Epílogo

Epílogo:

—Y... —mencionó, todavía sin salir de su trance existencial —¿Cómo es que tú...? —miró a su amiga que lo miraba con una sonrisa de gracia —¿Estoy teniendo un espejismo o algo así?

—¡Llegaron al fin! —mencionó un chico detrás de la rubia, la cual, abrió la puerta aún más para que pudieran verse —. Ya te extrañaba, Luna.

—Tú... —habló Simón haciendo un gesto de disgusto al recordar al tipo que estaba demasiado cerca de Ámbar.

—No, Simón, no es un espejismo, es más real que cualquier cosa —Luna le tocó el hombro sin dejar pasar la cara de molestia que su amigo tenía.

—Él es... —la chica más alta señaló con ambas manos a Matteo, pero el mexicano la interrumpió.

—El imbécil que no tiene ni puta idea de cuánto lo detesto por haberse atrevido a tocarte un pelo con sus tan asquerosas manos que se las voy a arrancar con los dientes... —se aproximaba al chico mientras este retrocedía con miedo ante la cara de sadismo que cada vez se hacía más clara —¿Cómo mierda pudiste hacerlo, tarado? —lo agarró por el cuello de la camiseta mientras lo fulminaba con la mirada.

—Cálmate, chico, en serio no tengo ningún problema contigo —alzó las manos en signo de paz, pero claro, Simón tenía su mexicano interior en la cima de su odio.

—Pues yo sí lo tengo contigo, y eso es malo —alzó su puño completamente dispuesto a darle en mitad del rostro al castaño.

—Simón, contrólate. Por favor suéltalo —la rubia de acercó a él y con suavidad haló de su camisa haciendo que este bajara su puño, no así, apartar la mirada de muerte que tenía para con Matteo.

—¿Fue de él de quien me hablaste, Ámbar? No se parece a como lo describiste —se asió la camiseta y caminó hasta posarse detrás de Luna.

—No te preocupes, Matteo. Estoy segura no volverá a pasar —dijo la castaña mientras tomaba su mano y miraba a Simón rodar los ojos —. Al cabo, después de vivir aquí los cuatro, seguramente comenzarán a llevarse bien.

—¿Vivir los cuatro? O sea que, ¿Tengo que vivir con Miguel? —apuntó con desagrado al otro chico.

—Matteo —corrigió con notable molestia —. Mi nombre es Matteo.

—Cómo sea, Marcos —miró ahora a Ámbar, quien lo miraba negando con la cabeza y riendo a la vez —¿Me muestras mi habitación?

—Nuestra habitación, cariño —aclaró mientras lo tomaba por el brazo y lo empujaba para subir las escaleras.

—No os preocupéis, el ruido que se produce dentro de las habitaciones se queda en las habitaciones —habló Matteo haciendo cara de inocencia cuando Ámbar miraba completamente sonrojada a otro lugar que no fuera la cara de Simón.

Luna miró al hombre que estaba a su lado, le tomó la mano entrelazando sus dedos, haciendo que este mismo dejara la atención de los dos que subían las escaleras para posarla únicamente en su chica —¿Es cierto eso? —preguntó con curiosidad, esperando que de hecho fuera verdad.

—Por supuesto —le sonrió coqueto y burlón a la vez. Acarició su mentón y lo sostuvo para obligarla a no bajar la mirada, acercó su frente a la de ella, rozando levemente sus narices y sintiendo la respiración calmada de la castaña —. Podremos divertirnos sin que ellos se den cuenta.

—¡Qué pervertido eres, Matteo Balsano! —susurró cansada, tratando de disimular la excitación que le había causado el cómo había pronunciado aquellas palabras y lo que estas significaban.

—Apuesto a que te gusto mucho más de esta forma —tocó sus labios con los propios para luego bajar sus manos, posándolas en la cintura de Luna, quien, a su vez, subía los brazos para enredarlos alrededor del cuello del castaño.

—No tienes idea cuánto —sobó su cabello con sus dedos, lo haló con delicadeza sacando un leve gemido del chico que la hizo encenderse todavía más.

