28. Bien hallada
La luz de la luna perfilaba en azul pálido los contornos del cuerpo de Kyrene, que trataba de dormir envuelta en una amplia camiseta que era obvio que no le pertenecía.
Conciliar el sueño le resultaba cada vez más difícil, esa era la verdad. Desde hacía varios días, dejaba pasar las horas dando vueltas entre las sábanas, perdida en pensamientos y ensoñaciones que se entremezclaban y le impedían descansar, con las extrañas palabras de Eithne resonando en su cabeza. A pesar de las divertidas y extenuantes excursiones de todas las jornadas, repletas de largas caminatas al aire libre, visitas a sitios que jamás habría pensado que conocería y delicias de la gastronomía local, Morfeo se resistía a acunarla cuando la noche se adueñaba de aquella parte del mundo, sin que ella entendiese por qué.
Con un bufido de fastidio, tiró de los bordes de su improvisado camisón, alisó el edredón y giró la almohada en busca de una comodidad que no terminaba de llegar. A su lado, Deathmask dormía plácidamente, despatarrado en la cama con el broncíneo torso al aire y una mano colgando hasta casi rozar el suelo. Bueno, al menos no estaba haciendo ruido... por el momento. Se inclinó sobre él y aspiró el agradable aroma a madera de su piel, colocándole el brazo con cuidado de no despertarle y envidiando su facilidad para abandonarse al reposo, cuando un sonido inesperado la sobrecogió:
—Kyrene...
El beso que estaba a punto de depositar en el mentón del joven se le congeló en los labios y el corazón pareció detenérsele durante unos segundos que se le antojaron interminables antes de comenzar a golpearle el pecho como unas baquetas: acababa de escuchar, con total nitidez, un murmullo que la llamaba por su nombre... Incorporada sobre los codos, miró a Deathmask, cuyos movimientos oculares, perceptibles a través de los delgados parpados aun en la penumbra, hacían evidente que estaba soñando. No podía ser, se dijo a sí misma; no podía ser: la falta de sueño le estaba jugando una mala pasada. Volvió a recostarse, cubriéndose hasta los hombros y abrazándose a él mientras tanteaba el cuchillo que había robado de la cocina y ocultado bajo la almohada, llevada por una vieja manía que aún no había conseguido abandonar.
—Donde el cuerpo nace de la tierra...
¡Otra vez aquella frase! Desde la primera noche en la destartalada taberna, esas palabras se obstinaban en rondarla, inquietándola con sus mil posibles significados, pero ahora... ahora era como si una voz las susurrase. ¿Habría alguien con ellos en el dormitorio? El miedo se intensificó, impidiéndole pensar con lógica o moverse. ¿Qué debía hacer? Conteniendo el aliento, trató de aguzar el oído y de estabilizar su ritmo cardiaco en busca de algún sonido proveniente del jardín al que responsabilizar de su creciente paranoia, pero afuera todo estaba en silencio, como correspondía a esa hora intempestiva. A su alrededor, las sombras delineaban los bordes del voluminoso armario, la cómoda, las sillas y el perchero, confeccionados en robusta madera de roble -a la cual se atribuían desde la antigüedad propiedades contra los malos espíritus, según las explicaciones de los O'Flaherty-, pero no se vislumbraba ninguna figura humana. La joven respiró despacio hasta que, poco a poco, el pánico cedió, dando paso a una curiosidad irrefrenable que iba en aumento: debía de haber algún motivo por el cual continuaba pensando en el encuentro con la anciana; no podía ser una casualidad.
Soltó el arma e inspiró con cautela al tiempo que se sentaba en la cama, oteando la luna y luchando por razonar: la voz no pertenecía a ningún intruso, provenía de su cabeza. Eran sus propios pensamientos, nada que debiese inquietarla; no se había vuelto loca.
—Ve donde el cuerpo nace de la tierra...
¿O sí?
Joder... Quizá sí que estaba perdiendo la chaveta, después de todo... Chasqueó la lengua con fastidio y, tras comprobar que Deathmask seguía dormido, se levantó y se acodó en la ventana, dejando que la humedad de la madrugada la refrescase.
