6. Tenéis mi bendición

La traducción de las expresiones en italiano está al final del capítulo. Gracias por leerme.


La figura permaneció estática apenas unos segundos, pero fueron suficientes para que Shura pudiese examinar con minuciosidad su armoniosa silueta, enfundada en un corto vestido rojo tan ceñido que parecía pintado sobre su cuerpo, y sus piernas, rematadas por unas altísimas sandalias de tacón ancho a tono.

—Mi señor...

Inclinó la cabeza hacia Deathmask con la misma socarronería que él y dejó que su voz revelase su identidad sin ningún atisbo de duda: en efecto, era Kyrene, cuya vestimenta y apariencia estaban tan alejadas de lo habitual como las que ellos mismos presentaban aquella noche. Sus ojos se cruzaron y él se vio impelido a levantarse, ofreciéndole asiento con un amplio gesto de su brazo.

—¿Te ha costado encontrar este sitio, gatita? —quiso saber Deathmask, dejándola deliberadamente entre ellos dos y accionando el pulsador que traería a Lila para pedirle una tercera copa.

Ella cruzó las piernas, colocó a un lado el pequeño clutch que pendía de su hombro y le besó los labios a la vez que le acariciaba la nuca.

—¿Con tus exactas y precisas instrucciones? En absoluto... Es más, todo el mundo parecía estar esperándome, empezando por el tipo de la puerta, que me ha sacado de la cola casi en volandas en cuanto me ha visto...

Deathmask se echó a reír con gusto.

—Estás preciosa, increíble... ¡Has superado todas mis expectativas! —reconoció, con sinceridad: el amplio escote en "v" realzaba los pechos de la chica, dificultándole el apartar la vista de ellos, y el tejido era de un llamativo tono bermellón que contrastaba con el verde de sus ojos— Nunca te había visto usar esmalte... —le tomó la mano para admirar la esmerada manicura que embellecía sus cortas uñas, que solía llevar al natural.

—Quería impresionaros...

—Y esto que te has puesto es...

—¿Lo dices por el vestido? No me parecía una noche para vaqueros y decidí darme un capricho.

—Te sienta como un guante, aunque intuyo que te durará poco tiempo encima... —la agasajó Deathmask, antes de dirigirse a Shura, que les escuchaba sin hablar—¿Sorprendido, amigo?

—Admito que sí. No sabía que vendrías, Kyrene. Estás... cautivadora.

—Ya conoces a este testarudo, no para hasta conseguir lo que se propone... Te veo imponente, deberías ir de traje cada día —respondió ella, con una expresión de fascinación en el rostro.

Él asintió, aspirando el suave perfume de sándalo que siempre la acompañaba; las piernas de ambos se rozaban sobre el asiento de cuero, dejándole notar el calor que emanaba del cuerpo femenino, con sus miradas conectadas como si el mundo a su alrededor no existiese. En aquel momento, la camarera entró con una copa y otra botella de champán, pero Deathmask rehusó la bebida con un ademán tajante y la despachó sin contemplaciones, esperando a quedarse solos para llenar los tres recipientes y alzar el suyo en un brindis:

—¡Por las noches que empiezan bien... y terminan todavía mejor!

Los otros dos secundaron su deseo con sendas carcajadas e hicieron chocar los cristales. Ahora, Shura comprendía la insistencia de su amigo para que saliesen y empezaba a sentirse invadido por una peculiar combinación de nerviosismo y expectación, atípica en él: lo que quisiera que fuese a ocurrir entre ellos, sucedería esa noche, y Deathmask, perspicaz y calculador, de seguro había planificado todo al detalle; de hecho, apenas había tocado su copa y se le veía más atento a su entorno que de costumbre. Bajo su apariencia relajada, Kyrene parecía compartir su misma inquietud, o eso dejaba entrever la forma en que balanceaba su sandalia izquierda, colgada de los dedos del pie. Los tres se observaban entre sí, compartiendo una conversación superficial salpicada de miradas repletas de segundas intenciones.

Pocos minutos después, Shura encontró un tema que le permitía ejercer cierto control sobre la situación: estaba describiendo a Kyrene algunos de los paisajes de Tesalónica, tierra natal de ella, por los cuales habían pasado durante su misión, cuando el italiano se les acercó un poco más para hablarles en un susurro, incrementando de modo exponencial la tensión erótica que se respiraba en la sala:

—Ahora que estamos en territorio neutral, sin presencias indiscretas... podemos hacer lo que nos apetezca, ¿verdad?

Ante la interrupción, Shura se cruzó de brazos y sonrió con cierto sarcasmo, consciente de lo decisivo que aquel momento resultaba para su compañero:

—Ah, pero tú sabes exactamente lo que quieres ver, ¿no es cierto?

