𝟏𝟓

Son casi las siete de la tarde cuando estoy a punto de arribar a mi destino. Me distraigo mirando a algunas nubes que crean un ocaso prematuro, pero al horizonte, el cielo sigue siendo claro, aunque rasgado por algunas rayas naranjas y rosáceas. Todo indica que será una noche con un clima agradable.

Mantae se encarga de anunciar mí llegada apenas bajo del vehículo que me ha traído hasta la casa de Seokjin y Yunbi. Sus ladridos ruidosos y desesperados me hacen pensar que, quizás, el gigante de cuatro patas reconoce mi aroma como algo familiar.

Le agradezco al chofer personal de mi jefe por traerme y luego él se retira. Por mi parte, avanzo hasta la entrada principal de la enorme residencia para hacer sonar el timbre.

La puerta delante de mí se abre unos instantes más tarde y la pequeña figura de Yunbi aparece en mi campo de visión. Los hoyuelos de la preciosa mujer se forman en su rostro una vez que sonríe suavemente antes de que nos abracemos.

—Gracias por venir —me dice en voz baja.

—También odio estar solo —le contesto, frotando con dulzura su espalda. Al parecer, ninguno de los dos está interesado en romper con el abrazo cariñoso.

—Al menos tú vives cerca de la civilización —puntualiza a modo de broma—. Aquí nos rodean puros árboles y, posiblemente, fantasmas de bosque.

—Creo que es un lugar maravilloso.

Me quito los zapatos en la entrada y los dejo a un lado, mientras escucho a Yunbi decir que llegué justo a tiempo, pues la comida está lista. Le reprocho burlonamente que, algún día, debe permitirme cocinarle y luego, nos dedicamos a contarnos sobre nuestra jornada.

Mientras cenamos en la mesa ratona de la espaciosa sala (con Mantae y Gwanhi acurrucados en uno de los sofás haciéndonos compañía) no puedo evitar pensar en lo silenciosa que está la estancia. A pesar de que no he venido aquí muchas veces, me resulta extraño que la risa quisquillosa de Minjoo no esté haciendo eco por cada rincón... Sé que Yunbi debe notarlo también.

— ¿Qué tal viste a Seokjin hoy? —Pregunta.

—Bien —replico, limpiándome los labios con una servilleta—. Me pidió que lo acompañe a reunirse con su socio Taehyung. Luego bebió unos cinco litros de café y también se peleó con su mecánico por teléfono.

Una risa dulce brota de la garganta de Yunbi y niega con la cabeza.

La conversación larga se pierde poco a poco, para que luego un silencio carente de incomodidad se instale entre ambos. Entonces, me permito analizarla cautelosamente. A juzgar por el brillo ausente en sus preciosos y expresivos ojos oscuros, Yunbi da la impresión de estar, por sobre todas la cosas, triste. Y eso me quiebra.

Me pregunto cuándo será el momento oportuno para interrogar sobre lo que, seguramente, no desea hablar: Minjoo.

— ¿Cómo estás? —Suelto con cuidado, midiendo su reacción. Quiero golpearme por haber expresado una pregunta tan estúpida.

La vista de la dama se alza para encontrarme, pero no detecto sorpresa en su gesto. Ella estaba esperando por esta charla.

— ¿Te refieres a eso?

Asiento con timidez y ella deja escapar un profundo suspiro.

—He pasado los últimos tres días llamándola sin parar, pero no contesta... Ya no tengo dignidad, por cierto —hace una pausa, y noto el inmenso esfuerzo que está haciendo para no llorar—. Además estoy muy preocupada por Seokjin, porque él se preocupa mucho por mí. Por eso evito, a toda costa, mostrarle cómo realmente me siento... Te lo ruego, no le digas nada de esto.

—No lo haré, descuida —le aseguro, y me permito colocar mi mano sobre la suya para brindarle una caricia dulce.

—Sé que debo ser honesta con Seokjin, pero él ya tiene suficiente en la cabeza. No quiero que cargue con mis mierdas también.

—Mi teléfono siempre está disponible para ti —le recuerdo, aunque sé que no hace falta—. Puedes llamarme cuando quieras, a la hora que quieras, y te escucharé. Te lo prometo.

Yunbi arruga la nariz en un gesto dulce y se lleva sus pequeñas manos a la cara.