—Kyrene...
Era indiscutible: por mucho que quisiese convencerse de lo contrario, algo o alguien estaba llamándola. Cerró los ojos un momento y tragó saliva antes de atreverse a afirmar, en un cuchicheo entrecortado:
—No eres nada... no eres más que un producto de mi imaginación.
—En absoluto. Yo existía antes de que tus ancestros caminasen por el mundo.
Una descarga de terror se extendió por su cuerpo, desde la cabeza hasta los tobillos. Se aferró al alféizar con vehemencia, sin abrir los párpados hasta que reunió el coraje para inquirir:
—Entonces, ¿qué eres?
—¿De verdad quieres saberlo?
Asomada a solas, con la oscura melena desordenada y el rostro levantado hacia la luna, la joven griega podría haber sido la viva estampa de la contemplación romántica, pese a las inquietantes ideas que surcaban su pensamiento. El cielo, despejado por completo, permitía distinguir con nitidez la Vía Láctea bordada de lejanas estrellas, tal como aseguraban los folletos que les había entregado Paddy: "los firmamentos más oscuros y brillantes del hemisferio norte". Y en verdad eran insondables y tranquilos, admitió Kyrene, frotándose los brazos para calentarse. Pero ella no soportaría otra noche sin descansar; necesitaba despejarse y, a ser posible, obtener algunas respuestas. De hecho, tenía la apremiante sensación de que había llegado el momento de buscarlas.
—¿Por qué estás en mi cabeza? —formuló la pregunta para sí misma, consciente de que no hacía falta verbalizarla.
—Ven a mí y te lo contaré.
—¿Dónde...?
—Donde el cuerpo nace de la tierra, escondida yace el alma...
Almas, cuerpos, escondites... Definitivamente, nada de aquello tenía lógica, pero intuía que las claves que ansiaba la aguardaban muy cerca; debía averiguar qué significaban esas palabras, pensó, apoyando la barbilla sobre los antebrazos y resignada a no dormir por el momento.
—Donde el cuerpo nace de la tierra... de la tierra... ¿Un cementerio...? No; el cuerpo... ¡Joder! ¡Paps of Anu! —exclamó, satisfecha de sí misma y cubriéndose la boca enseguida para no volver a hacer ruido.
¡Era eso! Las colinas representaban los pechos de la diosa, como si surgiesen del terreno... Quizá si iba hasta allí podría desentrañar, por fin, aquel galimatías.
—Muy bien, Kyrene... Ahora, ven a mí; te estoy esperando.
Dudó unos instantes, pero por fin decidió acatar la orden misteriosa y se aproximó a la silla donde había dejado su ropa antes de acostarse; en el mejor de los casos descubriría qué estaba sucediendo, y en el peor, caminaría un rato hasta coger el sueño. No había por qué tener miedo, se dijo. Se vistió en silencio, se puso un grueso jersey sobre la camiseta para resguardarse del frío y buscó las botas. Después, con la destreza adquirida en su vida de ladrona profesional, introdujo la mano bajo la almohada para tomar el cuchillo, lo enganchó en la trabilla trasera de los leggings de modo que fuese accesible sin estorbarle al caminar y, tras confirmar de una última ojeada que no había despertado a Deathmask, abrió con sigilo la puerta del dormitorio, bajó la escalera hasta la entrada y descorrió el sólido cerrojo de la puerta principal, en cuyo rellano se sentó para calzarse.
—Eh, Laoch, ¿tú tampoco puedes dormir?
El hermoso setter rojo había abandonado su caseta y se acercaba a ella, rozándole el estómago con el hocico para recibir caricias y lamiéndole las palmas.
—Ya lo sé, chico, yo también te quiero... Si lo mío con ese cangrejo loco no funciona, prometo volver y llevarte a Grecia conmigo... —rio, frotándole el pelaje y dejándose mimar— Ahora voy a dar un pequeño paseo; guárdame el secreto, ¿sí? —pidió, con la frente apoyada en la cabeza del perro.
