1 de 4. Enemies to lovers

Tania tenía dos secretos que protegía como un dragón enroscado alrededor de su tesoro. El primero era que, a pesar de su reputación de chica dura, había una persona que la hacía sentir como un flan pasado de azúcar, sin importar cuánto se esforzara en no pensar en ella. El segundo era el contenido del cuaderno forrado de negro en el que solía escribir entre clase y clase. En cierto sentido, una cosa estaba relacionada con la otra.

Tenía una imagen que mantener. Los de su clase solían susurrar a sus espaldas que ella era una bruja. Señalaban como pruebas su vestimenta, siempre oscura; su pelo, teñido de un color fantasía, distinto cada mes; y la colección de amuletos que le colgaban del cuello.

Lejos de ofenderse, Tania decidió usar ese rumor a su favor, con resultados bastante buenos.

—¿Qué es eso, tu libro de hechizos? —le preguntó el más odioso de sus compañeros la primera vez que la vio con el cuaderno. Su preguntonta venía acompañada de una sonrisa burlona que hizo que Tania deseara saber magia de verdad, para hacer que se le cayera la lengua.

—Sí, así que no me hagan enojar —respondió Tania, en un tono tan grave que hasta a ella misma se le pusieron los pelos de punta—. Podría usarlos contra mis enemigos.

Esas palabras borraron la sonrisa de aquel payaso, que retrocedió refunfuñando, y desde entonces nadie más volvió a molestarla. Y no, aunque Tania apreciaba el enemies to lovers, al menos en los libros, ese idiota no era el objeto de su afecto, así que esta no es la historia de cómo esos dos terminaron enamorándose. Además, a ella ni siquiera le atraían los chicos, por lo que cuando dejaron de dirigirse a ella, lo que sintió fue alivio. Prefería el silencio incómodo a las burlas. Era para mejor. Si confesaba que escribía, le preguntarían sobre qué y dónde, y ese era uno de sus dos secretos: no le entusiasmaba la idea de contar que publicaba historias de romance gay en Internet bajo el seudónimo Plutonista.

En realidad, tendría que haber supuesto que tarde o temprano alguien descubriría su identidad, pero la forma en la que finalmente ocurrió no fue la que esperaba.

Comenzó el día en que se suspendió una de las materias y Tania se refugió en su rincón favorito del colegio, un salón vacío que servía como cementerio de bancos rotos: el lugar perfecto para trabajar en el nuevo capítulo de su más reciente historia. Cada tanto llegaban a ella, en la forma de un eco, las voces de los alumnos que habían elegido salir al patio durante la sorpresiva hora libre. También la brisa fría del otoño, que entraba a través de los vidrios rajados de la ventana bajo la que estaba sentada y que le congelaba un poco los dedos con los que sostenía el lápiz. Pero nada de eso le importaba.

En su imaginación Tania no estaba en el mundo real, sino en un maravilloso palacio de techos altos y pasillos infinitos, donde los personajes principales de su nuevo libro vivían un momento clave. Contuvo el aliento a la vez que el príncipe de su historia, cuando este se encontró frente a frente con el otro protagonista, un robusto guardaespaldas de pocas palabras. Se conocían de antes, pero llevaban mucho tiempo sin verse. Ese era su cliché favorito: amigos de la infancia a enemigos a amantes.

En aquel punto, la historia se escribía sola:

—¿Crees que soy tan débil que necesito un guardaespaldas? —espetó el príncipe, dirigiéndose a su madre. El color rojizo de la rabia, tan vivo como el de su pelo, distorsionaba la belleza de su rostro, aunque no lo suficiente como para borrarla del todo—. ¿Que lo necesito a él...?

—¡Alexei! —exclamó la reina desde su trono—. ¡Sé razonable, nuestros enemigos están en todas partes, y todos estarán presentes para pedirle la mano a la princesa Delfina!

