EXTRA: Nuestro deseo real (Alexei y Caelian)

A continuación van todas las partes de Alexei y Caelian juntas, con escenas extra :D Se puede leer de forma independiente.

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NUESTRO DESEO REAL
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El príncipe Alexei tenía diez años cuando conoció a Caelian, el hijo de uno de los magos de la corte. La reina misma fue quien interrumpió su clase de combate en el patio interior del palacio para presentárselo, sonriente.

Aquella primera vez en que se pararon frente a frente, Alexei se negó a creer que ese gigante que le llevaba una cabeza de altura tenía la misma edad que él, pero así era. En un intento por verse más alto, Alexei echó los hombros hacia atrás, enderezó la espalda cuanto pudo y levantó el mentón, aunque de poco sirvió.

—Caelian está entrenando para formar parte de la Orden de los Guerreros Magos en un futuro —explicó la reina, sonriendo—. Creemos que podría servir como compañero en tus entrenamientos.

Alexei se encogió de hombros. El futuro le asustaba un poco, si tenía que ser sincero. Todos los días estaban repletos de recordatorios de que su vida no era suya, sino que tendría que cumplir un rol ya asignado. A pesar de todo, sí le intrigaba aquel gigante de sonrisa tímida y supuesto talento para la magia.

—Espero que no seas de esos que son blandos para pelear porque me tienen miedo —advirtió Alexei, cruzándose de brazos—. Quiero ver qué tan bueno eres.

Caelian se rascó la cabeza y asintió. Ese mismo día, Alexei terminó aplastado bajo el peso del otro contra el piso, sin espada con que defenderse y con la dignidad hecha polvo entre el suelo de tierra. De haber sido un ataque real —y ese era un peligro que tendría que enfrentar como príncipe—, podría haber muerto en aquel momento. A pesar de la frustración, más tarde agradeció que Caelian no se hubiese contenido, como casi todos solían hacer.

En la superficie no tenían mucho en común, pero con el correr del tiempo fueron descubriendo lo que los unía. Caelian saciaba la curiosidad de Alexei al mostrarle su progreso en estudios de magia, y Alexei comenzó a tener más razones para esforzarse en sus clases de combate. Ambos amaban las lecciones de danza y odiaban las de matemáticas. A veces se escapaban de su institutriz para jugar a las escondidas en los laberínticos jardines que rodeaban al palacio, e ignoraban el llamado de los adultos que los buscaban. El desafío era descubrir el escondite del otro antes de que los guardias encontraran a alguno de ellos.

A medida que fueron creciendo, algo comenzó a cambiar. A veces, Alexei se descubría mirando a Caelian de otra forma durante las lecciones que compartían. El entrenamiento de Caelian era más exhaustivo y variado que el suyo, por lo que tenía sentido que sus músculos se desarrollaran más. Pelear con él era distinto, también. Se movía con la fuerza de una tormenta, potenciado por la magia.

El jardín era una constante entre tantos cambios, un lugar al que volvían una y otra vez. Fue un día de primavera, en que las flores hacían que el mar de verdes se llenara de color, cuando Alexei se dejó derribar por Caelian durante un entrenamiento informal. Ahora que estaban grandes para las escondidas, sus juegos empezaban a tomar un matiz distinto. Con la espalda contra el suelo, Alexei sonrió de lado, mientras un Caelian confundido sostenía sus muñecas y lo miraba desde arriba.

—¿No te resistes? —preguntó Caelian, frunciendo el ceño.

—Te dejo ganar porque te tengo lástima —respondió Alexei, aunque su respuesta no tenía sentido. No había forma de ganar contra Caelian, menos a esas alturas.

Caelian sonrió y se quedó congelado donde estaba. Mientras, Alexei comenzó a reparar en detalles a los que nunca le había prestado atención: los ojos de Caelian, profundos y cálidos; la manera en que el cabello, alborotado por el ejercicio, enmarcaba su rostro; la firmeza suave con la que sus dedos se cerraban sobre la piel delicada de las muñecas de Alexei. Y sus labios, que se entreabrían como prometiendo la entrega de un secreto.

No estaba seguro de quién había iniciado el beso, porque la fuerza que los acercó fue más poderosa que cualquier estocada que hubiera experimentado nunca. Para Alexei fue como si su cuerpo se llenara de electricidad luego de recibir el golpe de un relámpago. El contacto traía consigo una revelación inesperada y un inusual deseo que lo hacía sentirse contrariado.

