Capítulo 04
Lennon Campbell
—¿César? —llamé preocupada.
Me acuclillé para ver debajo de la cama, encontrando a mi amigo huesudo dentro de un cajón viejo.
—Tenemos que irnos, ¿por qué estás ahí? —pregunté, metiendo la mano para aferrarme a la caja y arrastrarla a mí.
Él empieza hacer ruidos con los huesos, enseñándome su desaprobación a nuestra partida hacia Tempus.
Y a este qué le pasa.
—Está prohibido faltar, ¡lo sabes! —declaré divertida. Enarqué las cejas cuando se afligió. —¿A qué se debe esa expresión? —parloteé, acercándolo a mi hombro para que pueda subir—. Sí, te hace sentir mejor, tendremos la tarde libre porque renunciamos a las actividades —él tiró con cuidado de mi cabello, tratando de llamar mi atención—. Le haremos compañía a Zila, ya te he visto regalarle flores. Te vas a divertir, Romeo —bromeé, por lo que se escondió para que no lo vea debido a la vergüenza.
La comisura de mis labios se extiende, siendo una sonrisa genuina, ya que César suele ser alguien demasiado infantil. A su vez, cierro la puerta de mi hogar, pequeño y acogedor.
¿Soy huérfana? Sí. ¿Vivo en la bajeza de Urbs? ¡Por supuesto! Ser la mascota del futuro emperador no me salvará de la pobreza.
—Qué fastidio —reí por mis pensamientos dramáticos.
De hecho, no me hagan caso.
La razón de tener una residencia propia se debe a que Urbs le brinda hogar a los huérfanos, quizás, no en las mejores posiciones y condiciones de la ciudad, pero algo es algo. No tendremos lujos, claro está, de todos modos contamos con un hogar, educación, salud y alimentos.
Es ahí en donde entra Tempus, quien se preocupa por nuestra enseñanza.
La Academia va a crear magos con habilidades excepcionales.
No piensen que ser un hechicero es una tarea fácil, es decir, ser huérfano tiene un peso de "honor" para el imperio. Ya que se debe a la lealtad que nuestros padres le brindaron al momento de realizar misiones suicidas con el objetivo de que no murieran inocentes.
Mis progenitores partieron al Imperio de Solis para proceder con una tarea, aún no sé los detalles, yo era muy pequeña, pero recuerdo el beso que me dio mi madre en la mejilla y el abrazo fuerte de mi padre antes de marcharse.
Se los veía preocupados y muy en el fondo comprendía que esa iba a ser la última vez que ellos estarían a mi lado. Y, así fue, el informe fue traído por Fatheree a mi puerta, él era íntimo amigo de mi padre.
No derrame lágrimas con la noticia.
Yo solo lo acepté y no hay día que no me arrepienta de no haberlos llorado como se lo merecían, porque ahora cuando trato de recordarlos solo siento vacío. Por esa razón, añoro con todas mis fuerzas aquel beso y abrazo que pude sentir por última vez.
De esta manera, me doy cuenta de que no soy alguien especial.
En Urbs los magos viven en duelo, lloran al despedirse o tratan de convertirse en los mejores para romper con el patrón de dejar desamparados a los más jóvenes.
La historia de cada persona que pisa la tierra a veces puede ser más fría y vacía de lo que parece.
—¿Lennon?
—¿Ah? —balbuceé, volviendo a la realidad. Encontrándome a mi amiga enfrente de mí, ambas paradas en la entrada de Tempus. —Hola, Zila —saludé.
Ella vuelca la cabeza a un lado, observándome incrédula, asumo, por la expresión ensimismada que me traía de camino a la Academia.
—Te ves pensativa —declaró divertida—. ¿Qué piensas? Sí, se puede saber —indagó, enseñando una expresión genuina.
Enarco una de las cejas, siendo jovial, a la hora de sonreír de lado gracias a la actitud astuta que presenta Zila para tratar de arrebatarme la verdad.
—¡Eres un encanto! —bramé siendo irónica, por lo que su expresión cándida se desvaneció con rapidez.
Se irgue con desdén debido a la derrota.
—Mis encantos no funcionan contigo, cariño —parloteó divertida.
Ambas reímos.
—Eres una engreída —escupí, a lo que ella rodeó mis hombros acercándome a su cuerpo.
—Creía que funcionaría porque estabas distraída —confesó, por lo que me encogí—. Pero me equivoqué.
