19. EL PRIMER ATARDECER
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19. EL PRIMER ATARDECER
Abbi
Dos semanas de lo que pasó y debo de admitir que esto es increíble. Estábamos superando la etapa de pelear todo el tiempo y estábamos en una donde todo era de color de rosas. Fuimos a fiestas de la élite como gente civilizada, no hicimos shows dignos de prensa y tampoco llamamos la atención más de lo debido. Los medios decían que éramos una pareja muy linda y cariñosa y a mí me encantaba que lo dijeran de ese modo.
Cuatro días atrás, William salió de viaje con su padre, me gustaba saber que el señor Hamilton lo incluía en sus viajes políticos. De ese modo, William, que tenía sueños grandes de convertirse algún día en el primer ministro se volverían una realidad.
Bajé la mirada a mi teléfono, William siempre era puntual. Teníamos una nueva costumbre, los atardeceres. Cada vez que estábamos lejos, William mandaba un atardecer para que pudiéramos disfrutar de los atardeceres juntos sin importar la distancia. El primero llegó de Italia, Roma, para ser más específica. Estaba hermoso el lugar y el atardecer se pintaba tan perfecto que parecía foto profesional. La subí a mis redes con una breve descripción y un maldito corazón supercursi.
Regresé la mirada a Lui, que contaba una historia de hace años, estábamos con varios amigos. Me dispuse a tomar la copa de vino que tenía en la mano. Estaba deliciosa. El atardecer caía de manera increíble en el edificio de la élite cerca de San Paul Church. Tomé la foto correspondiente. Pulsé enviar y mandé el mensaje de texto.
Yo: Cerca de casa contando las horas para verte. El reloj hace tic, tac. Menos de doce horas.
William: Tic, tac, tic, tac... Pequeña, te extraño.
Sonreí bajando el teléfono. Atardeceres, mensajes y mucho cariño. Esto era nuevo, era diferente. Definitivamente, era lo que tanto había querido. Perdiéndome en la conversación de Ash y Lessa, escuché atenta a cada detalle que daban. La puerta se abrió y una emboscada de gente entró al salón, todos de la élite. Menos dos personas que no conocía. Un chico alto, delgado, con lentes grandes. El estilo que marcaba una moda sureña, o distinta. Me recordaba a los chicos prepi de América. Era guapo, bastante guapo. Detrás de él venía una chica delgada, casi plana, con cabello corto, negro. Sus ojos celestes eran grandes y atractivos. Cargaba puesta unas medias negras, vestido corto, unos zapatos de muerte, gabardina roja y una boina combinando su atuendo. Definitivamente, esa mujer no era de por aquí. Saludó a todos muy entusiasta, mi hermana frunció el ceño.
—¿Quién es ella? —señaló a la chica.
—¡Mierda! —dijo Lui poniéndose de pie—. Creo que deberíamos irnos. Ya es tarde.
—No es tarde —alegó mi hermana—. Apenas si comenzamos.
—Creo que será mejor irnos —Connor acompañó a Lui.
La chica localizó a Connor y a Lui de inmediato, dio un grito bastante entusiasta antes de dar saltitos hasta donde estábamos. La chica se veía superconocida. Tan conocida que la imaginé siendo una rival eterna. Quizá estaba exagerando, muchas mujeres vemos una nueva chica y creamos nuestra autodefensa de rechazo.
La chica de cabello corto saludó a Connor de una manera poco decente y a Lui con más espacio del que imaginé que haría.
—Ames, un placer —su sonrisa era contagiosa, se la devolví sin pensar.
—Abigail, el placer es mío.
—¿Dónde está Will? —por un minuto pensé que me preguntaba a mí. Estaba por responderle cuando me di cuenta de que le hablaba a Lui.
Lui le explicó que estaba ayudando a su padre en un proyecto educacional muy bueno. Que estaban intentando meter a Will en el plan gobierno y que regresaría por la mañana. Veía que la chica abría mucho los ojos como si se llenara de orgullo. Su acento me recordaba a una italiana amiga de mis padres. De seguro ha de ser una chica de intercambio, vienen mucho por estos rumbos.
Resignado, Lui tomó asiento de nuevo platicando con el chico de lentes gruesos. Joseph o Jaspee o algo por el estilo era su nombre. Ash y Connor ignoraron a la chica de cabello negro y se concentraron en besarse. Era asqueroso. Como ver pornografía en carne viva. Negando con la cabeza me volví a Ames.
—¿Eres de la EI? —EI, tenía mucho tiempo de no escuchar ese código. Élite Inglesa. Asentí con la cabeza. La chica era intimidante.
