𝟐𝟏
Soy plenamente consciente de los largos brazos que me rodean y del bulto que está apoyado contra mí. Pero me encuentro tan cómodo ahora mismo, que no se me pasa por la mente la idea de moverme.
Siento la cálida respiración de Seokjin colisionando suavemente contra mi nuca, pero sé que él también está despierto. Al parecer —al igual que yo— no quiere espabilarse todavía.
De repente, el sonido del infernal teléfono de Seokjin consigue que la habitación pierda la calma en la que estaba sumida. Una maldición se le escapa en forma de susurro al hombre que me abraza, pero no se molesta en contestar.
La llamada se pierde.
Pero el aparato comienza a sonar de nuevo.
La palabrota que Seokjin espeta es más ruidosa ahora y me suelta con cuidado. Se gira sobre el colchón para, por fin, poder atender su móvil.
— ¿Qué pasa, Nahyun? Sabes que no me gusta que me molesten los fines de semana.
Inmediatamente le doy un golpecito en la pierna a modo de advertencia. Nadie debe tratar así a Nahyun, ni siquiera su jefe.
—Pues dile a ese imbécil de mi parte que puede meterse sus diseños por el culo. Si quiere mantener su estúpido empleo, que haga las cosas tal y como se las ordeno —casi grita al aparato y me obligo a respirar profundamente luego de abrir los ojos—. Si me llamas otra vez, espero que sea tu vida la que esté en juego.
Y sin decir nada más, da por finalizada la comunicación.
Una parte de mí me dice que, por educación, debo preguntar si todo está en orden. Pero por otro lado, mi cerebro trata de convencerme al recordarme que hoy es mi día libre. No necesito preocuparme por el trabajo.
Estoy esperando que Seokjin vuelva a retomar nuestra cómoda posición, pero, en lugar de eso, escucho que él comienza a rebuscar algo en el cajón de su mesita de noche.
La alarma se dispara en mi cuerpo cuando escucho un sonido vagamente familiar. Me giro hacia él, y observo a Seokjin destapando un pequeño frasco de plástico y anaranjado, que desborda de píldoras. Se lleva una a la boca y empuja el medicamento con un sorbo de agua.
Inevitablemente, mi mente revive la primera vez que él durmió en mi casa. Con exactitud, cuando despertó exaltado y dijo que quería su medicina.
Cuando tiene la intención de voltearse, nuestras miradas se chocan. Él traga saliva una vez que se da cuenta de lo que he visto.
— ¿Qué es eso? —Pregunto con cautela y con el mayor respeto posible—. Quiero decir, si te apetece contarme...
Me doy cuenta que la vacilación se apodera de su adormilado rostro y el silencio lo inunda todo. Se relame los labios una vez más e intuyo que en este preciso instante está tomando la decisión de si decirme o no.
—Citalopram —finalmente contesta, y detecto un filo tímido en su voz—. Me ayuda a controlar mi depresión.
Mi gesto se vuelve desconcertado mientras pienso en lo que acaba de decir. Seokjin frunce el ceño.
—Por favor, no te preocupes —agrega, y me acaricia la barbilla.
Un suspiro profundo brota de mis labios y trato de hacerle caso a su «no te preocupes».
—Si sientes que la medicación te ayuda, es suficiente para mí. Pero ten cuidado.
—Lo hace —me asegura antes de regalarme un beso—. Y lo haré, vida; siempre tengo cuidado cuando se trata de mi salud.
Seokjin planta otro pequeño beso en mis labios para luego volver a acomodarse en la posición en la que estaba, y ambos nos acurrucamos aún más cerca. Pero puedo jurar que ya no vamos a dormir más, a pesar de que las horas de sueño no fueron demasiadas.
Un bufido es lo siguiente que sale de los gruesos labios de Seokjin.
—Tengo que levantarme —se queja con los ojos cerrados.
—Tenemos —le corrijo, y él se ríe.
—Estoy tan cómodo —vuelve a refunfuñar, al mismo tiempo que hace un puchero.
Alzo un poco la cabeza para besar su cuello.
— ¿Tienes hambre?
—Sí. Quiero comerte.
