Tenn'oio

Autora: Clumsykitty

Fandom: El Señor de los Anillos, LOTR.

Pareja: Un Aragorn x Boromir unilateral.

Derechos: a imaginar cosas pecaminosas.

Advertencias: esto es angst así que sobre aviso no hay lágrimas desperdiciadas. Yo sé que saben que las cosas no fueron así, no es una calca del Maestro que debe estar inscribiendo mi nombre en una lista negra por semejante atrevimiento. Es para el placer nomás de shipear, pueh. Una historia de encargo.

Gracias por leerme.


**********


Cuando ya no esté, el arpa que suena
con profundos tonos de pasión,
colgará sin melodías, con cuerdas vacías,
sobre mi montículo sepulcral;
luego, cuando la brisa de la noche
robe su marco solitario y arruinado,
buscará la música que antaño
recibía sus murmullos.

Pero en vano los vientos de la noche respirarán
sobre cada cuerda que se desmorona.
Muda, como la forma que duerme debajo,
descansará esa lira rota.
¡Oh, memoria! sea tu bendita unción,
derramada entonces en torno a mi lecho,
como el bálsamo que atormenta el pecho
de la rosa, cuando su flor ha muerto.

Cuando ya no esté, Mary Shelley.



Nacer con un legado podía convertirse en una maldición antigua de tiempos pasados que perseguía a todos los familiares. Así lo pensó Boromir cuando entendió el peso que caería sobre sus hombros como el primogénito del Senescal de Gondor, escuchado una y otra vez las historias de la gloria perdida de los Hombres, de cuando gobernaban la mítica Númenor o de cómo el Daño de Isildur debía redimirse para liberar a su pueblo como parte de su deber al ser el futuro Senescal. Todas las miradas en Minas Tirith estaban sobre él, en particular porque su padre, Denethor II, mostraba una clara preferencia hacia él que dejaba en las sombras a su hermano Faramir.

Luego de que Finduilas, su madre, murió, es que Boromir prometió ser más fuerte, más decidido para lo que su familia necesitara. Esa decisión se vio influenciada por la historia de los grandes reyes de Numenor, queriendo devolverle esa gloria a su amada Gondor que estaba languideciendo igual que lo hizo su madre. Con la sombra de Mordor a la distancia, el peligro inminente y los constantes ataques de los orcos, Boromir esperaba de todo corazón que las cosas cambiaran para bien mientras entrenaba incesantemente para ser digno de su legado, no porque deseara ganarse la preferencia de su padre, era porque anhelaba con todas sus fuerzas convertirse en ese tipo de líder que un día los Hombres siguieron sin temor a la muerte.

-¿En qué piensas, hermano? -Faramir le encontró afilando su espada, luego de otra batalla exitosa en contra de las criaturas de Mordor.

-He tenido de nuevo ese sueño -respondió Boromir, mirando a su hermano menor- Es más claro ahora.

-¿Has podido verla? ¿A la espada?

-Como si fuese esta espada que sostengo.

-Debe ser alguna clase de premonición.

-Lo hablaré con nuestro padre, tendrá respuestas a mis incógnitas.

-O bien puede decirte que solo son excesos de lecturas -sonrió el más joven.

-Yo no soy el que pasa más tiempo estudiando.

-Me consuela, puesto que me es imposible igualar las glorias de mi hermano mayor.

-Faramir...

-¿Cuándo le dirás?

-Hoy en la cena, no puede esperar.

-Espero me cuentes luego.

Boromir frunció su ceño. -¿Acaso no estarás presente?

-Es una cena de festejo, no tengo nada que celebrar a los ojos del Senescal.

-Faramir, ¿por qué no me lo dijiste? Le diré que...

-No, hermano, no -este sonrió con tristeza- Déjalo así, hay cosas que por más que deseemos, no cambiarán. Prefiero que resuelvas lo de tu sueño, yo estaré bien.

