KAPTER XXI

La noche se vino encima al igual que el insoportable frío. La ciudad de Mérida deslumbraba con algunas de sus avenidas y calles iluminadas con la belleza que la caracterizaba. Aunque la soledad era casi total, se podía observar una que otra persona llegando tarde a su hogar o saliendo a comer o disfrutar de estos días navideños en el Planeta Tierra.

Caminando por una de las aceras, el Doctor Martinz recorría cabizbajo el camino hacia... en realidad el final de esta frase era una incógnita: no sabía a donde ir.

Aquella chaqueta encontrada al menos le servía, de cierta forma, como abrigo ante el tiempo meteorológico, aunque era posible que le esperara una noche fría.

Sólo y desamparado se le podía notar deambulando por la localidad. Cada cierto tiempo volteaba a sus espaldas, percibía el eco de algunos pasos que resonaban en los edificios y comercios cerrados.

-Debo encontrar donde pasar la noche -su aliento se condensaba frente a él formando una leve nubesilla debido a la baja temperatura.

A lo lejos, entre la oscuridad, localizó un lugar conocido: El sitio donde pasó la lluvia de la mañana. Y sin pensarlo mucho se fue hacia allá, era lo más “familiar” que tenía. El frío de la madrugada le preocupaba, sabía que los grados centígrados descenderían, pero no era lo único que le inquietaba.

-Estaré muy desprotegido hacia los ladrones -se dijo-, que seguramente hay en este mundo. Bueno, si roban a plena luz del día que se espera en la oscura noche.

Al fin llegó al lugar donde descansaría, si es que así se le pudiera decir. Los bombillos del almacén de ropa que dejaban encendidos en el interior, para exhibir su mercancía, iluminaban un poco el lugar. Al menos no estaría en una penumbra absoluta.

Se sentó en el suelo, no había nada cómodo donde recostarse, sólo el gélido y sólido piso.

Sacó el pan que le habían regalado, éste lo tenía seguro en su chaqueta; abrió la bolsa y partió una porción: eso sería su cena. Cuando le propinó el primer mordisco notó un sombra extraña que se acercaba desde la calle. Intentó agudizar su mirada para ver de qué se trataba. Siendo un hombre de ciencia tenía la fe rotunda de que aquello que llamaban fantasmas no existían, más le preocupaban las personas vivas: Ellas si pudieran hacer daño.

Ésta silueta se iba acercando cada vez más. Alonso esperaba para identificarla, principalmente porque  era muy baja para ser de humano. De pronto, al llegar a la zona iluminada notó que se trataba de un perro blanco con manchas negras de tamaño considerable, algo parecido a un dálmata, aunque resaltaba que no era de un linaje puro.

-Hola amiguito -le dijo al animal mientras se acercaba-. También estas sólo por lo que veo.

El can, con las orejas caídas en aquel momento, se aproximaba a Martinz.

-Espero que no seas agresivo.

De pronto, comenzó a menear la cola y saborearse.

-Ya veo -el merideño miró el alimento que tenía en su mano-. Imagino que tienes hambre.

A lo que el perro le respondió bajando la cabeza y siguiendo fijamente con la mirada aquel trozo.

-Toma -se lo tiró-. Acá hay más, si quieres.

Tras comer, casi de un bocado, se acercó a Alonso con alegría.

-Creo que podemos hacernos compañía.

El can le contestó pasándole la lengua por su mejilla. Martinz lo rodeó con los brazos en un gesto de felicidad. Al hacerlo se percató de algo característico en el animal. Una gran mancha negra reposaba en el pelaje del lomo.

-¿Qué tienes acá? -lo miró- Parece la figura de un trébol.

Siguió comiendo junto al perro.

-Te llamaré Trébol. Sé que me traerás suerte en este mundo. No es que sea muy creyente de la fortuna pero no esta de más. ¿Te gusta el nombre, Trébol?

La mascota respondió con otro cariño propio de los animales.

-Además, así también es el título de mi Proyecto de Agujeros de Gusano, puede que me lleves a él. No lo sé.

El pan se volvió poco para ambos. El tiempo parecía pasar lento, sobre todo para alguien que no poseía una manera de consultar la hora. El perro se echó a un lado de él, aportándole su calor corporal; esto le sería de mucha ayuda para la helada estadía.

Tras unos momentos el cansancio se apoderó del científico haciendo que cerrara los ojos poco a poco, hasta quedar adormesido.

En su profundo sueño veía e imaginaba como aquella persona tenía todas sus propiedades. La ensoñación se iba volviendo turbia. Su cuerpo se estremecía, mientras pensaba que aquel sujeto se apoderaba de su Reloj Cuántico y destruía todo.