—Será la próxima o la que le sigue —reí. Luego la señalé. —¿Te encargaste de Willow? —pregunté curiosa.
—Sí, la saqué de Tempus en cuanto te fuiste —declaró, hizo una pausa mostrándose resignada—. Aunque no fue fácil, Van der Veen puso muchas trabas. Según él, los acompañantes deben estar en observación porque se estaba tratando de su jurisdicción.
Asentí.
Los pasillos de Tempus están repletos de estudiantes que se dirigen hacia la Arena para continuar con las actividades o ver a quienes han pasado las pruebas del día de ayer.
A su vez, no está siendo cómodo caminar entre tantas personas, de hecho, se siente sofocante. Sin embargo, sonará contradictorio, pero el bullicio tiene su encanto. Ver a mis compañeros y compañeras emocionados por dar lo mejor de ellos me hace sentir... siendo sincera, yo no puedo describir este sentimiento con palabras.
Después de todo, Tempus es mi hogar.
Los aplausos de camino a la Arena llegan hacia nuestros oídos, por lo que Zila voltea con una sonrisa en el rostro.
—Eso es emocionante —declaró—, espero que griten mi próxima victoria —nos dijo a César y a mí, por lo que reímos.
—¿Por qué lo dices? —pregunté, conteniendo la risa—. Mi mejor amiga es una ganadora.
Ella no respondió.
Qué tedioso. ¡No hay lugar!
—¡Eh! Por aquí.
Mi atención recae en la persona que supongo nos está llamando a nosotras. Y me sorprendo cuando me encuentro con Benjamín, a lo que me aferro a la mano de Zila y me dirijo hacia él.
—Carajo —repliqué molesta—. ¿Por qué hay tantas personas? —bufé mientras nos sentamos a un lado de él.
—Buenos días para ti también Campbell —siseó, a lo que lo codeé divertida—. ¿Qué tal, Reagan? —saludó a Zila, quien asintió.
—El escándalo es porque el futuro emperador de Urbs va a estar presente, junto a los Antiguos Milagros.
Así que Date se encuentra aquí.
Le sonrío a la chica de cabellera corta que habló, quien está sentada a un lado de Benjamín. A cambio, me inclino hacia ella ignorando la presencia del presidente que se encuentra en medio de nosotras.
—¿Cómo te llamas? —pregunté eufórica, por lo que sus mejillas se tiñen de carmesí.
—Maeve McCan, un placer —musitó con dulzura, por lo que asentí.
—Mi amiga, Zila Reagan. Yo soy Lennon Campbell. El placer es nuestro, Maeve —respondí, curvando la comisura de mis labios.
No obstante, antes de recibir una respuesta, el carraspeo de Benjamín y Zila me obliga a sentarme. A su vez, mi huesudo amigo empieza a reírse a su manera porque está claro que él no puede hablar.
Las piernas de César cuelgan sobre mis hombres mientras se aferra a mi cabeza y mantiene apoyado el mentón en ella.
—McCan proviene de la Academia del Imperio Sin Die.
—¿Es por las actividades de los Milagros? —pregunté atónita.
Me sorprende que Sin Die haya aprobado el viaje de sus habitantes, quiero decir, su emperador está loco respecto a la entrada y salida de las personas bajo su gobierno. Es un imperio poco agraciado.
De hecho, su gente solo puede relacionarse entre parientes, puesto que su ideología se basa en que su sangre posee lo necesario para tener a magos únicos.
Por esa razón, la idea de que uno de sus habitantes sea capaz de relacionarse con otra persona que no comparta sus raíces... es una deshonra.
El chiste se cuenta solo.
—De hecho, el heredero de Urbs ha establecido una relación estrecha con nuestro imperio. Su gracia quedó encantado con la sangre de la realeza de Urbs —confesó Maeve, por lo que fruncí el ceño.
—¡Interesante! Al fin Sin Die va a olvidar la idea de relacionarse entre parientes —escupió Zila, dejándome helada.
La mirada de Benjamín también muestra sorpresa por lo dicho, o sea, de todas las personas que conozco jamás tuve en mente escuchar que Zila responda a la presencia de alguien más con hostilidad.
Los ojos pardos de Maeve se oscurecen, por lo que hago una mueca cubriendo a mi amiga en el instante que la contraria se muestra furiosa.
Sonrío.
—Es genial ser parte de una alianza —bramé, cortando la tensión.
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