Intento morderme el labio, pero no consigo reprimir la risa. Como acto seguido, doy una vuelta sobre mi eje y acabo reposando mi barbilla sobre el pecho de Seokjin. Él me besa la frente.
—Espero que Yunbi-ssi se sienta mejor hoy —digo, y él suelta un suspiro al tiempo que asiente con la cabeza.
Tuvimos una noche de locos. Todo comenzó en la cena, donde la situación parecía normal y maravillosa. Pero, luego de probar dos bocados, Yunbi dijo que estaba llena; después se fue al baño y estuvo dos horas encerrada allí.
Seokjin y yo nos rehusamos totalmente a irnos a dormir sin comprobar con nuestros propios ojos que ella se sintiera bien. Creo que fueron catorce veces las que mi jefe le preguntó a su mejor amiga si quería que llamase a un doctor, y las catorce veces ella se negó. Fue la primera vez que escuché a Yunbi genuinamente irritada.
La aparente razón de las incontrolables náuseas fue que ella no había comido adecuadamente durante el día, solo un par de frutas. Por supuesto, Seokjin la regañó.
Cuando ella salió del baño, me ofrecí a prepararle un té antes de recostarse y luego se durmió.
—Ella es un ángel muy fuerte —me contesta, seguro de cada palabra que suelta—, podrá con esto.
—No puedo creer que pronto tendrá una barriguita —digo, y me es imposible contener la sonrisa boba que se filtra en mi rostro.
—Lo sé. Será la embarazada más linda de todo el país.
—De todo el mundo —con fingida indignación, vuelvo a corregirle.
—Y yo, por supuesto, seré el padre más apuesto de toda la galaxia.
Ruedo los ojos ante el gesto de superioridad que parece estar tallado en su rostro. Por supuesto, su egocentrismo no puede faltar nunca.
— ¿Por qué estás tan seguro, papi? —Pronuncio con lentitud.
De repente, Seokjin me mira como si yo fuese la criatura más perversa del planeta. No dice nada, ni siquiera se mueve. Se limita a mirarme con los ojos bien abiertos y sus labios se convierten en una línea recta.
La repentina tensión se fuga de mi cuerpo cuando él esboza una mueca ligeramente burlona.
—Cuidado con tu elección de palabras, niño.
Me burlo infantilmente de su advertencia y planto repetitivos besos en sus labios, los cuales él recibe con mucho gusto.
Uno de sus brazos me rodea la cintura, mientras que su mano libre se dispone a jugar con mi cabello oscuro.
—En dos semanas es la boda de tus padres —su voz es ronca cuando espeta, mientras juguetea absorto con uno de los mechones de mi pelo.
—Carajo, ¡es cierto!
— ¿Ya tienes traje? —Pregunta, mostrándose realmente interesado—. Puedo conseguirte uno, si quieres.
—Ya lo tengo, gracias —le doy otro beso—. ¿Tú tienes el tuyo?
—Por supuesto que sí. Elegí algo básico, no quiero llamar tu atención todo el tiempo.
Una risa irónica se me escapa.
—Tonto. ¿Te he dicho que Nahyun será mi acompañante?
—Tú no, Yoongi sí —contesta, y mi fanboy interior grita al oír ese nombre—. Cuando me reuní con él hace unos días, me dijo: "tu niño se robará a mi niña al final del mes".
—No puedo creer que estén juntos —confieso y me froto mis adormilados ojos—. Parece que van en serio.
—Van muy en serio, me siento como el Cupido de mis amigos heterosexuales.
A raíz de su comentario chistoso, no soy capaz de reprimir la carcajada sonora que se ha construido en mi garganta.
Mientras deja escapar un prolongado bostezo, Seokjin entrelaza los dedos de su mano libre con los míos y luego se relame los labios antes de volver a hablar.
—Cuéntame más sobre el evento —pide—. ¿Hay algo que haga falta?, ¿comida, decoración, una banda quizás?
—Nope, ya todo está contratado. Y no habrá banda, eso es muy norteamericano.
—Pero es común que en las bodas alguna banda o artista haga una presentación en vivo —me observa con cierta confusión, pero se apresura a agregar—: Al menos así fue en todas las bodas a las que asistí.