—¿Lo hacemos en la sala de estar? —dijo de golpe, haciendo que la de ojos azul verdoso se separara totalmente avergonzada —¿Dije algo malo? —preguntó incrédulo a la situación.

—No, no lo hiciste, tonto —se rio y comenzó a caminar dando por entendido que la siguiera.

—Entonces... ¿lo hacemos?

—Solo cállate, bobo.

Sintió el abrazo que venía de unos brazos que la rodeaban por su cintura, también pudo sentir cómo su piel se erizó cuando unos labios húmedos y helados la rozaron con suavidad, así como también el aire caliente que salía por la nariz de la persona que estaba a su espalda.

—Esto nunca se sintió tan bien —le dijo susurrando y depositando otra vez un suave beso en su nuca.

—Si tú lo dices, yo no tenía ni idea —sonrió a como pudo, porque sentía que le dolía hasta el alma.

—Hablado de eso... —sintió una punzada de culpa por saber que la pudo haber lastimado —¿Te lastimé?

La morena abrió los ojos al momento en que se removía de su lugar, quedando frente a frente al castaño que la observaba esperando una pronta respuesta. Dios, había disfrutado tanto aquello hasta el punto de sentirse en las nubes, de sentir que esas manos tan expertas que la habían tocado la sanaron de toda enfermedad que alguna vez se le cruzó al destino que ella podría tener. Pero, por supuesto que le había dolido, mierda, si ahora le dolía hasta respirar, el simple hecho de moverse en el mismo lugar la había hecho tragarse un grito de dolor, todo porque no quería que él se preocupara y que el momento que estaban cursando se fuera a la mierda.

—No... —mordió su labio inferior —. Fue como esperé que fuera.

Y lo fue, sin el dolor incluido, porque ella había deseado que fuera con alguien a quien amara, alguien que verdaderamente le demostrara que la podía hacer feliz con solamente una mirada o una sonrisa. Ella no lo supo desde el principio, pero Gastón era la persona con quien estaba destinada a tener su primera relación sexual.

Bueno, era ella quien pensaba de esa manera.

—Vale... —contestó no convencido del todo —. En verdad esto fue increíble, Nina.

Rio por lo bajo al ver, a pesar de la poca luz que llenaba la habitación, como sus ojos brillaban y en las comisuras de sus ojos se formaban esas líneas de expresión que se le miraban tan lindas, tan masculinas, tan irresistibles para ella.

—De verdad tienes que venirte a vivir conmigo —le tomó la mano llevándola poco a poco a sus labios, acto seguido, besó sus nudillos e hizo más esfuerzo al presionar su mano.

—¿Hablas en serio? —cuestionó alzando las cejas al notar que la insistencia del chico no era en broma.

—Por supuesto que sí, ¿Acaso piensas vivir sola por siempre en ese piso tuyo? —se levantó un poco, apoyándose en un solo brazo para quedar a una altura donde sus rostros pudieran verse mejor.

—Pues... sí.

Gastón no pudo evitar lanzarse una carcajada cuando vio la expresión de molestia que su novia le regalaba. No podía ser posible que ella pensara de esa manera, sería, para los demás, como la chica solitaria que vive con treinta gatos porque no tiene a nadie a su lado. No, él le demostraría al mundo que esa chica tenía dueño y este, era él. También se sentiría muy orgulloso al decir que ambos se pertenecían, porque sería así para siempre.

—No. Te vendrás a vivir conmigo y punto —sentenció con una sonrisa en sus labios —. O es que, ¿quieres dejarme solito?

Ella se enterneció mirando sus cejas fruncirse y sus labios tensarse haciendo una expresión de niño pequeño dolido cuando le han quitado uno de sus juguetes favoritos.

—Has vivido solo todo este tiempo, ¿de qué te quejas? —levantó una ceja fingiendo indiferencia para con él.

—Pero ya no quiero hacerlo —se justificó recordando que tal vez no podría decirse que vivió solo siempre —. Además, no siempre viví solo.

—¿Ah no?

