[Uno]



¿Has estado enamorado de alguien?

Boom boom boom.

Ese es el sonido del corazón latiendo desenfrenado con sólo verle sonreír, con sólo observarle acercándose...

¿No amas esa sensación?

Porque deberíamos amarla... se supone que el amor es la esperanza más dolorosa que existe.

Pero dentro de la naturaleza del ser humano es llegar a lo que queremos, sin importar las consecuencias. Por desgracia, las personas se aburren de las personas con demasiada frecuencia. A menudo quieren cosas nuevas, un reto, una cara más atractiva.

Errar es de humanos y le sucede a todo el mundo, todo el tiempo. A la mejor de las personas, en la mejor de las relaciones. Todos somos humanos, y los seres humanos cometemos errores.

Déjenme contarles una historia, una historia que conozco muy bien porque yo estuve presente cuando sucedió, una historia de dos jóvenes que nunca debieron coincidir, más sin embargo, el destino optó por enredar sus caminos. Después de todo, él nos dice, que la mejor manera de librarse de un amor que cae en tentación, es cediendo ante él.

Nadie se rompe el corazón como nosotros mismos. Solos nos ilusionamos, nos equivocamos, nos arrepentimos.
Aquel chico de rubios cabellos pensaba en eso todo el tiempo, cada día, todos los días, desde la mañana hasta que anochecía. Desperdiciaba gran parte del tiempo pensando en el "¿Por qué?" de todas las cosas, sin poder deshacerse de la frustración y del insomnio que cada noche le acompañaba al no encontrar las respuestas que tanto buscaba. Pues así pasara el tiempo que pasara, o siguiese con su vida como si nada, no podía quitar ese sentimiento de cuestionar todo, que lo sofocaba, le asfixiaba, y lo terminaba hundiendo.

Aquel rodeado de gente todo el tiempo, aquel que se sentía solo la mayor parte de ese tiempo. Cansado solo un poco de la rutina, lograba escapar de su realidad cuando de una actividad se trataba: Pintar.
Park Jimin amaba pintar, amaba a su prometido, amaba a su familia, y aunque algunas dificultades se le presentaban, amaba la vida que poseía. Y, fue consiente del hueco que yacía en su pecho cuando conoció a aquella persona con la que podría ser llenado.

Caminaba despreocupado por los pasillos de aquella universidad, donde rentaba un pequeño estudio para guardar y pintar sus obras. Las actividades relacionadas a su boda comenzarían a llevarse a cabo, por lo que su prometido le había pedido verse en un café cerca de ese lugar. No es como si el asunto del matrimonio lo tuviese tan contento, después de todo, este traería un beneficio para las dos familias como tal, aún así, no estaba obligado a nada, cabe recalcar. Conocía a Min Yoongi desde que tenían diez años de edad, lo quería, lo quería tremendamente, así que la idea de pasar el resto de su vida atado a él, no le pareció una calamidad.

El único ruido que opacaba el silencio aparte de sus pisadas, fue el de la sonora melodía que inundó su tímpano haciendo que se detuviese al instante. Su entrecejo se frunció y giró levemente sobre sus pies en busca del causante. Uno, dos, tres, cuatro, cinco pasos fueron suficientes para llegar al salón de música, con la curiosidad invadiendo su ser, asomó la mitad de su cuerpo encontrándose con un chico peli negro de espaldas, quien tocaba aquel instrumento de teclas, la luz daba directo a su rostro, el viento entrando por la ventana revolvía las cortinas blancas dándole un toque más sereno al lugar, se mezclaba a la perfección con aquella melodía capaz de llegar al corazón incluso de la persona más fría.

Se mantuvo en silencio hasta que el sonido se volvió nulo, y antes de que aquel joven, ahora de pie recogiendo sus cosas apresurado notara su presencia, decidió marcharse restándole importancia a ese inesperado pero agradable suceso.

