100. Micetta

La velada se alargó entre comida y conversación hasta que el camarero les avisó de que iban a cerrar el local, momento en el cual Kyrene se hizo cargo de la cuenta para dar un largo paseo por la ciudad, compartiendo con las manos unidas un silencio tan necesario como sanador.

La luna, que comenzaba su fase menguante, apenas paliaba la oscuridad de las calles secundarias, carentes de adornos navideños e iluminadas por tan solo algunas farolas. Fue en una de esas vías cercanas al hotel donde Deathmask se detuvo, tomando a la chica por el talle y acercando la boca a su oído.

—¿Estamos bien, gatita? —inquirió, preocupado por la posible respuesta.

Ella se echó atrás para observarle. Las pupilas de ambos, tan dilatadas a causa de la penumbra que sus iris se volvían casi inexistentes, les dotaban de un aspecto irreal.

—Claro que sí —respondió, con una breve sonrisa—. Es solo que... se me hace raro estar de nuevo contigo, siendo... solo yo, y después de todo lo que pasó. No sé bien cómo comportarme...

Le rodeó el cuello con los brazos y se aproximó en un abrazo que él aceptó sin insistir: comprendía la ambivalencia de Kyrene y respetaba su necesidad de protegerse, porque él se sentía igual.

—Te diría que fueses tú misma, pero esta mañana me dijiste que no sabes quiénes somos...

—Y no lo sé, Death —murmuró ella, con la voz medio ahogada en su pecho—. Jamás pensé que llegaríamos a enfrentarnos, a estar en diferentes lados de la historia.

—Ninguno podíamos preverlo, ¿cómo adivinar que una diosa te escogería para vengarse de Atenea? —la confortó él.

—Sí, pero... luchar contra ti, hacerte daño... todo eso no entraba en mis planes. Ni tampoco masacrar a aquellos tipos...

Él le pasó la palma por el cabello y la espalda con firmeza, como si la consolase después de una gran tragedia.

—No se trataba de nosotros, sino de ideas de justicia contrapuestas, Kyrene.

—Aun así... estaba segura de que uno de los dos moriría y ni siquiera eso me detuvo a la hora de entregarme a Morrigan...

—Bueno, ahí radica el altruismo: llegaste a sacrificarte por un bien mayor, lo cual te convierte en alguien admirable —dijo él, sosteniéndole el mentón.

—O en una idiota peligrosa...

—No, gatita, tú solo tratabas de ayudar y, de hecho, algunas cosas van a cambiar en el santuario, ¿no es así?

—Pero te agredí... aquella noche, en la gruta de Rodorio y después, en Rath Cruaghan...

—Bueno, no fue tan doloroso. Me he llevado palizas peores —le restó importancia él, en tono jocoso.

—No solo físicamente. Te dejé y...

—Vale, vale, pero ahora estás conmigo, ¿no? —ella hizo un gesto afirmativo con la cabeza— Gatita, ya que lo mencionas, yo nunca quise usar mi fuerza contra ti... —admitió, con la voz quebrada.

—No luchabas contra mí, sino contra ella, mi amor...

—Sí, pero da igual... Me arrepiento tanto de eso...

Kyrene le miró a los ojos con una pequeña sonrisa de agradecimiento; parecía que, después de todo, unas disculpas honestas bastaban para zanjar el mayor problema que habían afrontado desde que se conocían. Él le acarició la mejilla y se aproximó hasta rozarle la frente con los labios.

—Hace mucho frío. ¿Vamos a compartir la cama esta noche? —preguntó.

—Si tú quieres, sí.

—Claro que quiero, ¿y tú, gatita?

—Lo estoy deseando.

Retomaron el camino en silencio. Había tantos cabos pendientes entre ellos que la conversación se asemejaba al ensamblaje de un puzle: reunir piezas, darles vueltas, agruparlas, encajarlas, pensó él sin soltarle la mano en ningún momento.

Ya en el hotel le pidió que se adelantase y se detuvo un instante en la recepción para convencer al responsable del turno de noche de que necesitaba imperiosamente un chocolate caliente antes de dormir, lo cual logró con solo quitarse el abrigo y remangarse la camisa para exhibir los antebrazos, tostados y fibrosos, con una sonrisa descarada. Encandilado, el recepcionista le aseguró que enviaría el tentempié enseguida a pesar de lo intempestivo de la hora y agitó la mano a modo de despedida con una mueca boba en el rostro hasta que le vio entrar en el ascensor.

Kyrene había aprovechado aquel breve lapso para cambiar los vaqueros y el jersey por unos shorts, camiseta de tirantes, cárdigan grueso y calcetines de lana hasta la mitad del muslo. Él, por su parte, se limitó a descalzarse y plegar el chaquetón en el respaldo de una silla.