—Te quiero.

—Te quiero —le contesto, seguido de una sonrisa.

—Tú también puedes hablar conmigo... Sobre lo que sea...

La manera en la que pronuncia las palabras me hace sospechar y mis ojos se entrecierran una vez que poso toda mi atención en ella, tratando de descifrar lo que acaba de decir. Tengo una idea, obviamente.

Yunbi, por su parte, levanta las cejas en un gesto pícaro.

«Oh, carajo»

— ¿Él te dijo algo? —Cuestiono, pretendiendo sonar relajado pero fallando terriblemente en el intento.

— ¿Quién? —Su ceño se frunce con fingida confusión.

— ¡Vamos! —Protesto, pero no puedo dejar de reír—. Ambos sabemos bien sobre quién y qué estamos hablando.

—Está bien, está bien —ella ríe también—. Quizás me comentó algo anoche.

Le dedico una mirada severa, pero el gesto agraciado aún sigue instalado en mis labios.

—De acuerdo, tú ganas. Me contó todo.

— ¿Y qué piensas? —Interrogo, curioso y ansioso en partes iguales.

—Creo que se demoraron demasiado —dice, y suelta un bufido, como si estuviese molesta—. Pensé que una semana iba a ser suficiente para ustedes.

— ¿Qué estás diciendo? —Me quejo—. Él nunca insinuó nada y yo tampoco.

—Por favor, Kookie-Kookie —su rostro refleja una ligera contrariedad—, ¿vas a decirme que nunca te diste cuenta la forma en la que él te mira?

— ¿Con odio, desesperación, frustración? —Suelto, en una muestra sarcástica de despecho—. Sí, me percaté de ello.

Yunbi carcajea animadamente ante mi respuesta, pero no se demora en comenzar a refutarme.

—Te mira con mucho cariño —comenta, ocasionando que mi pulso se vaya al demonio en un segundo—, y le importas, aunque algunas veces pretenda que no es así. Seokjin odia expresar sus sentimientos y emociones, así que opta por demostrarlos... A su manera.

Mantengo la mirada fija en el rostro de la dama mientras habla, aceptando todo lo que tiene para contarme.

Sin embargo, no puedo dejar de pensar en lo hermoso que es el vínculo afectivo que hay entre ellos dos; una mujer lesbiana y un hombre gay que se aman de una manera única, especial e irrepetible. A pesar de no haber romance en el medio, el de ellos es el amor más fuerte que he apreciado en toda mi vida.

Es totalmente increíble, al menos para mí.

Después de cenar, me dedico a lavar los trastos mientras que Yunbi me dice —en voz alta desde la sala— títulos de películas de miedo. Llego a la conclusión de que el terror es su género favorito y, aunque no lo comparto, no me opongo a la idea de ver una película con ella... Por más de que mi intuición dice que la cinta elegida será una cinta horrible y humillante. No hay películas de terror decentes en la actualidad.

Una vez que termino, me dispongo a preparar tazas de té caliente para ambos. Cuando las bebidas están listas para ser degustadas, Yunbi y yo nos acomodamos en el sofá central de la sala y ella le da inicio a "El armario", la película que hemos —ha— escogido.

Me sorprende encontrarme con una película de terror que no es totalmente mala. De hecho, es interesante, los diálogos son coherentes y la fotografía es buena. Sin embargo, no me molesta admitir el hecho de que es la compañía de Yunbi lo que me hace disfrutar al ciento por ciento este rato.

Cuando vivía en Busan, era una costumbre que los viernes terminara borracho en compañía de mis primos y primas. A veces llegábamos a los límites de la provincia porque empezábamos a caminar sin rumbo, con alcohol y muchas anécdotas o chistes. Pero ahora que he crecido y que mi vida ha cambiado considerablemente luego de la universidad, no podría pedir por una noche de viernes más divertida.

Luego de que la película originaria de nuestro país acaba, convenzo a Yunbi de mirar "Iron Man", ya que me indignó enterarme del hecho que ella nunca le dio una oportunidad. De todas formas, son las dos de la madrugada cuando ella cede ante el sueño y la aburrición... Definitivamente odia Marvel.

Pero yo, involuntariamente, me convierto pronto en una máquina que no puede despegar los ojos de la película. Ah, el poder de mi franquicia favorita.