Pasadas las tres de la tarde, aquel rubio llegó a la cafetería donde su prometido le había citado. Divago la mirada por todo el lugar hasta que lo diviso al final de este con un café en manos y la mirada puesta en la ventana de su derecha, el rubio deseó poder tener en ese momento su pincel y lienzo para pintar aquella silueta y plasmar aquel maravilloso momento por siempre en un cuadro, pero desgraciadamente todo se encontraba en el estudio.
Con una sonrisa adornando su rostro, se acercó hasta el.

—¿Esperaste mucho? Lo siento, me entretuve—hablo con prontitud tomando asiento al frente suyo.

—Ya lo noté, tienes pintura incluso en el cabello—dijo el pálido divertido—Descuida, de igual aún no llega.

—Es que acaso...¿Esperamos a alguien más?—cuestiono el chico ahora completamente confundido.

—Ya veras—le dijo emocionado tomando una de sus manos entre las suyas—¡Oh! Ya está aquí—dijo levantando su brazo para indicarle a aquella persona misteriosa donde se encontraban.

Fue ese el momento donde el chico de cabello blondo giró encontrándose con el mismo chico de antes. En ese momento quería creer que sólo era una gran e imprevisible coincidencia. De verdad, quería creerlo.

—Lamentó la demora, pero ya estoy aquí—dijo el de cabello oscuro tomando asiento con gran timidez al lado de su prometido.

No fue su linda fisonomía lo que llamó su atención, ni sus grandes ojos brillantes cuán bambi, o su serena sonrisa a la que podría comparar con la de un tierno conejo, no. Sino, aquel aparato que lo acompañaba en su oído izquierdo.
Así es, el chico era sordo, y tocaba tan bellamente un instrumento de teclas blancas y negras, tanto que fue imposible, él no compararle con el mismísimo Beethoven. Sin duda, era un jodido genio.

—Jimin, querido—habló Yoongi con suma emoción—El es Jeon Jungkook, el chico de un año menor, del que tanto te he hablado.

El rubio no recordaba alguna conversación acerca del susodicho, sin embargo, asintió sonriendo ligeramente para hacerle saber que en efecto, lo recordaba.

—Jungkook, él es Park Jimin, mi prometido—mencionó el castaño dirigiéndose al de menor edad. 

—Un placer—respondió tímido llevando su mano al frente.

—El placer es mío—contesto el de mayor edad correspondiendo aquel apretón de manos.

Y no es por nada.
Pero en ese momento, el peli negro quedó encantado con aquellos ojos marrones cuál otoño, ensimismado en aquella sonrisa tan imperfectamente perfecta, atrapado en ese rose sutil de manos. Causante de la corriente eléctrica que en ese momento comenzaba a recorrerle por todo el brazo haciéndole estremecer. No había tenido el placer de percibir una sensación como esa jamás, excepto cuando tocaba su más preciado y amado piano. Sensación que decidió disipar cuando sus manos se alejaron una de la otra al término del saludo.

—¡No sabes cuanto quería que aceptaras tocar en nuestra fiesta de compromiso!—dijo el chico de piel pálida y cabello castaño llamando nuevamente la atención del peli negro.

Compromiso. Se recordó.
No podía creer que aquel chico cuán Adonis estuviese comprometido.

—Entonces...ustedes dos van a casarse—se atrevió a hablar.

—Te parecemos aún muy jóvenes ¿No es verdad?—le respondió el castaño sonriendo—Lo sé, somos jóvenes, pero nuestr...

—Estamos enamorados, creo que eso es lo único que importa en un matrimonio, el amor—interrumpió el rubio antes de que Min mencionara el arreglo de sus familias, de alguna manera, eso no era algo por lo que quería alardear o sentirse orgulloso—Así que...tocas el piano—dijo cambiando el tema con suma rapidez.

—Así es, desde que era un pequeño de sólo siete años—respondió tratando de olvidar la reciente respuesta—¿Y tú? Claro, si me permites tutearte.

—Jimin es pintor—respondió Min antes de que el rubio pudiese pronunciar una palabra—Y es uno de los mejores, de verdad.