—Sí, Death, cuéntanos qué esperas de nosotros —se sumó Kyrene, depositando su copa aún llena sobre la mesa e impostando un tono lleno de inocencia fingida.

Deathmask no se arredró; la penumbra del reservado no podía esconder el codicioso brillo de sus ojos cuando comenzó, con palabras escogidas al detalle:

—No es la primera vez que os digo cuánto me gustaría veros juntos... Y vosotros lo deseáis también. Prometo ser un buen chico y no molestar...

—Vamos, cangrejo, sabes que no podrías resistirte —le provocó ella.

—Es verdad que me costaría, pero soy un hombre de palabra. Solo quiero...

—Quieres que bese a tu novia ya: aquí y ahora —le cortó Shura, con voz grave.

Kyrene contuvo la respiración durante un instante, estupefacta ante el aplomo del joven. Escrutándose entre sí y a ella, ambos caballeros se inclinaron, tan serios como si fuesen a negociar un tratado de desarme nuclear, atrapándola entre sus cuerpos.

—Me encantaría. ¿Y a ti, gatita? —la interrogó Deathmask a su vez, pasándole los labios sobre la palpitante carótida.

—Me... me muero de ganas —admitió, decidida a no quedar como la más cobarde de aquella extraña terna.

—¿Y a qué esperáis? —la pregunta llegó acompañada de un suave mordisco bajo la oreja.

Intentando digerir la mezcla de inquietud y anhelo que sentía, Kyrene dio la espalda a Deathmask y se giró despacio hacia Shura. El corazón le batía en el pecho con tanta potencia que, por un momento, temió no ser capaz de hacerlo, pero la intensidad de la mirada que el español le dirigía terminó por disolver cualquier resquicio de duda. Le tendió los brazos, apoyándolos en sus hombros y ofreciéndole su húmeda boca, a la vez que él la tomaba por la cintura con inusitada delicadeza.

Deathmask no parpadeaba siquiera, perdido en aquella visión largo tiempo imaginada: Shura y Kyrene, juntos ante él, apurando los últimos momentos antes de su primer beso, eliminando milímetro a milímetro la distancia entre ellos y taladrándose con los ojos. En un ronco murmullo que erizó la piel de la chica, se aproximó de nuevo hasta casi tocar su oído y declaró:

—Tenéis mi bendición.

Como si esa enésima luz verde les liberase, Shura incrementó la presión que ejercía sobre el cuerpo de Kyrene y ella alargó el cuello hacia él, fundiendo al fin sus labios en un beso tan demorado y lujurioso que un escalofrío atravesó la columna de Deathmask. Estrecharon su abrazo hasta que los pechos de ella quedaron pegados al musculoso tórax masculino y él le acarició la nuca con la mano libre, provocándole un tenue suspiro.

—Shura... —musitó ella cuando se separaron para recuperar el aliento, minutos después—, no pares...

El caballero la miró con una expresión atenta en sus penetrantes ojos verdes, sin soltarla ni pronunciar una sola palabra: tan solo volvió a unir sus bocas, dejando que su amigo gozase de la improvisada exhibición. La repentina fragilidad de la mujer, que temblaba levemente en sus brazos, azuzaba aún más el deseo acumulado durante las semanas que había pasado imaginando cómo sería tenerla para él. Kyrene correspondía al cálido contacto, todavía impresionada por lo electrizante y delicioso que resultaba aquel beso, intentando aplacar el cosquilleo que provocaba en su estómago el hecho de estar entregándose a él delante de Deathmask. Sin embargo, no tuvo demasiado tiempo para pensar, pues, con un gruñido ahogado, el caballero la levantó para sentarla de lado en su regazo, tanteando con las yemas la sedosa piel de sus muslos.

Deathmask apuró su champán de un trago por primera vez en la noche, sin quitarles la vista de encima: se devoraban con calma, paladeando cada roce, en un intercambio de saliva tan lúbrico que el voyeur tuvo que acomodar su propio miembro en el pantalón, pues se encontraba ya erguido e hinchado, pidiendo una atención que él no podía ni quería darle por el momento.

Todo fluía con lentitud, elevando la temperatura ambiental poco a poco para los tres. La pareja, tras otra momentánea pausa para tomar aire, se abandonó a la siguiente sesión de besos, durante la cual Shura exploró a conciencia las piernas de Kyrene, en una serie de caricias que le robaron los primeros gemidos; cada vez más agitada, ella dejó de manosearle el pecho sobre la camisa para sostenerle la cara entre las palmas, con sus frentes juntas, y, como un vampiro a punto de atacar a su presa, le lamió el cuello, pasando por la nuez y el mentón, hasta llegar de nuevo a sus labios, que mordió con sutileza a cambio de un jadeo del caballero.