Se levantó asegurándose de que nadie la había visto salir, se despidió de Laoch -que la contemplaba montando guardia junto a la puerta-, cruzó el jardín y se adentró en el bosque que rodeaba la casa para llegar a la estrecha carretera que comunicaba Clonkeen con las aldeas colindantes, advirtiendo que un magnífico cuervo la observaba desde un árbol al margen del sendero, atento a cada uno de sus pasos.
Por suerte, la luna aún estaba en cuarto menguante y su suave resplandor le permitía reconocer las curvas del camino y esquivar las ramas que crecían a la altura de su cabeza, pero las frecuentes lluvias habían embarrado los márgenes de la calzada en algunos tramos, creando zonas lodosas que, pese al cuidado que ponía en evitarlas, terminaron manchándole las cañas de las botas.
—Sigue adelante. Estás muy cerca...
Asintió, perdido todo temor y orientada por una fuerza ajena a ella que la impulsaba a continuar caminando casi al trote con los hombros encogidos y los brazos cruzados frente al pecho durante más de una hora, hasta recorrer los siete kilómetros y medio que la separaban de la zona occidental de Paps of Anu.
Allí estaba, de nuevo en las colinas gemelas que había visitado con Deathmask esa mañana y que tanto la habían impresionado, a pesar de las bromas que ambos habían hecho respecto a su morfología. Su anfitrión les había hablado después, durante la cena, de los ancestrales ritos religiosos que se habían desarrollado en el lugar, consagrado a la diosa madre Anu -conocida por diversos nombres y asociada con varias deidades del folklore irlandés- y ahora, a solas en la oscuridad y amparada por aquel cielo tachonado de estrellas, sentía como si una corriente de fuerza atávica atravesase el terreno, deslizándose bajo sus pies para comunicarle parte de su vigor.
—Donde el cuerpo nace de la tierra, escondida yace el alma...
Giró sobre sí misma, inspeccionando el entorno que la rodeaba; por alguna razón, sabía que tenía que buscar un punto en particular, una especie de entrada. Anduvo encorvada, palpando la hierba y ensuciándose de musgo y barro, y llegó a la depresión entre ambos promontorios, donde la energía se percibía con mayor intensidad. Arrodillada con el flequillo sobre el rostro y el pulso acelerado, notaba que el suelo vibraba al posar las palmas sobre él.
Un cuervo quebró el denso silencio con su graznido y voló hasta posarse en una rama cercana, vigilante; de cierta forma, ella tuvo la certeza de que era el mismo que había visto al dejar la casa. Estaba expectante, segura de que algo inaudito iba a suceder de modo inminente: la tierra parecía temblar cada vez más, como si gestase un terremoto en sus entrañas.
Intentó varias veces separar las manos de la superficie e incorporarse, pero era inútil. Súbitamente angustiada, se recriminó en su fuero interno lo imprudente y estúpida que había sido al aventurarse en pleno conticinio en mitad de la nada.
—Ven a mí, Kyrene. No tengas miedo.
Ahora se daba cuenta de su error. No, no volvería a dejarse manipular por aquella voz. Tenía que regresar al dormitorio, a la seguridad de lo conocido. Sí, eso haría. Volvió a luchar por levantarse, tensando los brazos hasta sufrir calambres mientras el terreno continuaba agitándose como el agua bullendo en una cacerola.
—¡No! ¡Libérame! —exigió, sin rendirse.
Sin embargo, su demanda no fue atendida; en su lugar, la tierra se abrió bajo su cuerpo con un estruendo de rocas desplazándose y se cerró de inmediato a continuación, haciéndola caer en una cavidad subterránea cuya total oscuridad la impresionó.
Sus rápidos reflejos le permitieron arreglárselas para no aterrizar de espaldas, evitando así cortarse con el cuchillo, pero tenía las rodillas y las palmas llenas de arañazos y pequeñas heridas; nada importante, aunque sí bastante molesto. Levantó la cabeza, sin percibir ningún estímulo al principio: sus ojos no terminaban de acostumbrarse a la negritud que la rodeaba, sus oídos no captaban más sonido que un levísimo zumbido y el olor a tierra mojada le saturaba las fosas nasales.