—Tal vez podrías pasar por mi estudio, puedo mostrarte algunas de mis obras—mencionó, y no terminaba de comprender la razón de su ahora actuar—Si..es que tú quieres.

—Me encantaría...—contesto acompañado de una sonrisa.



El campus de la universidad especializada en artes era transitado por alumnos en sus cambios de hora o por motivos externos, algunos con destino a la cafetería donde degustarían el pobre menú del lugar, otros camino a despejar sus mentes del ajetreo de la vida estudiantil.

A su alrededor se podían ver personas que aparentaban su misma edad, uno que otro mayor o menor, pero aún así, no importaba la edad que tuvieran, Jeon no podía evitar sentirse ajeno a la pequeña multitud que lo abrazaba, que lo envolvía y lo terminaba asfixiando, su cuerpo se encogía ante su ya acostumbrada incomodidad a este tipo de situaciones, incluso su cabeza estaba doliendo, mareándole un poco de sólo pensarlas.

Para él, excluirse de todo círculo social era el pan de cada día. No es que así lo quisiese, no es que no tuviese uno que otro amigo, pero él creía que podía parecer patético ante las demás personas, no solían tratarle con mucha normalidad, sino, como aquel joven cuyo poseía una discapacidad auditiva.

Presionaba cada tecla de aquel teclado como si temiese a dañarlo para despejar su mente, y mientras lo hacía, tarareaba una canción que había escuchado cuando niño, alguna vez, en alguna parte. Cerraba los ojos sintiéndose completo, pacífico, común.

Tocaba, tocaba, tocaba...y en ese momento una bonita sonrisa se mostró en el fondo negro de su mente, brindándole luz y color. Desde aquella cita en aquel café hace un par de días, no había podido sacarse esa sonrisa de la cabeza por más que lo intentara. Después, simplemente opto por dejar de luchar y aceptó ese pensamiento, que posiblemente lo acompañaría por siempre.
Así que, decidido a no sólo pensarla, se levantó de aquel banco tomando su pentagrama en manos y salió del salón con pasos rápidos, hasta topar con el estudio de pintura que se hallaba en el edifico de al lado.

Fue hasta el momento en que llegó frente a la puerta cerrada, que divago un poco sobre tocar o marcharse. Su estúpida inseguridad le decía a gritos que se alejara, que huyera como siempre había hecho porque no había ni una mínima posibilidad con aquel rubio, pero su atrevimiento contraatacaba diciendo que podría simplemente entablar una relación de amistad con el. No sonaba del todo mal, mientras estuviese cerca, lo encontraba perfecto. Entonces...respiro profundo para poder controlar su ya eufórico corazón y antes de que pudiese tocar aquella puerta blanca, está se abrió dejando ver a un chico de cabello blondo, mejillas regordetas y manos llenas de pintura.

—¡Oh! Eres tú—exclamó sorprendido al verle parado afuera de su estudio, pero no pudo disimularlo,le emocionaba, le encantaba verle

—Ho-hola, ¿Ibas a alguna parte? ¿Interrumpo?

—Iba a recoger mi almuerzo, pedí pollo, pero lo olvidé aquí afuera cuando llegue—dijo recogiendo una bolsa del piso—No esperaba verte por aquí.

—Ah, eso—mencionó llevando un mechón de su oscuro cabello detrás de su oreja—Pensé...qué tal vez podría ver algunos de tus lienzos.

No podía negarlo o actuar como si no fuese cierto, estaba nervioso. El chico se pregunta una y otra vez el motivo de su nerviosismo, pero, simplemente llegó a la conclusión de que era normal, puesto que no solía hablar con muchas personas.

—¡Claro, si!—respondió el mayor haciéndose a un lado para dejarle pasar—Bienvenido a mi pequeño mundo.