Resultó que el nombre del sitio que escuchaba en su sueño, Imladris, realmente existía, era un nombre antiguo de una tierra que estaba vedada a los mortales o eso le dijo su padre, esperando disuadirlo como los consejeros del viaje que quiso emprender buscando las respuestas para vencer a Sauron de una vez por todas. Su corazón le dijo que estaba cerca de la gloria ansiaba si partía hacia la tierra de los elfos a escuchar lo que tuvieran para decir. Denethor prefirió consultar a su gente, quien sin duda nombró a Faramir para un viaje tan largo e impreciso, era mejor sacrificar al menos valioso, solo que Boromir lo rechazó no solo para no arriesgar a su hermano menor, como heredero le correspondía esa responsabilidad y si sus planes salían bien, tendría la forma de salvar Gondor.

-A veces tu exceso de confianza me angustia, Boromir.

-Podemos devolverle a los Hombres la reputación que un día tuvieron, no tenemos por qué inclinar nuestras cabezas ante los orgullosos enanos ni los vanidosos elfos. ¿Qué saben ellos de nuestro dolor si jamás nos han ofrecido una mano amiga?

-Quieres convertirte en rey -murmuró Faramir sin dejar de observarlo- Padre te ha contagiado la idea de que es tiempo de proclamarse como Reyes de Gondor.

-¿Y qué tiene de malo eso? ¿Es que tú has visto algún descendiente de Elendil por nuestros campos?

-A nosotros no nos fue dado el trono, no nos pertenece.

-Por pensamientos como ese es que nuestro padre te mira con desdén, Faramir.

-Como tú ahora lo haces.

Boromir no supo qué decir, acercándose a su hermano palmeando con fuerza su hombro.

-Yo no te veo de otra forma que como mi pequeño hermano, mi amigo y compañero de armas.

-Si algo llega a sucederte...

-Lo único que pasará es que Minas Tirith tendrá una nueva era de resplandor y estaremos celebrando en el salón entre risas y buen vino.

-Regresa a casa, hermano.

Denethor observaría desde su balcón la dolorosa partida de su primogénito, quien dejó su tierra y hogar para aventurarse hacia el norte en busca de la mítica Imladris o Rivendel. Boromir deseaba sí el que pudieran ascender al trono que tanto cuidaban a nombre de los reyes que desaparecieron, pero tenía una fascinación con estos, siempre preguntándose cómo habría sido esos tiempos en que estaban sentados en ese salón donde su padre pasaba horas a solas tantas veces, cómo se verían con su corona o cuáles serían sus sueños, sus deseos.

Nunca esperó toparse con un Montaraz cuya mirada de pronto sacudió todo su mundo. Entre lo que Boromir había estudiado, recordaba la fuerza en los ojos de los reyes de Gondor, un vestigio lejano de su herencia élfica. Al encontrar los ojos de Trancos examinándolo con tanta dureza, sintió que era pequeño e indefenso como uno de esos Medianos también presentes al igual que los Enanos y otros Elfos. Trancos poseía algo más que lo inquietó, lo intrigó como nunca, deseando saber más de él. Sería en el Concilio de Elrond el Medio Elfo que daría con la razón para esa atracción provocando un torbellino en su espíritu pues el capitán de los Montaraces no era otro que un Heredero de Isildur.

Ahí estaba, un rey perdido, un rey vivo.

Deseó de todo corazón que su hermano hubiera estado ahí para preguntarle por qué un perfecto desconocido con el supuesto derecho al trono de Gondor no abandonaba sus pensamientos ni siquiera en los sueños. Por qué le dolía esa distancia que puso Aragorn luego de escucharlo hablar, pareciendo más indiferente al dolor del que era su pueblo y mucho más inclinado a las aspiraciones de los Elfos. ¿Era acaso por haber mencionado el posible uso del Anillo Único que ese inmerecido Mediano portaba? Tan solo quería darle una ventaja a su pueblo tan abandonado, que Sauron experimentara todo el terror y miseria que les había infligido desde que tenía memoria. ¿Por qué eso era tan malo? ¿Qué acaso Aragorn no entendía la urgencia de su propia gente?

Y de pronto, como si fuese una imperiosa necesidad de su vida, Boromir quiso arrancarle algún gesto amable al capitán de los Montaraces sin conseguirlo. Una necedad o tal vez otra cosa que jamás había experimentado en su vida y que ahora se hacía imperiosa. Todo lo que recibía eran miradas suspicaces y frases cortadas con hielo mientras se preparaban para salir como la Comunidad del Anillo, teniendo como meta la destrucción de este allá en Mordor pese a que el mismo Boromir les advirtió que era una misión suicida. Fue con ellos porque no dejaría en vergüenza ni a su familia ni a Gondor, pero también porque quiso estar al lado de Aragorn, hacerle ver que era un guerrero tan bueno como cualquiera y podía confiar en él.