Esa fue la primera de muchas veces. En cierta forma siguieron jugando a las escondidas, solo que ahora se escondían juntos, para saciar sus ansias y la curiosidad que sentían el uno por el otro, sin que importara nada ni nadie más.

Lamentablemente, el paso del tiempo también significaba que el momento de enfocarse en su rol de príncipe estaba cada vez más cerca. Pronto, sus padres comenzaron a recalcar la importancia de producir un heredero, quizás debido a que Alexei no mostraba interés alguno en las muchachas que le presentaban, al menos no como amantes. Muchas eran encantadoras, claro, pero la idea de compartir su cuerpo con ellas era distinto, por más que no tenía problema en hacerlo con Caelian. Pensar en que tendría que pasar tarde o temprano hacía que se le cerrara el pecho.

—Tienes que centrarte en tu futuro como gobernante —le dijo un día su madre—, y en todas las responsabilidades que eso conlleva.

El mensaje era claro, y Alexei ya no tenía cómo evitarlo. Empezó a recordarlo cada vez que se cruzaba con Caelian. Resentía el deseo que despertaba en él, el espacio privilegiado que ocupaba en sus pensamientos, la forma en que le recordaba su debilidad. Detestaba no poder dejar de vibrar con sus caricias, lo culpaba por no poder enfocarse en las muchachas nobles que le presentaba su familia.

Con la esperanza de desterrarlo de su corazón, comenzó a ignorarlo. Dejó de aceptar sus invitaciones a reunirse, dejó de responderle cuando este le hablabla. Se convenció de que nunca lo había querido, que aquello no era más que un juego de adolescentes. Y cuando Caelian pidió explicaciones, Alexei exigió que le hablara con más respeto. ¿Quién se creía que era para dirigirse a él con tanta familiaridad?

—Pediré que te envíen lejos para que dejes de molestarme —le dijo, con calculada frialdad.

Y eso fue lo que hizo: habló con su madre para que Caelian fuera transferido, con la excusa de que debía perfeccionar sus habilidades.

La lejanía sí ayudó, en parte, aunque Caelian seguía apareciendo en sus sueños. Alexei creía también ver su sombra en los rincones del castillo en los que habían compartido besos y otros secretos; le parecía escuchar su voz profunda, llamándolo.

Alexei trató de llenar su cabeza con otras cosas y tomó la decisión de cumplir con su destino como príncipe. Haría lo que se esperaba de él y construiría un muro para aislar sus emociones de sus obligaciones. Otros, en posiciones de más libertad, podían darse el lujo de dejarse guiar por sus sentimientos. Él, sin embargo, tenía que pensar en el futuro de su reino.

Por eso, cuando su madre le habló de la princesa Delfina, quien organizaría un baile para elegir a su futuro esposo, Alexei aceptó. La princesa era famosa por su sabiduría y su belleza, y su reino era rico en piedras preciosas, además de ser famoso por sus magos. Al igual que él, ella era quisquillosa en cuanto a asuntos amorosos, pero si Alexei conseguía ganar su mano, la alianza sería provechosa. Claro que él no era el único pretendiente: la noticia del evento especial había llegado a todos los reinos, y cada uno enviaría a su propio candidato.

Ese, sin embargo, no era el único de sus problemas. A raíz del peligro que significaba el viaje hasta el lugar donde se celebraría el evento, la reina quería asignarle a un guardaespaldas: un hombre fuerte, perteneciente a la Orden de los Guerreros Magos, que llevaba mucho tiempo entrenándose en el extranjero para perfeccionarse.

—Caelian... —murmuró Alexei, al verlo entrar a la sala del trono.

Caelian, que lucía aún más corpulento e imponente que la última vez, caminó por la alfombra con la vista baja y se detuvo frente a la plataforma donde el príncipe y la reina aguardaban. Antes de arrodillarse con humildad, hizo una gran reverencia mientras Alexei tragaba saliva y se aferraba al apoyabrazos del trono para evitar desmoronarse. ¿Qué hacía él allí? De pronto, las piezas del juego de ajedrez que tanto tiempo llevaba jugando contra sí mismo volvieron a su posición de salida.