El chico así lo hizo. Entró con pasos medio inseguros, su mirada vagó por todo el lugar, desde las mesas con pinturas y pinceles, hasta los cuadros colgados en las paredes, otros amontonados en el suelo, algunos más sobre los soportes pictóricos. La mayor parte de esas obras eran surrealistas, cada una con un estilo propio del chico.
El peli negro estaba fascinado con lo que sus ojos estaban viendo. Todo era simplemente hermoso.

—Son...maravillosas—exclamó dejando su libro en una pequeña mesa con materiales—Y-yo no...no tengo palabras para decir cuanto las amo.

—Te lo agradezco de verdad—le respondió el rubio con las mejillas acompañadas de un rosa pastel, entonces dejó su comida en el suelo otra vez y se acercó con prontitud—Mira, está es en la que aún estoy trabajando—le menciono tomándole de la muñeca, acción que el menor amo por completo.

Llegaron a una de las esquinas donde se encontraba un rectángulo pintado solo de negro sobre la pared, y en medio de el, se encontraba lo que parecía ser una persona en tonos cafés, con unos rasgos algo abstractos en color blanco y guinda.

—Quiero tomar esta vez un estilo como el de Francisco de Goya, quede fascinado con su obra "Saturno devorando a su hijo"

—¿Devorando a su hijo?

—Temia que fuesen mejor que él y lo pudieran derrocar, entonces se los comió—explicó el chico.

—Wow, qué crudo.

—Si, pero, mi cabeza ha estado en otro lugar como lo hablaras notado. Y...agh—exhaló llevando su pelo hacia atrás con cierta frustración—No lo sé, no creo poder plasmar mi obj...

—Es...solitario—susurró el chico acallando al contrario, quien sólo se limitó a observarlo con saudade y ansia—Parece como si, la consternación fuese su única compañía...ofreciendo una mano demasiado rápido, olvidando el ser un poco más...

—Egoísta...—completo el rubio casi inaudible sin dejar de mirarle directo a los ojos.

—Exacto—le respondió sonriendo melancólico, correspondiendo esa mirada que traspasaba su delgado y pálido cuerpo—Y necesita serlo, necesita dejar de llenar expectativas de los demás.

El rubio se perdió en esas palabras. No sabía si estaba hablando del hombre plasmado en su pintura, o si en algún momento se había dedicado a hablar de él, como si le conociese de toda la vida.

Se perdió en esos ojos que no lo miraban, aquellos que miraban más allá, quizá algo que él aún no descubría de si. Luego, bajo a esos delgados labios. Despacio, con lentitud, fue acercándose, se inclinó hacia ellos ganándose una mirada confusa por parte del peli negro, tomó aire, dejó de pensar, se estaba dejando llevar por el momento, reunió un fuerte coraje antes de ludir sus labios contra los del contrario.

Y cuando Jungkook cayó en cuenta, Jimin ya se encontraba besándole.

Acezo perplejo, cerró los ojos poco a poco, sintiendo su cuerpo tensarse. El rubio deslizó su mano sobre su cuello, apretando suavemente su nuca con los pulgares para profundizar aquel beso. ¡Estaba besando a un extraño, pero le parecía mendiga mente extraordinario y maravilloso!.

Ellos no lo sabían en ese momento, pero ese primer encuentro daría paso a una especie de intermedio, algo que yo no podría llamar amistad. Era algo más complejo, algo que solo ellos dos eran capaces de comprender, algo que era la personificación de la palabra colapso, inestable y desconfiado, algo fuerte, poderoso, algo que podría considerarse un desliz u equivocación para otros. Valorando la compañía que en ese íntimo momento se brindaban, idolatrando la idea de que la soledad los había abandonado.

Entonces...cuando la alarma de consciencia detonó en el rubio, se separó abruptamente del chico...y sin ser capaz de decir algo, salió corriendo a casa como un culminare cobarde. Comprando de camino una rosa roja para aliviar la culpa que cargaba su inconsciente hacia su prometido.

Pero...no la culpa de haber tomado posesión de esos labios que gritaban tentación. Culpa, porque deseaba en ese instante, probarlos otra vez.

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