-En este bosque, las estrellas brillan más nítidas.

-Se debe a la magia que vive en los árboles -asintió Aragorn sin mirarlo, su vista fija en el oscuro firmamento.

-Aragorn... cuando mencioné lo del anillo...

-No importa, si me disculpas, tengo que hablar con el Señor de Rivendel.

Podía ser que Gandalf lo observara con recelo o que los Medianos no confiaran en él, eso no le importó mucho, la indiferencia del Heredero de Isildur sí, después de todo, también eran los únicos de la raza de los Hombres en ese disparejo grupo que Elrond despidió con bendiciones y obsequios. La idea era seguir el camino del Anduin y acercarse por un extremo hacia las gigantescas puertas de Mordor sin que fueran vistos a la distancia por el ojo que siempre está vigilando. Teniendo un mago, un elfo y un enano como fuerzas extras debía bastar, pero la fortaleza de los Hobbits no fue del agrado de Boromir, notando que para Aragorn era todo lo contrario, les tenía una fe imposible de explicar.

-Podríamos ir a Gondor, es un camino más seguro.

-Ya lo discutimos, Boromir.

-Lo sé, Aragorn, pero escúchame, solamente estamos ofreciéndonos al enemigo por propia voluntad. Nos arrebatarán nuestro anillo y...

-¿Nuestro?

-El anillo de Sauron.

De nuevo vino esa mirada acusadora. -Procura mantener tu distancia de Frodo.

Él no era el enemigo, tan solo quería salvar a su pueblo... al propio Aragorn ¿por qué era tan difícil de entender?

Quedar a punto de morir congelados solo lo convenció más de que la mejor ruta era hacia Gondor y no cruzando esas montañas que parecían odiarlos por pisar sus nieves. De suerte que estaban ahí para ayudar a los más pequeños o estos hubieran muerto enterrados. Al estar buscando elevarlos para que no se ahogaran, la mano de Boromir chocó con la de Aragorn, ambos intercambiando una mirada por breves instantes, cada uno tomando un Mediano. Hasta entonces, no se había cuestionado mucho sobre sus preferencias, era un Hijo de Gondor que solo pensaba en el bienestar de su pueblo, angustiado por su futuro sin nada de tiempo para otras cosas que no fueran la guerra o asegurar la supervivencia de Minas Tirith.

Ese roce lo dejó con el corazón en vilo, pese a estar casi congelándose no dejó de sentir esa calidez como si la mano de Aragorn hubiese sido una suerte de sol atrapado en esa piel curtida por tantos viajes y aventuras. La mano de un rey. Boromir no se pudo quitar esos pensamientos de la cabeza, sus ojos inevitablemente viajando a la figura del Montaraz cuando este no se daba cuenta mientras buscaban la entrada a Khazad-dum, esperando por la famosa gloria de la que habló el enano con tanto ímpetu mientras se perdían en los enormes pasillos y terminaban por darse cuenta de que ahí en Moria no había nadie vivo para recibirlos, solo la muerte.

-Boromir, ayúdame.

La voz de Aragorn se convirtió en una suerte de hechizo que lo hacía casi respingar, no se había percatado de que se movía alrededor del Montaraz como la luna lo hiciera en el firmamento. Terminaron en esa sala, encontrando los restos de un enano junto con un enorme libro que Gandalf leyó mientras inspeccionaban alrededor, mientras se daban cuenta de que esa tumba y ese sitio era la Cámara de Guardia del Señor de Moria muerto por un terror que un descuido de Peregrin Tuk iba a despertar al hacer notar la presencia de toda la compañía con ese escándalo que resonó hasta las entrañas de la tierra. El ataque no se hizo esperar y a Boromir le desesperó la necedad de Aragorn por mantener a salvo a Frodo casi a punto de que lo asesinaran.

