13 | Tecnópata (2° Parte)
Al día siguiente, sin siquiera desayunar, Dai puso en marcha su arriesgado plan. Envió el archivo Pan.exe por medio de su correo, y por todas sus demás cuentas, tanto las de la red superficial como las de la oscura. Tras ello reflexionó sobre qué hacer con el segundo archivo, el Tecnópata, el cual supuestamente necesitaba instalarse en un cerebro para funcionar. Aquello no era nada novedoso. La clase acomodada, y lo miembros de la Cámara Tecnócrata, así como los de la Corte del Shogun acostumbraban hacerse implantes cibernéticos y digitales en diversas partes del cuerpo, cerebro incluido. Incluso corría el rumor de que el propio Shogun era más una máquina que un ser humano, pero no existía información oficial al respecto.
No obstante, sus cavilaciones se vieron interrumpidas al encender su pequeño televisor para distraerse con las noticias. Al parecer, el ejecutable, programa, virus o lo que fuera que había enviado había comenzado a actuar de inmediato. Su efecto era extraño: tomaba control total de la máquina que infectaba, lo que no se limitaba a computadoras, sino que se transmitía a todo aparato conectado a la red, y obligaba al aparato a reenviarlo a todos los contactos del dueño por medio de las cuentas guardadas en la memoria. Todas las instituciones públicas y privadas del país se habían visto afectadas, por lo que la crisis era inevitable.
Dai, por pura curiosidad, calculó que le había tomado solo media hora destrozar el equilibrio de Nipón, lo cual lo llenaba de satisfacción, pero le hacía desear algo más retador. No obstante, la preocupación lo invadió cuando el gobierno se pronunció al respecto, y el Shogun en persona anunció que ya habían desplegado a todas las fuerzas del Sol Naciente para encontrar al responsable de la desgracia virtual.
El Sol Naciente era una agrupación paramilitar, que actuaba siguiendo directamente la voluntad del Shogun, lo cual la posicionaba en la más alta jerarquía bélica de estado. No estaban limitados por ninguna ley nacional ni internacional, y eran capaces de arrasar ciudades enteras (dentro y fuera de Nipón) con tal de cumplir sus cometidos. Lo peor de todo era que sus órdenes, por lo general, no consistían en asesinar a sus objetivos, sino que eran enviados a capturarlos con vida. Y ser capturado por orden directa del Shogun era aún peor que la más atroz de las muertes.
Dai estaba preparado para morir por el cáncer, pero de ninguna forma tenía pensado dejarse atrapar por el Sol Naciente. Por ello, antes de que detectaran y anularan el cambio brusco de su estado bancario, el desahuciado compró una gran propiedad en medio de un terreno baldío cercano al mar. También adquirió toda clase de artilugios tecnológicos y maquinas que le permitieran construir un superordenador propio. Posiblemente suicidarse sería la solución más rápida y sencilla, pero Dai ya no quería morir de forma tan patética. Estaba decidido a pelear, por lo que obtuvo un soporte vital y algunas prótesis que, si bien no llegaban a detener por completo el avance del cáncer terminal, al menos le añadían mayo tiempo de vida.
Cuando Dai terminó de instalar todas sus cosas en su nuevo y solitario hogar, alejado de todo vestigio de civilización, sucedió lo que tenía previsto. El Shogun anunció que el causante de los males había sido identificado como Dai Aidoru y que el Sol Naciente estaba en marcha a su ubicación actual. El desahuciado, por su parte, los esperaba con tranquilidad, en medio de su paraíso tecnológico. Había descubierto que el archivo Pan.exe original no era un virus como los que se transmitían a través de la red, sino que para él actuaba como un centro de control.
Dai podía interactuar y controlar todas las máquinas infectadas por medio de su superordenador. Y, para su gran fortuna, casi toda la maquinaria del ejército, la armada y la fuerza aérea de autodefensa estaba conectada a la red y ya se encontraban dentro de la población digital infectada. De esa forma, el escuadrón del Sol Naciente enviado para capturar a Dai, por primera vez en la historia, fue barrido por un contingente de tanques, barcos y aviones sin ninguna clase de piloto.