Negó mientras movía la cabeza de lado a lado —Viví un tiempo con mi amigo Matteo, y cuando él se fue a vivir a la casa que su padre le regaló para su matrimonio, o él pasaba tiempo aquí o yo allá. Normalmente era así.

—Ya... —dijo seca ante la mención del otro chico —¿Cuándo vivían juntos se besaban?

Contuvo su risa cuando se dio cuenta que ella estaba seria porque tenía una notable escena de novia celosa —Sí...

Nina rodó los ojos y chasqueó su lengua solo con la imagen que se le vino a la mente —No te daba...no sé... —formuló mejor su pregunta porque sabía no se escucharía muy bien —. Es decir... ¿Te gustaba?

—Me encantaba —se mordió el labio con la única intención de molestarla.

—Ya... —se dio la vuelta evitando verlo a la cara —. Bien por ti.

Entonces Gastón no pudo más y dejó escapar esa risa que desde antes estaba ocultando, los celos de la chica eran muy notables y ciertamente tiernos —Qué hermosa te ves celosa...

—Bien...

—Nina, no seas una niña. Era broma ¿vale? —la obligó a verlo —Sí, nos besábamos, eso ya lo sabes, pero no eran besos fogosos ni con algún tipo de mensaje sexual, era como algo instintivo ¿entiendes?

—¿Instintivo? —preguntó incrédula —¿O sea que tu instinto te dice que vayas por la vida besando chicos?

—No es de esa forma —se carcajeó —. Eran besos que no significaban más que un simpe y fraterno cariño, no eran nada comparados con los que te doy a ti, por Dios, deja tus celos, en serio, no significaban nada.

—No estoy celosa —corrigió viendo todo lugar menos los ojos del castaño.

—No. No se nota.

—Creo que sí me vendré a vivir contigo, no quiero que vayas besando a cualquier chico que veas por allí —lo tomó por los cabellos y lo acercó a ella —. Es más, no quiero que vayas besando a nadie más que no sea yo —y lo besó salvajemente como dándole a entender que él era suyo y si besaba a alguien que no fuera ella, se quedaría sin lengua.

—Puedes besarme de esa forma las veces que quieras...

Simón estaba acostado sobre la cama, miraba al techo pensando en la realidad. Porque, a decir verdad, eso no parecía real, no se sentía como si lo fuera. Él, viviendo en la misma casa con tres personas más, durmiendo con la esposa de Moisés y Moisés durmiendo con su mejor amiga. Era algo extraño, algo que en ningún momento de su vida imaginó.

—¿Esto va a ser así para siempre? —le preguntó sin despegar su vista de lo blanco del techo.

—¿A qué te refieres? —contestó la rubia con la ceja alzada por no comprender a lo que el chico se refería.

—A esto... —estiró sus brazos dando entender que era a todo —. Luna, Manuel, tú y yo...

—Lo haces sonar como una orgía.

—Hablo en serio —frunció el entrecejo haciendo un puchero de disgusto —. ¿Te gustaría acostarte conmigo sabiendo que tienes esposo?

—Bueno... Ya lo hicimos una vez, así que...

—¿Por qué parece que me estás tomando el pelo? —la miró enseriado por la actitud poco razonable de la ojiazul.

—Es la verdad, no veo por qué te quejas, cariño —se acercó a él y besó su frente, totalmente despreocupada.

—¿A dónde vas? —se sentó luego de estar acostado mientras la veía caminar a un pequeño cuarto que se suponía era el closet.

—Espera un momento —abrió la puerta y entró para salir luego de unos segundos —. Tengo un regalo para ti... mejor dicho, un regalo para ambos.

—¿Ah sí? ¿Y qué es? —preguntó a la chica que se acercaba con las manos detrás de su espalda.

—Solo, ábrelo —le mostró y luego le entregó un folder color ocre, el cual el chico quedó viendo con desconfianza.

—¿Esto es lo que pienso que es? —sus ojos le brillaban, eso la emocionó.

—Depende, ¿qué crees que es? —se aproximó a él y tomó su mano con algo de vergüenza innecesaria.

—¿Te ganaste la lotería? —habló todavía más emocionado que antes.