Cuando el primero de los tres tomos termina, mi dedo vacila entre dos botones, decidiendo si apagar la inmensa pantalla o reproducir la segunda película...

Carajo, es viernes, me lo merezco.

Sin embargo, antes de que "Iron Man 2" empiece, procuro que Yunbi no despierte de su profundo sueño y la cubro con la manta que ambos compartíamos. También, reduzco el volumen de la televisión; amo la hermosa voz de mi grandísimo Robert Downey Jr., pero no quiero que el descanso de la dama a mi lado se vea interrumpido por los ruidos que emite la televisión.

Le doy un vistazo a Yunbi, comprobando que esté sumida en un tranquilo sueño y, entonces, una sonrisa se apropia de mi rostro cuando estoy listo para darle play a la película.


La secuela no fue suficiente para mí y, como consecuencia, estoy a punto de ahogarme en mis propias lágrimas.

He visto "Iron Man 3" más veces de las que admito, pero el final siempre me toca las emociones. Por ello, ahora mismo me encuentro con un nudo en la garganta y las lágrimas picando en mis ojos.

Yunbi está acurrucada a mi lado y roncando, por lo que tengo que cubrirme la boca para no sollozar en volumen alto. Ya casi está amaneciendo y yo no he pegado un ojo por hacer una maratón de Marvel. Dios, soy un desastre.

De repente, un golpe estridente hace que salte del susto y una sensación fugaz y resplandeciente de miedo se expande por mis venas con rapidez. Pero el temor llega y se va al mismo tiempo una vez que, cuando miro hacia mi derecha, reconozco la figura alta de Seokjin atravesar la puerta que conecta al garaje con la casa.

Debido a que el cielo nocturno empieza a desaparecer y ya ha dado espacio a un poco de claridad que consigue filtrarse por las enormes ventanas, soy capaz de identificar desde el primer momento que él está despeinado y que tiene la mirada cansada.

— ¿Qué haces? —Pregunta en voz baja y con un tinte socarrón.

—Veo Iron Man.

— ¿No dormiste?

Niego con la cabeza en respuesta y él suelta una risita que logra confundirme.

— ¿Estabas esperándome? —Continúa, aunque ahora su voz es burlona pero igual de ronca que siempre.

— ¿Por qué se cree tan importante? —Contesto, igualando su tono—. No me haga elegir entre usted y Tony Stark porque, créame, perdería.

—Eres cruel, niño.

Con una expresión tranquila y despreocupada, Seokjin se acerca hasta donde me encuentro y se sienta a mi lado. Sus orbes recorren la pequeña figura de Yunbi durmiendo a mi lado y una risita se le escapa. Luego, centra la atención en mí.

Eventualmente, él comienza a jugar con mi barbilla, haciendo el intento de tocarla suavemente con su pulgar. No puedo evitar reír, pero me apresuro a sujetar sus manos para que se detenga.

— ¿Qué hace?

—Trato de ganarme tu atención.

—La tendrá en quince minutos —declaro, y me relajo un poco cuando él expresa otra risa.

Parece que él comprende a la perfección que no estoy dispuesto a pausar el final de la tercera película de Iron Man. De todas formas, me sorprende que él se quede a mi lado mientras transcurre el desenlace del filme. No noto que tenga sueño, ni siquiera lo escucho bostezar... Pero mis fosas nasales sí logran captar el aroma a alcohol que su cuerpo emana, aunque no es una percepción desagradable.

— ¿Ya? —Seokjin pregunta cuando los créditos aparecen en pantalla y no me pasa desapercibido su tono ansioso.

—Falta la escena post-créditos —digo con seriedad, aunque estoy bromeando.

— ¿Te he dicho que Tom Holland confirmó su asistencia a la fiesta?

Sus desinteresadas palabras caen sobre mí como balde de agua helada en medio del desierto. El grito ahogado que se me escapa es totalmente involuntario y mis manos van a parar a mi boca.

— ¡¿De verdad?! —Susurro con emoción y tratando de no gritar por respeto a Yunbi—. ¿Puedo ir? Por favor, por favor, por favor. Juro que no volveré a pedirle nada más en la vida.

—No lo sé —Seokjin se cruza de brazos e impone una expresión inescrutable—, debo pensarlo...