Un fuerte ladrido lo despertó repentinamente.

-¿Qué pasó Trébol? -se repuso.

Aquel animal gruñía hacia la oscuridad de la calle, hasta que salió rápidamente en dirección aquello que veía.

-¡Trébol! -gritó-. ¿A dónde vas?

Se dio cuenta que nuevamente estaría sólo cuando escuchó al can a varias cuadras de allí mientras la llovizna comenzaba a hacerse presente.

El eco de unos pasos llegaban a los oídos del científico, éste intentó ubicar de dónde provenía aquel sonido. Eran unos pasos apurados pero cautelosos, como de aquel que no quiere ser visto.

Una sombra apareció por la otra calle portando algo en su espalda. Alonso se sorprendió al ver de quién se trataba.

-¡Allí va! -pensó-. Es él. Y lleva mi bolso tricolor.

Efectivamente, el sujeto del comedor caminaba deprisa, bajando en sentido contrario al de los autos por la Avenida 3.

Martinz sabía que esta era la oportunidad para recuperar sus artículos ya que, tal vez, no habría otra, así que con mucho sigilo se fue persiguiendo al hombre.

A una distancia segura lo seguía por calles y avenidas. Cada cierto tiempo dicho hombre volteaba, Alonso tenía que ocultarse de inmediato.

-Ok, debes calmarte. No debes dejar que te vea hasta que estés seguro para abordarlo.

El tipo, con una postura algo encorvada, se detuvo a hablar con otro que salió de cierta casa. El Doctor se ocultó detrás de un auto; parecía que se estaban intercambiando algo de dimensiones pequeñas. Tras una muy breve conversación, uno entró al domicilio y el otro, quien llevaba a sus espaldas los implementos hurtados, seguía su camino. Alonso intentaba no perderlo de vista.

-¿A dónde irá? -se preguntaba.

Fueron alejándose del casco histórico para adentrarse en la Parroquia “El Llano”. Mientras bajaban por la Avenida 4, el misterioso tipo giró hacía la izquierda por la calle 28. En este punto la madrugada estaba en su pleno apogeo. Entre la oscuridad de aquellas vías públicas, reinaba la oscuridad, excepto por un sólo punto iluminado, gracias al solitario poste de luz que emanaba sus amarillentos rayos.

A lo lejos, Martinz podía escuchar murmullos, risas y conversaciones, desde la esquina donde se escondía.

-Al menos la baja luz me oculta un poco -se dijo-. Me asomaré con cautela.

En ese instante pegó su espalda a la pared y miró de reojo; a la distancia, tres hombres conversaban con aquel que portaba el bolso. Alonso intentaba entender las conversaciones ayudándose con el eco que resonaba en el ambiente.

-Bueno, dejémosnos de chistes. A lo que vinimos -gruñó el que parecía ser el líder del grupo-. ¿Qué era eso de lo que tanto querías ofrecerme, Ñaño?

-Ehhh... -titubeaba al hablar mientras habría la mochila-. Pues... hoy me malandrié unos betas bien finos... ehhh... puede que le agraden, Man.

-¡Bueno! ¡Bueno! Y qué espera para sacar las vainas pues.

-Esto estaba en este bolso cuando lo...lo... agarré -se esforzaba para sacar el dron-. No sé que sea... ehhh.... me dijeron que podía ser militar o... algo así -se lo entregó a Man.

El sujeto indagaba el objeto por todos lados con la vista, usando ambas manos para voltearlo. Se sorprendió al ver una bandera.

-Parece que es de Estados Unidos... Mejor dicho, es de Estados Unidos -habló fuerte-. Yo no me equivoco nunca. -Y continuó- pero muévala, saque el resto. No tengo toda la maldita noche.

-Pero ya va.

-Avispase si no quiere plomo en la frente.

Detrás de la esquina, el Doctor estaba impotente. Al parecer querían vender sus propiedades. No sabía que fuerza lo detenía para evitar ir a confrontarlos, pero el tipo parecía ser peligroso; además, estaba acompañado y escoltado por dos más, sin contar el hombre del comedor.

-Pero bueno... no me... trate así -comenzó a tartamudear el que hacía de vendedor en aquel instante-. Lo siguiente es un cuaderno de... parece de... niña -se la pasó al comprador.

-¿Pero qué mamadera de gallo es esta?. ¿Tú quieres verme la cara o qué? -tiró la libreta de Clarita y la pateó lejos.