—Quería que fueras protegido por alguien de confianza —explicó la reina, con una sonrisa satisfecha.

Ella no sabía lo que acababa de hacer, por supuesto. No tenía idea de la magnitud del error.

—¿Crees que soy tan débil que necesito un guardaespaldas? —espetó Alexei, dirigiéndose a su madre. El color rojizo de la rabia, tan vivo como el de su pelo, distorsionaba la belleza de su rostro, aunque no lo suficiente como para borrarla del todo—. ¿Que lo necesito a él...?

—¡Alexei! —exclamó la reina desde su trono—. ¡Sé razonable, nuestros enemigos están en todas partes, y todos estarán presentes para pedirle la mano a la princesa Delfina!

—Puedo cuidarme solo —replicó Alexei, e hizo una mueca de disgusto antes de volverse hacia el imponente hombre asignado a la tarea de protegerlo, que estaba inclinado ante él—. De hecho —agregó, desenvainando la espada que traía colgada de la cintura—, podría acabar con él, si fuera necesario.

Con paso lento caminó hacia Caelian, quien aguardaba por la resolución final de aquel conflicto con los labios apretados. Incluso arrodillado, su estatura colosal era evidente. Ya no era el mismo niño que jugaba a las escondidas con Alexei en los jardines del palacio, al igual que Alexei no era la criatura alegre de antaño. El tiempo había destruido el puente que los unía, y en su lugar quedaba un helado vacío. Las primaveras que habían disfrutado en su infancia y adolescencia no parecían más que un sueño lejano.

El filo de la espada de Alexei se apoyó sobre el cuello de Caelian, frío, amenazador.

—¿Os haría eso realmente feliz, Alteza? —preguntó Caelian, entrecerrando los ojos.

Un atisbo de pánico se asomó en la mirada de Alexei, usualmente tan cortante como su espada. En ese instante de duda, el miedo que sentía se volvió evidente. Alexei no solo temía el rechazo de la princesa Delfina. También le aterraba que ella lo eligiera. Él no la amaba, y nunca podría amarla; esto lo había aceptado, pero no la otra verdad, que yacía agazapada en el fondo de su corazón.

No quería pensar en eso.

No había espacio.

Lo que él sintiera no tenía importancia, no cuando había un reino que proteger y liderar. Para superar a Caelian tendría que aceptar que él lo acompañara. Quizás, ese viaje serviría para probarse a sí mismo y dejarlo por fin atrás.

· · • • • ♚ • • • · ·

Partieron a la mañana siguiente.

El camino hacia el reino de Delfina tomaría varios días. La ruta atravesaba bosques infestados de bandidos, algunos de los cuales contaban con sus propios magos rebeldes, aunque estos eran usualmente de bajo nivel. Tener buena protección a la hora de realizar una travesía de ese tipo era imprescindible, pensó Alexei con amargura, mientras su vista iba hacia Caelian, quien cabalgaba a su lado. La vestimenta de Caelian, roja y con bordados dorados que brillaban bajo el sol, servía como una primera advertencia para posibles atacantes. Era el uniforme que solían usar los integrantes de su orden, especializados en combinar el combate directo con la magia.

Cuando era necesario un descanso se detenían, de preferencia en pueblos que estuvieran de paso. Alexei vio cambiar el paisaje poco a poco mientras se acercaban a los dominios de Delfina. El verde era menos intenso, y las flores menos coloridas y frecuentes. Cruzaron puentes, ciudades en ruinas, y espesos bosques descuidados, donde Caelian le advirtió que no prestara atención si oía que alguien lo llamaba.

—Nunca se sabe lo que se esconde en las sombras —advirtió.

De niño, Caelian siempre tenía leyendas para compartir. Por un segundo, Alexei deseó pedirle que le contara más, dejar que su voz —ahora tan profunda— lo llevara a mundos distintos. En lugar de eso, guardó silencio.

A medida que avanzaban, el clima fue empeorando, y fue en una zona remota y despoblada que una repentina tormenta los sorprendió cuando caía la noche. De inmediato, Caelian se bajó del caballo y puso una mano en la tierra. Al ver que un brillo rojo se desprendía de su mano, Alexei entendió que estaba realizando un hechizo.

—Hay una posada a poca distancia —dijo Caelian, y luego de ponerse de pie, se lavó las manos con la lluvia que caía.