—¿Estás de intercambio? —pregunté.
—No, qué va. Ya he terminado mi etapa de intercambio. Vengo de paseo por unas semanas. Hay un tema que quiero tratar con un antiguo chico. ¿Puedo confiarte algo? —la chica sonreía como loca. Asentí con la cabeza, emocionada por saber qué tenía que decir.
—Si todo sale bien con mi ex, pretendo revelarme contra mi padre y decirle que no quiero casarme con uno de mi grupo. Estoy enamorada de un chico distinto y es aquí donde pertenezco —tomándome el pecho, emocionada por Ames. Le aplaudí como loca. Eso era tener valor.
—Eso es lo mejor que puedes hacer. Luchar por amor. Eso es genial. ¡Felicidades!
Definitivamente, si la chica lograba estar con su amor, le pondría un pedestal. Ella estaba teniendo el valor que no muchos tenían, aceptar a un mortal como parte de su vida. Feliz por ella, la escuché contar cómo tomó la decisión de venir. Su mejor amigo, Jane-Michel, la había acompañado.
—El amor es absurdo, ¿no crees? —tomando un trago de su vaso recién servido.
—Yo creía que era absurdo —respondí sonriendo—. Ahora creo que es fantástico.
—Espero que mi chico me corresponda como entiendo a ti te corresponden.
—Me acabo de comprometer, cosas de la élite. Ya sabrás tú. Pero él siempre fue el amor de mi vida y sí, me está correspondiendo. Es un divino.
Encogiéndome de hombros cambié de tema. Lui me observaba con los ojos entrecerrados como si no pudiera creer lo que veía. Después de quince minutos y tres copas de vino más, mi cabeza estaba pesada. Quería dormir bien para cuando viniera William. No podía esperar a que apareciera en casa. Lo extrañaba.
Yo: Dos horas menos.
William: Alista la cama, bebe. Supongo que no saldremos de ahí en tres días.
Yo: Pervertido.
William: No pequeña, no pervertido. Solo quiero que recuperemos el tiempo perdido. Besos, hermosa.
William: ¿Dónde estás?
Yo: Salón social. Reunión de élite. Sola, sin ti.
William: Hora de ir a casa, ¿no crees? Es tarde y no estoy ahí. Manda un mensaje al llegar, ya sé que solo son tres pisos abajo. Aun así, a casa.
William: Ahora.
Sonreí ante este último. No lo admitía, pero eran unos celos. Guardando el teléfono y obedeciendo órdenes. Me despedí de todos en la salita. Me detuve más de lo necesario con Lui, explicando lo que Will decía. Se veía preocupado, como si algo muy malo estaba por pasar.
Quizá algo estaba a punto de pasar. No podía ser que todo fuera tan perfecto. La vida no es perfecta. Suspirando antes de besar las dos mejillas de Lui supe que era eso. Algo estaba a segundos de salirse de control.
William
Me bajé del automóvil despidiéndome de mi padre, fue un viaje bastante cansado y solo quería llegar a mi nuevo apartamento, ver a Abbi y abrazarla por horas. Nunca pensé que uno podía volverse tan pendejo a la hora de enamorarse.
A pesar de que mi corazón estaba en Londres, mi mente estaba en cada reunión que manejamos con mi padre. La educación era un pilar muy importante en la cultura humana y, África, como una de nuestras conquistas hermanas, estábamos en la obligación de ayudarla en este campo sin mencionar que en algún momento quería que todo el mundo tuviera mejor educación.
Abrí la puerta emocionado. La verdad es que estaba muerto de deseo por ver a Abbi. Me encantaba el sabor de sus besos, de su cuerpo, su aroma, la manera en que habla exagerando los movimientos de manos, su sonrisa, su forma de dormir recostada en mi pecho con su respiración fuerte. Era mía y quería que siempre lo fuera.
—¿Abbi? —grité. Tenía que buscarla. Mi chica llegó corriendo desde la habitación abalanzándose a mis brazos. La apreté contra mi pecho sintiendo todo su cuerpo. Inhalé el aroma de su cabello, algodón de azúcar. Me encantaba ese perfume. Tan dulce como ella.
—Me alegro de que no me extrañaras —dije con sarcasmo.
—No, para nada. Eso de extrañarte no es lo mío.