Martinz sintió que aquel gesto había sido con él. Un movimiento involuntario fue la respuesta de su cuerpo, golpeando sin querer una lata en el suelo con su pie, ésta sonó rodando por la calle.

El líder miró a sus guardianes y con una señal los envió a investigar. Estos caminaban lento con una de sus manos en la espalda, parecía que tomaban un arma. Alonso se reprochó aquella reacción, ahora iban en su búsqueda.

-¡Apúrate, Ñaño! -exclamó Man-. Parece que tenemos compañía.

-No... no... falta nada.

El ilustre merideño escuchó aquello.

-Al menos no consiguieron mi Reloj -pensó.

El líder se quedó analizando, vacilando un poco con la cabeza. No le gustaba aquella mercancía.

-Qué pérdida de tiempo. Primero me sales con una vaina ahí que se hace pasar por gringo, por tener una banderita y después con una libretica de niña. ¡¿Tú eres gafo vale?!.

-Man, es...es...espera.

-¡Me largo! Si hubiese otra cosa más hasta me llevaba el avión de juguete ese, junto con lo otro, pero así no. Quédese con todo eso. Vámonos, olviden lo que hay allí -le ordenó a sus guardaespaldas.

Éstos últimos se dieron la vuelta en dirección a aquella directriz. El ingenioso merideño suspiró un poco.

-Ok, el hombre no quiso las cosas. Voy a esperar a que dejen sólo al tipo que tiene la mochila para buscar lo que me pertenece -se dijo así mismo antes de escuchar una frase que cambiaría rotundamente aquel plan.

-Pero... pero... ¡Muchachos! -gritó el vendedor-. Vengan para que vean el último producto que les tengo. Estaba escondido.

En ese momento el mundo se le vino encima a Martinz, sabía completamente a qué hacía referencia.

-Si me devuelvo, no pierdo el viaje, Ñaño -respondió Man-. Se lo advierto de una -concluyó acercándose nuevamente. 

-Tran...tran...quilo. Yo conozco tus gustos. Mira esto -en sus manos tenía el gran Reloj Cuántico.

Un impulso dominó al Doctor.

-¡Hey! -interrumpió abalanzándose con valentía-. Ese Reloj me pertenece.

De inmediato se vio apuntado por dos armas, a lo que respondió levantando las manos.

-Alto muchachones. El bobo viene sólo, se ve que es así -comentó el líder-. Disculpa, ¿Cómo dices?

-El Reloj, el dron y la libreta son mías -argumentó-. Se lo dejé al tipo aquel -señaló al vendedor-, cuando iba a salvar una vida.

-¿Salvar una vida? ¿Y es que eres qué? ¿Superman o el Chapulín Colorado?

-Entre muchos títulos que me he esforzado por obtener, uno es el de Medicina. Soy Doctor.

-Eso significa que... -Man miró con rabia al hombre del comedor- me caíste a mentiras. Dijiste que lo habías robado.

-Pues... pues... -tartamudeaba el aludido-. Él me lo dejó y yo me lo agarré.

-O sea, que ni para robar sirves. Y además cómo vas a robar a un Doctor -gritoneó-. Ven pana, retira tus cosas y yo arreglo con este -le dijo al científico.

Martinz fue avanzando lentamente, observando con desconfianza a aquellos tipos. Pero quería retirarse de allí lo antes posible y sólo podía ser de esa forma si retiraba todos sus objetos del lugar. Que ellos acomodaran sus cuentas solos, pensaba..

Cuando pasaba por frente de los cuatro, tomó el bolso de las manos del vendedor, posterior a ello recogió el dron y la libreta, guardándolo todo. Ahora le correspondía buscar su preciado Reloj, pero este lo tenía el líder de la banda.

Alonso se paró frente a él, y sin una palabra estiró la mano para que le devolviera lo suyo.

-¿Sabes, amigo Doctor? -decía mientras se ajustaba la prenda tecnológica en la muñeca-. Mi debilidad son los Relojes. Doy todo por ellos.

Martinz sólo escuchaba.

-Nunca en mi vida había visto un bello Reloj como este. Llevate todo lo otro, yo me quedaré con esto. Estamos a mano. ¿Sabes lo que le haría a alguien en tu situación?, más bien saliste muy barato.

-No me iré de aquí sin mi Reloj -respondió firmemente el valiente científico.

-Si así lo quieres. ¡Tómalo! Entonces -lo retó.

Las miradas se cruzaron entre aquella penumbra. Las manos de Alonso se estiraron para retirar la prenda científica de la extremidad del hombre; éste último se lo dejó quitar sin ningún inconveniente.

