65. Pedazo de cabrón napolitano

Si los diccionarios incluyesen fotografías en cada una de sus entradas, la imagen de aquel bar ilustraría la definición de "repugnante", o quizá la de "vomitivo". Desde luego, el tipo de conversaciones que mantenían los clientes y la relajación de los propietarios en lo tocante a la higiene no dejaban demasiado lugar a otras asociaciones, pese a lo cual no faltaba gente bebiendo, apostando o buscando pelea, como era habitual un viernes de madrugada en esa zona de la capital griega.

—Estoy seguro de que estás haciendo trampas, pero no consigo pillarte... —refunfuñó uno de los cuatro hombres sentados en torno a la mesa de póker, aporreando ruidosamente el gastado sobre de madera mugrienta.

—Ahí está la gracia, pequeño, y por eso seguirás perdiendo siempre —respondió el aludido, un joven de cabello desordenado y afilada mirada del color de los zafiros que sostenía con suficiencia sus cartas, listo para salirse de nuevo con la suya.

—¿Serás farolero...? ¡Pedazo de cabrón napolitano!

—¿De Nápoles, yo? ¿De dónde te sacas eso?

—Napolitano, romano, veronés, tanto da... ¡Voy a romperte esa cara de macarra!

—¿En serio? ¡Vamos! ¡Sabes que me adoras! Te arrodillarías ahora mismo para pedirme matrimonio si no estuvieras ocupado palmando tus ahorros...

El grupo al completo prorrumpió en escandalosas risotadas, que se multiplicaron entre bromas amistosas y disparatadas amenazas durante varias manos más hasta que un creciente revuelo captó su atención:

—¿Qué cojones está pasando? ¿Por qué tanto jaleo? —preguntó uno de los miembros de la mesa, mirando a su alrededor.

—Por lo visto, se ha liado una buena en Mégara... —respondió una mujer alta y morena que no dejaba de consultar su teléfono móvil, elevando la voz para hacerse oír en medio de la marea de murmullos y comentarios— Estoy intentando conseguir más información.

—¿En Mégara? ¿Cuándo?

—Hace un rato, durante una fiesta privada en el casoplón del jefe de un clan. Han encontrado a todos muertos, una masacre alucinante.

Deathmask aguzó el oído ante esas palabras; al fin y al cabo, no estaba en aquel tugurio inmundo por gusto, sino de servicio, para mantenerse al tanto de los movimientos e intenciones de la caterva de indeseables a quienes, poco a poco, iba metiendo entre rejas con la discreción y destreza de un depredador invisible, y una matanza de criminales era el tipo de cosas que podía dar lugar a una cadena interesante de acontecimientos.

—¿Cómo te has enterado? —inquirió, dirigiendo a la mujer su sonrisa más seductora.

—Un superviviente se entretuvo en avisar a un par de amigos suyos y a partir de ahí, la noticia ha volado.

—¿No decías que habían muerto todos? A ver si te aclaras...

—Bueno, yo qué sé, te cuento lo que me han contado... Si tanto te intriga, ve allí tú mismo, tío listo.

El caballero enarcó una ceja y le dedicó un gesto burlón. La tipa era más desagradable que encontrar un pelo rizado en la sopa, pero tenía razón: sería mejor que se acercase a echar un vistazo. Aún faltaba un par de horas hasta el amanecer, tiempo más que suficiente para algunas indagaciones antes de volver a casa.

—Señores, deben disculparme —afirmó, levantándose y dejando sus cartas sobre la mesa para exhibirlas con arrogancia—: esta escalera de color me acredita como el legítimo vencedor, así que hagan el favor de abrir sus carteras y sus boquitas, porque aquí manda esta —remató mientras se llevaba la palma a la entrepierna con un obsceno gesto que provocó un coro de quejas y gruñidos entre sus compañeros de partida.