Hacia allí se dirigieron de inmediato, antes de que el camino se volviera intransitable por el fango, pero al encontrarse frente al desvencijado edificio, Alexei maldijo su suerte. No estaban en condiciones de elegir, sin embargo.

Aquella era una posada de mala muerte, que por fuera parecía a punto de colapsar y por dentro olía al alcohol servido en las mesas viejas, las especias de la cocina y el barro de las botas de los clientes, por no mencionar otros olores nauseabundos. ¿Cuánto llevaba esa gente sin bañarse? A juzgar por la suciedad de las capas de ropa con las que vestían y el aspecto desgreñado de su pelo, Alexei prefería no conocer la respuesta. Aun así, lo peor no era eso, sino que el dueño explicó que solo tenían una habitación disponible, y que tendría que compartirla con Caelian, quien se mantenía callado a su lado, mientras inspeccionaba el lugar con expresión adusta.

Cuando las miradas de todos los presentes se levantaron de los tragos y se volvieron sobre ellos, Alexei agradeció en silencio el aspecto intimidante de Caelian.

—¿Algún problema? —preguntó Caelian, dirigiéndose al grupo de curiosos, mientras palpaba el mango de su espada, que tenía grabada la insignia de la Orden de los Guerreros Magos.

Sin decir palabra, cada uno de los borrachos volvió a lo que estaba haciendo antes.

El cuarto donde pasarían la noche se encontraba en el piso superior, y estaba limpio en comparación al resto del edificio. Tenía incluso una tina y una chimenea, frente a la cual podrían secar sus ropas, pero Alexei dio un respingo al notar que la habitación solo contaba con una cama. Apoyó una mano sobre las sábanas y las sintió rugosas, muy distintas a las de su lecho en el castillo real. Pensó en cómo se sentiría yacer en ellas, su piel contra la tela gastada, y su mente conjuró de la nada la imagen de Caelian dormitando a su lado.

Por primera vez desde que habían entrado, Alexei sintió un calor que disipó el frío húmedo de la lluvia que empapaba sus ropas, aunque se trataba del ardor avergonzado de quien no puede dejar de lado un pensamiento intruso. No quería pensar en Caelian, pero su presencia era demasiado enorme. Miró por encima del hombro hacia atrás y lo vio preparando el fuego con un hechizo simple. Tendrían que desvestirse, eventualmente. Tendrían que decidir cómo pasarían la noche, también. Alexei trató de despejar su mente, que volvía una y otra vez sobre eso. Estaba claro que él sería quien tomaría la cama, y que Caelian dormiría en el suelo. Y, sin embargo, una parte de sí se preguntaba lo que pasaría si durmieran uno junto a otro.

Alexei se estremeció justo en el momento en que Caelian se volvía hacia él, luego de darle vida al fuego del hogar.

—¿Se encuentra bien Su Alteza? —preguntó Caelian. Sonaba preocupado, pero Alexei detestaba en secreto su excesiva formalidad al hablar, que se sentía como una burla. Era un recordatorio amargo de la distancia entre los dos, de la forma en que sus caminos se habían separado.

—Claro que sí —respondió Alexei, enmascarando el temblor de su voz bajo un tono despectivo—. No soy débil.

Caelian abrió la boca, como si fuera a decir algo, pero se detuvo. Su mirada fue hacia el fuego que había encendido, cuya tibieza apenas comenzaba a sentirse, y que iluminaba su piel con un resplandor cobrizo.

—Esta será una noche fría —murmuró Caelian—. No quisiera ser culpable de que os enfermarais. Os recomiendo secar vuestra ropa frente al fuego. Estaré vigilando la puerta, podéis llamarme cuando me necesitéis.

La gentileza de Caelian era más dolorosa que una puñalada. Le recordaba que la razón de su alejamiento no había sido natural. No había espacio para juegos de amor cuando tenía que enfocarse en los asuntos del reino y en producir un heredero. Quizás la princesa Delfina, cuya mano iba a solicitar, tampoco deseaba esa vida, y por eso ponía tantas trabas a sus pretendientes. Se imaginó una vida junto a ella y sintió un frío muy distinto del calor que sentía al pensar en Caelian.

—Espera —dijo Alexei, tomando a Caelian por el antebrazo—. Tú también estás todo mojado...