—Por favor —insisto, haciendo un puchero con mis labios—. Prometo no asustar a ninguno de sus invitados.

Seokjin me atrae hacia él y planta un suave beso en mi boca antes de regresar a esa postura seria.

—Es una difícil decisión. ¿Necesitas una respuesta con urgencia?

El simple entendimiento de que él está jugando conmigo me hace reír. Ahora soy yo el que le roba un beso, y dicho gesto deja un leve sabor a whisky en mi cavidad bucal.

Él me regala una mueca arrogante y un guiño antes de que su brazo rodee con cuidado mi cuello, para acercarme a su figura y lograr capturar mis labios con mayor intensidad. Y me encanta. Porque sus labios, tan cálidos y voluminosos, se mueven contra los míos en un beso atenuante y preciso que siento que tiene el poder suficiente como para detener el tiempo.

«Estás desayunando a tu jefe. Atrevido»

La consistente presión de sus labios contra los míos se termina lentamente, debido a la necesidad básica de recuperar el aliento. Jadeo con sutilidad, pero nuestras bocas están tan cerca que quiero besarlo más. Mucho más.

Hay una imperceptible sonrisa burlona en su rostro, aunque sus ojos mantienen un brillo gentil. Seokjin pellizca mi mejilla con sus dedos y luego deposita un beso en la misma.

—Llevaré a la osita a su cama —me avisa—, ya regreso.

— ¿Necesita ayuda? —Pregunto—. Todos saben que soy más fuerte que usted.

—Cierra esa dulce boquita, niño —espeta con un gesto pícaro, a manera de advertencia—. No estoy tan marcado como tú, pero recuerda que yo cargo con todo el peso de la industria de la moda.

Esbozo una sonrisa debido a la originalidad de su réplica y niego con la cabeza para mí mismo.

Seokjin se levanta del sofá y se acerca hasta Yunbi para, cuidadosa y suavemente, incorporarla. La dama, somnolienta, abre un poco los ojos, pero está más dormida que despierta; ella pregunta en un susurro qué hora es, y Seokjin responde con un tierno «hora de dormir, sushi».

No es un inconveniente para el hombre alzar en brazos a la dulce mujer. Yunbi es tan bajita y delgada que me atrevo a afirmar que yo podría cargarla con un solo brazo.

Seokjin desaparece de mi campo de visión una vez que comienza a subir las escaleras con su «sushi» en brazos y me doy un momento para hacer sonar mi cuello. Es cuando me pongo de pie, que percibo el cansancio que tengo; pero me obligo a bostezar y enviar lejos la sensación de pesadez.

Apago la televisión, acomodo los cojines del sofá y guardo mi teléfono en el bolsillo del pijama que Yunbi me regaló. Le acaricio las cabecitas a Gwanhi y Mantae y luego voy a las escaleras.

Estoy a mitad del camino cuando Seokjin vuelve a aparecer, y me regala una mueca pícara.

— ¿No quieres que te cargue también?

Niego con la cabeza.

—Prefiero vivir —contesto con gracia.

—Increíble manera de tratar a tu jefe —espeta haciendo uso del sarcasmo y yo arrugo la nariz en un gesto inocente—. Duerme conmigo.

Sus palabras no tienen nada de siniestro y, sin embargo, una expresión horrorizada se instala en mi cara. Trago saliva torpemente y mi mandíbula se pone tensa.

—Hace unas noches dijo que yo no tenía la suficiente suerte como para dormir con usted —le recuerdo, pero la tensión sigue firme entre ambos.

—Estaba midiéndote —contesta, y mi ceja izquierda se arquea en respuesta.

Suelto un suspiro prolongado mientras miro mis pies.

— ¿Me dará un ascenso si duermo con usted?

Seokjin sonríe.

—Te daré todo lo que me pidas.

—El número de Yoongi. Por favor y gracias —digo con optimismo, encontrándome totalmente listo para cualquiera que sea su reacción. Yo solamente vi la oportunidad y la tomé.

Mi jefe parece tranquilo mientras se limita a observarme con desprecio y rechazo durante unos instantes.

—Fingiré que no dijiste eso —anuncia—. Sígueme.

