38. La intrusa invisible
La plácida rutina con que se desarrollaba la vida de Kyrene en Rodorio había desaparecido, dando paso a días cuajados de experiencias nuevas e inquietantes que la arrastraban en un bucle de miedo, mal humor y asombro difícil de gestionar.
Despertaba cada mañana suplicando que la llegada de Morrigan hubiese sido una pesadilla para, minutos después, percibir de nuevo con nitidez su presencia. Sus capacidades físicas mejoraban por momentos y la necesidad de ponerlas a prueba, ya fuese corriendo, trepando a los árboles o nadando, resultaba tan visceral y acuciante que en ocasiones se veía impelida a dejar lo que estuviese haciendo para escabullirse. En cambio, por las noches, el pánico a lo que pudiese tramar la diosa mientras ella dormía la llevaba a aguantar despierta durante horas entre bostezos y disparatados planes para expulsarla, hasta que el sueño la vencía o Deathmask la estrechaba en un gesto tranquilizador gracias al cual, por fin, conseguía relajarse.
Morrigan era una compañía sutil, pero ineludible. Tal como dijo, había aprendido a manejar el cuerpo de la griega con soltura, de modo que no se percibiese nada extraño cuando le arrebataba el timón del barco en que ambas navegaban, aterrorizando a Kyrene, que comparaba la sensación con la de estar encerrada en una celda: una opresión casi palpable, angustiosa.
Sin embargo, poco a poco comprobó que, por lo general, Morrigan permanecía inactiva durante el tiempo de vigilia a menos que llevase la conversación hacia asuntos relacionados con ella: en varias ocasiones trató de confesar todo a Deathmask, consciente de que él no dejaría de indagar hasta obtener respuestas, pero la intrusa tomaba el control con agilidad, cambiando de tema y distrayéndole con ardientes besos que lograban quitarle las ganas de preguntar durante un rato.
—Dijiste que guardarías el secreto, Kyrene. Se lo contaremos cuando esté preparado.
Una vez más, Morrigan había frustrado su intento con recursos a los que Deathmask no sabía resistirse, haciéndole olvidar de qué estaban hablando, y ahora él dormía con una serena sonrisa en los labios y una mano sobre el vientre de la joven, pegado a ella como si custodiase un talismán.
—¡Pero no es justo! Este es el tipo de cosas que debería compartir con él, ¿no te parece?
—Si quieres que te trate como una aliada y no como una simple funda, mantén la palabra que me diste.
—Claro, porque confiar en alguien que dice ser la diosa de la guerra e invade tu cuerpo así, sin más, es lo más fácil del mundo...
—Maldita descreída, ¿quieres pruebas? ¡Está bien, te las daré! Ve donde él no pueda vernos.
Kyrene se zafó con cuidado de los brazos del caballero, le cubrió con la sábana y pasó al cuarto de baño. Acodada sobre el lavabo, contempló en el espejo su melena caótica, las ojeras que delataban su falta de sueño y el extraño modo en sus iris parecían nublarse y quedar opacos y plúmbeos, hasta que la imagen se emborronó dando paso a un remolino grisáceo que se extendió por todo su campo visual.
—Voy a demostrarte quién soy y cómo he ayudado a míticos guerreros.
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De nuevo, aquel dolor lacerante cruzó su cráneo de un lado a otro, pero no podía hacer nada salvo apretarse las sienes con las palmas y tratar de no quejarse. Inmóvil, su cabeza fue atravesada por un vertiginoso rosario de imágenes que exhibían la grandeza de la entidad que la habitaba antes de detenerse en un punto en concreto, verde y salvaje.
De algún modo, supo que lo que veía era la costa desde los acantilados del sureste de Irlanda. Ella misma había estado allí, en Waterford, visitando los restos vikingos de la Isla Esmeralda apenas unas semanas antes, pero ahora tenía una hermosa vista aérea del agua batiendo contra las rocas, así como del pequeño contingente de quizá un centenar de guerreros cambronormandos que se preparaban para repeler a los irlandeses, primeros habitantes del lugar. Recordó las explicaciones que les había ofrecido el guía durante su viaje: eran invasores asentados en Baginbun Head junto con sus familias en torno al año 1170. Se decía que el cruel líder irlandés Diarmuid Mac Murchada cegaba y castraba a sus enemigos para que no engendrasen hijos, por lo cual sus compatriotas le retiraron su apoyo y, acorralado, hubo de recurrir al rey inglés Enrique II para que le ayudase a defenderse de los normandos.
Sintió que planeaba para posarse en lo alto de una peña y comprendió que estaba reviviendo el evento a través de los ojos de un cuervo cuando oyó su penetrante crascitar al inicio del conflicto, como un siniestro pistoletazo de salida: tres mil combatientes, entre irlandeses sin entrenamiento ni experiencia y hombres del norte enviados para asistirles, luchaban contra la exigua comunidad normanda. Los intrusos, taimados y decididos a no ceder, no tuvieron empacho en iniciar el combate sacrificando un rebaño de ganado para sembrar el caos y usaron su indiscutible pericia en el manejo de las armas para obtener el triunfo pese a su inferioridad numérica y capturar además setenta prisioneros. El ruido de armas chocando entre sí, huesos quebrándose y alaridos de dolor se elevó de la tierra y alcanzó los cielos como una canción perversa, tras lo cual una masacre de cuerpos destrozados se extendió a su alrededor, tiñendo de rojo la hierba.