Tras recoger sus ganancias y despedirse de todos con firmes apretones de manos y promesas de revanchas, se echó al hombro la gastada cazadora vaquera y salió del local, caminando con pretendida calma en busca de un punto apartado en el que elevar su cosmos y transportarse a las afueras de Mégara, que distaba de Atenas una maratón exacta. Una vez allí, se dejó guiar por el característico hedor de la muerte, que tan familiar le resultaba, hasta encontrar la recóndita mansión que la mujer le había mencionado, cuyo acceso estaba custodiado por varias patrullas en una apabullante vorágine de luces estroboscópicas, uniformes y órdenes transmitidas por megafonía.

No pintaba bien.

Evitó los cordones policiales volviendo a usar su poder para materializarse en el jardín, tras el alto vallado, y se acercó al que parecía ostentar el mando, presentándose con las palabras tantas veces ensayadas frente a Shion desde que habían comenzado a colaborar en los asuntos del mundo "normal". No le llevó más de cinco minutos de conversación conseguir permiso para dar una ojeada en la vivienda, de la cual entraban y salían agentes de policía llevando bolsas selladas y cámaras fotográficas, como hormigas bien organizadas.

Joder, por la diosa. No pintaba nada bien.

Estaba a punto de entrar cuando divisó tres siluetas agachadas en un rincón, separadas del resto. Una mirada inquisitiva fue lo único que necesitó el jefe del dispositivo para aproximarse de nuevo, con ganas de compartir el dato estrella:

—El hijo del anfitrión, Xanthos Zabat. Nueve años. Estaba durmiendo en el otro extremo de la casa cuando sucedió todo. Mis compañeros le encontraron en shock, deambulando por los pasillos; dos psicólogas le están atendiendo en lo que localizamos a algún familiar. Se ha librado por tablas... En unos años retomará el negocio de su papi, pero por ahora no es más que una rata llorona.

Deathmask se limitó a encogerse de hombros sin variar un ápice su expresión, dio media vuelta y traspuso el umbral de la vivienda, preparado para afrontar una de las partes más desagradables de su nuevo cometido como cazador de delincuentes, pero el olor de la carne chamuscada le golpeó la cara como un puñetazo. Ante sus ojos, quince cadáveres componían la viva imagen del horror y el sadismo: un festín sangriento cuyo responsable se había ensañado en un espectacular derroche de creatividad y locura hasta convertir una reunión privada en un escenario que podría provocar pesadillas incluso a la mente más enferma.

Caminó entre los cuerpos, observando el modo en que cada uno había sido asesinado: miembros amputados, quemaduras, brutales traumatismos... un trabajo excesivo y apasionado que dejaba claro que el autor tenía una extensa lista de motivos y ganas de divertirse. Acuclillado junto a un brazo suelto que todavía lucía la manga del traje, el reloj y una alianza matrimonial, trató de comprender lo sucedido, sin mucho éxito.

De hecho, pintaba mal; muy mal.

Tan mal como que acababa de percibir los restos de un cosmos desconocido en el enrarecido ambiente de la casa.

—Mierda, Shion... me da que voy a hacer que te siente fatal el desayuno —masculló, llevándose las manos a la frente para apartarse el cabello.

Las normas del santuario eran claras: el patriarca no podía ser interrumpido durante una entrevista con los integrantes de la Orden Dorada salvo casos de extrema urgencia y Deathmask lo sabía. Sin embargo, decidió que sus noticias eran lo bastante importantes como para apartar a empellones a los centinelas que custodiaban las puertas de la sala de reuniones y entrar sin molestarse en cambiarse de ropa ni ponerse su armadura.

Shion, que conversaba en voz baja con Shura, se volvió hacia el recién llegado sin inmutarse, aunque un observador avezado habría advertido su ira por la intromisión reflejada en una mínima contracción de su entrecejo. Por su parte, el caballero de Capricornio mantuvo su habitual aire grave, mirándole de reojo. El contraste entre ellos no podía ser mayor: uno, cubierto de metal dorado, con la nívea capa pendiente del brazo en pulcros pliegues, y el otro, ojeroso tras una noche en vela, sin afeitar y vestido con unos vaqueros desgastados, camiseta blanca sin mangas y la cazadora atada a la cintura.

—¿Qué quieres, Cáncer? No recuerdo haberte llamado.