—¿Qué? —soltó su mano con más fuerza de la que hubiera creído necesaria —¿Es en serio?

Una sonora carcajada se hizo presente en toda la habitación, venía de la boca de Simón —Por supuesto que sé lo que son —dejó caer el objeto al piso y se apresuró a tomar ambas manos de la chica para atraerla hacia él —. No necesito verlos... —ahora acercó su rostro al de ella —. Me basta con verte a ti y saberte cerca de mí.

—Pues ahora me tienes muy cerca de ti —susurró coqueta mientras le sonreía de lado.

—Te quiero más cerca...

—Solo hazlo.

Y, como si fuera posible, la atrajo todavía más contra su cuerpo, sosteniéndola con firmeza al mismo tiempo que succionaba los labios de la rubia con los suyos, mordiendo de cuando en cuando el inferior de los dos, provocando que cansados gemidos de placer salieran del interior de la chica.

Giraron en el mismo lugar donde estaban parados y caminaron un par de pasos hacia atrás, donde Ámbar quedó imposibilitada a seguir haciéndolo debido a que la cama le impedía el paso. Simón siguió besando sus labios con tal lujuria que ella no podía evitar que los gemidos salieran de su boca, cosa que el castaño aprovechaba para que su lengua se abriera paso en esa cavidad tan exquisita de esa mujer que lo tenía loco. Sus lenguas se encontraban y podían sentirse aún más calientes de lo que eran, eran diferentes, pero cabían y se complementaban a la perfección, ambos órganos recreaban una lucha eterna entre David y Goliat, donde el mexicano era el gigante y salía vencedor, para volverla a empezar otra vez.

Dejó en paz su boca para hacer un casto camino de besos desde la comisura de sus labios hasta el lóbulo de su oreja. Ese pequeño pedazo de carne, siendo lamido y acariciado por la lengua del chico, todavía no le entraba en la cabeza a ella como es que provocaba tantas cosas y tanta excitación que no la hacía sentirse en su propio cuerpo.

Recordaba la vez que había comprado una blusa blanca, con seis botones y de mangas hasta los codos, le gustaba como se le veía porque quedaba ajustada a su escultural figura y porque, de alguna forma, la hacía parecer como una niña buena. Iba a extrañarla, porque ahora se encontraba en el suelo, con los botones esparcidos por lugares completamente distintos y esta, rasgada por la mitad debido a la imprudentes manos y fuerza del de ojos café.

—Amaba esa blusa... —medio habló porque entre tanto toqueteo ya se le volvía difícil articular palabra.

Él sonrió deteniéndose un momento para mirarla burlesco a los ojos —Me gusta más en el suelo.

La empujó sobre la cama con fuerza moderada, apartando después las almohadas, quienes también terminaron rodando en el piso. Rio con diversión al notar la urgencia del chico, definitivamente, ambos estaban esperando esto desde ya hacía un buen tiempo. Separó un poco las piernas y él puso su rodilla entre el espacio que había en estas para obtener mayor conformidad con lo que estaba haciendo.

Se apoyó con sus manos y comenzó a delinear con la lengua cada centímetro del cuello de su chica, a ella no le importaba que quedaran rastros de saliva sobre su piel, ¿A quién le importaría eso? Es más, en ese momento no había otra cosa en su cabeza más que una cantidad insuperable de completo placer.

También podía sentir sobre su piel lo helada que se sentía la nariz de Simón, o quizás era que su piel estaba demasiado caliente como para notar una diferencia de temperatura, pero no era que le molestase, para nada, era absolutamente todo lo contrario. En un momento, que no supo cuándo, él se había desecho de su camisa, dejándola ver todo su torso libre de vellos y compuesto por unos músculos marcados que no llegaban a ser excesivos. El chico se miraba muy bien con cualquier cosa que se pusiera, pero sin duda alguna, se miraba mucho mejor sin ello.

