53. Indeseable
El aviso de visita sorprendió al anciano, que se encontraba jugando una partida de backgammon con un compañero, ya que las exhaustivas medidas de seguridad que imperaban en el lugar hacían que los permisos para ver a un interno se gestionasen con una demora de días o incluso semanas.
El ala 6 de la prisión de Korydallos, edificada para alojar a los militares condenados tras la caída de la dictadura en 1974, era ahora el lugar reservado a los "VIP": en vez de hacinarse como el resto de los casi trece mil reclusos que allí convivían, carentes de las mínimas condiciones de higiene o privacidad, los políticos, hombres de negocios, banqueros y estafadores acaudalados cumplían sus penas o esperaban sus juicios disfrutando de celdas individuales, patio propio, biblioteca y suculentos platos gourmet enviados desde el exterior; todo un despliegue de lujos para los delincuentes más influyentes de Grecia.
—No espero a nadie. ¿De quién se trata?
—Es una mujer.
El preso arqueó una ceja. Aquello sí que despertaba su interés.
—¿Una mujer, dices?
—Y muy llamativa, además.
—¿Cómo se llama?
—Penélope Tsakiri, señor.
—Tsakiri... No me suena de nada —dijo mientras se acariciaba el mentón, pensativo—. Está bien, voy para allá. Discúlpeme, señor Galifianakis. Hacer esperar a una dama es impropio de personas educadas.
—Por supuesto, amigo mío. Disfrute de su rendez-vous —accedió su compañero de juego, estrechándole la mano con cortesía.
A decir verdad, recibía visitas varias veces por semana, pero todas por cuestiones de trabajo, pues sus testaferros y gestores se entrevistaban con frecuencia con él para mantener sanos los negocios que le habían convertido en un prominente empresario del crimen organizado; por tanto, una belleza anónima era una excitante novedad que no pensaba perderse. Con paso tranquilo y escoltado por varios guardias de seguridad, conforme al protocolo, recorrió los pasillos del módulo hasta llegar a la zona habilitada para esas situaciones: una celda con olor a ranciedad y lejía, vigilada por cámaras que registrarían cada segundo de la reunión y amueblada con tan solo una mesa flanqueada por dos sillas simples atornilladas al suelo.
El recluso se sentó y se alisó metódicamente la camisa a la espera de que hiciesen pasar a la misteriosa mujer, mientras el funcionario se apostaba fuera, junto a los barrotes. No transcurrieron más que unos pocos minutos hasta que divisaron una figura en el corredor, acompañada por el rotundo repiqueteo de unos tacones. Él se puso en pie para saludar a la desconocida que se aproximaba y sonrió, observándola encantado: silueta esbelta pero fuerte, piernas torneadas cubiertas por unos pantalones de cuero negro, escotado top decorado con cadenas, el cabello castaño dividido en gruesas trenzas de estilo celta y una capa corta sobre los hombros que le otorgaba un aspecto mágico, casi etéreo. Marcaba el paso despacio, dejándose admirar, como si supiese con exactitud el motivo por el cual el semblante del hombre estaba pasando de la expectación al desconcierto.
¡Mierda! ¿Acaso era una alucinación?
El vigilante se inclinó ante ella igual que si fuese una autoridad, abrió la puerta con presteza y le franqueó el paso haciéndose a un lado antes de volver a cerrar.
—Buenos días, Keelan —saludó la mujer, entrando en la celda y tendiéndole la mano para que le besara el dorso, pero él fue incapaz de reaccionar, incrédulo—. ¿Te acuerdas de mí?
La escrutó en busca de algún signo que le demostrase que se equivocaba, pero todos le conducían a la misma conclusión: el rostro que tenía frente a sí ya lo había visto antes... y pertenecía a un cadáver.
—Tú... ¿Kyrene? ¡No puede ser!
