hay triángulos rojos y triángulos verdes? Los verdes quieren decir que tienes un intento para adivinar qué tienes en la barriga, si aciertas ganas y te dejo libre. Y los rojos tienen una pequeña sorpresa... Ah, tal vez hayas notado un único triangulo de color negro con una sonrisa dibujada... Ese esconde la mayor sorpresa. -dijo enseñado una gran sonrisa.-¡Que empiece el juego!
La ruleta giró rápidamente. La respiración de la mujer estaba bastante acelerada y se veían gotas de sudor por su frente. Finalmente se detuvo en un triangulo verde.
-¡Ding, ding, ding! ¡Premio! Dime, mi amor, ¿qué esconde tu preciosa barriguita?
-Eh... N-No s-se... -contestó tartamudeando.
-Venga mi vida, arriésgate o la ruleta girará a una roja.
-Nuestro anillo de bodas.
-Oh, qué bonito habría sido. Pero no, no he escondido un anillo. Giremos otra vez la ruleta, te quedan cuatro intentos.
Volvió a girar la ruleta con energía, y esta vez cayó en una casilla roja.
-¡Bum! ¡Sorpresa! ¿Qué va a ser? Bueno, dime que es lo que menos te gusta de tu cuerpo.
-¿Por qué lo preguntas?-dijo con miedo.
-A ver, te voy a hacer un favor, y cada vez que caigas en una casilla roja te libraré de la parte que menos te guste de tu cuerpo.
-¡Noooo! ¡Estás loco! ¡No pienso jugar más a tu juego macabro!-gritó con desesperación.
-Querida, si tu no juegas, juego yo. Y si escojo yo, no te va a gustar la elección.
Entre lágrimas la mujer pudo sollozar:
-El dedo meñique de mi pie derecho.
-¡Qué sorpresa! Y yo pensando que te conformarías con un nuevo peinado. Tú si sabes lo que quieres en la vida, eh.
-¡No, por favor! ¡ No sabía que el pelo podía escogerse!
-Ah, lo siento. Una vez eliges no hay vuelta atrás.
Y tal cual dijo la frase, con un cuchillo carnicero seccionó el dedo. Un grito horrible surgió de lo más profundo de la mujer. Logarius se encargó de vendarle la herida para que no perdiese sangre en exceso, y le ofreció un poco de agua.
Sonrió, e iba a darle la vuelta a la ruleta otra vez, pero algo en su interior se rompió de forma más profunda y dolorosa. Algo dentro suyo había recordado el amor que sintió por ella una vez. Pero después de varios minutos sin reaccionar, se recompuso, y unas llamas negras lo envolvieron. Giró la ruleta, y sin mediar palabra, cuando ésta se detuvo en una casilla roja, le seccionó un brazo antes de que se diera cuenta, sin levantar la cabeza. Sistemáticamente le curó la herida. Giró otra vez la ruleta, y esta cayó en una casilla verde, pero cuando la mujer se pensaba que ahora le tocaría responder, el hombre la giró manualmente una casilla más, para caer en la casilla negra.
Levantó la cabeza. No dijo nada y la miró. Sus ojos azules estaban muertos, fríos como el hielo, emanando un odio puro. La mujer vio su muerte reflejada en aquellos ojos.
Logarius se acercó hasta situarse a su lado. Alzó una hoz y empezó a desgarrarla desde la entrepierna, subiendo por la barriga. Los gritos ni la sangre lo detuvieron. La odiaba con toda su alma. Ahora podía verse lo que tenía en la barriga: nada. Esa nada que había vuelto loco a Logarius, esa nada que había hecho retornar la oscuridad sobre la luz... Esa nada que había marchitado la flor de su amor. Le cortó la cabeza. La recogió del suelo y le cerró los ojos. Luego la besó tiernamente y la clavó en una estaca. Le arrancó los párpados y le seccionó la lengua, y con un hierro candente le perforó las mejillas de lado a lado. Cuando se hubo dado por satisfecho se miró las manos llenas de sangre. En su rostro de piedra se resbalaba una única lágrima oscura. La última lágrima de un ser que había experimentado la maldad y la bondad, y que había comprendido finalmente, que ninguno de los dos caminos era el correcto. Sus llamas ya no eran solo negras, sino que veteaban con trazos plateados. La bondad se había marchitado en un sueño inalcanzable, una utopía; y la maldad había sido comprendida, dejando atrás el deseo visceral de la sangre y destrucción, dando paso a una forma etérea y fría.
La lágrima se escurrió hasta llegar a su barbilla, luego cayó precipitadamente hasta estrellarse en sus manos, donde estas se cerraron fuertemente, formando un puño de hierro. Su mirada azul había cambiado.
Logarius, condenado antiguamente por los dioses, ahora los comprendía y a la vez los odiaba. Por esa misma razón optó por destruirlos y dejar que los seres vivos, no tuvieran ningún lugar al que ir cuando murieran, ni nadie a quien rezar. La raza humana estaba condenada, y con ella la vida y la muerte. El fin de los tiempos se acercaba.
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