La escena se desvaneció y todo se oscureció por un instante.
La joven estalló en un llanto silencioso, pero incontrolable. Se mesó el cabello y reprimió un sollozo, dejando que su espalda resbalase por la pared hacia el suelo hasta apoyar la frente en el borde de la bañera como si un hondo pesar la atenazase. A cada latido, el pecho le dolía y tenía que forzar la respiración para enviar aire a sus pulmones.
Su amante había caído en combate, abatido por uno de los norteños.
—Se llamaba Alice y había llegado con los cambronormandos, desde Abergavenny. Ella fue el instrumento de mi justicia contra aquellos irlandeses pusilánimes que se dejaron vencer y capturar.
Estaba muerto. El propio comandante Raymond le Gros dio noticia de las bajas, sin conmoverse ante las muestras de dolor de las viudas.
—El guerrero ha de morir matando. Ser capturado o quedar mutilado son deshonores que le impiden disfrutar los placeres reservados a quienes triunfan, pues solo los héroes de mayor valía pueden entrar en el paraíso. Ellos perecieron sin honra y jamás conocieron esa felicidad.
Sin embargo, Kyrene sabía que a Alice la victoria no le importaba. Y lo sabía porque ella era Alice. Quería venganza. Escuchó la propuesta del comandante de devolver a los cautivos a Waterford como gesto de buena voluntad y se echó a reír como una demente. ¿Liberarlos? ¡Debían ser ejecutados! Ella misma lo haría, si nadie más se atrevía a encargarse del trabajo sucio. El silencio a su alrededor se volvió opresivo, igual que un corsé; notaba las miradas de todos fijas en su rostro, juzgándola una imprudente, pero no se arredró.
Ella era Alice de Abergavenny, la encargada de restablecer el equilibrio. El cuervo volvió a cantar, otorgándole permiso para iniciar su tarea, y Kyrene vio el hacha en sus manos. La sopesó como un tesoro y la blandió con los brazos en alto, profiriendo un aullido desgarrador. Con la cara aún húmeda por el llanto, se aproximó al primero de los hombres que esperaban en fila maniatados junto al acantilado y sonrió.
—Ahora, Alice. Su iniquidad no ha de quedar impune.
Nadie tuvo coraje para detenerla.
El arma dibujó una curva perfecta ante el pasmo de los presentes, que se preguntaron cómo era posible que una simple campesina pudiese manejarla con tal soltura, y seccionó de un solo tajo la rubicunda cabeza. Ella se agachó para recogerla y la exhibió en su puño antes de arrojarla contra las piedras, gritando de júbilo al verla rebotar hasta llegar al agua.
El segundo cautivo tragó saliva cuando le sujetó por el pelo. No tuvo tiempo de decir una sola palabra antes de reunirse con su compañero en el fondo del mar.
Uno tras otro, decapitó a los setenta hombres, riendo y llorando, con las faldas tan empapadas en la sangre ajena que le costaba caminar. Aun así, consiguió reunir la fuerza suficiente para trepar por la pila de cadáveres y mirar desde allí las voraces olas que lamían la pared de piedra.
—Mi fuerza es tuya. ¡Húndelos para que sus almas nunca lleguen al otro lado!
Y lo hizo. A despecho del dolor, del agotamiento, de la tristeza, a pesar de las llamadas de sus compatriotas para que dejase aquella locura y volviese al campamento, ella hizo rodar cada uno de los cuerpos apilados y los dejó caer, satisfecha al saber que serían devorados por las criaturas marinas. Una muerte indigna para quienes habían osado acabar con la vida de su amado.
—Este es mi poder, Kyrene, y lo comparto con quienes afrontan la adversidad por una causa justa. Yo acompaño a los bravos al más allá cuando fallecen en combate y privo de mis favores a los que actúan con cobardía. Cuando percibí el dolor y la cólera de Alice, creí que su alma podría completarme, pero me equivoqué: carecía de la fortaleza para ser mi portadora y murió poco después. El inconmensurable esfuerzo que realicé para entrar en ella resultó inútil y consumió mi cosmos, volviendo a sumirme en mi destierro durante incontables décadas.
Kyrene abrió los ojos y se levantó despacio, todavía confusa por la intensidad de lo que acababa de sentir. Se miró las manos, sorprendiéndose al encontrarlas limpias, y tanteó su amplia camiseta para cerciorarse de que no era un vestido medieval.
—¿Me crees ahora? Entonces, ve y descansa. En otra ocasión te mostraré las míticas batallas por las que se cantan mis alabanzas. Y llegará el momento en que tú también puedas impartir justicia, armada con mi poder.
Gracias por acompañarme. La primera vez que escuché la historia de Alice me quedé tan alucinada que no pude olvidarla y cuando comencé a escribir sobre Irlanda y su mitología supe que debía incluirla de un modo u otro. Espero que la historia te esté resultando interesante.
Mañana, Kyrene se reencontrará con Shura tras una temporada sin verle. ¿Saltarán chispas entre ambos? ¿Se entregarán al sexo desenfrenado una vez más? ¿Qué opinará Deathmask de todo esto? La respuesta a estas preguntas, en "Pasta, sopa y ensalada".
Recordad: cuando votáis los capítulos de este fic, su autora se mantiene bella y lozana sin necesidad de bañarse en sangre.
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