8. Señor, juguetito, Mefistófeles

La voz de Shura, grave y autoritaria, llegó acompañada de un súbito crujido que sobresaltó a Kyrene y la hizo apartarse, pero no con la suficiente agilidad como para evitar que el caballero, que se había liberado rompiendo de un tirón la soldadura de uno de los barrotes del cabecero, la aprisionase bajo su cuerpo sujetándole las muñecas contra las sábanas y dirigiéndose a ella en un estremecedor susurro:

—Ah, Kyrene... De verdad, adoro tu ingenuidad... Aunque, a estas alturas, deberías tener claro que ese Mefistófeles tuyo no es de fiar...

—Pero él me dijo... —intentó articular ella, inmovilizada y casi hipnotizada por los caleidoscópicos ojos de Shura— Deathmask no miente...

—No miente, pero es el rey de las medias verdades, ¿no es así, amigo? —inquirió, mirando de reojo al italiano, que se llevó la palma al corazón como si agradeciese un cumplido— Cuando te dijo que podía definirme como "sumiso" solo te contó una parte de la historia... A mí me gusta más considerarme versátil: "switch", al igual que tú misma, ¿cierto?

Ella entreabrió los labios para responder, pero él la silenció con un beso hambriento y continuó:

—Nos hemos divertido con tus normas y ahora lo haremos con las mías: vas a ser sumisa para mí, a dejar que te controle y lo vas a disfrutar. En resumen, vas a ser mi juguete. ¿Lo has entendido? —el estómago de la joven dio un vuelco al escuchar aquellas palabras, imprevistas y, no obstante, capaces de removerla en lo más profundo de su interior— El diablo que está ahí sentado me ha dicho que sueñas con hacerlo así, pero te ama demasiado para atreverse a disciplinarte como mereces... Le da miedo hacerte daño —le mordió el lóbulo de la oreja al tiempo que le separaba las piernas con su propia rodilla para situarse entre ellas— Por suerte para los tres, Kyrene, yo no te amo, así que no tengo inconveniente en llevar esto a otro nivel.

—¿Deathmask te ha dicho que yo...?

—Me ha contado algunas de tus fantasías, sí, y estoy dispuesto a materializarlas para los dos. Solo tienes que prometer que me obedecerás en todo... —otra vez aquella voz, rasgada y varonil, desatando corrientes de deseo y privándola de cualquier rastro de raciocinio.

La chica se volvió hacia Deathmask, que hizo un gesto vago con la mano, dándole a entender que él no tenía nada que decidir. En algún rincón de su cabeza, ella se preguntaba si debería estar molesta con él por haberle relatado a Shura sus deseos más oscuros, pero la situación había tomado de repente un rumbo demasiado morboso que la intrigaba y le ofrecía un escenario que quizá nunca volviese a presentarse. El español, formal y tranquilo, era de su total confianza, y Deathmask no permitiría que le sucediese nada malo. Si había un entorno perfecto para dejarse llevar, era aquel.

—Prometo obedecerte durante toda la noche, Shura —declaró, sorprendiéndose a sí misma ante la suavidad de su propio tono.

Él sonrió, complacido, desanudando la corbata que le había sujetado unos minutos antes y que aún pendía de sus muñecas:

—Nuestra palabra clave será "emboscada". Dila si crees que no puedes aguantar más y me detendré de inmediato. No pienso extralimitarme, voy a cuidar de ti para que lo disfrutes, pero no haré caso de súplicas o llantos; tienes que decir esa palabra. ¿Lo has entendido?

—Sí.

—"Señor".

—Lo he entendido, señor.

—Así me gusta, juguetito —concordó él, asiéndola con ambas manos para situarla en el centro de la cama y buscando su cinturón.

—¿Qué vas a...?

—Los juguetes no hablan, muñeca —le recordó, usando la larga tira de cuero para atarla al cabecero, tal como ella había hecho al comienzo—. Ahora, deja que te mire... Dioses, estás perfecta...