Ella se despojó de la capa sin reflejar ninguna emoción y se acercó a la reja para susurrar algo al oído del carcelero, que asintió y los dejó a solas, en contra de las estrictas normas que regían aquel tipo de encuentros. Con el mismo aire sereno, guiñó un ojo a la cámara que quedaba frente a ella y tomó asiento con toda naturalidad, esbozando una casi imperceptible mueca de satisfacción ante la reacción de su interlocutor.
—¿Qué es lo que no puede ser, Keelan?
—Tú... estás muerta... ¡Yo te vi...! Ese jodido italiano traidor te sacó la vida, o el alma... lo que fuese... ¡No tenías pulso, no respirabas!
—¡Oh, eso...! Digamos, entonces, que he vuelto del infierno por ti —respondió ella, dedicándole una coqueta sonrisa.
—¿A qué has venido? ¿Qué es lo que quieres? —inquirió él, con una chispa de terror en los ojos.
La joven pareció sopesar su respuesta al tiempo que se toqueteaba con un gesto distraído las largas cicatrices paralelas que surcaban su esternón. La mirada del viejo siguió el recorrido de los dedos: recordaba a la perfección el momento en que su propia mano las había trazado, aquella noche en la que creyó que, por fin, se cobraría su venganza tras años de búsqueda estéril.
—Me pregunto cómo te sentiste al recuperar la consciencia y comprobar que aún seguías vivo... ¿Feliz? ¿Agradecido? ¿Frustrado por no haber podido abusar de mí hasta matarme, como planeabas?
—Escucha, eso no...
Ella cruzó los antebrazos sobre la mesa y se inclinó hacia él, cuyas pupilas contraídas estaban fijas en su enigmática expresión.
—Los hombres del Santuario no tardaron en llegar y entregarte a las autoridades, ¿verdad? ¡Qué humillación! Aunque saliste muy guapo en la primera plana de todos los periódicos de Europa... —afirmó, acercándose para apartarle del rostro un mechón canoso.
—¿Eres... un fantasma? —inquirió él, pero ella dibujó un ademán impreciso con la mano y continuó hablando, sin atender a la interrupción.
—Veo que no vives mal... ¿Ya has averiguado quién será el juez de tu caso? Estás moviendo los hilos para salir absuelto, ¿no es así, viejo sinvergüenza? Pretendes irte de rositas...
—Yo no... no he hecho nada, salvo cuidar de los míos, Kyrene...
—Lía murió por tu culpa. Mataste a Martha y a Bull y pusiste precio a mi cabeza: me condenaste a ser una sombra, una apestada...
—¡Tú eres la asesina...! ¡Mi hijo...!
—Tu hijo, sí; tu hijo tuvo su merecido a mis manos. Ah, qué placer sentí al rajarle, Keelan... si le hubieses visto... cuando comprendió lo que sucedía ya era tarde para él.
—¡Maldita zorra! ¡Yo solo quería honrarle!
—Dime una cosa, Keelan: ¿cómo se llamaba?
—¿Mi... hijo?
—Habla, viejo de mierda... Quiero oír de tus labios el nombre del cabrón que me violó. Aprovecha esta oportunidad para recordarle por última vez, antes de que os reunáis.
—Mi hijo se llamaba Keelan, como yo, en honor a la tradición familiar de nuestra sangre irlandesa —respondió él, soberbio.
—Ah, sangre irlandesa, qué ironía... Provienes de un país de ilustres guerreros y, sin embargo, nunca dejarás de ser un cobarde. Pero no te preocupes: he venido a perdonarte.
—¿Qué... qué dices?
—Mírame bien, Keelan —exigió, levantándose para exhibirse—, porque soy lo último que verás.
—No sé a qué te refieres... ¡Guardia! ¡Guardia, sáqueme de aquí! ¡La visita ha terminado! ¿Me oyes, pedazo de cabrón? ¡Quiero volver a mi celda! ¡Sácame o haré que te pongan a limpiar letrinas!