—Cierto, Patriarca, pero necesito ponerle al corriente de un suceso.

—Eso mismo estaba haciendo tu compañero, con respeto a los turnos establecidos —insistió Shion, como si hablase con un niño de ocho años.

Deathmask hizo caso omiso del conato de regañina y continuó, impaciente por explicarse:

—Ha habido una serie de asesinatos en Mégara, Patriarca. He ido al lugar de los hechos pensando que se trataría de un asunto de bandas, pero... oye, ¿y lo de Aldaghiero? ¿Ya lo tienes? —se distrajo, apuntando al español con el mentón.

—No es a ti a quien debo rendir cuentas —repuso el décimo guardián, hosco.

—Vale, vale, tranquilo... ¿Has probado a desayunar kiwis? Dicen que son fabulosos para el estreñimiento...

—¡Deathmask! ¡Compórtate! —le reprendió Shion, olvidando por un momento su trato distante y disimulando una pequeña sonrisa para recuperar enseguida la compostura— Capricornio, déjanos, por favor.

El aludido asintió, se inclinó y giró en dirección a la salida, sin omitir una ojeada suspicaz hacia el otro santo.

—Y bien, Cáncer... ¿Qué es tan grave como para venir de este modo?

El joven agachó la cabeza en señal de respeto antes de volver a hablar, consciente de lo inadecuado de su intrusión:

—Mégara, señor: alguien irrumpió durante una reunión en casa de Zabat, un líder criminal de larga trayectoria, y acabó con todos los presentes incluido el personal de seguridad.

—Esta conversación podría haber esperado a una audiencia con cita previa...

—Y lo habría hecho así de no haber sentido en la casa un cosmos completamente desconocido, Patriarca. No sé a quién pertenece, pero era siniestro, hostil y muy, muy poderoso.

El anterior portador de la armadura de Aries se sorprendió al escuchar una descripción tan similar a la formulada por Shura, pero no dejó traslucir sus impresiones. Su dilatada experiencia al frente de una institución como el Santuario le había enseñado a mantener una fachada imperturbable mientras recibía noticias, por increíbles o trágicas que fuesen, como se esperaba del hombre más cercano a la diosa y su fiel consejero. En silencio, alentó al otro a continuar, acariciándose el mentón con aspecto pensativo.

—Según me contó el inspector a cargo del caso, anoche se celebró una subasta humana en la casa. Encontraron veinticinco niños y dos adolescentes aterrorizados en el sótano. Por lo visto, explicaron que una mujer los había comprado como un lote y les había entregado una nota para la policía en la que se decía que habrá represalias contra las autoridades a menos que todos sean enviados a familias de acogida en el plazo de diez días —continuó Deathmask.

—Entiendo. ¿Se supone que fue esa mujer quien cometió los asesinatos?

—No está claro. Los niños no presenciaron nada; solo oyeron a los proxenetas gritar y suplicar y el aparcacoches está tan traumatizado que no suelta prenda. Lo que sí suponemos es que ella consiguió salir de allí, porque no se ha encontrado su cadáver.

—¿Podría estar la mujer huyendo del auténtico asesino?

—La policía no descarta aún esa hipótesis: que algún invitado se volviese loco al quedar privado de sus "flores" y decidiese masacrar a todos. En esas fiestas no suelen faltar el alcohol y otras drogas. Quizá ella se defendiese, pero es improbable.

—Entiendo; nosotros sabemos que el autor no es alguien normal... y que parece ostentar un interés particular en esas criaturas, ya que las dejó con vida, ¿no es así?

—Eso creo, Patriarca.

—Bien. Entonces, tenemos algunos muertos... —comenzó a recapitular Shion.

—Diecisiete, señor.

—Tenemos diecisiete muertos...

—Y un aparcacoches al que le sacaron los ojos.

—De acuerdo, el aparcacoches...

—Y los niños; veintisiete en total. No se olvide de los niños.

—¡Diecisiete muertos, un aparcacoches ciego y veintisiete criaturas! —exclamó el patriarca, con cierta impaciencia— Todo eso y un cosmos de origen desconocido, en un encuentro selecto al que, imagino, no sería fácil acceder, lo cual complica todo.