Dai había ganado el primer round, pero eso no aseguraba su victoria. Al fin y al cabo, era un solo hombre y su tecnología contra el poderío de todo el Shogunato Tecnócrata de Nipón. Pero, aún con todas las de perder, el desahuciado estaba convencido de que se había ganado el derecho a morir en pie de lucha. A diferencia de sus compatriotas, simples esclavos del sistema, él había conseguido la proeza de desestabilizar la ilusión de libertad y bienestar que invadía todo el país. Incluso si era derrotado, tenía la esperanza de que, tarde o temprano, otras personas lo tomaran como ejemplo y lucharan contra la opresiva cultura laboral de Nipón.
Durante los siguientes meses, Dai centró toda su atención en defender su pequeño puesto de mando. La Cámara Tecnócrata estaba desesperada por la ineficacia de sus estrategias bélicas, y no podía hacer nada ya que desarrollar nuevo armamento era regalar poder al enemigo. Además, Dai había desactivado absolutamente todas las armas de destrucción masiva de su nación, de modo que no podían barrerlo de un solo ataque. Pero, mientras que él se debilitaba mental y físicamente cada día de asedio que transcurría, las tropas del Sol Naciente, junto a las demás fuerzas militares del país, parecían no tener fin.
Para empeorar aún más las cosas, las potencias extranjeras más cercanas a Nipón habían decidido enviar refuerzos, ya que consideraban que alguien tan peligroso podía perjudicarlos a largo plazo. Si Dai ya tenía problemas para enfrentar al poderío de su propio país, que además tuviera que lidiar contra la Guardia Lieib Roja, los Bohoja del Amado Líder y los Tūnshì zhě de la Dinastía Shén-Huáng convertía la situación en algo realmente insostenible.
De esa forma, luego de resistir con todas sus fuerzas por poco tiempo más, Dai se vio físicamente imposibilitado de continuar combatiendo. Las máquinas bélicas infectadas por su virus estaban programadas para mantenerse defendiendo el centro de mando, pero sin una mano humana que les brindara estrategias y tácticas, no podían hacer gran cosa. Para rematar todo, el Shogun anunció que él mismo se haría presente en el frente de batalla y derrotaría al enemigo de Nipón con sus propias manos.
Viéndose derrotado y a tan solo unos pasos del sufrimiento absoluto, Dai consideró que era hora de hacer uso del último recurso. No tenía ni idea de qué es lo que haría el Tecnópata.ec al momento de instalarlo en su propio cerebro, pero en el peor de los casos le causaría una muerte rápida e indolora. Aunque también existía la posibilidad de que sucediera algo más, algo que no solo curara el cáncer que lo consumía, sino que también lo convirtiera en un ser superior.
...
Por otro lado, el Shogun arribó al punto de combate y, haciendo uso de las armas implantadas en su cuerpo artificial, destruyó con suma facilidad las pocas defensas que restaban. Vestido con su traje tradicional de batalla, compuesto por una armadura roja y negra de placas cibernéticas, y una máscara de gas demoniaca coronada por una brillante media luna dorada de costado, el Shogun consideró que habría sido más sensato haber acabado con el problema mucho antes. Pero, como líder eterno de Nipón, no podía darse el lujo de mostrar debilidad ante los extranjeros. Lamentablemente, lo peor había sucedido y estaba seguro que los países vecinos se relamían esperanzados de presenciar la caída del Shogunato.
Pero primero tenía que encargarse de terminar con el enemigo de Nipón, luego ya se ocuparía de lidiar con cuestiones diplomáticas. Empuñando sus katanas con filo de sierra envuelto en plasma, se apresuró a acercarse a la estructura que funcionaba como base de mando de su objetivo. Afortunadamente, había ordenado a todas las tropas aliadas a retirarse ya que, de cualquier forma, tener gente cerca no haría más que estorbarlo. No le preocupaba estar completamente solo, ya que su enemigo debía de encontrarse en la misma situación. Además, el Shogun estaba seguro de que un simple ser humano no podría siquiera enfrentarse a él.