Después de haber disfrutado su cuello, comprendió que eso no era todo, que había mucho más de donde escoger y tenía todo el tiempo del mundo para hacerlo, después de todo, aunque hubiese más gente en la casa, la puerta estaba cerrada con seguro y averiguaría la veracidad de eso de que las habitaciones estaban insonorizadas. Metió sus manos por debajo del cuerpo de la rubia, desabrochando, a como pudo, el ajustado sostén que, dicho sea de paso, hacía muy bien su trabajo protegiendo lo que se encontraba tras él, aunque no era necesario al final, porque esos senos podía mantenerse igual de firmes con o sin la prenda.

Sus ojos viajaron y devoraron con perversión aquellos dos ejemplares de perfección, porque sí, eran perfectos, no eran exagerados e iban muy acordes a la hermosa figura de su cuerpo. Se quedó embobado observando mientras ella se retorcía de placer esperando con desespero que sus manos la volvieran a tocar porque, aunque se separaron por un corto lapso, se sentía como si no regresaron a ella nunca.

—Dios... —gimió secamente fijando sus ojos en él —¿Por qué te detienes?

—Es que eres perfecta... —contestó acercando su nariz al estrecho camino que había entre sus senos —. Nunca me cansaré de observarte, ni de saborear el aroma que tu cuerpo desprende.

Porque solo aspirar su aroma no era suficiente, tenía que sentirlo, saborearlo, sentir que le pertenecía únicamente a él. Saboreó no solo con su nariz esa parte de la rubia que lo estaba volviendo loco, usó su sentido del tacto y del gusto para barrer esas pequeñas lomas que desprendían más calor que el magma de un volcán. Atrapó con sus dientes los duros pezones que sobresalían por su característico tono rojizo. Eran dulces, apetitosos, ¡Dios, quería comérselos!

Por su parte, Ámbar enredó sus dedos en el cabello de Simón, halándolo sin medir sus fuerzas porque sentía que el placer no estaba solo en su cabeza, en algún momento no fue sangre lo que comenzó a correr por sus venas, sino ese sentimiento de necesidad de más. Pero ¿Qué más? ¿Qué era lo que ansiaba de él? La respuesta era muy simple: Todo y más.

Más besos, más abrazos, más cariño, más cercanía, más pasión, más amor, más de todo. Y lo estaba logrando, ese chico podía lograr eso y tantas cosas en ella que era casi imposible de explicar. ¿Cómo se explica lo que te deja sin palabras?

A él le molestaba ahora que esa chica usara jeans tan ajustados, era casi imposible deshacerse de ellos, fue una odisea completa pasar por sus pies ese agujero tan estrecho, ¿Cómo es que pudo metérselo en un principio? Sudó más sacando esa prenda que lo que había sudado con el calor que emanaba y se juntaba de ambos cuerpos.

—¿Cómo le hiciste para ponerte esta cosa? —le preguntó con un tono de molestia, ya con ese objeto de discordia en sus manos.

—Por las cosas que tiene que pasar una chica... —se rio comprendiendo completamente al moreno.

Viéndola solo con una prenda cubriendo su cuerpo, supo que nunca se había detenido a hacer cuentas sobre cuán bella era esa mujer. Si había definición de belleza en este mundo, de seguro era Ámbar Smith. Pero había algo en ella que opacaba su completa belleza: esas bragas. Por muy pequeñas que fueran, no dejaban deleitar del todo la vista. Tenía y debía deshacerse de ellas. Y no solo de la prenda de ella, sino de las suyas, porque ya le incomodaba en su entrepierna la creciente erección que apareció desde que la besó por primera vez.

Aunque le costó un poco quitarse su pantalón, fue mucho más rápido comparado con ella. Cuando ya se encontraba solamente en bóxer sonrió al ver que hasta en eso eran iguales, en usar ropa interior del mismo color. Es que, el negro los favorecía; ella se miraba más deseada para él y según ella, el bulto de su masculinidad resaltaba de sobremanera con ese color, no solo porque eran en extremo ajustados, ella lo sabía muy bien, pues aún guardaba el que le quitó hace tiempo. Sonrió al recordarlo.

—¿Qué me hiciste, mujer?

