Duerme
–¿¡Qué pasa!?–dijo zarandeando a Laila.
La habitación estaba a oscuras, y fuera, en el pasillo, se escuchaban los pasos de la madre de Laila.
–He tenido una pesadilla–contestó entrecortadamente.
Laila había gritado en la pesadilla, lo suficientemente fuerte para alertar a su madre.
La puerta se abrió y una figura oscura asomó la cabeza.
–¿Estás bien Laila?–preguntó su madre.
Desde la cama Laila pudo observar que el pasillo también estaba a oscuras y la figura de su madre apenas se recortaba.
–Solo un poco asustada y nerviosa... He tenido una pesadilla–repitió Laila para su madre.
–Vale, cariño. Si necesitas cualquier cosa avísame, estoy con Micael en el pasillo.
–¿Con Micael?–preguntó con cierto temor.
–Sí, hija. Estoy con Micael aquí fuera.
–¡Entra en la habitación mama!
Laila la cogió del brazo y tiró de ella hasta meterla en la habitación, cerrando la puerta tras ella rápidamente.
–¿Qué está pasando Laila?
–La persona que está fuera no es Micael. Micael ha estado todo el rato conmigo en la habitación–explicó nerviosamente.
–No digas tonterías Laila–dijo Micael abrazándola.
Laila se sentía más protegida cuando Micael la abrazaba.
–Voy a encender la luz Micael.
–No la puedes encender–contestó secamente.
–¿Por qué?–preguntó extrañada.
Las figuras de Micael y su madre parecían haber oscurecido más en la negrura de la habitación, el abrazo de Micael ahora parecía una cadena alrededor de su cadera. Giraron sus cabezas hacia ella y al unísono dijeron:
–No enciendas la luz porqué verás que no soy yo.
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