Sus gritos no fueron atendidos por nadie. Ella rodeó la mesa con parsimonia y se colocó tras él. Los dispositivos captaron su imagen en blanco y negro mientras le pasaba los brazos alrededor de los hombros y se agachaba, con los labios junto a su oído.
—Aquellos que no libran sus propias batallas se granjean mi desprecio, Keelan —sus manos recorrieron la burda tela del uniforme en un contacto lento, casi sensual, trazando el contorno de los músculos desdibujados por el transcurso de los años y la vida sedentaria.
—¿Qué coño haces...?
—Voy a cobrarme cada una de las almas que rompiste...
Los dedos de la mujer se deslizaron entre los botones de la camisa hasta posarse sobre el corazón y lo acariciaron con calma. Su voz sonaba dulce y magnética, como un arrullo. Diosa y portadora actuaban a la vez, sincronizadas con tal precisión que pensaban como una sola entidad.
—Todavía tengo poder... dinero, contactos... ¿Qué es lo que quieres? ¡Puedo dártelo!
—No tienes nada que yo pueda desear, salvo esto... —dijo ella, sin dejar de tantear la víscera palpitante.
—Detente, Kyrene, bruja maldita...
—No, viejo. Soy Morrigan, diosa de la guerra, la única con derecho a vaticinar el final de tus días...
—¿Diosa...? ¿Vaticinios...? —el tono de Keelan era de absoluto pánico, pero había algo en la cadencia de aquellas palabras que apuntaba directamente a su cerebro y le impedía moverse. Habría jurado que en un rincón, apostado sobre una de las cámaras, un magnífico cuervo azabache les observaba, solemne y severo, cómplice de aquel juicio sin garantías.
—...y ese final es ahora.
—No... —la voz se le estranguló en la garganta.
—Muere.
La orden, pronunciada en un murmullo, resonó en su oído en el mismo instante en que el músculo cardiaco ralentizaba su movimiento hasta detenerse como un reloj que hubiese agotado la cuerda.
Las tres cámaras captaron en una sucesión de frames a la dama susurrando al hombre y mesándole el cabello, con una expresión que los vigilantes encontrarían tierna, casi íntima, durante el examen posterior de los registros.
La boca de Keelan se abrió en una mueca de estupor y su cabeza cayó hacia adelante, inerte. Ella la acomodó sobre la mesa, con una sonrisa siniestra.
—¿Ves, Keelan? Tu partida acaba de embellecer este mundo. Te veré al otro lado.
Se enderezó y salió de la celda sin que nadie se interpusiera en su camino, avanzando en calma hacia el área de control de visitantes. Ni uno solo de los responsables de la seguridad se acercó para molestarla con trámites o formularios; al contrario, le permitieron el paso inclinándose con respeto ante ella hasta que abandonó el edificio.
—Tu cuenta con él está zanjada. Ahora, Deathmask y tú podéis comenzar de nuevo, reescribiros sobre hojas en blanco. Venganza y justicia... ¿No es agradable cuando confluyen, Kyrene? Deja que la sensación te invada; ya no tienes que rendir cuentas ante nadie por tus actos... El poder de una diosa te acompaña.
Bien, pues Kyrene ha vuelto a hacerlo, y esta vez por motivos puramente personales. Si en "La redención de Cáncer" ella misma estaba de acuerdo en no causar más muerte, ahora parece haber cambiado de idea en lo que a la justicia y el perdón se refiere. ¿Qué consecuencias le acarreará esta actitud? ¿Qué opinará Deathmask al respecto?
Mañana, "Las reglas de una solitaria" y aquí un pequeño spoiler:
"—Te desea, Kyrene. Tómala.
Una cálida oleada recorrió la columna de Kyrene. De nuevo, el anhelo de la diosa se mezclaba con el suyo propio, incitándola."
Gracias por estar aquí, leyendo, votando y comentando! Prometo que en lo que queda de mes vas a ser testigo de un auténtico descenso a los infiernos. Espero que sigas acompañándome y que disfrutes con esta narración.
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