Esa fue la primera vez que sus miradas se cruzaron de verdad desde su reencuentro. Alexei se sintió incapaz de apartar los ojos, una vez que estos se posaron en el rostro de Caelian. Notó una cicatriz sobre su ceja y se preguntó cómo habría ocurrido.

La palma de su mano se entibió al entrar en contacto con la piel del brazo de Caelian, palpitante y familiar. Aunque él se esforzara en olvidar, su cuerpo recordaba y ansiaba el acercamiento. Con sus dedos recorrió el camino que iba hacia el cuello de Caelian y luego subió por su mejilla hasta tocar la cicatriz.

—¿Qué te pasó ahí? —le preguntó en voz baja.

—Una misión difícil, hace un par de años —respondió Caelian—. Ahora soy más fuerte. Más que en aquel entonces, y más que mis tiempos en el castillo.

—¿Sí? Demuéstramelo.

Caelian entrecerró los ojos y tomó la muñeca de Alexei. En lugar de apartar la mano de su rostro, la acercó a sus labios y depositó sobre el dorso un beso que despertó todos los sentidos del príncipe. Sintió el calor del fuego de la chimenea arder dentro de su cuerpo, la lluvia sonar en su cabeza, el gusto de las especias del piso inferior inundar su boca.

—¿Cuál es vuestra orden, exactamente? —preguntó Caelian, sosteniendo la mirada de Alexei.

Atrapado entre el deseo y la responsabilidad, Alexei dudó qué responder, pero el desenlace era inevitable: la tentación era demasiado poderosa y la invitación demasiado directa. Había fantaseado con ese reencuentro incontables veces, aunque tenía claro que no debía, y ahora que tenía a Caelian frente a sí, el ansia de estar con él era avasallante.

—Quiero experimentar esa fuerza que dices tener —murmuró, dejándose llevar—. Quiero saber qué tan diferente es estar contigo, una última vez.

Caelian asintió, y se movió hacia Alexei para empezar a aflojar la ropa que este llevaba puesta, varias capas húmedas que se sentían como una prisión en aquel momento. Los dedos de Caelian desataron nudos y retiraron las prendas con presteza, mientras Alexei aguantaba la respiración con sus roces, que se volvían más intensos e intencionales a cada instante que pasaba.

No quedaba rastro alguno de frío para cuando quedó desnudo. Alexei apoyó los labios sobre el hombro de Caelian y hundió los dedos en la piel de su espalda, mientras este creaba una suave barrera mágica para preparar sus cuerpos para el encuentro. Una vez que todo estuvo listo, Alexei atrajo a Caelian contra sí, para instarlo a seguir adelante. Después de una corta imitación de combate que terminó con los dos en la cama, entendió a qué se refería con que ahora era más fuerte que nunca. Aunque Caelian apenas usaba una fracción de su poder, Alexei se encontraba a su merced, y ese lugar era sorprendentemente confortable.

Luego de animar a Caelian a continuar, Alexei se deshizo en la liberadora sensación de entregar el control que tantos años llevaba ejerciendo sobre sí mismo. La frialdad que había cultivado era la protección perfecta, una ilusión que le permitía evitar enfrentar sus sentimientos.

Bajar la guardia y dejarse disfrutar del momento en que sus cuerpos se unieron hizo que lejos quedara el palacio, sus obligaciones, y sus preocupaciones por el futuro. Nada de eso importaba cuando Caelian ocupaba toda su mente y todo su cuerpo.

Al menos, así sería hasta la mañana siguiente, cuando tendría que continuar la marcha hacia su inevitable destino.

· · • • • ♚ • • • · ·

Volver a la realidad fue difícil después de aquella noche. Abandonaron la posada apenas salió el sol, y con cada minuto que pasaba, peor se sentía Alexei.

Para cuando llegaron a las puertas del reino de Delfina, un arco colosal decorado con piedras preciosas, Alexei estaba mareado. Eso no lo detendría, sin embargo. Estaba allí por una razón, y debía cumplir con su cometido a como diera lugar.

La fiesta de bienvenida en el palacio de la princesa Delfina le habría quitado el aliento a cualquiera. La decoración del gran salón de baile incluía grandes ramos de flores, telas finas y estatuas de hielo, que se mantenían congeladas gracias al trabajo de los magos de la corte.

