Joy
Gris oscuro es lo que me rodea. No caigo al negro porque me valoro como persona. He visto la mierda de este mundo muy de cerca y, créeme, no quisieras tener mis recuerdos. He visto mis manos manchadas de sangre, y el cielo teñido de rojo. En mis oídos zumban los gritos... y las voces me persiguen hasta hoy.
Me acerco hasta el espejo y pienso, a la vez que me meto la pastilla en la boca: allá vamos.
Joy es un mundo increíble. Todo el mundo sonríe y la felicidad mana por doquier.
Salgo de casa y no puedo evitar una carcajada de alegría: ¡en qué mundo tan precioso vivimos!
Una niña pequeña me tiende una flor. "¿Para mí?", le digo. Y ella asiente con fervor. Huele a césped, y primavera, y a nubes de algodón.
Me pongo la flor en el bolsillo de la camisa y sigo andando por la calle.
El encargado de la frutería me ve y me lanza un mango en un perfecto arco. Lo cojo en el aire. Parece jugosísimo. Inclino la cabeza dándole las gracias y él, tuerce el bigotillo en una media sonrisa.
Ya es la hora para que salga: mi amor, mi princesa. El reloj de la plaza suena con energía y las puertas de la Universidad se abren.
Empiezan a salir profesores con batas elegantes y, a su vez, un tanto ridículas. Son muy divertidos de ver. Hay bajitos y canosos, altos y fortachones... Y detrás de todos ellos llega ella.
¡Oh, sí! Su imagen es aún más perfecta de lo que imaginaba. Un pequeño gnomo la toma de la mano y la acerca hasta mi. Gracias señor gnomo.
-Clara, ¡estás radiante!
-¡Qué dices tontorrón! Ya le dije al señor Sol que dejara de hacerme brillar.
Una carcajada rompe entre los dos. Nos miramos y vemos reflejados el amor. Nos besamos con pasión y dejamos que la escena se alargue.
Alguien me toca la espalda para interrumpirnos. Es la farola que quiere enseñarnos un magnífico atardecer.
Nos cogemos de las manos y vemos como los niños salen alegres de la escuela, mientras el Sol se pone. Uno de ellos me mira, sonríe y me apunta con una pistola. Dispara.
Mi brazo explota en miles de flores de cerezo. No puedo parar de reír y maravillarme por la escena.
Una señora con su bebé se derriten, y de las entrañas nacen gusanos. La risa empieza a calmarse.
Clara empieza a tiritar y me mira con odio: ¿por qué? Se abalanza sobre mi y no para de repetirme una única frase "¡Devuélveme a mi hijo!". Empiezo a asustarme, ¿qué está pasando?
El cielo rosado se torna oscuro como el carbón. Ya no hay risas ni alegría. Del suelo nacen diablos que quieren arrastrarme al Infierno. Uno de ellos me mira y dice "Bienvenido a Joy, gilipollas".
Empiezo a gritar tan fuerte como puedo. Me acaban de coger entre varios. Un cuervo con seis ojos me picotea el estómago hasta dejarme las entrañas visibles. Empiezo a desmayarme.
Entre parpadeos inconscientes veo en mi única palma una pastilla que brilla. Me la tomo sin pensarlo.
El cuervo desaparece, los diablos también. Parpadeo una vez y nada parece que haya ocurrido, es más, ¿qué ha ocurrido?
Salgo de casa y no puedo evitar una carcajada de alegría: ¡en qué mundo tan precioso vivimos!
En mi mejilla hay una lágrima, alguien, muy adentro, grita por querer la realidad.
Debe ser una lágrima de felicidad.
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