La única razón por la que no protesto, es porque las palabras no logran salir de mi boca. Un abrumador y extraño temblor me recorre velozmente antes de que mis pies reaccionen para seguir a Seokjin.

Doy un vistazo al largo corredor de la planta alta de la mansión e identifico la delgada figura de Seokjin en la última habitación del lado derecho. En un intento por disimular mi nerviosismo, aclaro mi garganta y me rasco la nuca mientras camino hasta él.

— ¿Pasó un buen tiempo con sus amigos? —Pregunto ante la necesidad de acabar con la ansiedad que me oprime los huesos.

—Sí, nos divertimos —un atisbo de sonrisa se forma en sus labios gruesos—. Por suerte no me tocó pagar la cuenta hoy, ellos beben y comen muchísimo.

—Me alegra oír eso —le digo con una sonrisa sincera.

— ¿Pudiste hablar con Yunbi?, ¿ella está bien?, ¿hay algo que deba saber?

Enmudezco por unos segundos antes de que nuestras miradas se encuentren otra vez. Él parece estar expectante por mi respuesta, pero no tengo mucho para decirle. Le prometí a Yunbi no hablar sobre esto con él, y no lo haré.

—Ella estará bien —le digo en un tono firme y suave en partes iguales—, solo necesita tiempo.

Los ojos de Seokjin se llenan de algo que no logro descifrar, pero ese algo es encantador. Humano y real. Por un momento estoy convencido de que va a darme las gracias, pero, en cambio, se limita a acariciar mis mejillas con sus pulgares.

Entonces, él me sujeta la mano y me acaricia los nudillos con su pulgar, y yo siento que todo mi cuerpo se estremecen intensamente. Como acto seguido, me guía a su cama.

Pero no es una cama cualquiera, es la cama más grande que he visto en mi vida. El cobertor gris y las sábanas blancas tienen un toque tan propio de Seokjin que no puedo controlar la mueca divertida que me asalta el rostro; de hecho, todo en su habitación me recuerda a él. La decoración es mayormente formal, pero atractiva al mismo tiempo. No hay nada de extravagante y, sin embargo, sé que aquí debe haber millones en material, muebles, iluminación y demás.

Me pregunto cuántas veces durmió con Hoseok aquí.

— ¿Tienes frío o calor? —Seokjin pregunta; me hace regresar a la realidad y lo miro con incredulidad.

—Estoy bien.

—El lado derecho es mío —dice o, más bien, me advierte.

Levanto una ceja.

—Creo que dormiré en el lado derecho —replico con un filo desafiante en mi tono.

Él suelta una risa que carece de humor, pero que es amable al mismo tiempo.

—Muy gracioso —dice, se inclina un poco para darme un beso y luego me empuja hacia atrás con delicadeza—. Vamos, rueda hacia allá.

—Lo hago porque quiero, no porque me lo diga —puntualizo, logrando que él suelte otra carcajada.

Me acomodo en el lado izquierdo y, una vez que encuentro refugio bajo de las suaves sábanas, mi mirada se detiene en Seokjin, quien todavía sigue de pie. Sin apartar sus ojos de los míos, él introduce su mano debajo de la almohada para tomar su pijama azul.

Al momento que inicia a deshacerse de los botones de su camisa blanca, me cubro la cabeza con la blanquecina tela de la cama. Como consecuencia, él se ríe en voz baja.

— ¿Nunca viste a un hombre con el torso desnudo? —Pregunta.

—Sí —espeto—. Pero no desde tan cerca. Mucho menos un torso de un hombre que he besado.

— ¿Y qué hiciste con el resto de los hombres a los que besaste? —Seokjin continúa, y me sorprende el interés que desprende su voz profunda.

Hago una pausa que se prolonga más de lo que pretendo y un nudo de incomodidad se instala en la boca de mi estómago.

—Yo no... —Comienzo a decir, pero la vergüenza no me permite acabar mi simple oración.

— ¿Tú no...?

De pronto, unas amplias y familiares manos sujetan las mías para quitar del medio las sábanas que estoy usando como barrera. El rostro de Seokjin vuelve a aparecer en mi campo de visión y, en un rápido escaneo, notifico que ya está con sus prendas de dormir.

Relamo mis labios, mientras lo miro con cautela. Su gesto confuso no hace más que inquietarme.