Pero Dai Aidoru ya no era un ser humano común y corriente. Había trascendido los límites de la carne, la sangre y el hueso y se había convertido en uno con la tecnología y las máquinas. Emergió causando una gran explosión, envuelto en cables y trozos metálicos que parecían tener vida propia. Estaba completamente desnudo, pero su cuerpo exudaba una potente luz de aspecto líquido y gaseoso que hacían innecesario el uso de ropa. Se había desprendido de todos los pelos de su cuerpo y, aunque mantenía una forma antropomórfica, le crecían irregulares picos metálicos en las extremidades y en la espalda. El Tecnópata dirigió sus ojos sin iris ni pupila al Shogun y abrió la boca para emitir las siguientes palabras:
―Regocíjate, Hijo de Adán, ya que tienes la oportunidad de presenciar el renacimiento de un ser sublime como lo soy yo. Aquí y ahora, tú...
El Shogun no esperó a que aquella cosa terminara la frase. Utilizando toda la potencia de sus implantes biónicos, saltó con gran presteza hasta colocarse a unos metros de su enemigo, al cual partió en pedazos con unos elegantes y veloces movimientos de sus katanas. Pero el Tecnópata se negó a ser derrotado con tal facilidad, y transmitió sus datos existenciales a otra de las máquinas allí presentes, la cual se contorsionó hasta asumir su forma antropomórfica anterior.
El Shogun repitió su táctica y volvió a destrozar al Tecnópata sin darle tiempo a reaccionar. El monstruo, exasperado de que una forma de vida a la que consideraba inferior le estuviera causando tantos problemas, utilizó sus poderes electromagnéticos para aplastarlo con los restos de maquinaria que los rodeaban. Pero el Shogun esquivó el ataque sin esfuerzo alguno, y continuó destruyendo los cuerpos que el Tecnópata iba construyendo.
Aun con todo lo sucedido, Dai aún mantenía cierto control de su consciencia. Sabía que, tarde o temprano, se le acabarían las máquinas útiles a las cuales poseer y ya no podría regenerar su cuerpo material. El Tecnópata deseaba continuar con la lucha hasta el final, pero Dai aceptó la superioridad del Shogun y, haciendo uso de toda su fuerza de voluntad, escapó asumiendo la forma de un gigantesco gusano metálico que se elevó al firmamento. El Shogun lanzó todos los misiles disruptores de partículas que llevaba en su armadura, pero el Tecnópata consiguió esquivar la mayoría y escapó con daños graves.
El Tecnópata abandonó Nipón, pero continuó con sus intentos de acabar con la especie humana. Sabía que en el planeta existían formas de vida superiores a él, por lo que decidió asumir un perfil bajo y actuar entre las sombras. El Shogun, por su parte, informó de lo sucedido a los países vecinos, ya que la aparición de un ser monstruoso iba más allá de la desconfianza diplomática. Se catalogó a Dai como terrorista internacional y se convirtió en un prófugo, enemigo del mundo entero.
Sin embargo, el sacrificio de Dai no había sido en vano. La crisis en el país había obligado al gobierno y a la sociedad nipona en general a hacer propio un nuevo paradigma: el de las vacaciones forzadas hasta la recuperación. Si bien fue costoso, el país consiguió recobrar su equilibrio socioeconómico, pero para ese entonces las personas se habían relajado lo suficiente como para negarse a seguir con un patrón laboral esclavizante. De esa forma, surgieron unas nuevas leyes que, por primera vez desde el Gran Cataclismo, permitieron a la población niponesa disfrutar de unos frescos y bien merecidos derechos laborales regulados por la "Ley Aidoru".
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