—Kyrene, me pones a mil —confesó él, en voz queda—, necesito follarte esta noche, hasta que no podamos más...

—No quiero otra cosa —respondió ella, esbozando una morbosa sonrisa.

Shura iba a decir algo más, pero Deathmask se le adelantó:

—Nos vamos. Ahora.

Sin mediar palabra, el décimo guardián tendió la mano a Kyrene para ayudarla a levantarse, le entregó el bolso y recogió su chaqueta; Deathmask ya les estaba sosteniendo la cortina de seda para dejar el reservado, cuando Fiorella les salió al paso con intención de intercambiar unas palabras con ellos antes de que abandonasen el local:

Oh, caro, stai andando via ora?*

Sì, abbiamo un impegno a cui non possiamo mancare** —respondió él, manoseando con tranquilidad el trasero de su novia, que se limitó a mirarle de reojo, acostumbrada a su desfachatez.

Capisco, ma torna presto. È sempre un piacere haverti qui*** —la dama se dirigió a sus acompañantes—. Y bien, chicos, ¿qué os ha parecido mi sala?

—Es cautivadora —la halagó Shura, en tono neutro, usando el mismo adjetivo con el que había descrito a Kyrene apenas un rato antes.

Ella dio un respingo al notar otra mano recorriendo la cara posterior de su muslo hasta el glúteo y sobándolo sin pudor: ¡¿Shura?! Eso sí que no lo esperaba... Sin un ápice de emoción en su rostro, el español apretaba entre los dedos aquel turgente pedazo de carne, como si no estuviese haciendo nada. Todavía alucinada, se recompuso con rapidez para responder a Fiorella, que la observaba a la espera de algún comentario de aprobación:

—Sí, es... imponente —dijo, para continuar con la broma privada que había comenzado el caballero de Capricornio.

—Me alegra que os haya gustado; nos esforzamos en tratar bien a nuestros clientes, sobre todo a los más importantes, como este "vip" —aseguró la mujer, señalando a Deathmask, que simuló quitarse un sombrero imaginario—. Volved cuando queráis, en serio.

Los jóvenes se despidieron y salieron por una puerta lateral, listos para enfrentarse al calor de la noche. Deathmask echó un vistazo alrededor y se giró hacia Kyrene, que tironeaba de su vestido con cierto nerviosismo mal disfrazado:

—¿Dónde has dejado el coche, gatita?

—En un garaje al final de la calle.

—Pues vamos. Supongo que tendrás todas tus cosas ahí, ¿me equivoco?

No se equivocaba. Caminaron juntos hasta el edificio, disfrutando en silencio de la leve brisa que les ayudaba a refrescarse tras lo acontecido en el reservado y Kyrene pagó el tique.

—Dame las llaves, anda. Yo conduzco —pidió Deathmask, con la mano extendida.

Ella, que había entendido sus intenciones a la primera, no se lo hizo repetir y se arrellanó con una sonrisa en el asiento posterior, invitando a Shura a acompañarla. El italiano arrancó y comenzó a transitar las calles de Atenas, llenas todavía de gente en busca de diversión.

—Ven, esta es nuestra noche; no quiero que te enfríes —la conminó Shura, observando el modo en que las luces eléctricas la iluminaban a través de la ventanilla.

Ella se abrochó el cinturón de seguridad, se acercó a él e hizo resbalar los labios por su garganta:

—Nuestra, sí, hasta que amanezca.

Conduciendo sin prisa, Deathmask dejó atrás enseguida el centro de la ciudad, con su atención repartida entre la calzada y la acción que tenía lugar justo detrás de él: Shura, abandonadas la cautela y la calma, había aprisionado los pechos de la chica, frotando los pezones por encima del vestido con los pulgares y mordiéndole el cuello, mientras ella le acariciaba el cabello entre gemidos. El caballero de Cáncer enarcó una ceja, satisfecho: conocía bien a Kyrene y sabía de sobra que ella jamás se habría atrevido a plantearle aquella situación por mucho que Shura le atrajese, así que se sentía pletórico al ser testigo de aquel momento deseado por los tres. Su voz entrecortada le indicaba que a esas alturas ya estaba húmeda gracias a su amigo, cuya erección, al igual que la suya propia, era más que evidente bajo la delgada tela de su pantalón de vestir. Kyrene también había advertido el detalle, pues justo en ese momento estaba pasándole las palmas por los cuádriceps en dirección a su entrepierna, mirándole a los ojos antes de volver a besarle como si de ello dependiese su vida.