Los pretendientes, llegados de reinos cercanos y lejanos, se paseaban por el salón de baile cual pavos reales, con sus atuendos de colores vivos y telas finas con bordados dorados. Lucían también joyas exquisitas, aunque ninguna brillaba con la esplendorosa intensidad del collar de rubíes que llevaba puesto la propia Delfina, que observaba la escena desde el trono, rodeada de sus damas de compañía, quienes le hablaban al oído con aire cómplice.

Delfina era tan hermosa como decían las leyendas, y lo hubiera sido sin ayuda de joya alguna. Llevaba en la cabeza un tocado de perlas, y era de él que su larguísimo pelo oscuro caía en cascada sobre su espalda, hasta pasada la cintura. Aquella era la primera de las noches en que la princesa evaluaría a sus candidatos, y la excitación burbujeaba en el aire, en la forma de murmullos que iban y venían entre la música que sonaba.

Alexei suspiró y miró de reojo a Caelian, serio y solemne a su lado. Desde que habían compartido aquella fría noche en la cama de la posada, eso era todo lo que podía pensar. Los lujos de aquel lugar no eran nada en comparación con el placer que había experimentado al ceder la tentación. Su mente se aferraba a ese desliz y le hacía revivir la intensidad, la magia y el peligro. Una última noche juntos, por los viejos tiempos, habían dicho mientras se entregaban el uno al otro. Ahora, la idea de que ese hubiera sido el verdadero fin le hacía sentir náuseas. Su cuerpo se negaba a aceptar que no volvería a ocurrir.

Alexei intentó volver su atención al salón de baile y vio la mirada de Delfina posarse sobre él. Pensó en acercarse a hablar con ella y comenzó a caminar hacia su trono, pero al intentar abrirse paso a través del mar de invitados que bailaba, se sintió mareado. El exceso de música, voces y colores lo ahogaban.

—Alteza —susurró Caelian en su oído. Su voz desató un torrente de emociones en Alexei, cuyo cuerpo se tensó de punta a punta.

—Aléjate —dijo Alexei, poniendo una mano sobre el pecho de Caelian. Eso no ayudó en nada. Lo sintió firme, caluroso, tal como en la posada.

Aunque Caelian siempre obedecía, esta vez fue distinto. No solo no se alejó, sino que tomó a Alexei por la cintura y lo atrajo contra sí en un movimiento brusco que casi lo hizo perder el equilibrio. Al levantar la vista, confundido, Alexei se encontró con que el rostro de Caelian estaba rígido y que su mirada navegaba nerviosa entre la multitud, mientras lo alejaba del centro de la pista y lo guiaba en dirección al trono de la princesa.

—Peligro —murmuró Caelian entonces, casi atragantándose con la palabra.

Alexei notó entonces el hilo de sangre que salía de la boca de Caelian, y no pudo hacer más que dejarse llevar, estupefacto como estaba. Cuando ambos llegaron ante los pies del trono de la princesa, Caelian soltó al príncipe y se arrodilló, presionando una mano contra su propio vientre. Lo que cubría con ella era la huella roja de un ataque destinado a Alexei, sin lugar a duda. Acababa de salvarle la vida, luego de interponerse entre un asesino y él.

La princesa también lo entendió: sus ojos se abrieron enormes, alarmados. Se puso de pie de inmediato y ordenó a los guardias que custodiaban su área que se movieran para escudar a Alexei y a Caelian. Aquella reacción provocó que el público comenzara a dispersarse, y a continuación la música se detuvo, reemplazada por una ola de susurros de pánico que se extendió por el salón de baile.

—¡¿Qué pasó...?! —exclamó Alexei, arrodillándose junto a Caelian, quien respiraba con dificultad.

—Quizá se cumpla vuestro deseo de verme morir, al final de cuentas —respondió Caelian, con una sonrisa débil—. Lo que importa es que estéis a salvo.

Para Alexei, las palabras fueron un tipo diferente de puñalada: una invisible, que se clavó directo en su corazón.

¿Su deseo?

¿Cuál era su deseo real?