Se apartó el cabello del rostro y se puso el pantalón de nuevo, observando a la joven y a su amigo con atención: el corazón de Kyrene latía con tal fuerza que casi le dolía, pero, en cambio, Deathmask se mantenía sereno y atento hasta el punto de dejar de tocarse mientras recordaba que en más de una ocasión habían hablado sobre ese tipo de prácticas y que, en efecto, él había confesado que le preocupaba tratarla con demasiada dureza; si bien sus encuentros eran fogosos, bestiales y, en ocasiones, incluso violentos, siempre se cuidaba de no excederse, temeroso de herirla o hacerle revivir experiencias desagradables.

No dejaba de ser irónico: el antaño considerado el mayor sádico del Santuario, el guerrero más cruel e inmoral, se había enamorado hasta el punto de refrenar sus fuerzas con Kyrene y ahora ella suspiraba atada por su mejor amigo, que estaba preparado para someterla sin tapujos. Era un evento que no solo satisfacía su anhelo de verlos juntos, como había pensado en un principio: les daba vía libre para cumplir un deseo que él no era capaz de protagonizar y el catalizador habían sido aquellas palabras en el templo de Cáncer, la mañana en que ella le aseguró que le complacería en todas sus fantasías. Si estaba dispuesta a recorrer ese camino, ¿por qué no organizarle una sorpresa? A partir de entonces, la tentación se volvió irresistible incluso para el reflexivo Shura: ya no se trataba de pasar la noche con Kyrene sin más, sino que Deathmask le aseguraba que ella quería probar los mismos juegos que a él le fascinaban. El italiano solo había tenido que avivar con las palabras adecuadas el anhelo que ambos sentían, como un demonio tentando a sus víctimas.

Inmóvil, ella yacía en la cama, dejando que el caballero de Capricornio inspeccionase su cuerpo con la confianza de un propietario, desde los sedientos labios hasta los empeines cubiertos de nylon negro. Sonriendo, tomó ambos pechos entre sus manos, bajando el corsé lo justo para hacerlos asomar y relamiéndose ante aquellas colinas ligeramente tostadas por el sol y coronadas por sendos pezones rosados y erectos. Con una mirada malévola, que a ella se le antojó por completo impropia de él, bajó la cabeza para ensalivarlos, tirando de ellos con los dientes y consiguiendo que se retorciese entre gemidos.

—Quieres que te folle, ¿verdad? —la desafió, desabrochándose el pantalón— Lo deseas tanto que no puedes soportarlo...

Ella asintió, excitada y anhelante ante aquel súbito cambio de roles.

—Ah, pero tienes que pedirlo, quiero oírte...

Deathmask se adelantó en su butacón para no perder detalle de la imagen: Shura, apoyado sobre el antebrazo izquierdo, empuñaba su miembro con la mano derecha, rozando el glande en un lento suplicio contra el clítoris de la chica, que movía la cadera hacia él en un esfuerzo por conseguir un mayor contacto. En su fuero interno, se felicitó por haber dedicado tiempo no solo a convencerles de cuánto se deseaban, sino a detallar los puntos débiles y las habilidades de cada uno, así como la imposibilidad de Kyrene para quedarse embarazada y el protocolo de análisis periódicos del Santuario que garantizaba la salud de todos los caballeros.

—Shura... señor, por favor...

La correa marcaba sus muñecas cuando tensaba los brazos, deseosa de atraerle hacia sí. Shura la besó una vez más, mirándola a los ojos con tal magnetismo que ella sintió que se derretía sin remedio, y la penetró de un solo envión, hundiéndose hasta el fondo y retirándose a continuación en un movimiento enérgico que fue recibido con un ansioso suspiro.

—¿Ves cómo te ha entrado? Estás tan mojada que me has manchado el pantalón... —declaró, haciéndola sonrojarse y sonreír al tiempo, mientras le golpeteaba el sexo con el suyo— Un poco más...

Repitió aquella secuencia varias veces, con su erección sujeta entre los dedos en un intento de controlarse para no embestirla brutalmente, consiguiendo desesperarla y que rogase:

—¡Por favor, Shura, hazlo ya!

Él esbozó una mueca de satisfacción, satisfecho de su destreza, y se dirigió a Deathmask en un tono cuajado de perversidad que provocó calambres de impaciencia a Kyrene:

—Eres muy generoso prestándome tu juguete, intentaré no romperlo.