—¿Qué me hiciste tú a mí? —lo haló de manera brusca dejándolo recostado boca arriba sobre la cama, justo como segundos antes había estado ella.

Se subió encima de su abdomen para luego empezar a mover sus caderas sobre el marcado miembro de Simón, sin quitar todavía el bóxer que llevaba. La fricción lo hacía sentir débil, enloquecido, y lo peor de todo, es que ya podía sentir su orgasmo aproximarse y definitivamente no iba a permitir tal cosa, pero Ámbar no le dejaba la cosa fácil, prácticamente bailaba sobre su debilidad de hombre y llenaba su vista mientras poco a poco masajeaba con sus dos manos el abdomen del chico, trazaba cada firme elevación de piel sobre este, como si estuviera sobando algún tipo de reliquia que se fuera a quebrar con cualquier roce brusco.

No lo soportó más, rápidamente colocó a la chica en la misma posición que antes y se apresuró a quitar ese molesto pedazo de tela que le estaba incomodando terriblemente, las bragas de Ámbar tampoco duraron mucho tiempo en su lugar. Su lugar y ocupación se volvieron prontamente en cubrir el piso.

Ella quiso tocarlo, deseó tener ese gran pedazo de carne entre sus manos, sentir como palpitada por tal excitación y ganas de atención, si eso era lo que necesitaba, se lo daría. Lo masajeaba deslizando primero con suavidad, que luego se convertiría en lujuria y desesperación, la fina capa de piel que cubría su hombría. Se sentía caliente, duro, con las venas a su alrededor vibrando como pequeños alambres llenos de electricidad. Aunque ya había estado en situaciones similares antes, por raro que pareciera, parecía haber crecido. Abrió los ojos asustada por darse cuenta de que no había forma alguna de que eso cupiera en alguno de sus orificios.

—Á–Ámbar... —habló a medias, arqueando la espalda mientras sentía las manos de la chica masturbarlo con urgencia —. Usa... usa tu boca...

La ojiazul abrió su boca y no precisamente para meter algo dentro de esta, sino por el asombro que le provocaba escuchar al hombre aquel decir esas cosas. Nunca en su vida había hecho tal cosa, ni hoy mismo pensaba hacerlo. Pero como siempre, Simón removía cada una de sus ideas con tan solo mover los labios. De un momento a otro la idea de tener en su boca esa parte del cuerpo de su hombre no sonaba tan mal.

Lo haría ¿Por qué no hacerlo? Siempre es bueno probar cosas nuevas. En este caso probaría una de esas cosas. Literalmente.

Lamió con suavidad el glande, sabida que esa parte era muy sensible y...Dios... ¿Por qué no lo había probado antes? Se sentía tan bien. Un sabor entre agrio y salado que le provocaba ganas de seguir haciéndolo hasta que su mandíbula no lo soportara más, porque tenía que formar una verdadera y gran forma de O para poder tenerlo dentro de su boca.

—Usa más saliva... —susurró entre gemidos. La tomó por el cabello y comenzó a mover su cabeza de atrás hacia adelante sin importarle los esfuerzos de ella por hacer que su respiración se calmara y no ahogarse con su miembro.

Tuvo que hacer que se detuviera debido a que su orgasmo ya estaba cerca y no era hora todavía para terminar, faltaba la mejor parte. Así como ella atendió su masculinidad, ahora sería él quien se encargaría de socorrer su femineidad, porque, aunque ella no se lo dijera, era más que obvio que esa parte de su ser necesitaba que la atendieran. No se detuvo a pensar en si tocar o no con su lengua aquella parte de la chica. No, él la saboreó como si del manjar más delicioso se tratara, viniendo de ella, lo era. Embistió con su lengua lo más profundo que pudo llegar, quería dejar muy bien lubricada aquella parte para lo que vendría después. Sus dedos también hicieron su parte en eso, metiendo uno y moviéndolo con delicadeza, intentando que se acostumbrara a sentir una presencia completamente ajena dentro de ella. Sumó uno más al acto, con la simple intención de darle a conocer que eso era nada comprado a lo que vendría luego. Era como el aperitivo y su miembro el postre.