-Gracias y disculpen por las molestias caballeros -el Doctor se despidió y dio la vuelta para alejarse lo antes posible.

-¿Y no piensa despedirse como un hombre? Doctor... -el tipo hizo énfasis en la última palabra.

La tensión invadía aquel ambiente nocturno con frío infernal. Martinz, aun de espaldas a los sujetos y con el morral en la mano, estaba paralizado. Ahora, debía hacer lo que le demandaba si quería alejarse.

Luego de pensarlo un poco se volteó para terminar todo con un apretón de manos. ¿Qué podía pasar?

-Feliz noch... -un repentino dolor intenso fulminó su estómago.

Un golpe lo derrumbó sobre el suelo, tirando sus cosas por los aires..

La avalancha de puñetazos, patadas y demás no se hizo esperar sobre la humanidad del ingenioso venezolano. El dolor pulverizaba todos sus órganos.

-Te lo dije chamo -comentaba desde cierta distancia el líder de la banda mientras presenciaba la golpiza-. Me hubieses dejado el Reloj y listo. Pero no, te la tiraste de arrecho, así que aguanta.

Por todos lados sentía los golpes. No había un rincón de su cuerpo sin haber sido arremetido por un puño o pie de los guardaespaldas. La cara del sufrido Alonso se veía ya moreteada. En un punto su visión fue inerte, todo se le volvió oscuridad. Sólo podía escuchar.

-Ahora... Doctorcito, tendrás que buscar odontólogo si quieres volver a comer -y emanó unas carcajadas que resonaban por calles pero que nadie las escuchaba.

La sangre brotaba de los labios, cejas y nariz del científico.

-¡Paren! -gritó Man.

Los violentos tipos pararon, dándole paso a su jefe. Éste se acercó y le tomó el cabello a Martinz levantándolo de un jalón.

-Qué estúpido fuiste -hablaba frente a la cara del ensangrentado-. ¿Te doy un consejo? -se le acercó al oído-, no confíes en nadie de este mundo de porquería.

Posterior a ello lo tiró de nuevo al suelo, frente a la mirada de los demás. Le quitó el arma a uno de sus ayudantes y apuntó al Doctor, éste último ya no poseía aliento alguno.

-Y esto es para que todos ustedes aprendan de este hombre -sonó el seguro del revólver-. Nunca vayan  a meterse donde no les importa.

Cuando el dedo se encontraba a punto de jalar el gatillo, cuatro patas blancas se escucharon sobre el suelo a gran velocidad.

Trébol saltó y mordió la mano del líder de la banda haciendo que éste soltara el arma; lo atacó sin piedad. El vendedor salió huyendo de la escena, mientas uno de los ayudantes se fue a quitarle el animal a su jefe que gritaba de dolor. El otro sacó su pistola y cuando iba a accionarla algo llamó su atención en la lejanía.

En el suelo Martinz sólo podía escuchar, con muchísima dificultad lo que pasaba. Su aturdimiento era total; los sentidos ya no trabajaban como debían.

-Oye y qué hace esa aquí y a estas horas... -tras dichas palabras la luz del escaso alumbrado público se apagó repentinamente, dejando un ambiente totalmente oscuro.

Alonso sólo percibía cómo aquellos sujetos estaban siendo apaleados por algo o alguien pero su vista le reflejaba únicamente penumbra. Gritos como: -¡Vámonos!-, -¡No! ¡No!-, -¡Atrápela!-, quejidos de dolor, sufrimiento, golpes bruscos y más, creaban eco en los oídos del científico hasta que el silencio total reinó en el lugar, previo a que él perdiera completamente el conocimiento.

A la mañana siguiente, los rayos solares entraban por un ventanal que tenía como postal la Sierra Nevada; las aves revoloteaban por las afueras de aquella chica pero muy acogedora habitación.

El Doctor volvía en sí siéndole imposible recordar algo, por ahora. Sin abrir los ojos percibió con su piel una cómoda y calurosa cobija sobre él. Su espalda se sentía muy magullada pero reposaba en un colchón suave. El olor a café inundaba su sentido del olfato.

De pronto una suaves manos tocaron muy cariñosamente su frente. Algo de ese contacto le llamó la atención despertándolo poco a poco de aquel trance.

Sus párpados fueron desplegándose lentamente; la primera imagen que fue percibiendo era una muy borrosa figura femenina, su corazón se aceleró: Había algo familiar en esa silueta. Abrió rápido los ojos y exhaló con todas sus fuerzas un nombre que emergió de su ser.

-¡¡¡¿Cristal?!!!

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