—Exacto, Patriarca.

—¿Había alguna lista de invitados?

—No, la lista nunca se pone por escrito. La costumbre en esos ámbitos es que el organizador de los eventos la memorice y no la comunique ni siquiera a los vigilantes. Los asistentes muestran una prueba en la entrada y eso es suficiente.

—¿Huellas?

—Cuando me marché estaban intentando recolectar las copas y los puros a fin de reunir algo de ADN, a falta de otras evidencias.

—¿Cámaras de seguridad?

—Desconectadas, para mantener la privacidad.

—De acuerdo. Completaste con éxito la primera etapa de tu misión en Suiza, así que hasta que llegue el momento de volver allí, indaga con tus informadores, mantente alerta para esclarecer esto y resérvate los datos que nos conciernen.

—Sí, Patriarca. Respecto a mi maestro...

—Capricornio no ha terminado de investigar. Tendrás acceso al informe cuando lo presente.

—Querría ir a Sicilia en persona, Patriarca, para echar un vistazo...

—No harás tal cosa. Asigné ese tema a tu compañero y tú debes centrarte en Mégara. No te entrometas en su trabajo, ¿he sido lo bastante claro? —atajó Shion, consciente de que la relación entre ambos acontecimientos era cada vez más evidente y de que no debía revelárselo a Deathmask hasta tener certeza total para evitar uno de sus viscerales estallidos.

—Pero, señor...

—Pero, nada. Ahora, márchate... Y haz el favor de ir a cambiarte. Si no estoy mal informado, tu entrenamiento comienza en media hora y no tienes permiso para llegar tarde.

—Sí, señor —dijo el contrariado italiano, inclinándose y dando media vuelta para salir de la estancia.

El patriarca respiró hondo y se sentó en uno de los tronos que presidía la sala de audiencias; se trataba de un butacón lujoso y cuajado de detalles, pero algo más sencillo que el que quedaba a su izquierda, reservado a la propia Atenea. Sus yemas acariciaron los gastados relieves dorados de los reposabrazos en un gesto repetido a lo largo de décadas que siempre le había ayudado a concentrarse y un suspiro de cansancio escapó de sus labios. Representar a una diosa era una tarea ingrata, agotadora y, en su caso concreto, demasiado dilatada en el tiempo, pero había sido designado para ello y afrontaría la nueva amenaza aunque todavía no pudiese calibrar su alcance.

Finalmente, tras quince minutos de reflexión, hizo sonar una campanilla para llamar a una sirvienta que se presentó enseguida con una ensayada reverencia.

—Por favor, localiza a Shura de Capricornio y pídele que vuelva.

El caballero no tardó en llegar y arrodillarse ante él con actitud marcial.

—Capricornio, estamos ante un problema mayor de lo esperado. Estoy seguro de que tu teoría acerca de la conexión entre las muertes de Keelan y el maestro Aldaghiero es correcta, pero hay algo más: necesito que vayas a Mégara e inspecciones el escenario del crimen al que se refería Deathmask. Si el cosmos que notó allí es el mismo que tú intentas rastrear, tomaremos cartas en el asunto esta misma noche.

El joven levantó la mirada y se incorporó enérgicamente.

—Iré ahora mismo, Patriarca. Juro que daré con el responsable de todo esto.

—Utiliza cuantos recursos necesites, pero mantén la discreción. Avisaré de tu visita a nuestro enlace gubernamental.

Una inclinación fue la sucinta forma de Shura de despedirse en cuanto recibió el permiso del patriarca para retirarse, disimulando su entusiasmo. Se acercaba poco a poco a la asesina de cosmos misterioso.

¡Gracias por seguir aquí! Kyrene ha consumado su venganza, pero el cosmos de Morrigan deja una estela perceptible que hará que la localicen antes o después. Falta poco para que la verdad quede al descubierto y las cosas se precipiten y espero que continúes acompañándome capítulo a capítulo. ¡Hasta mañana!

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