Dejando caer la maleta al piso cerré la puerta de un golpe. Tomé a Abbi por la cintura subiéndola para que ella rodeara mis caderas con sus piernas. Esto era lo que tanto me gustaba. Esta era la mejor posición. No tengo ni idea si el sexo se vuelve adictivo después de hacerlo una vez, pero no pensaba en nada más que llevarla a la cama, o tenerla en mis brazos disfrutando del placer de estar con ella. Así de marica me siento. Llevándola a la cama decidí preguntar por su vida. Hablamos todo el viaje por WhatsApp, Abbi me llenaba de fotos y yo hacía lo mismo, las mejores eran los atardeceres, absurda idea que se me ocurrió viendo un atardecer en Roma. El sol caía de manera tan limpia, llenando el ambiente de un naranja perfecto. Ese fue el momento en que me di cuenta de que me gustaría que ella estuviera junto a mí. Acompañándome en estos viajes tan extraños. Capturé la imagen en mi celular y se la mandé. No pensé lo bien que se sentiría compartir algo desde la lejanía. Y entre nosotros compartíamos el atardecer.
—¿Cómo te fue ayer?
—Bien. Te extrañé ayer, vinieron unos chicos de intercambio, franceses o italianos, la verdad es que no sé de dónde son.
Mi pequeña vivía en la luna, algo escuché de unos chicos de intercambio, pero eran alemanes, no italianos.
—¿Están para ponerme celoso?
Abbi se tapó su boca como siempre que reía. Era tan tierna cuando se lo proponía. ¿Cómo dejé que estuviera tan lejos de mí todo este tiempo?
—El chico es atractivo, pero ella —negó con la cabeza—. Si se te acerca mucho yo seré la celosa. ¡Es una modelo, Will! Muy atractiva con sus ojos celestes y cabello corto. Es muy hermosa.
Sonreí dándole un beso en la frente, nadie, ni nada iba a apartarme de su lado. Lui lo había dicho: «Entrégale tu cuerpo y estoy seguro de que le entregas tu alma. Siempre la quisiste, solo no lo admites». Así era, siempre la quise, pero... ¿cómo iba a admitirlo? Solo no me salían las palabras de la boca por más que me hubiera gustado. Tenía miedo de caer lejos, lejos de mi vida. Suspiré pasando mis manos por todo su cuerpo.
—No, pequeña, nadie en esta vida es como tú.
—¿Lo prometes? —la sonrisa de su cara se ensanchó enseñando los dientes. Le devolví la sonrisa. ¿Cómo podía decirle que no cuando me sonreía de ese modo? Era mi perdición.
—Sí, pequeña, siempre.
***
Esta mañana invité a Abbi a desayunar a un restaurante cerca del London Eye. Le enseñé la pulsera que le traje de Alemania. Ella la lucía como lo imaginé al momento de verla en la vitrina. Era bonita, de plata sencilla. Ella seguía insistiendo en que el collar era su cosa preferida en el mundo. Que no se lo quitaría nunca, en efecto, así había sido. Desde el momento que se lo puse en el cuello, Abbi no lo retiró ni para bañarse.
Después de pasar hora y media metidos en el gimnasio, corriendo y levantando pesas. Nos dimos un baño bastante romántico. Estar junto a ella se estaba volviendo sencillo de manejar. Como si fuéramos una persona. Quería consentirla, cuidarla y mimarla todo el tiempo. Nada podía salir mal cuando estabas tan loco por alguien.
Lui se burló como tres horas cuando le escribí que había caído en cuerpo y alma. Ella me tenía y Lui se ironizaba en todo su esplendor. Incluso Blake parecía estar satisfecho con mi agapi. Pero ya nada importaba, ni lo que todo el mundo pensara. Era mi felicidad la que estaba en juego.
Hoy en la noche sería la fiesta de fin de vacaciones. Ya pronto empezaríamos otra vez la Universidad. Para mi excelente suerte, Abbi estaría en el mismo campus. Solo la pasaba por un par de clases. Se quejó como toda una dama de la idea de estudiar Economía. No le gustaba esa rama, pero la política sí era lo suyo —siempre quise estudiar Comunicación o una cosa así, nunca Economía. Soy mala para los números.
—La economía es mucho más que números, Abbi, son comportamientos sociales, es el estudio de todo lo estable. Pero estaré a tu lado para ayudarte a estudiar si quieres.
Terminé de ponerme la camisa de botones negra, coloqué unos vaqueros pegados, arreglé mi cabello que —como siempre— estaba desordenado. De reojo vi a Abbi colocarse una falda corta con una blusa de encaje. Se veía adorable. Desde la primera noche que pasamos juntos, ni ella ni yo quisimos separarnos. Dormíamos juntos, como una pareja normal. Sus cosas seguían estando en su habitación, pero seguramente pronto cambiaría eso. Abbi me vio en el reflejo del espejo, sus mejillas se transformaron en dos manchas rojas. Una sonrisa apareció en sus labios antes de agregar.