Con los párpados muy abiertos, intentó orientarse, todavía desconcertada, hasta que una cálida e hipnótica luz plateada fue surgiendo frente a ella, ayudándole a distinguir por fin los contornos del lugar en el que se encontraba: una gruta apenas mayor que el jardín de los O'Flaherty ocupada en gran parte por una masa de agua negra tan densa que semejaba alquitrán, en cuyo centro una piedra plana sobresalía como un siniestro altar de ceremonias. El lugar le recordó un tanto al escondite de Deathmask en Rodorio, salvo por el aura amenazante que emanaba.
—Te he esperado durante siglos. Bien hallada.
Se frotó la cara con los dorsos de las manos: la fuente luminosa daba la impresión de estar sobre la piedra del lago y de ser también el origen de la voz que la había llamado.
—¿Por qué estoy aquí? ¿Qué quieres de mí?
—Pareces tan frágil... y, sin embargo, eres fuerte, Kyrene. Un templo de carne y sangre, una ofrenda viviente...
—¿Quién eres?
—Soy todo lo que necesitas. Vamos a hacer grandes cosas, tú y yo.
Ya no quedaba ni rastro de la serenidad que la había acompañado durante el camino; el miedo era cada vez mayor y la atenazaba, impidiéndole reaccionar. ¿Qué coño significaba aquello? Incapaz de apartar la vista de la luz, vio formarse en su centro unos oscuros tentáculos neblinosos que se extendieron hacia ella por encima del agua, como si pretendiesen alcanzarla.
—¡No te acerques... seas lo que seas! —gritó, aterrorizada.
Se volvió en busca de una salida, arañando con desesperación las rocas que conformaban la pared y arrojándolas contra el extraño ente que se aproximaba, pero su avance era inexorable. Como último recurso, tiró del mango del cuchillo, tan nerviosa que el extremo la hirió a la altura de los riñones, y lo esgrimió para protegerse de esa presencia incomprensible e intimidante.
Aun así, su esfuerzo fue vano: con la contundencia de dos cadenas de acero, el ser envolvió sus hombros y la obligó a postrarse de cara a la luz, que ahora brillaba con tal intensidad que teñía el agua con reflejos metálicos, semejante a un pozo de mercurio.
—Me perteneces, Kyrene. Entrégate a mí.
Trató de negar con la cabeza y de escapar del inflexible agarre de los tentáculos que la mantenían inmovilizada por completo, pero su muñeca fue aprisionada y retorcida hasta que crujió y dejó caer el arma con un gruñido. Las lágrimas corrían por sus mejillas, los dedos estaban crispados sobre sus muslos; sus pupilas, contraídas pese a la penumbra, evidenciaban el pánico que la poseía. Sin que ella pudiese evitarlo, otra soga de niebla forzó su mandíbula para abrirle la boca en una mueca de dolor y horror tan grotesca que habría sobrecogido a cualquiera que la contemplase y se adentró despacio en su garganta, arrancándole un sollozo gutural que resonó en las paredes de la caverna junto con unas palabras familiares que, demasiado tarde, cobraban significado:
Donde el cuerpo nace de la tierra,
escondida yace el alma en una angosta prisión secreta...
Como os dije, ya llegamos a la parte truculenta del asunto. ¿Sobrevivirá Kyrene a esta situación? ¿Aparecerá Deathmask para ayudarla con su habitual sentido de la oportunidad? ¿Qué es esa figura neblinosa? ¿Se le ha terminado la tranquilidad a nuestra simpática parejita adicta al sexo y la buena comida?
Como siempre, os agradezco que me acompañéis, así como vuestros votos y comentarios. Espero que sigáis disfrutando de la historia y mañana subiré el capítulo 29: "Tú eres el guerrero".
*La fotografía que encabeza este capítulo corresponde a la Cueva Coventosa, en Cantabria (España); solo figura para ilustrar remotamente el lugar que describo, ya que no encontré ningún dibujo que me gustase.
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