—Hazlo ya, maldita sea... —se quejó completamente sacada de sus casillas.

Estaba cansada de dedos, lo dicho, ella quería más. Lo quería todo.

No había necesidad de que se lo pidiera, bueno, sí había la necesidad, eso lo excitaba todavía más. Pero no esperaría él ni la haría esperar a ella. No deseaba lastimarla, eso nunca, pero era completamente consciente de que sí dolería por no haber constancia en ese acto. Bueno, eso esperaba, porque quería ser el único en llevar a cabo dicha acción con ella. No fue todo al principio, comenzó poco a poco preocupado por los gemidos ahogados que ella le regalaba, incluso, mordía su puño para propinarse dolor y concentrarse en el dolor de su mano y no de su parte baja.

Mejor era terminar las cosas de una sola vez, decidió meter de una sola vez su virilidad en el interior de la parte que la volvía del género opuesto. Se preocupó mucho cuando un grito adolorido escapó de la boca de Ámbar, claramente le había dolido, pero era lo mejor. Se mantuvo quieto un momento dentro de ella, besó sus labios tratando de amortiguar el dolor y se separó cuando supo que esos gemidos ya habían cesado.

—Duele... —se quejó haciendo un puño con las manos, enredando las sábanas entre sus dedos.

—Ya va a pasar... —y depositó otro suave y pequeño beso en sus labios. La entendía, pero sabía que cambiaría.

Luego de un tiempo, por inercia, las caderas de la chica empezaron a moverse lentamente, lo que le dio a entender que ya podía él también empezara hacer lo mismo. Comenzó lento y sin ser brusco, pero no por mucho tiempo, fue cosas de segundos para que su cuerpo le empezara a exigir más de la estrechez del interior de la rubia. Se sentía tan bien, tan relajante. Ella enterraba sus uñas en la espalda y en los hombros de Simón, sacándole sangre en el camino, pero era como si no lo hiciera, en ese momento él estaba muy ocupado con su trabajo como para prestarle atención a los rasguños que ella le propinaba.

—S–Simón... —gimió con la voz cortada.

Su piel estaba sudada, su aire tardaba mucho más en llegar a los pulmones, no era algo que importase en ese momento, el placer la estaba volviendo loca, incluso podía ver el aire a su alrededor, podía sentir como el calor que emanaba del castaño la bañaba y le hacía sentir cosas que no tenían explicación. Era algo raro, era muy interesante como una sola persona podía provocar tantas cosas.

Sintió una punzada extraña, pero, sobre todo, muy reconfortante, era como que con su ayuda hubiera tocado el cielo, aunque hubiese sido solo un pequeño instante. Quería sentirlo otra vez, quería ver el cielo nuevamente.

—Otra vez... —le ordenó levantando su cabeza para poder verlo con claridad —. Justo ahí...

El muchacho comprendió a qué se refería, había tocado ese punto sensible en ella, ese punto que él ya había tocado desde el momento en que se supo en el interior de ella. Repitió las embestidas alrededor de tres o cuatro veces para volver a saber que había cumplido la orden que le impuso su novia.

—Oh, Dios mío... —habló ronco y arqueó la espalda haciendo la cabeza hacia atrás, sintiendo ese característico golpe de calor y de placer recorrer todo su cuerpo. Supo que había acabado cuando sus fuerzas abandonaron su cuerpo. Sus brazos le flaquearon y sus rodillas comenzaron a hormiguear, sintiendo su cuerpo más pesado por culpa de la gravedad y del poco control que tenía ahora sobre él.

Se dejó caer a un lado de donde estaba el cuerpo sudoroso y cansado de la rubia. Se sentía sin ningún tipo de control sobre su cuerpo, apenas si tenía fuerzas para mantener los ojos abiertos. Eso había sido algo muy especial, muy hermoso, algo que, por mucho, no tenía comparación.

—Eso... —pronunció apenas, denotando el cansancio que llevaba —. Eso...

—Fue genial... —completó la mujer igual de exhausta. Tomó su mano y la presionó con la poca fuerza que le quedaba.