—Si me vez de esa manera, Hamilton, jamás llegaremos a la reunión. Así que compórtate.
No estaba de humor para comportarme. Estaba loco por ella. Así de simple.
En el momento en que llegamos a la casa de Blake, la música estaba a reventar. Tomando a Abbi por la mano, entramos al jardín. Nunca pensé que Blake hubiera conseguido a los Darling Buds para esta noche. Sería una sorpresa para Abbi, sabía lo mucho que le gustaba y bueno, a mí también, ese grupo era increíble. De lo mejor en el Reino Unido. Quería cantarle a todo pulmón Better Man porque eso es lo que quería ser para ella. Quería ser el mejor.
Saludando a Paul, me senté junto a él. Connor y Ash aún no aparecían por ningún lugar. Tamara, Janine y otras tres chicas de mayor edad se sentaban en la misma salita. Fuimos por unos cocteles con Abbi, Lui estaba cerca. Su cara reflejaba miedo, o preocupación. Quizá se sentía mal. Estaba a unos pasos de preguntar cuál era el problema cuando la vi... Ameli.
Conteniendo la respiración, la observé. Tenía el cabello corto, algo totalmente nuevo en ella. El vestido que tenía puesto era extremadamente sexi. Mis manos comenzaron a temblar. Dejé caer el vaso al suelo. Haciéndose añicos y mojando los pies de Abbi. Ella gritó, pero no se dio cuenta de lo que estaba viendo o por qué solté de esa manera el cristal. ¡Santa mierda! ¿Pero qué está haciendo aquí?
Mi respiración se empezó a acelerar y perdí el control. Observé unos segundos a Abbi, sonriéndole a Ameli, como si fueran viejas amigas. Ames le regresó la sonrisa, algo estaba pasando entre ellas que no entendía.
—Ella es la chica de la que te hablé —Abbi intentó tomarme la mano, pero no pude agarrarla. Quitando su agarre de manera agresiva. Ame llegó frente a nosotros y sentí cómo toda la cordura desaparecía.
—Am... Ames —dije con la voz entrecortada—. ¿Qué haces aquí?
—Vine por ti, tontito. Eres lo mejor que me pasó en la vida, bebe. Te necesito.
Sus palabras me penetraron de tal manera que perdí más la mente. Ella me quería. ¡Vino por mí! Que me lleven las putas si la dejaba irse de mi lado. La tomé de la mano para acercarla a mi cuerpo. La abracé como nunca lo había hecho. Sentí su aroma, vainilla. Esperé tanto para estar en sus brazos otra vez. Tanto tiempo pasó sin que la sintiera junto a mí. Perdido en ella escuché a alguien decir.
—¿Estás bien? —era Lui, ¿pero cómo no iba a estarlo? Finalmente, la tenía para mí.
—¿Ames es Ameli? —la voz entrecortada de Abbi me trajo al mundo. ¡Mierda, Abbi!
—Debí decírtelo, Abbi.
Solté a Ames para ver a Abbi con los ojos llorosos. Se estaba conteniendo de una manera que jamás pensé que lo haría. Me sentía mal por haber reaccionado de esa manera frente a ella. No se lo merecía. Quería consolarla, pero... no podía soltar a Ames, no ahora. Negué con la cabeza sintiendo que mi mundo se iba a la mierda. ¿Qué diablos estoy haciendo?
—Abigail, lo siento... —dije sin saber qué más decir. Ella me dio una sonrisa que no sentía antes de agregar.
—Ningún problema. Lo entiendo. Ames es hermosa. Te lo dije hoy en la mañana —su mirada cambió de dirección a Ames—. ¿Cómo te fue en la embajada?
—Excelente. Abbi, lo siento, no tenía idea de que compartíamos a William.
—No, tranquila. Nunca compartimos nada. No se puede compartir algo que jamás te perteneció y William jamás fue mío. Ahora lo sé. Me disculpan, tengo que ir al baño. Ahora regreso.
La vi alejarse por el bulto de gente. Iba secándose las mejillas. Estaba llorando, pero como soy tan idiota, seguía sin reaccionar. Abbi me necesitaba y yo solo no podía. No podía obligarme a ir tras ella. Estaba muerto al lado de Ameli. Esto no podía estar peor.
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