Sus reclamos se perderían cuando todos esos orcos salieran despavoridos y ahora tuvieran que enfrentarse a un enemigo que los superaba en fuerza y poder. Boromir no huía de las peleas, pero quedarse a desafiar un Balrog no solo era una estupidez descomunal, su angustia por Aragorn creció más de lo que hubiera querido controlar, sintiendo que Moria se convertía en un laberinto mortal donde ambos perderían la vida. Sería el mago quien lo hiciera por ellos en una muerte que lo dejó con el corazón destrozado, un poco al tenerle afecto a Gandalf, otro tanto por la forma en cómo los había protegido, confiando en él para salvar a los Medianos. Entre el Montaraz y él sacaron a los pequeños, con Gimli y Legolas protegiendo su escapada a la luz de un día claro que supo a amargura.

-Boromir, levántalos, debemos seguir -ordenó Aragorn con dureza mientras los Medianos lloraban desconsolados por la muerte de su gran amigo.

-¿No les puedes permitir llorar un poco?

-Pronto oscurecerá y los orcos nos darán alcance. Levántalos.

Boromir miró al Montaraz suplicando un poco de compasión, Aragorn suspiró, esperando unos momentos. Todos estaban conmocionados, como si les hubieran arrancado un pedacito del corazón, incluyendo a ese rey vagabundo pese a mostrar esa dureza para ahora ser el líder que los llevaría hacia el único sitio donde estarían a salvo de la persecución y la muerte segura. Lothlorién, el Bosque Dorado. Ya había escuchado de la señora que ahí habitaba, su magia que podía leer corazones. Si Lady Galadriel pudo ver en él ese cariño enredado en el nombre de Aragorn, ella nada dijo, como tampoco de sus pensamientos alrededor del Anillo Único que se mezclaron con ese afecto. Fue un tiempo de descanso, pero también de nuevas discusiones, aproximarse a Mordor seguía siendo una locura para el Hijo de Gondor, pero los demás estaban decididos a ir por el camino más directo.

Mientras los elfos seguían cantando en honor al mago, Boromir decidió tomarse un tiempo a solas, azorado por la voz de la Señora de Lothlorién en su mente y las dudas que asaltaban su espíritu, ya no tenía la misma determinación que cuando partiera de Minas Tirith, sentía que algo se le escapaba de las manos, que una oscuridad lo rodeaba intentando arrebatarle eso que ya se había vuelto preciado para él, encarnado en la figura de Aragorn quien lo encontró descansando sobre uno de esos preciados árboles en plena noche fresca.

-Descansa, aquí nadie nos hará daño, este bosque está bien protegido.

-¿Cómo hallar reposo cuando la muerte se aproxima?

Aragorn frunció apenas su ceño. -¿Boromir?

-¿Tú la escuchaste? ¿A ella...? Todavía siento su voz dentro de mi cabeza diciéndome que la esperanza no se ha perdido aunque todo parezca decirme que sí -la mirada de Boromir buscó la del Montaraz, huyendo luego de ella- Pero yo no veo ninguna esperanza.

-No desesperes -la voz del capitán se hizo más suave al sentarse a su lado.

-Mi padre es un hombre noble pero su mandato ha fallado, la fe de nuestro pueblo se desmorona cada día, he hecho todo lo posible por mantener su gloria pero... de pronto ya no siento que exista gloria alguna de la cual sentirse orgulloso. Deberías verla, Aragorn, Minas Tirith, tan imponente como una espada de plata y marfil, imponente a la vista de los viajeros, un lugar que todavía puedes llamar hogar.

-La he visto -murmuró Aragorn- Hace mucho tiempo.

La cercanía del Montaraz le dio más valor a Boromir, acercándose un poco, bajando el volumen de su voz como solía hacerlo con su hermano cuando consolaba sus miedos.

-Tal vez... si nuestros caminos se unieran, si pudieras decidirte a venir conmigo, cabalgaríamos juntos hacia Minas Tirith. Los cuernos resonarían alegres y se anunciaría que los Señores de Gondor han regresado.

El rostro de Aragorn cambió de expresión, una mucho más seria y quizás triste, levantándose para alejarse de él, sus ojos contemplando las estrellas que los árboles dejaban entrever, girándose apenas hacia Boromir quien apretó sus labios, sintiendo claramente los latidos de su corazón golpear tan fuerte que se preguntó si acaso los oídos finos de los elfos podrían escucharlo.