—¿Todo bien, guapo?

—Sí, solo fui a pedir algo al servicio de habitaciones; tengo la sensación de que aún seguiremos charlando un poco más.

El sofá azul se convirtió entonces en el lugar de las últimas confidencias; como dos viejos amigos que se reúnen tras una larga separación, terminaron de ponerse al corriente uno al otro de cada pequeño hecho y pensamiento con tanto detalle como les era posible, en un intento de rellenar los huecos de sus respectivas versiones de la historia. Apenas transcurrieron unos pocos minutos antes de que un joven somnoliento llamase a la puerta para entregarles una bandeja con el pedido de Deathmask: una jarra de chocolate, nata líquida, azúcar y unas nubes, junto con una nota manuscrita en la que el recepcionista había anotado su número de teléfono y un "chiamami, bello"*.

—¿Han abierto la cocina para ti a estas horas? —preguntó Kyrene mientras miraba el mensaje con aire risueño.

—No hay nada que este italiano no consiga, micetta. Toma y disfruta —dijo él, ofreciéndole una taza en la que había servido chocolate y un chorrito de nata.

La joven aceptó la bebida, sentada de lado en el sofá con las piernas recogidas bajo el cuerpo. Sus dedos se tocaron por un instante y ella se sonrojó levemente al darse cuenta de que de verdad iban a pasar la noche juntos por primera vez en semanas.

—¿Cómo que micetta?

—Gatita...

—¿Qué gatita? Te estoy preguntando por el significado de eso que me has llamado.

—¡Gatita!

—¡Death, en serio! ¿Qué significa?

—¡Pero si te lo estoy diciendo! —aseguró él con una carcajada— Micetta es "gatita" en italiano; ahora que por fin estamos en mi país, creo que lo suyo es ponerte un apodo autóctono.

—¿Y por qué no lo explicas desde el principio?

—¡¿Qué?! ¡Lo he hecho y no te enterabas! Bueno, no pasa nada. He pedido una bebida reconfortante para relajarnos porque imagino que mañana hay que salir temprano, ¿no?

—Deberíamos, si no queremos estropear nuestro plan de fuga adolescente... Pero ahora sigue contándome, ¿decías que Saga tiene un pisito de soltero en Atenas?

—Sí, y bastante equipado. Creo que lo compró en sus tiempos de patriarca, para desestresarse de las presiones del cargo y esas chorradas...

—Seguro que todos lo habéis usado de picadero...

—¿Yo? Tú me conoces, micetta: hacerme desear me divierte mucho más que acostarme con cualquiera. Y hablando de acostarse, cuéntame, ¿Morrigan y Shura...?

Ella desvió el rostro y carraspeó, pero él no parecía dispuesto a dejar pasar el tema, a juzgar por la intensidad con la que la taladraban sus ojos.

—Sí, ellos se... Joder, Death, es violentísimo hablar de esto... —reconoció, incapaz de devolverle la mirada.

—¿Y tú lo... sentías?

Incómoda, Kyrene dio un trago a la taza que sostenía con ambas manos. El chocolate, espeso y caliente, descendía por la garganta como terciopelo líquido, pero no lograba aliviar su malestar.

—Estuve ausente la mayor parte del tiempo, como... presa dentro de mí misma, pero sí: cuando despertaba, sentía lo mismo que ella, fuese lo que fuese, con muchísima fuerza.

—Entonces... ¿llegaste a amarle?

—No, pero Morrigan sí. Y a veces era difícil mantenerme al margen y no dejarme arrastrar.

—¿Él lo sabía? Que tú seguías ahí dentro, digo —indagó Deathmask al tiempo que le apartaba el flequillo del rostro con una caricia.

—No creo; ella le dejó claro que yo estaba casi muerta y que no me oponía a sus planes.

—¿La echas de menos?

—¿A Morrigan...? No, en realidad no. Aquella locura era mucho para mí. Tanto poder me... abrumó y las consecuencias han sido demoledoras.

—No tienes nada de qué arrepentirte, gatita, ya te lo he dicho: hiciste justicia, creías sinceramente en tu planteamiento y te cargaste un buen montón de indeseables. ¿Acaso no te hizo sentir bien? —ella asintió— Demasiado bien, ¿verdad? Ese es el problema.

—Era un placer indescriptible, Death... como una droga, podía hacer lo que quisiera sin que nadie me castigara por ello. Entendí lo que tú experimentabas cuando...

La voz de Kyrene se quebró, dudando de si debía terminar la frase, pero él la ayudó:

—¿Cuando servía a Saga?

—Exacto. Era magnífico, alucinante, era adictivo... no sé si se puede volver de un lugar así...