· · • • • ♚ • • • · ·

Alexei guardó vigilia junto a la cama en la que Caelian yacía, mientras este luchaba por su vida. Su piel morena se veía ahora sudorosa y grisácea. Atina, la hechicera sanadora de cabecera de la princesa, llegó con sus pociones para hacer lo que podía por él, pero por su expresión rígida y la forma en que evitaba mirarlo a los ojos, Alexei entendió que el pronóstico era sombrío.

—No queda más que esperar —dijo Atina, antes de retirarse—. La daga estaba envenenada, y él no fue la única víctima de la noche. Alguien quería eliminar candidatos para allanar el camino hacia la princesa.

Demasiado aturdido por la información como para responder algo coherente, Alexei solo asintió. Eso explicaba los guardias que custodiaban el exterior de la habitación donde se encontraban, un fastuoso dormitorio presidido por una cama con dosel. Alexei apenas notó los contornos borrosos de los adornos exquisitos que la decoraban. Toda su atención estaba centrada en Caelian y su respiración irregular. Sin darse cuenta, se descubrió imitando el ritmo. Era doloroso que no hubiera nada que pudiese hacer.

—Ojalá me hubieran eliminado a mí —murmuró Alexei, apretando la mano de Caelian.

Su voz se quebró cuando terminó de hablar. Durante años se había dedicado a esconder sus emociones en lo más recóndito de su ser. Las sentía latir en su pecho, sí; escuchaba sus ecos, que resonaban en su cabeza; se revolvían bajo su piel con la violencia de olas furiosas, tanto que incluso llegaban a marearlo por momentos. Pero al final, siempre lograba mantenerlas a raya.

Siempre, excepto cuando Caelian estaba cerca. Ahora existía la posibilidad de que él abandonara su vida de verdad. ¿No era lo que tantas veces había deseado? ¿Que la presencia de Caelian dejara de interferir con su capacidad de actuar de forma racional? ¿Por qué la idea de perderlo le aterraba más que nada en el mundo, incluso más que perder el control?

La humedad que se acumuló en sus ojos le resultó extraña, de tan desacostumbrado que estaba. Le costó reconocer que se trataba de lágrimas, hasta que estas le nublaron la visión y comenzaron a rodar por sus mejillas. Le enojó no poder detenerlas, no encontrar la manera de dejar de sentir. El mar agitado de su interior se desbordaba, por fin. Resignado, Alexei dejó de luchar contra él y rompió en un llanto que cargaba miedos del presente, del pasado y del futuro.

—No mueras —alcanzó a decir—. Te lo ordeno.

Las palabras, ridículas y desesperadas, salieron de su boca sin su permiso. Nadie tiene poder sobre la muerte, y no todos los finales son felices. En su caso, estaba seguro, tampoco lo merecía; pero ¿qué culpa tenía Caelian de haber sido víctima de sus errores?

Una presión cálida en su mano se abrió paso a través de la nebulosa de sus emociones como un relámpago en un cielo tormentoso.

Luego sonó la voz de Caelian, débil y áspera:

—¿Alteza...?

Alexei se refregó los ojos, confundido.

—¿Caelian?

Él sonrió apenas. Su mirada se posó sobre Alexei, que contuvo el aliento.

—Me alegra que estéis a salvo —susurró Caelian—. Vuestra madre tenía razón. Es peligroso.

—¡Yo también tenía razón en que no deberías haber venido!

—No. Desde siempre deseé poder protegeros, desde que éramos niños y corríamos en los jardines del palacio. Incluso cuando me dijisteis que deseabais que muriese, incluso cuando sabía que era imposible que nosotros pudiéramos...

—No quiero que mueras —se apuró a decir Alexei—, nunca he querido eso. Solo creí que, si no te tenía enfrente, dejaría de sentir las cosas que siento. ¡Pero ahora entiendo que es imposible esconderme de mí mismo!

Caelian lo escuchó con atención y luego se quedó estudiándolo por un rato, antes de llevar la mano de Alexei a sus labios. El gesto terminó por reconstruir el puente que los separaba, y que llevaba tanto tiempo destruido.

Tal como muchos años atrás en los jardines del palacio, donde habían compartido su primer beso furtivo, Alexei se tendió junto a Caelian con cuidado. Esta vez no los rodeaban las flores del inicio de la primavera ni el sonido de los pájaros, pero sus bocas se encontraron de todas formas, sellando así el reencuentro no solo de sus cuerpos sino también de sus almas.

—Por favor, vive —rogó Alexei.