—Puedo cuidarme solo —replicó Alexei, e hizo una mueca de disgusto antes de volverse hacia el imponente hombre asignado a la tarea de protegerlo, que estaba inclinado ante él—. De hecho —agregó, desenvainando la espada que traía colgada de la cintura—, podría acabar con él, si fuera necesario.

Con paso lento, el príncipe Alexei caminó hacia Caelian, quien aguardaba por la resolución final de aquel conflicto con los labios apretados. Incluso arrodillado, su estatura colosal era evidente. Ya no era el mismo niño que jugaba a las escondidas con Alexei en los jardines del palacio, al igual que Alexei no era la criatura alegre de antaño. El tiempo había destruido el puente que los unía, y en su lugar quedaba un helado vacío. Las primaveras que habían disfrutado en su infancia no parecían más que un sueño lejano.

El filo de la espada de Alexei se apoyó sobre el cuello de Caelian, frío, amenazador.

—¿Os haría eso realmente feliz, Majestad? —preguntó Caelian, entrecerrando los ojos.

Un atisbo de pánico se asomó en la mirada de Alexei, usualmente tan cortante como su espada. En ese instante de duda, el miedo que sentía se volvió evidente. La princesa Delfina —famosa por su sabiduría y su belleza— recibiría a todos sus pretendientes en unos días, para celebrar una gala donde elegiría a su futuro esposo. Alexei no temía solo el rechazo. También le aterraba que ella lo eligiera. Él no la amaba, y nunca podría amarla; esto lo había aceptado, pero no la otra verdad, que yacía agazapada en el fondo de su corazón...

Dejando a un lado el lápiz, Tania suspiró. En parte se sentía un fraude, escribiendo de romance cuando su vida amorosa era un fracaso, pero le consolaba recordar que la mayoría de los escritores de novela policial no eran asesinos, y que Jane Austen —la reina del romance— nunca se había casado. ¿Sería que Tania iba por el mismo camino?

Además, la verdad es que sí había metido una pequeña parte de su vida en esa historia: Delfina, la compañera de clase de la que la princesa tomaba su nombre, y el objeto de su pequeño capricho secreto. Preguntándose si la Delfina real estaría en el patio junto al resto de sus compañeros, Tania se asomó por la ventana con disimulo para buscarla entre los grupos que conversaban, sin éxito.

Para Tania, ella se sentía tan inalcanzable como el personaje de su libro. No se atrevía a hablarle, pero era imposible ignorarla. Mientras que Tania era Plutón, alejada de todo y de todos, Delfina era Júpiter: alta y morena, con su largo pelo siempre atado en una elegante coleta que se movía acompañando sus movimientos gráciles. Trataba a sus admiradores con cortesía, aunque se mantenía a distancia del resto, y esa aura de misterio que la rodeaba hacía que fuera aún más llamativa. De algo tenía certeza, sin embargo: ella no era consciente de la existencia de Tania, y estaba bien así.

O, al menos, eso creía hasta aquel día, en que la puerta del salón en el que Tania se escondía se abrió, y Delfina se escabulló hacia el interior.

Continuará (siguiente: el sábado que viene).

¡Hola! ¿Qué tal? Como había dicho, esta es una historia muuuuy sencilla y corta que pondré como entremés, mientras sigo trabajando la de los videntes gay xD 

Me daba gracia que hubiera dos estilos bien marcados dentro de la historia. Cada mini capítulo incluirá un fragmento de la historia de Alexei y Caelian que Tania está escribiendo, con algún cliché romántico... ¿qué habrá en el siguiente?

Solo había una cama

Alguien en peligro

Ah, y me agarré el usuario que menciona esta historia en Wattpad, solo por ocuparlo, JAJAJA xD Quería un usuario que no existiera.

El usuario: Plutonista (no hay nada allí, solo quería reservarlo xD)

Fun fact: Tal como menciona Tania, Jane Austen es la autora de Orgullo y prejuicio, una novela de romance muy famosa, pero ella nunca se casó.

PD: Y ya decidí que la de los videntes gay se llamará Juego de fantasmas, al final (es que había un libro llamado El laberinto de los espíritus xD).

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