—Dame un buen espectáculo y calla, pervertido.

Shura no se demoró más: recostado sobre ella, se adentró de nuevo en su intimidad, jadeando en su cuello y besándola con voracidad al tiempo que iniciaba un lento y profundo vaivén. Dejando caer su peso corporal, se cercioraba de hacerla sentir controlada y sometida, susurrando palabras obscenas en su oído:

—¿Sabes cuántas noches he soñado con tenerte a mi disposición? ¿Cuántas veces me he corrido pensando en devorarte hasta oírte llorar de placer? —preguntó, obteniendo un casi inaudible "no" por respuesta— Muchas, juguetito... Cuando te veía en el bar con esos vaqueros que te marcan todo el culo, cuando besabas a Death delante de mí... Cuando os sorprendí follando como animales en el almacén...

—Si hubieses... venido... —gimió ella, casi tartamudeando.

—Si hubiese ido, ¿qué? ¿Lo habrías hecho con los dos?

El caballero continuaba moviéndose despacio para acrecentar el hambre de ambos, mordiéndole el mentón y encendiéndose aún más al contemplar cómo las marcas que le dejaba se unían al permanente camino de chupetones con el que Deathmask acostumbraba a decorar la piel de su novia.

—Juguetito... —la urgió.

—Sí, lo habría hecho, señor... —admitió Kyrene, girando la cara con intención de ocultar el rojo que de nuevo teñía sus pómulos.

El voyeur sonrió desde su poltrona y se lamió la palma para retomar las caricias en su miembro.

—Debo castigarte por no invitarme a jugar con vosotros, preciosa —susurró Shura.

Sin aguardar a que contestase, se separó de ella, ignorando el ligero murmullo de disgusto que surgió de sus labios. Con cuidado, le desató las muñecas, las examinó en busca de magulladuras y las frotó brevemente para asegurarse de que la sangre circulaba con normalidad. Una vez que hubo comprobado que estaba bien, la tomó en brazos, la volteó con facilidad para dejarla con la mejilla sobre la almohada y la cadera levantada y le subió la falda hasta la cintura.

—¡Discúlpate por haber sido una completa maleducada, juguetito! —ordenó con contundencia, sobándole el trasero a manos llenas.

—Yo... siento haber sido tan grosera, señor...

—Claro que lo sientes... ¡Menos mal que yo estoy aquí para corregirte!

Extendió el brazo en busca del cinturón, lo dobló y lo tensó con rapidez, arrancándole un chasquido que hizo a Kyrene jadear de sorpresa y erguirse en busca del origen del ruido.

—Tranquila, solo estaba probándolo... Ahora voy contigo. Baja la cabeza.

Ella acató el mandato y se quedó en la postura indicada a la espera del primer azote, mirando con los ojos empañados de deseo, expectación e incertidumbre a Deathmask, que le lanzó un beso tranquilizador. Shura hizo silbar el cinturón un par de veces más y después descargó un golpe sobre la nalga derecha de la chica, que gritó y cerró los puños en torno al satén de la sábana.

—Muy bien, juguetito. Esta vez, sin armar escándalo —exigió, pasando los dedos por la huella rojiza que iba revelándose en la piel.

—Sí, señor.

El lado izquierdo recibió el siguiente correazo, que fue administrado con mesura y aceptado en silencio.

—Perfecto, muñeca, sonríe para mí.

La indicación llegó acompañada de cerca de veinte golpes, propinados con variaciones en el ritmo y la fuerza que le impedían prepararse para encajarlos. Kyrene, muda como él había demandado, aguantaba estoica, exhalando apenas algún leve suspiro, pues conocía aquella sensación: Deathmask la había azotado con anterioridad -y, asimismo, se había dejado azotar por ella-, aunque solo con la palma de la mano, y no era ajena al extraño placer que surgía tras el repentino ramalazo de dolor, ni al sentimiento de entrega que lo acompañaba. Su mente comenzaba a evadirse, liberando endorfinas que la hacían sonreír tal como se le había ordenado, lo cual no se le escapó al caballero, quien, sujetándola por el cabello con una mano, soltó el cinturón y se preparó para penetrarla de nuevo; sin embargo, la voz de Deathmask le detuvo:

—Amigo, quizá necesites algo de esto...