—Nunca había besado a un hombre —finalmente, confieso—. Quiero decir, no así. Cuando tenía diecinueve años besé a uno porque estaba jugando verdad o reto con amigos, pero...

—Así que soy el primero —me interrumpe, y su afirmación se siente como si su enorme ego se encargase de llenar cada rincón de la habitación y no existiese poder humano o inhumano que pudiera contenerlo.

Ruedo los ojos. Dios, ¿por qué tuve que abrir la boca?

—Voy a borrar esa sonrisa de su perfecta cara —reparo sin descaro, aunque con una mueca agraciada que me esfuerzo por contener al máximo.

Seokjin comienza a deslizarse hasta mí con lentitud y las palmas me empiezan a sudar inevitablemente.

—Hazlo —susurra, con su rostro a escasos centímetros del mío.

Mi cuerpo entero se siente en alerta por su sola presencia, porque él es capaz de ponerme en este estado de nervios con una sola mirada. Y no es una sensación desagradable, sino que todo lo contrario. Es algo totalmente nuevo para mí, y me encanta poder averiguarlo, descubrir este reciente terreno. Siento que me estoy conociendo más a mí mismo.

Arranco un beso de sus labios y esta vez es más largo que los anteriores; es más profundo, incluso más significativo. Siento que mi boca hormiguea debido a la intensidad de nuestro contacto y, también, percibo que él se coloca a medias sobre mí, aunque no completamente. Me doy cuenta de que intenta darme mi espacio al no encerrarme debajo de su figura, y encuentro a su accionar totalmente caballeroso y atento.

La energía del beso se construye de a poco, pero no aumenta su velocidad. Me besa y lo beso como si tuviésemos todo el tiempo del mundo para hacerlo, como si no importase en absoluto que son las cinco de la madrugada y que los pajaritos están comenzando a canturrear en el exterior. Lo beso como si no hubiese nada mejor en este momento que compensar a mis labios con su sabor y él me besa como si su meta final fuese explorar hasta el rincón más diminuto de mi cavidad con sus labios y lengua.

Mi boca deja la suya para comenzar a trazar una línea de besos delicados, hasta el punto en donde su mandíbula y su cuello se unen. Escucho que él suelta un gruñido ronco y, acto seguido, aprieta con fuerza las sábanas entre su mano izquierda.

—Espera —lo escucho decir, y mis acciones se detienen de inmediato.

—Lo sé —murmuro, aunque no me siento apenado—. Muy rápido.

—No, no es eso —contesta, traga saliva y planta un casto beso en mi boca—. Tengo que decirte algo.

Mi ceño se frunce en un gesto contrariado y luego me percato del brillo que delata inseguridad en sus ojos oscuros.

— ¿Estoy despedido? —Suelto, y la tensión disminuye un poco, ya que consigo hacerlo reír.

—No, niño tonto —susurra y me da otro beso. Luego, suelta un suspiro—. Yo... Realmente no sé cómo decirlo sin que suene como una locura.

—Sólo dígalo, está bien —espeto, acariciado su barbilla con mi pulgar.

—Escucha: si después de que te diga esto decides que quieres irte a tu casa, lo entenderé y te llevaré. Pero, por favor, mantén la mente abierta. Recuerda todo lo que te he dicho en este tiempo.

—Seokjin —suelto con firmeza, mientras que los latidos de mi corazón comienzan a acelerarse debido a la incertidumbre—. Dígame o soy capaz de desmayarme.

—Seré padre —habla, y parece tranquilo, pero hay algo en su mirada que me indica lo contrario. Está atento a mi reacción.

Pero mi expresión no se altera, por más de que no puedo formular una oración coherente de inmediato.

—Lo decidimos con Yunbi hace unos días, y no por la presión de su familia —continúa expresando, ahora, acariciando un corto mechón de mi cabello oscuro—. Ya sabes, ningún hombre puede darme un hijo y ninguna mujer puede darle un hijo a ella. Tener un bebé siempre ha estado presente en mi lista de deseos y, vamos, ya estoy algo grande.

Un atisbo de sonrisa tira de las comisuras de mis labios, pero no digo nada. Quiero que él prosiga, porque sé que todavía quiere contarme más.