—De hecho... —digo, en un susurro tímido. Ah, carajo, que me trague la tierra—. Bueno, ellos quieren que yo cante algo. No lo sé —me encojo de hombros al tiempo que siento que mi rostro comienza a enrojecerse—, mis padres siempre me dijeron que tengo buena voz y me lo pidieron con tanto entusiasmo, que no pude decirles que no.
La pequeña sonrisa que Seokjin esboza se me antoja sorprendida.
—Nunca te escuché cantar.
—Solía cantar en las obras de la escuela —hago una breve pausa—, y ahora canto en la ducha.
Él levanta las cejas con asombro y acerca sus labios a mi oreja derecha.
—En ese caso, un día debemos ducharnos juntos así puedo calificar tu voz.
La vergüenza quema en mis mejillas, por lo que me esfuerzo por apartar mi rostro de su vista.
—Pensándolo bien —comienzo a decir—, creo que me dedicaré al canto, así puedo abandonar mi empleo actual... Mi jefe es un dolor de culo.
Seokjin arruga la nariz en un claro y fingido gesto de burla.
—No metas a tu culo en esto.
Un silencio cómodo se instala entre nosotros durante unos instantes, mientras continuamos ofreciéndonos suaves caricias.
— ¿Podré cantarle a tu bebé alguna canción de cuna? —Me obligo a levantar mi cara para poder mirarlo.
Me doy cuenta inmediatamente que mi pregunta lo ha atrapado con la guardia baja. Yo, pese a la expresión ceñuda de Seokjin, espero con paciencia por su respuesta.
Luego de unos segundos, su expresión se suaviza hasta convertirse en un gesto amable.
—Por supuesto que sí, mi vida —contesta y me besa la cabeza antes de reír—. Maldita sea, acabo de tener la mejor imagen mental de mi vida.
Los labios de Seokjin sellan los míos en un beso lento, profundo, y considerablemente húmedo.
La profundidad de nuestro beso se forma de a poco, aunque no aumenta la velocidad. Es como si tuviéramos todo el tiempo del mundo. Como si no hubiese nada más importante que bendecir a mis labios de su sabor y esencia.
Él gruñe en una negativa molesta cuando tomo la iniciativa de apartarme con lentitud.
—Déjame ir —me río mientras trato de soltarme—. Debo pasear a Mantae.
— ¿Cuál es la contraseña? —Él bromea y yo ruedo los ojos antes de darle un besito casto—. Acceso permitido.
Abandono la cama con entusiasmo nulo, me coloco mis pantuflas y varios bostezos escapan de mi boca mientras desciendo por las largas escaleras que comunican a la sala principal de la mansión.
Debido a la increíble iluminación de la estancia, no me es difícil notificar que es un día gris en Seúl, pero no dejo que eso me baje el ánimo. A pesar de las nubes oscuras y esponjosas, no parece que fuese a llover próximamente.
Estoy a punto de ir a la cocina para comenzar a preparar el desayuno cuando escucho que la puerta —que conecta a la casa con el garaje— está abriéndose.
El asombro se apodera de mis facciones cuando reconozco la figura femenina que ha llegado.
—Min... —Susurro y sueno más torpe de lo que realmente soy; me ha tomado muy por sorpresa verla aquí.
—Hola, chiquitín —ella me saluda con genuina amabilidad—. Qué gusto verte de nuevo.
Mi intención de continuar charlando es interrumpida cuando escucho los pasos de Seokjin mientras baja por las escaleras. De pronto, su mirada penetrante ha sido enmarcada por el ceño profundo de sus cejas y su mandíbula se aprieta considerablemente cuando sus orbes encuentran los de Minjoo.
—Aún tengo la llave —Minjoo dice, tratando de aminorar la tensión en el ambiente.
—Y siempre la tendrás —el gesto de Seokjin se relaja una vez que le contesta—. Esta sigue siendo tu casa.
La mujer de cabello negro y largo traga saliva.
—Felicitaciones por el bebé —le espeta a Seokjin, justo antes de mirarme dulcemente—. Y a ti también, estoy segura de que ese pequeño te querrá como si fueses su padre.