—¿Cómo es que no se sintió así la otra vez?

—No lo sé... —abrió los ojos sorprendida y volviendo a la realidad —. Esa vez sí usamos protección.

Volvió su mirada a la chica, comprendiendo a qué precisamente se refería —¿Tú crees que...? —aumentó la fuerza con que sus manos se sostenían —¿Qué opinas acerca de un pequeño Simón...?

Soltaron una carcajada al unísono. Pensar en esas cosas ahora no sabía si estaba bien —No lo sé... quizás no es momento.

—Tienes razón —sonrió de lado, pensando en las cosas muy bien antes de hablar —. Ámbar, quizás estás traumada con estas cosas, créeme, también yo lo estoy... —calló un momento y prosiguió luego —. Rubia, si vamos a pasar la vida juntos, si esta va a ser nuestra vida desde ahora, ¿no crees que deberían cambiar algunas cosas?

Lo vio con el ceño fruncido y extrañada por las palabras del mexicano —¿A qué te refieres?

—¿No crees que deberíamos ser marido y mujer?

Ella también calló por un momento, procesar algo así no era nada sencillo —¿No lo somos ya?

Lo pensó y maquinó su respuesta. ¿Lo eran? ¿Eran marido y mujer? Estaban entregados el uno al otro, pero eso no convalidaba nada, era simplemente entre ellos. ¿Qué le decía al mundo que efectivamente estaban justos? ¿Las palabras? No, tenía que haber algo más para dar a entender que se pertenecían de verdad.

—No, Ámbar, no del todo —acarició su mejilla, delineando su mentón con sumo cuidado, como si, de alguna manera, se fuera a romper —. Quiero que lo nuestro sea más real aún... Ámbar Smith, yo quiero que seas mía para toda la vida, quiero serlo para ti también... —acarició sus labios con su pulgar —. Se mi esposa, Ámbar...

—Ah... —se quedó estática. Ahora entendía por qué había mencionado la palabra «trauma» —¿Me estás hablando en serio?

—Nunca he hablado más en serio en mi vida...

—Entonces sí... —le sonrió acariciando ella también sus labios —. Si es lo que tú quieres, entonces sí.

—¿Tú no lo quieres? —frunció el ceño extrañado por esa respuesta tan vana.

—No —le contestó simplemente.

—Oh... —dejó salir el aire que tenía, inconscientemente, retenido desde hacía rato —Vaya... me siento como un imbécil...

Ella se apresuró a besar los labios del chico, estaba más que claro que todo se había mal entendido. Después de todo lo que pasaron ¿Por qué se negaría? No era estúpida, estas oportunidades no se daban todos los días —Por supuesto que quiero, Simón. Dios... es lo que más quiero en la vida. Quiero que esta sea a tu lado y sin ningún tipo de altercado como siempre ha sido. Por mí, me caso mañana contigo, mi amor... —y lo volvió a besar. Quería sellar sus palabras demostrándole que eran ciertas y que ser su esposa, era lo que más deseaba.

—Te amo... —soltó de golpe, haciendo que su corazón se detuviera y diera un salto después. Era la primera vez que se lo decía, nunca habían pasado de un «te quiero», porque hasta antes de eso, pareció suficiente, pero no lo era. Ahora no era suficiente esa simple expresión.

—Yo también te amo, Simón... 

Aquí el epílogo!!!! Está largo ¿Verdad? ¿O lo querían más cortico? 

¿Les gustó? Ojalá que sí, porque soy bastante maluca en eso de escribir sexo 7n7 

¿Habrá 2T? Espero que sí. 

Publicaré más fanfics, pero hasta que acabe de corregir ODE, porque ya es hora. Espero los lean, porque si no lo hacen, los mato ;) De cualquier manera, estén alertas. 

REVIENTEN ESE BOTÓN DE VOTOS Y COMENTARIOS!!!!!!!

Chicos, no olviden que los amo y que, en verdad, ustedes son lo mejor de cada uno de mis fanfics, pongo todo mi empeño para que les pueda gustar. Los quiero mucho, de verdad. 

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