El español se giró, perplejo y divertido al ver que su compañero señalaba un pesado baúl de madera maciza con remates de metal envejecido que estaba usando de reposapiés.

—¿Esa es mi caja, pedazo de crápula? —el otro asintió— Siempre subestimo tus dotes para el allanamiento de morada...

—¿Y qué quieres? Me conozco tu templo como la palma de mi mano, he pasado demasiadas noches en él... —declaró Deathmask, abriendo la tapa con el pie descalzo.

Kyrene rompió su silencio, sin poder contener la risa:

—¿Ves como no sabes dormir solo?

—¿A ti no te habían dicho que cerrases la boquita, mi amor? —la reprendió su pareja, con fingido enfado.

—El juguetito tiene razón: te gusta dormir acompañado, pero no hay quien descanse contigo, porque eres como una hormigonera humana —se burló Shura, sin dejar de sujetar a Kyrene por las caderas para rozarse contra ella hasta hacerla gemir.

—¿Qué hormigonera ni qué báculo de la victoria? ¡Os he explicado mil veces que no ronco, joder! Es solo un rugido característico, como el motor de un Maserati...

—Claro, Death, lo que tú digas... —concedió Shura, pasando las uñas por la espalda baja y el trasero de la chica, que había desconectado de la conversación cerrando los ojos.

—Señor...

—Sí, juguetito... Enseguida te atiendo, pero primero deja que vea lo que tu novio ha traído. Descansa.

Acompañando la orden con un enérgico tirón de sus muslos para dejarla recostada sobre las sábanas, se acercó al baúl y rebuscó hasta dar con un collar de cuero, una correa, esposas y un flogger que se llevó consigo, no sin antes murmurar algo al oído de su amigo, que se pasó los dedos por el mentón con aire pensativo.

La piel de Kyrene se erizó al percibir las colas del flogger deslizándose a lo largo de su espalda con una dulzura que contrastaba con la severa expresión del caballero.

—Quiero que te pongas de rodillas y mires lo que tengo para ti.

Sin demora, fue obedecido: con los dorsos de las manos apoyados en los muslos, Kyrene expuso las palmas en actitud entregada, las piernas un tanto separadas, los ojos bajos y los labios entreabiertos.

—Eso está muy bien, juguetito... Veo que sabes mantener las formas —le acarició el pelo un instante, antes de continuar—. Ya que mis cosas están aquí, me gustaría mostrártelas... —le colocó el collar en el regazo— Estarías irresistible con esto. Voy a ponértelo, a menos que te niegues. ¿Estás de acuerdo, preciosa?

Ella contuvo una exclamación al distinguir los trabajados contornos del cuero, la pesada hebilla y la argolla que pendía del extremo opuesto. Jamás había llevado algo así y solo Deathmask conocía, gracias a las espontáneas confesiones que ambos se dirigían durante el sexo, su curiosidad respecto a ese tipo de accesorios.

—Sí, señor —respondió.

Evitando aludir al leve temblor que delataba la inquietud de la chica, él se acuclilló a su espalda, tomándola por la garganta para hacerle elevar el tronco y manoseándole los pechos. Sin disimular la maliciosa sonrisa que curvaba sus labios, los apoyó en la aorta, que palpitaba con vehemencia, y habló en un susurro lleno de solemnidad:

—Juguetito, te reclamo como mi propiedad hasta que amanezca —se cercioró con un par de pellizcos de que los pezones seguían duros y agarró el collar, con la vista fija en Deathmask, cuya mandíbula contraída en una mueca de ansiedad demostraba su excitación—. Ahora me perteneces. 

Y mañana sabremos qué más sorpresas va a darle Shura a Kyrene. Ya os adelanto que el fanfic termina con la pobre chica buscándose un carpintero que le apriete las bisagras, porque el español está dispuesto a desencuadernarla...

¡Gracias por tus lecturas y votos!

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