Kaleido

Acaricio sus pechos con ternura. Recorro cada centímetro de su piel como si fuera porcelana. Miro en sus ojos y me pierdo en un mar de sensaciones. Es increíble vivir el momento, desconectar de todo por un segundo. El calor del verano hace que pueda quedarme sin ropa tanto tiempo como me plazca. Me siento libre, aunque la realidad no sea así. Palpo el aire y me estremezco. No hay nadie. Mi habitación ya no es acogedora, me da miedo. Es oscura, pequeña... los rincones auguran pesadillas. No puedo mirarme al espejo, no soy yo. He dejado de ser yo. Mi piel se ha vuelto quebradiza y las cuencas de mis ojos son dos pozos sin fin. La vida es como un caleidoscopio. La visión puede cambiar con una simple sacudida. Mi vida cambió con una simple sacudida. Miro mis manos y las veo cubiertas de sangre. Otra vez no... Allá vamos... Volvamos a la escena que se repite continuamente en mi mente.

Llueve. La cojo de la mano y sonrío. El sonido de la lluvia tranquiliza mi corazón. Nos acurrucamos bajo el mismo paraguas mientras cruzamos el parque. Un hombre con un maletín sobre su cabeza pasa corriendo por nuestro lado en dirección a un balcón para intentar resguardarse de la lluvia. Estamos solos. Solos... SOLOS ¡¡¡SOLOS!!! ¿SU MIRADA POR QUÉ TUVO QUE EXTINGUIRSE? LA VIDA ME DIO LA CLAVE PARA SER FELIZ Y ÉSTA ME FUE ARREBATADA ABRUPTAMENTE. No, no, NO, ¡NO! ¡NO! ¡NO! ¡NO! no...

Ella tira de mi mano ligeramente para que me acerque. Sonrío en mi interior y acerco mi oído a sus labios: Te amo. Me estremezco de placer y mi corazón da un pequeño vuelco. Siento como mi cuerpo pide contacto con el suyo y mis labios buscan los suyos, carnosos, rojizos. Al principio nos rozamos casi con timidez. Una pequeña descarga me recorre la espina dorsal, como siempre que le doy un beso. La lluvia deja de existir. Ahora quiero más y la busco con frenesí. Es un beso desenfrenado. Mi lengua juega con la suya, y las dos se retuercen cual serpientes. Mi pecho se hincha de emoción y debo separarla antes de perder la razón. Sus ojos brillan con esa chispa de amor y ternura, esa chispa que ella ve en mis ojos también.

Seguimos andando con paso distraído. Nos adentramos en un paseo de árboles centenarios, éstos nos cubren y oscurecen el lugar, creando una especie de entorno único.

Una sombra tiembla en la lejanía. ¿¡UNA SOMBRA!? Inocente idiota... ¡SI HUBIERAS SIDO MÁS PERCEPTIVO LO HABRÍAS VISTO! Ella me coge de la mano con un poco más de fuerza. Me pienso que es porque siente que el lugar es bastante romántico y yo también le estrecho un poco la suya. Sin embargo su cara muestra un pequeño rictus de terror. Centro la vista donde ella está mirando. Ahora la sombra es bastante más plausible. Es algo extraño. Tiene forma de hombre encorvado. Se mece como si el viento lo llevara de un lado a otro. Unos espasmos lo sacuden intermitentemente. Empiezo a retroceder con un poco de miedo, tirando de ella hacia atrás a la vez.

Pero la sombra se desplaza mucho más rápido de lo que pensaba. Su forma de correr es anómala, como si no fuese humana. Apenas damos varios pasos cuando esa extraña figura se nos planta a poco más de un metro. No dice nada, ni se inmuta. La arboleda oscurece más el paseo, siendo inidentificable, sumiéndolo en las más profundas tinieblas. Ella me coge del brazo con muchísima fuerza. Apenas puedo moverme de la presión que ejerce. Una extraña música empieza a sonar. Me recuerda una melodía que escuchaba de pequeño en casa de mi abuela. Ella tenía siempre una cajita de música sobre el mueble del comedor, y al darle cuerda se abría, y una pequeñísima bailarina de ballet giraba sobre sí misma al compás de la triste melodía.

Las sombras se agitan y retuercen. Están inquietas. Algo se alza entre ellas. No lo puedo ver ni oir, pero lo puedo sentir. ESTÁBAMOS MUERTOS. Si hubiéramos corrido cuando ese hombre pasó por nuestro lado nos habríamos salvado, pero no lo vi...

-¿Me... he quedado ciega?- dice ella con una voz rota.

Siento como mi brazo chilla de dolor. Algo tira de él como una bestia salvaje. Luego la presión desaparece de golpe, y un ruido hueco resuena en mi cabeza. Un goteo constante y una sensación de frío invernal. Un dolor lacerante y un temor incipiente. Entonces la melodía cesa, y algo susurra en mi oído.

-Ya se ha ido...

La sombras desaparecen y el paseo acogedor con las gotas de lluvia vuelven. Pero hay algo diferente... no siento mi brazo derecho. Y no es hasta que miro qué le pasa, cuando me doy cuenta que ya no está. MI PUTO BRAZO YA NO ESTABA. Hay un girón de carne rojiza y huesos a la altura del hombro, y de él gotea incesantemente un hilo de sangre.

En el suelo, a varios metros de mí, se encuentra ella. En su mano sujeta mi brazo aún con fuerza. Sus ojos se han vuelto oscuros, y su boca está desprovista de lengua. Me acerco hasta ella y me arrodillo. Le paso una mano por su cara y le aparto el pelo con cuidado. No veo nada. No entiendo nada. Está dormida, ¿no? Me miro las manos y solo veo sangre. Me empiezo a marear, pero algo hierve en mis venas. Odio, frustración, impotencia... Busco la sombra culpable de esta tragedia, pero no la encuentro. La vuelvo a mirar a ella y la abrazo. Rompo en sollozos y las lágrimas se me caen a trompicones. Algo en mí ha muerto.

El mundo funde a negro.

Despierto con el corazón agitado en una sala desconocida para mí. Estoy tendido. El blanco de las paredes y la luz incipiente me hacen cerrar los ojos. Todo es confuso. Pero de repente, lo empiezo a oír, de forma suave pero constante. Es esa melodía. Lo recuerdo todo y me llevo la mano al hombro de mi brazo cercenado. Es real, la pesadilla es real.

Me dan el alta. No sé cuánto tiempo ha pasado. La realidad no me interesa, mi mundo me atrae mucho más. Los recuerdos me embriagan y sanan las heridas de un corazón crítico. Mi mente grita de horror, se ha refugiado en el rincón más alejado de todo.

Estoy en mi habitación y la miro. Acaricio su pelo, su mejilla... le paso un brazo por la espalda y me acurruco contra ella. Huelo su colonia, me hipnotiza. Quiero besarla, pero se aparta de forma juguetona. Me pide que acerque mi oído a su boca. Me susurra. Lo entiendo. Asiento. Me acerco a la ventana y noto esa brisa cálida. Salto. Me rompo. No duele. Se acaba.


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