No sé qué decir, mucho menos cómo reaccionar apropiadamente frente a lo que ha dicho. La incredulidad se filtra en mi sistema tan rápido, que solo soy capaz de dar un ligero asentimiento con la cabeza.
—Me gustaría hablar a solas contigo en algún momento de la semana entrante, si es posible —el hombre junto a mí vuelve a hablar, sonando tranquilo y espetando cada palabra con paciencia, como de costumbre—. ¿Puedo invitarte a almorzar cuando cuentes con disponibilidad en tu agenda?
—Seguro, te avisaré —Minjoo parece estar de acuerdo con la invitación, y como acto seguido ella hace una pequeña pausa—. Pero, ahora, realmente he venido a hablar con Yunbi.
—Claro, ella está arriba.
— ¿Se siente bien? —El rostro de la chica se tiñe de preocupación rápidamente—. Me resulta raro que no esté barriendo la sala mientras baila.
—No tuvo la mejor noche.
—Oh, entonces creo que debería volver otro día...
—No, por favor —Seokjin se apresura a interrumpirla—. Verte le alegrará la vida... Nosotros saldremos un rato.
Cuando Minjoo se me acerca y se pone de puntitas, su brazo cálido de se envuelve alrededor de mis hombros en un abrazo conciliador y le murmuro, a modo de despedida, que espero verla pronto.
Seokjin toma las respectivas correas de las mascotas y luego los llama mediante silbidos. Las adorables y peludas bestias llegan a nosotros y salimos de la casa luego de calzarnos con zapatillas. El hombre que me acompaña me dice en voz baja que desayunaremos un poco más tarde, y yo asiento.
Pero me doy cuenta de que algo no anda bien, porque Seokjin luce como si estuviese enojado y triste al mismo tiempo.
— ¿Quieres hablar? —Le pregunto con cautela.
Él suspira y se reserva la contestación hasta que termina de colocarle la correa a Gwanhi.
—Las leyes tienen que cambiar con urgencia en este país —considera, haciendo uso de un tono brusco—. Las parejas homosexuales merecen el derecho de poder crear una familia o simplemente casarse.
—Coincido. ¿Estás bien?
Su silencio y su ceño fruncido se encargan de responder a mi pregunta.
Y yo me limito a tomarlo de la mano, para que sepa que no está solo.
Son las seis de la tarde cuando empiezo a bostezar. Ha sido un lunes interminable y estoy agotado.
Hoseok y Seokjin tuvieron una fuerte discusión en el despacho del jefe por asuntos laborales, pero estoy seguro que las diferencias nacen en el terreno personal.
Como no pasé estuve demasiado presente en la oficina —ya que mi jornada se basó en hacer mandados y traer café—, Seokjin y yo casi no nos vimos. Por eso, me envió un mensaje pidiéndome que me quede un rato más en mí puesto de trabajo, para que podamos compartir un poco de tiempo.
Nahyun se fue diez minutos antes, por ende, estoy solo en la oficina.
Me encuentro mensajes en el imparable grupo conformado por mis primos, cuando una inesperada figura se presenta ante mi escritorio. Mis cejas se alzan una vez que me encuentro con el rostro de Hoseok.
—Hola, pequeñín —dice, con la radiante sonrisa que tanto lo caracteriza.
—Hola, señor Jung.
—Por favor, solo dime Hobi. Llevas trabajando bastante tiempo aquí, puedes tutearme.
—Yo... Lo intentaré —me esfuerzo por sonreír.
—Eso es —asiente animadamente—. Me preguntaba si quisieras ir por un trago, si no tienes planes.
Mi boca se cierra de repente y, a pesar de que trato de articular una contestación, me cuesta más de lo que espero. Mi mente está totalmente en blanco.
—De hecho —comienzo a decir, pero mi voz suena algo temblorosa; por ello, me aclaro la garganta antes de volver a intentarlo—, Seokjin me pidió que lo espere a que termine su reunión online. Quiere revisar su itinerario de mañana.
Me atrevo a jurar que un brillo triste aparece en su mirada.
—Ya veo —contesta en voz baja, y parece esforzarse por enseñarme una pequeña sonrisa—. Bueno, quizás en otra ocasión. Hasta mañana.