—No sin ciertas heridas, gatita, pero sobrevivirás. Todos lo hacemos.

—Supongo que sí... fue una... —se interrumpió, buscando la palabra adecuada.

—¿Una borrachera de poder? —sugirió él, al tiempo que sumergía una nube en cada taza.

—Sí, podría decirse... No conseguía controlarlo, estaba en la cima del mundo. Morrigan me ofreció una especie de prueba gratuita y después comenzó a cobrarme un precio que yo no podía pagar. Con ella todo era agotador, muy intenso en lo mental y en lo físico. De hecho, aún estoy... anestesiada en parte, como si no pudiese recuperar mis sensaciones tal como eran. Por ejemplo, el dolor... es raro, pero todavía no lo siento igual, ¿sabes? A veces me hago daño porque no calculo bien la presión o la temperatura y otras, cualquier roce me resulta insoportable.

—Entonces, ¿o no notas nada o te mueres de dolor?

—Bueno, sí, algo así.

—¿Crees que mejorará, que se normalizará?

—Supongo que sí, con el tiempo.

—¿Y qué pasa con el resto?

—¿Qué resto?

Él dejó su chocolate sobre la mesa de centro y se inclinó hacia ella, mirándola con intensidad. Durante aquella larga conversación, sus cuerpos también habían hablado, mediante un sutil código de ojeadas, medias sonrisas y roces falsamente casuales. Estaba algo más delgada, tenía ojeras y la cicatriz de la sien destacaba sobre su oreja izquierda, pero seguía pareciéndole la mujer más hermosa del mundo, la única capaz de comprenderle, aceptarle con sus errores y sus aciertos y sobreponerse a sus propios miedos para rescatarle sin temer las consecuencias. Si aquello no era amor, ¿qué otro nombre podría recibir?

—¿Cómo que qué resto? Has mencionado el dolor, gatita. ¿Qué hay del placer? —prosiguió, consciente de que le había entendido y solo se hacía la distraída.

Con un mohín que anunciaba el regreso de su naturaleza pícara y bravucona, ella volvió a mojarse los labios en el líquido, paladeándolo sin bajar los ojos como si quisiera desafiarle.

—No he tenido ocasión de comprobarlo —confesó—; sin ti no le veía la gracia.

https://youtu.be/f_ZAbuHK4fU

El juego, el flirteo. La dinámica de siempre, que les había llevado del antagonismo al amor pasando por el deseo físico. El canino del caballero brilló a la débil luz de las lámparas mientras continuaba aproximándose como un depredador acechando a su presa hasta que sus bocas quedaron separadas por tan solo unos pocos centímetros.

—Podría ayudarte ahora... —dijo, quitándole la taza para colocarla en la mesa.

Kyrene no dijo nada; tan solo le enredó los dedos en los mechones de la nuca y le tomó una mano para posarla sobre su muslo en una petición muda que él acató arañando toda la zona que el calcetín no cubría hasta llegar a la cadera, bajo el short.

—Estás temblando otra vez, nena...

—Ahá...

—Y se te eriza la piel...

—Sí...

Micetta, yo creo que estás perfecta... 

—¿Tú crees? No sé, prueba de nuevo...

Deathmask dibujó una sonrisa en su cara al escuchar aquellas palabras, enfatizadas por un leve tirón de pelo que le hizo gruñir en voz baja. Había temido que todo hubiese terminado entre ellos y que su relación ahora fuese solo amistosa, pero no: se estaban tanteando para recuperar su antigua intimidad... y la excitación que le invadía de repente era secundaria, porque lo que de verdad importaba era que ella le estaba pidiendo que la tocase como antes.

—Te va a sonar raro, pero... tengo miedo de hacerte daño; eso que me acabas de contar... —dijo, todavía un tanto preocupado.

—Lo sé... no te agobies, yo te avisaré—aseguró ella, presionándole más la mano contra su pierna y apoyando la frente en la de él con los ojos cerrados.

Él retomó las caricias, intensificándolas poco a poco. Su propio pulso se aceleraba al contacto con su piel, cálida y suave, mientras se guiaba por su respiración irregular para encontrar el ritmo y la fuerza adecuados sin decir nada hasta que ella volvió a hablar.

—Te he añorado mucho, Death. Soñaba contigo en el hospital, pero no sabía que eras tú... —musitó, con voz trémula.

—Yo también te he echado de menos, micetta...

Su mano hizo presa en el muslo de Kyrene, con firmeza. Ella entreabrió los labios, exhalando con lentitud su aliento con aroma a chocolate, y le sostuvo el rostro entre las palmas.

—Necesitaba tenerte conmigo, tanto que me dolía... Grecia, Irlanda, Italia... me da igual dónde, te quiero junto a mí...