-Boromir... yo no... eso que piensas...

-¡Tenemos una misión! -cortó este, ofreciendo la mejor sonrisa que tuvo, aplastando su dolor tras ella al ponerse de pie- Primero hay que cumplirla, luego hablaremos de los caminos que le siguen. Tienes razón, debería descansar, esta noche es amable e invita a un sueño apacible. Buenas noches, Aragorn.

-Buenas noches, Boromir.

¿Qué tal si le demostraba a Aragorn que el Anillo era fiable para usar?

¿Qué tal si salvaba a todos?

¿Dejaría de verlo de esa forma?

Salieron de Lothlorién con regalos y una sensación de no saber cuál era el camino más seguro, cosa que notó con las charlas del resto de la compañía. Los ojos de Boromir no cesaron de posarse en Frodo, encontrándose en charlas privadas consigo mismo, no siempre tan callado. Insistió una vez más en que se giraran hacia Minas Tirith, donde estarían respaldados por sus hombres, pero nadie quiso escucharlo o bien estaban pensando que se había vuelto loco. Sabiendo que había muchos ojos siguiendo sus pasos, la tensión comenzó a acumularse de nuevo, Boromir cada día más decidido a demostrarles lo inútil de esa misión sin usar el Anillo Único, desesperado o despechado, no supo decirlo.

El destino vino a saludarlo en los prados de Parth Galen, cuando buscó a Frodo para convencerlo de que destruir el Anillo era una locura porque para entonces, Boromir lo consideraba como la única forma para que Aragorn realmente se fijara en él, desesperando ante la negativa del Mediano quien mostró recelo y en una última instancia, trató de huir del Hijo de Gondor cuando este estalló en rabia ante su ignorancia sobre el poder del anillo. Sentía que perdía a Aragorn, lanzando manotazos y maldiciones al buscar a Frodo cuando desapareció frente a sus ojos, ciego y rabioso a tal grado que ni siquiera fue amo de sus pasos, tropezando con una rama y golpeándose la frente al caer de bruces.

Nunca, en toda su vida como guerrero y guía de su pueblo, Boromir experimentó semejante vergüenza al recobrar la razón, esa que había mantenido a Gondor a flote, esa que su hermano menor admiraba por sobre todas las cosas, esa que lo abandonó en el momento donde más la necesitó. Boromir lloró, de corazón y con enorme arrepentimiento, queriendo buscar al Mediano alrededor y regresando con una pesada culpa en los hombros donde el resto de la compañía a informales que Frodo había desaparecido. No se quejó a los puñetazos de Sam ni las miradas de reclamo de Legolas o de Gimli. Sí, él quien se la había pasado despreciando los esfuerzos de los demás era quien terminó siendo el error fatal que iba a costarles a todos mucho sufrimiento.

Los Uruk-Hai se presentaron ante ellos en una emboscada fatal.

El Hijo de Gondor no olvidaría esa mirada de Aragorn, pidiéndole que fuera tras Merry y Pippin mientras iba a buscar a Sam con los otros dos tras Frodo. Jamás lo vería de otra forma, si acaso hubiera tenido una minúscula oportunidad, ahora no quedaba nada como un desierto que ha perdido toda fertilidad. Hizo lo que le pidió, corriendo hacia donde los otros dos Medianos, escuchando los gruñidos y chillidos de esas bestias espantosas que no temían al sol, moviéndose entre el bosque en una carrera que compitió con la suya, encontrando a tiempo a los dos pequeños cuando fueron rodeados por los Uruk- Hai. Era una pelea a todas luces dispareja, más no se amedrentó, dejando cuerpos en su escapada, siempre interponiéndose entre esas cosas y los Medianos, haciendo sonar su cuerno para que los demás llegaran.

El dolor de la primera flecha lo tomó por sorpresa, no porque doliera en sí, no creyó que tuviera clavado algo peligrosamente cerca del pecho. Demasiado extraño, tanto, que Boromir casi juró estar alucinando por el efecto de haber sido embrujado. Al respirar y notar que no lo lograba, es que tomó consciencia de su herida, no de la misión que tenía por delante, viendo llegar una veintena de Uruk-Hai dispuestos a robarse a Merry y Pippin. No se los permitió, ignorando el espantoso aguijonazo en su brazo al moverlo para sujetar mejor su espada, haciendo caer cuerpos frente a él.