—Como sabrás, en este país de mierda ni siquiera está legalizado el matrimonio igualitario. Así que, imagina cuánto tiempo tendrá que pasar hasta que una pareja del mismo género pueda adoptar a un bebé —mueve la cabeza en una negativa irritada—. Además, yo no... No he conocido a nadie que me llene tanto como para siquiera pensar en adoptar un hijo.

Asiento, y me mantengo callado.

—Pero Yunbi es el amor de mi vida, aunque me encanten los penes. Y no existe otra mujer con la que yo quiera hacer esto... Realmente tenía la esperanza de que esa criatura pudiera llamarme papá a mí, y decirle mamá tanto a Yunbi como a Minjoo, pero... Las cosas no salieron tan bien.

De repente, sus labios se convierten en una línea tiesa y decide parar. Su aflicción es palpable y eso me duele. Le acaricio el rostro con gentileza.

—Sea pequeño o pequeña, esa criaturita será alguien con mucha suerte —finalmente digo, y los ojos de Seokjin, cristalizados por las lágrimas que está conteniendo, me miran—. Y me pone muy feliz que hayan decidido esto por ustedes mismos y no para hacer feliz al resto.

Me da un beso que parece desesperado.

— ¿No estás molesto?

— ¿Por qué debería? —Mi ceño se frunce—. De hecho, me recuerda a unos personajes de Grey's Anatomy. La doctora lesbiana y su mejor amigo tuvieron un bebé, por ende, el bebé tenía dos mamás y un papá.

Una risa se le escapa a Seokjin.

— ¿Acaso existe alguna película, serie o persona famosa de la que no sepas absolutamente todo, niño? —Me cuestiona con gracia y entre besos.

Me encojo de hombros y hago un puchero.

—Estoy tan contento de que tomaste esto bien, Jungkook —espeta y, en definitivamente, suena aliviado.

— ¿Minjoo...?, ¿ella sabe?

Un suspiro lento y pesado brota de su garganta, mientras asiente con la cabeza un par de veces.

—Fue otra de las razones por la que todo se fue a la mierda —explica—. Ella realmente cree que por tener un hijo, mágicamente yo dejaré de ser gay y que Yunbi, por obra de hadas o duendecillos, dejará de ser lesbiana.

—No la culpe —puntualizo—. Debe sentirse insegura hasta el carajo... Usted no es nada feo.

Una carcajada incrédula se le escapa antes de que me robe otro beso casto.

—Gracias por escucharme.

La emoción y la sorpresa se mezclan dentro de mi pecho a partir de sus vocablos, y una punzada de alegría hace que mis mejillas se calienten un poco, aunque trato de controlarlo.

—Gracias por hablar conmigo.


Cuando abro los ojos, mis párpados pesan tanto que me cuesta unos segundos registrar la habitación donde me encuentro y recordar que no estoy en casa.

Estoy en la casa de mi jefe. En la cama de mi jefe. Junto a mi jefe.

Me doy la vuelta y, entonces, me encuentro con la figura del hombre con el que dormí. Él está apoyado contra el respaldo de su increíble cama, con su móvil del trabajo en manos. El cabello negro alborotado me indica que él despertó recientemente.

—Buenos días —Seokjin saluda una vez que me ve con los ojos abiertos, y su voz más ronca de lo habitual no me pasa desapercibida—. ¿Dormiste bien?

—Sí, ¿usted?

Asiente con la cabeza y se incorpora; me da una palmadita en la pierna, por encima de las sábanas, y luego se pone de pie.

—Voy a preparar café, ¿quieres uno?

— ¿No debería ir a buscarlo yo? Quiero decir...

—No estás trabajando hoy —me interrumpe con el fin de refrescar mi memoria y luego sonríe levemente—. Ya regreso.

—Seokjin, espere —digo antes de que pueda marcharse; se voltea hacia mí, elevando las cejas—. Voy a olvidarme, así que se lo diré ahora: mi madre los ha invitado a usted y a Yunbi a la boda. Dice que es lo que corresponde, después de lo que han hecho por mí... Ya sabe, los boletos del crucero...

Una máscara de serenidad se ha apoderado de su rostro, por ello, me apresuro a seguir hablando.

—Pero ni usted ni Yunbi deben sentirse en obligación de asistir —digo rápidamente.