La respuesta de Deathmask se perdió en el vacío, porque ella le silenció en un beso lento y largo que él correspondió con la misma ternura teñida de nostalgia que les había rodeado desde su reencuentro. Sus bocas se acoplaron, explorándose, y sus cuerpos se aproximaron en un estrecho abrazo que arrancó un suspiro a la joven.

—No volveré a separarme de ti, Kyrene, lo juro. Nadie, ni dios ni humano, se interpondrá entre nosotros nunca más —declaró él mientras le deslizaba el cárdigan por el hombro, dejando a la vista la reciente cicatriz medio palmo más arriba del corazón y delineándola con cautela.

—Sigue funcionando, no te preocupes: soy dura de matar —sonrió ella al revivir aquel momento que solo ellos comprendían, en el que él se detenía a sentir su latido como si temiese perderla.

Los besos se volvían cada vez más pasionales, jalonados por algunos jadeos entrecortados. La camisa del caballero fue la primera prenda en volar por el dormitorio, desabotonada ansiosamente por Kyrene, cuyos labios no le dieron tregua ni siquiera cuando le pasó las palmas por el pecho, deleitándose en el sólido tacto de sus pectorales. Él correspondió al gesto tirándole del escote de la camiseta para exponer sus pechos y se adueñó enseguida de los pezones, dedicándoles tirones y pellizcos que elevaron el tono de sus gemidos. Aquel sonido siempre le había enloquecido, recordó, colando una mano bajo la cinturilla del short y mordiéndole el mentón al constatar que la humedad había hecho acto de presencia entre sus piernas.

El chasquido metálico de la hebilla del cinturón fue seguido del inconfundible siseo de la cremallera de los pantalones y en apenas unos segundos su miembro quedó envuelto por la zurda de Kyrene, que suspiró al mismo tiempo que Deathmask con la primera sacudida.

—¿Te duele...? —preguntó él, jugando con sus labios.

—No, ¿y a ti? —sonrió ella, sin dejar de masturbarle.

—Creí que no volvería a tenerte así...

Se entregaron a aquellas caricias durante incontables minutos, devorándose con tal avidez que les costaba respirar. Fue Kyrene quien dio el siguiente paso, empujándole contra el respaldo del sofá para ahorcajarse sobre él y haciendo a un lado su escueto pantalón. Si en algún momento Deathmask había dudado de que ella aún le quisiera, cualquier cuestionamiento quedaba ahora eclipsado por la mirada de ardiente deseo que le dirigía, con el cabello revuelto, los pechos al aire y las mejillas enrojecidas.

—¿Y así...? —musitó, agarrada al voluminoso cojín para presionar más su sexo contra el de él— ¿Pensabas en mí...? ¿Me necesitabas?

—Desesperadamente, micetta. No pensaba en nada que no fueses tú.

Una de las manos de Deathmask se apoderó de sus glúteos, amasándolos con descaro, y la otra hizo presa en un mechón del que tiró para dejar la garganta al alcance de sus dientes.

—Ya no te queda ni una de mis marcas... —masculló, apretándola contra su erección, que empezaba a mojarse con los fluidos de ella— Tengo que arreglar eso ahora mismo...

Riendo, Kyrene dejó que él le decorase el cuello con un vistoso chupetón; sus caderas iniciaron un vaivén suave y profundo que simulaba la penetración, con una cadencia que hizo palpitar el miembro del italiano.

—Death, quiero follarte —gimió, con sus bocas conectadas de nuevo en un beso—, pero me preocupan tus piernas...

Deathmask arqueó una ceja y la tomó de nuevo por el trasero para levantarla, apuntando su pene a la entrada.

—No van a irse a ningún sitio; ya me dieron el alta y, de todos modos, por un polvo contigo no me importaría volver a la silla de ruedas.

—Sigues siendo un bocazas... —suspiró ella, jugando a bajar y subir sobre él sin introducir más que el extremo.

—Y, aun así, me adoras... —se jactó él en el mismo momento en que la hacía descender con firmeza para ensartarla por completo.

*Llámame, guapo.


Y qué quieres que te diga, para mí el universo ahora mismo está en equilibrio. Adoro la dinámica de estos dos y no me quedaba a gusto si no volvían a estar juntos. Mañana, "El castigo del desertor" responderá a algunos de los comentarios del anterior capítulo.

¿Qué ha sido de Shura? ¿Irá Shion tras mi OTP? ¿Morrigan se retira sin dar más problemas? ¿Cuál es el plan de Kyrene y Deathmask para librarse de la condena por deserción? Prometo que todo esto quedará explicado, sisisí. ¡Gracias por acompañarme!

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