La segunda flecha dolió más, le pareció que rompió una de sus costillas, haciendo más difícil el que pudiera jalar aire. Tocó el cuerno con mayor desesperación y menos fuerza, escupiendo sangre al hacerlo. No decepcionaría a Aragorn, esta vez no, por lo menos esta vez no. Su grito de guerra asustó momentáneamente a los Uruk-Hai, aprovechando su asombro para rebanar cabezas, podían ser enormes y fuertes, pero todavía no eran inmortales. Escuchó muy a lo lejos la voz de Merry, diciendo algo que no entendió por la refriega, plantándose firme entre ellos y sus enemigos a los que siguió abatiendo con ese fuego de la valentía provocado por hacer algo que realmente se sentía muy bien, por fin hacía algo de lo que estaba completamente orgulloso.

A la tercera flecha, su vista ya era nublada, imprecisa. Boromir cayó de rodillas, el sabor de la sangre en su boca con el brazo izquierdo dormido. Todavía peleó en esa posición, pero ya no pudo impedir que se llevaran a los Medianos, quienes inflamados por su muestra de coraje, alzaron sus pequeñas espadas que pronto fueron abatidas, siendo atados y echados sobre los hombros de los Uruk-Hai desapareciendo de la misma forma que aparecieron. No sintió dolor, eso le extrañó, solamente una repentina paz que iba dominando su cuerpo. Esa bestia que le disparara apuntó su flecha final a su cabeza, que nunca lo tocó porque Aragorn le cayó encima, luchando con él hasta rebanarle el cuello.

Sonrió apenas, conmovido por la ferocidad del Montaraz, cayendo sobre sus espaldas respirando cada vez con mayor dificultad. Los brazos de Aragorn lo envolvieron, Boromir hubiera reído por lo irónico de estar muriendo para haber logrado eso, mirando esos ojos en los que se reflejó.

-S-Se llevaron a los Medianos... los ataron y se los llevaron.

-No hables.

-¿Frodo?

-Dejé que se marchara.

Boromir sonrió, tosiendo sangre. -Tú pudiste hacer lo que yo no.

-No hables, no hables.

-Intenté quitarle el anillo -confesó con tristeza- Todo esto fue mi culpa, lo siento. ¿Estará bien?

-Ya está lejos de nosotros -el Montaraz miró sus flechas ensangrentadas como sus ropas, queriendo sacar una- No, ya no tiene caso.

-Boromir...

-No supe resistir, caí en desgracia. Tú lo viste ¿no es así? Por eso me despreciabas.

-Peleaste como solo un Hijo de Gondor puede hacerlo, eres un guerrero que ha conservado su honor.

-Debí... no, no debí sentir esto ni creer que estaría a tu altura. Ahora el mundo de los Hombres caerá, mi pueblo desaparecerá, Gondor perderá su gloria y no quedará nada qué recordar.

Boromir sintió algo tibio correr por sus mejillas cada vez más frías, todo estaba perdiendo color, pero tuvo un pequeño rayo de sol al ver esa mirada en Aragorn, esa que siempre buscó si bien nunca estuvo destinada para él.

-No sé que fuerzas hay en mí, pero no permitiré que los Hombres peleen solos ni que nuestro pueblo pierda la fe.

-Nuestro... pueblo... -el Hijo de Gondor sonrió, buscando su espada al ya no tener la vista enfocada.

El Montaraz la encontró por él, apretando su mano cuando sujetó ese mango contra su pecho, tosiendo sangre y no perdiendo detalle de los ojos de Aragorn, llenos de lágrimas como los suyos.

-Nuestro... -la palabra significó para él más de lo que ya podía expresar- Te hubiera seguido... mi hermano, mi capitán, mi rey... mi...

No hubo más dolor, ni tristezas, la desesperación por la suerte de su gente desapareció, todo lo que quedó fueron esos fieros ojos que prometieron esperanza, no para él, pero sí para ese mundo que una vez le fue importante. Boromir sonrió, una lágrima cayendo a modo de despedida, permitiéndose viajar en esa mirada hacia donde sus ancestros para decirles que al fin había entendido qué era lo que se necesitaba para darlo todo por amor.


F I N

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