—Hasta mañana... Hobi.
El director del departamento de moda desaparece de mi campo de visión y yo me quedo en mi asiento, quieto, intentando digerir la interacción que acabo de tener con él.
No debo ser un genio para darme cuenta de que había algo más en su invitación, pero no logro descifrarlo.
Pero todos mis pensamientos se esfuman rápidamente al momento que mis oídos escuchan el inconfundible «niño» proveniente del despacho de mi jefe.
No me demoro en llegar a su oficina y cerrar la puerta.
Mis ojos escanean a Seokjin y me esfuerzo por reprimir la sonrisa tonta que amenaza con apoderarse de mi rostro. La postura del hombre de cabello oscuro solo me indica cansancio y bastante estrés por lo que, una vez que me he acercado a su escritorio, me coloco detrás de su silla para comenzar a masajear sus hombros tensos.
— ¿Día duro? —Le pregunto.
—Odio hablar en inglés —me contesta, mientras se frota el rostro con ambas manos, en una muestra clara de agotamiento físico.
De repente, siento que unas amplias y familiares palmas se colocan en mis caderas y, en un abrir y cerrar de ojos, me encuentro nuevamente en el cómodo regazo de Seokjin.
Lo rodeo con mis brazos.
—Hola —saludo, seguido de un pequeño beso en su mejilla.
—Hola, bonito.
—Te extrañé un poco ayer —confieso y me encojo de hombros.
Él se ríe.
—Y yo a ti. ¿Tuviste un buen día con tu primito?
Le comenté insignificantemente a Seokjin que pasaría todo el domingo en compañía de mi primo menor, y pensé que él no lo recordaría... Bueno, es obvio que me equivoqué. Y me resulta adorable que le interese todo lo que hago fuera del trabajo.
—Sí, fuimos a ver la nueva película de Spider-Man y luego a cenar.
—Me alegra mucho que te hayas divertido —agrega, justo antes de besar mis labios.
—Llamaron de Vanity Fair hoy, para confirmar tu sesión de fotos mañana.
—Ese photoshoot será grandioso —dice, con una mueca de superioridad—, estoy seguro de que va a gustarte mucho.
—Todo lo que tenga que ver con tu cara me gusta... —Lo beso otra vez—. ¿Estarás en la portada?
—Así es.
—La compraré —asiento—. ¿Vas a autografiarla para mí?
—Por supuesto. Ahora..., ¿qué tal si autografío tu cuello con mis besos?
Seokjin se encarga de dejar una estela de besos por la piel cálida de mi cuello, y yo solamente deseo que mi pene no reaccione ante el suave y encantador contacto. Siento que sus labios gruesos mordisquean un poco, aunque no llega a dolerme.
Mi mano captura su mentón y alzo su cabeza un poco; nuestros ojos se mantienen en contacto durante un instante y luego apego mis labios a los suyos. La forma en la que mis labios y mi lengua se mueven contra los de Seokjin es parsimoniosa y dulce, porque no tengo apuro alguno y quiero explorar cada espacio de su cavidad.
El cosquilleo que comienzo a experimentar en mi entrepierna me obliga a detenerme y nuestra unión se rompe con lentitud. Sin embargo, deposito un largo besito en su frente.
— ¿Todo salió bien con los padres de Yunbi-ssi? —Pregunto curiosamente—, ¿les dijeron sobre el bebé?
Seokjin me roba otro beso antes de responderme.
—Sí. Fue algo extraño, ¿sabes? Wooshik parecía un poco... Preocupado. No lo sé —frunce el ceño, inseguro acerca de su elección de palabras—. No mostró la reacción que esperaba.
—Será abuelo, probablemente necesite unos días para caer en cuenta.
—Es cierto, pero hay algo que no encaja.
Me doy cuenta de que él está empezando a pensar más de lo que debe, así que me apresuro a llenarle el rostro de besos, antes de que sume más preocupaciones a su espalda.
— ¿Acaso huele los problemas, señor ogro?
Seokjin sonríe.
—Mi sentido del olfato me indica que mi niño quiere más besos.