—Le diré a sushi y revisaremos nuestras agendas..., apuesto a que será divertido —contesta con parsimonia pero, de repente, hace una mueca que me indica que está a punto de decir algo irritante—: Me encantaría conocer a toda tu familia, niño.

—Carajo —la palabra me abandona antes de que pueda detenerla y sueno más aterrado de lo que pretendía. Sé a lo que se refiere.

Ah, maldito cabrón, apuesto y buen besador.

Seokjin sonríe pícaramente y se va de la habitación mientras me dedica un baile torpe y chistoso. Por mi parte, me cubro el rostro con las manos, aunque estoy riendo.

Luego de unos segundos me giro sobre el colchón y me sobresalto un poco al encontrarme con la bola de pelos, mejor conocida como Gwanhi; ¿de dónde salió? Ni puta idea. El animalito pequeño parece animarse cuando me ve encuentra, por lo que no tarda en acurrucarse junto a mi cara, buscando caricias.

—Hola, loquito —digo, con un tono jocoso.

Dejo que todos los bostezos necesarios abandonen mi sistema y me doy el lujo de moverme sin límites por la extensa cama, puesto que Seokjin ya no está. Luego, estiro mi brazo hasta la mesita de noche para alcanzar mi teléfono.

La amplia pantalla se ilumina una vez que enciendo la misma y mis ojos se entrecierran un poco cuando lo miro directamente, pues todavía estoy algo somnoliento. Pero logro identificar que son las doce del mediodía y también que en el centro de la pantalla se encuentra el ícono que indica varios mensajes nuevos, todos del grupo que comparto con mis primos.

Decido que me pondré al tanto del grupo familiar más tarde, y mi pulgar presiona sobre el ícono de Instagram.

Con otro toque de mi dedo, selecciono la primera de las historias que aparece en mi inicio; la de Jimin. A ella, le sigue Nahyun, Dae, y finalmente Seokjin.

Su historia —que publicó hace diez horas— no dice mucho, solo consta de una fotografía de la copa que sostenía con su mano y la ubicación del bar en donde se reunió con sus amigos. Una sonrisa genuina me asalta; él seguramente se divirtió mucho.

Pero la sonrisa se borra un segundo después. Justo cuando la historia de Seokjin es reemplazada por la de Hoseok.

Una imagen similar. En el mismo bar. Hace diez horas.

Inevitablemente, la frustración invade mi torrente sanguíneo a una velocidad alarmante y una punzada de amargura me estruja el estómago. Inhalo profundamente y dejo escapar el aire en un suspiro firme, que delata una parte de mi enojo.

— ¿Tú sabías algo sobre esto? —Le cuestiono a Gwanhi, porque si no hago una broma al respecto, voy a tirar mi teléfono a la mierda.

El corgi mueve su cola y suelta un ladridito.

Con todo el esfuerzo de mi cuerpo, me levanto de la cama. Todo mi buen humor se ha esfumado para ser reemplazado por una intensa sensación de pesadez mezclado con amargura, y no puedo hacer nada para corregir aquello.

Es algo extraño... Hace cinco minutos todo era paz en mi mente tranquila; ahora, hay muchas cosas sobre las que quiero pensar hasta el cansancio. Todo relacionado a Kim Seokjin. Ese ogro atractivo y seductor. Ese ogro que es el primer hombre que realmente ha llamado mi atención, el primer hombre con el que me animé a navegar un nuevo océano. Sin embargo, no estoy seguro de que me guste, sólo sé con certeza que me atrae. Mucho.

Carajo.

La simple y posible idea de que Seokjin estuvo con Hoseok antes de regresar a su casa y comerme la boca durante una hora me provoca arcadas. Suspiro, otra vez. Me obligo a ignorar la hedionda sensación de enojo injustificado que intenta dominarme; me digo, una y otra vez, que no tengo derecho a sentirme de este modo.

Me detengo antes de salir de la habitación y me giro hacia Gwanhi.

—Por cierto, yo nunca besaría a tu padre si dos horas antes estuve besuqueando o algo más a mi prima —afirmo mientras lo señalo con mi dedo índice, y él ladea su cabeza en respuesta—. Solo quería que lo supieras. Pórtate bien.

La paz no nos dura señores 😠
Y antes de que se me confundan, la fiesta de Seokjin y Taehyung es distinta a la boda de Seokjin con Yunbi.
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