—¿Es una orden? —preguntó Caelian, y su voz se perdió, consumida por el sueño y el cansancio.

Esa noche, Alexei no durmió. Sospechaba de cada sombra que se movía al ritmo somnoliento de las llamas de las velas que iluminaban el dormitorio.

Temía que si dejaba de mirar a Caelian por un segundo, la muerte saldría de entre las tinieblas, dispuesta a reclamarlo. Mientras veía a Caelian luchar en sueños contra su enemigo invisible, Alexei pensó en el futuro, aquel tema que tanto le aterraba enfrentar, y en lo que quería de verdad para su vida. Para cuando la luz del amanecer comenzó a iluminar los contornos de los muebles, lo tenía claro.

Esa mañana, mientras la sanadora se encargaba del tratamiento de Caelian, Alexei solicitó una audiencia urgente con la princesa Delfina, quien lo recibió en la sala del trono vestida con lo mismo que llevaba la noche anterior. Ella tampoco parecía haber dormido.

—Deseo informaros que renunciaré como candidato —informó Alexei.

Ella asintió, con una sonrisa melancólica.

—Hacéis bien. He decidido cancelar el evento de selección, y creo que entenderéis por qué, más que nadie.

Las enigmáticas palabras de la princesa intrigaron a Alexei, que levantó la cabeza.

—¿Por qué?

—Mi corazón no está en manos de ninguno de los candidatos que se han presentado, sino de alguien más, una persona que no es noble. Tengo la impresión de que vuestra razón es similar.

Al entender que de nada servía negarlo, Alexei admitió que así era. Y allí mismo, en confidencia, supo que la dueña del corazón de Delfina era Atina, la hechicera sanadora. Tenía que haber un camino alternativo que no implicara casarse con alguien a quien detestaba, o apenas toleraba, dijo Delfina. Quizás era hora de repensar la forma en que la corona pasaba a la siguiente generación, pero ¿qué ocurriría mientras tanto?

—Una alianza formal —propuso entonces Alexei—. Tenemos el poder de cambiar las cosas. ¿No deberíamos usarlo?

Delfina sonrió y prometió que lo hablarían después. Ahora mismo, Alexei tenía lugares más importantes donde estar, ¿verdad?

Alexei regresó a la habitación justo en el momento en que Atina se retiraba.

—¿Cómo está Caelian? —le preguntó Alexei.

El momento de silencio entre su pregunta y la contestación de Atina se extendió por lo que se sintieron como siglos.

—Vivirá —respondió ella por fin.

Adentro, Caelian lo esperaba recostado contra una pila de cojines. Todavía se veía ojeroso y agotado, pero su piel tenía un tono más cercano al habitual.

—¡No vuelvas a asustarme así! —exclamó Alexei, corriendo hacia la cama para sentarse sobre ella con todo cuidado.

—No lo puedo prometer —dijo Caelian, cuya voz sonaba ahora más firme—. Pero sí intento cumplir con vuestra orden de no morir.

Alexei temía haber soñado el beso de la noche anterior, pero sus dudas se disiparon cuando sus labios volvieron a unirse esa mañana, la primera de muchas más.

Se había equivocado, al final de cuentas. El destino sí le reservaba un final feliz.

Fin.

¡Hola! Aquí está el extra prometido 💖

Incluye todas las partes de Caelian y Alexei de los capítulos anteriores MÁS algunos extras donde faltaban cosas. De esta forma podés leerlo todo junto y como una historia separada, sin interrupción.

Verás que las partes con más agregados nuevos son el principio (que no estaba incluído en los fragmentos de Tania) y la parte de la taberna. Iba a hacer algún picrew, pero todavía no he encontrado uno que se ajuste demasiado a los personajes 😭 

¿Te queda alguna pregunta sobre los personajes o la historia?

¿Te gustaría algún otro extra en el futuro? ¿De qué? Como habrás visto por El alma del volcán y El príncipe de las hadas, me gusta hacer extras cuando puedo, jajajaja.

Ahora pienso volver a centrarme en la historia de videntes gay que estoy escribiendo, manda buenas vibras así voy más rápido, jajajaja 🙏

¡GRACIAS por estar aquí! Guardo cada voto, comentario, lectura y recomendación que hacen de la historia en mi corazoncito 🥺💖

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