— ¿Sabes? He estado pensando en tus constantes ofertas económicas... —Hago una pausa dramática, mientras observo atento su reacción—. Quiero un cheque por doscientos mil besos.
Él rueda los ojos con humor y luego bufa.
—Estaba tan listo para darte todo mi dinero, niño —susurra contra mis labios.
— ¿Estás listo para darme todos tus besos? —Pregunto, moviendo las cejas pícaramente.
—Necesitamos pasar más tiempo juntos —Seokjin espeta, dedicándome un gesto triste, pesaroso y también fingido.
—Quita ese puchero de tu boca —le pido, pero él intensifica más el fruncimiento de sus dulces labios—. ¡Jin! —me quejo, aunque no dejo de reír.
—Desearía no tener esa cena con Taehyung y su esposa hoy —se lamenta, acompañado de un suspiro apenado.
—Oh, no seas negativo. Tú y Yunbi van a divertirse.
—Corrección: sushi va a comer y yo voy a sufrir —me sonríe con sarcasmo—. Te lo juro, ella acabará con nuestra fortuna si sigue devorando tanto.
— ¡Calla! —Exclamo agraciadamente, antes de darle otro beso—. Ella debe comer doble ahora... —hago una pausa—, o triple. ¿Imaginas que sean gemelos?
—Dios, no, cállate —a juzgar por su expresión, parece que he mencionado la peor de las catástrofes.
—Gruñón —planto otro beso en sus labios y abandono su regazo—. Me voy a casa.
—Espera, te llevaré.
—Nope. Debes ir a tu casa, vestirte e ir a cenar con tus socios.
—Eres tan cruel.
—De hecho, ¡soy muy sensato! —Me defiendo—. Sabes que si me llevas a casa, terminaremos en el sofá y no podremos apartar nuestros labios.
— ¿Solo nuestros labios? —Mueve las cejas de una provocativa manera.
—Hablaremos de eso luego —le susurro, esforzándome para que la timidez no me tome como rehén nuevamente.
—No hay presión, niño —él utiliza un tono dulce y me da un último beso—. Esperaré toda la vida ese bombón si es necesario.
—Deja de mirarme el trasero cada vez que me doy la vuelta.
—Imposible —espeta con ese matiz superior que cada día me atrae más—. Ten cuidado, avísame cuando llegues.
Me despido de Seokjin saludándolo con mi mano desde la puerta de su despacho, y él imita mi gesto mientras me dedica su brillante sonrisa.
Tomo mi mochila y voy directo al ascensor, mientras me dedico a pensar qué carajos voy a cenar esta noche.
Cuando llego al recibidor del edificio, estoy tan absorto mirando la pantalla de mi teléfono que por poco me llevo la puerta por delante, pero logro percatarme antes de que mi cabeza torpe reciba un golpe para recordar por siempre.
Una vez que atravieso la salida al exterior, mis pies se dirigen por sí solos a la derecha, con el fin de llegar a la parada de autobuses.
De pronto, una figura masculina y muy bien vestida se interpone en mi camino.
Alzo la mirada y me encuentro –sorpresivamente– con Kang Wooshik. Recuerdo ese cabello entrecano y esos hoyuelos definidos en las mejillas que comparte con Yunbi.
El semblante del hombre es neutral, pero no me pasa desapercibida la manera en la que me recorre de pies a cabeza con la mirada.
—Doctor Kang —pronuncio y efectúo una reverencia respetuosa—. Seokjin sigue en la oficina.
—De hecho, es con usted con quien quiero tener una conversación, joven —espeta, y es inevitable que un escalofrío me recorra la espina dorsal—. Confío en que podremos hablar con más tranquilidad en mi oficina, ¿puedo invitarle un café o té?
Me esfuerzo por apartar de mi mente las ganas que tengo de echarme a correr y aclaro mi garganta.
—Disculpe, pero debo preguntar, ¿de qué se trata?
Una pequeña sonrisa –que no tiene ni una pizca de humor– se forma en sus labios.
—Insisto en encontrar un espacio más privado y... Discreto.
Preparen y ajusten con fuerza sus cinturones que a partir de ahora se nos viene un viaje turbulento...
*Se esconde en los yuyos*
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