—Joder... Estás tan duro... —articuló, con dificultad, al deslizar los dedos sobre su miembro.

—Tú me has puesto así...

—No os desnudéis todavía, que voy a hacer el registro.

Deathmask, que había guardado un reverencial silencio durante todo el trayecto, detuvo el coche en un estacionamiento subterráneo e introdujo su tarjeta de crédito en un control de acceso, tras lo cual la barrera se elevó para franquearles la entrada. Avanzó unos metros más hasta un recinto privado cuyo cierre desbloqueó tecleando una combinación en un panel, aparcó, bajó del vehículo y abrió solícitamente la puerta trasera, ayudando a Kyrene con una sonrisa.

Se encontraban en un garaje individual, tan frío y anodino como un quirófano. Deathmask sacó del maletero la bolsa de Kyrene e hizo un gesto a Shura para que le precediesen en dirección a la sencilla puerta metálica situada al fondo, que daba a un recibidor de decoración minimalista desde el cual se accedía a lo que parecía ser una habitación de hotel bastante peculiar, decorada por completo en elegantes tonos oscuros: la iluminación era suave y la cama -de tamaño suficiente para permitir a seis personas revolcarse sin temor a caer- estaba cubierta por sábanas de color azul marino; en un rincón, podía verse un diván de contornos curvados, pensado para adoptar todo tipo de posturas y, en el opuesto, un butacón de cuero tachonado y una mesa baja sobre la cual descansaban una cesta de fruta fresca y una cubitera con una botella de champán. Pero lo más llamativo era la zona próxima a la ventana, ocupada por una bañera redonda de tres metros de diámetro sobre la cual el techo formaba una bóveda en la que titilaban decenas de minúsculas luces a modo de estrellas.

Los tres contemplaron cada detalle. Shura sostenía la mano de Kyrene, que respiraba hondo, consciente de que de verdad iba a hacer la locura de acostarse con él delante de su novio.

—Poneos cómodos, chicos; este será nuestro paraíso durante las próximas horas —les invitó Deathmask, dejando la bolsa en el suelo y tomando asiento en el butacón para descalzarse—. ¿Queréis beber algo?

Aflojándose el nudo de la corbata, Shura se apoyó en el brazo del sillón junto a su compañero, que le rodeó la cintura con un brazo:

—Entonces, amigo mío, ¿estás a gusto con la idea de que os mire? Porque me muero por veros haciéndolo...

El interpelado respondió con su habitual seriedad:

—La verdad es que ahora mismo deseo tanto a Kyrene, que no creo que me acuerde de que estás aquí...

—¿Y tú, gatita? ¿Quieres seguir con esto?

—Claro que sí. ¿Os importa si me refresco? Solo tardaré un momento —pidió ella.

Besando en los labios primero a Deathmask y después a Shura, recogió su petate y entró en el cuarto de baño anexo, cerrando tras de sí y posando la frente en las gélidas baldosas. Dioses, ¿qué iba a hacer? El cuerpo le pedía a gritos estar con el español, pero le aterrorizaba la idea de estropear su amistad o, peor aún, su historia con su novio por un simple polvo de una noche. Su experiencia en relaciones era limitada, le costaba creer que él realmente aprobase una situación tan bizarra y encima se excitase ante la idea de verles juntos. Pero... si a Death no le pareciese bien, no habría conseguido aquella habitación, y ahora que había probado el contacto de Shura, sabía que quería ir hasta el final. Quizá todo fuese más fácil si después no le frecuentaba durante una temporada, hasta que dejase de sentirse extraña...

Suspiró y se arregló el pelo frente al espejo. Mierda. Jamás volvería a tener una oportunidad como esa. Había llegado hasta allí y no pensaba rajarse. Con decisión, se bajó la cremallera del vestido y lo hizo caer a sus pies, preparada para convertir aquella noche en un viaje que ninguno de los tres olvidaría.

*Oh, querido, ¿ya te vas?

**Sí, tenemos un compromiso al que no podemos faltar.

***Lo comprendo, pero vuelve pronto. Siempre es un placer tenerte aquí.

Gracias por dedicar tu tiempo a esta historia. Espero que te esté gustando. Ahora viene el lemon gordo, si tienes algún problema con las escenas explícitas, tendrás que saltarte unos cuantos capítulos porque la cosa se va a poner... dura. Y larga. Y bastante gorda. Bueno, ya sabes. ¿Y después? El drama. Pero eso tendrá que esperar hasta que Shura se baje los pantalones y se los vuelva a subir.

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