Capítulo 42

Capítulo 42:

Se dejó caer sobre su cama, puso la almohada bajo su rostro y dejó que las penas salieran a la luz. Después de todo, ¿qué más podía hacer? No era como si tuviera muchas opciones de donde elegir. Aunque sentir que la tela del objeto comenzaba a mojarse y volverse un poco incómoda al contacto, no le importó, porque de todo lo que pudiera estar a su alrededor, lo que tenía en mente era lo peor.

Él sentía que no podía hacer nada, ¿qué cosa le diría? ¿Qué todo iba a estar bien? Pues no. Porque él también se sentía de la misma forma, queriendo que le dijeran que todo lo que pasaba era un sueño y que pronto despertaría. Sin embargo, hoy la realidad se sentía cortante y dolorosa. Ellos no eran nada para cambiar la realidad, no la podían alterar, no por amor a ellos mismos, sino por amor a esas personas que parecían ser sus vidas enteras, a esos que, por ahora, no tenían una idea de lo que pasaba en sus vidas.

—¿Por qué todo tiene que ser así...? —habló aún sin despegar su rostro de la almohada.

—Ámbar... —se acercó a ella y se sentó a su lado en la cama. Quiso tocarla, quiso darle a entender que estaba con ella, pero no fue capaz de ello —. Ya no estés mal...

Y justo le decía la cosa que bien sabía no se iba a cumplir, justo lo que él quería que le dijeran, pero a sabiendas que de hecho nada ahora iba a estar bien.

—¿Cómo puedes decir eso? ¿Acaso no fuiste tú quien me propuso que termináramos con todo esto? Matteo, ¿tú no quieres ser feliz? —esta vez sí lo miró a los ojos. Su maquillaje estaba regado, sus ojos estaban rojos e hinchados, se veía mal, pero no era nada comparado a cómo se miraba por dentro.

El muchacho la miró con pena, él mismo sabía que se sentían del mismo modo. Por supuesto que quería ser feliz, una vida con Luna fue lo que siempre deseó desde que eran jóvenes. Ahora que eran adultos y de nuevo su oportunidad de llevar a cabo ese plan parecía irse difuminando de a poco.

—Quiero ser feliz, Ámbar, quiero que ambos seamos felices porque a los dos se nos arrebató precisamente esa oportunidad. Pero tirarnos a morir no va a servir de nada, y realmente no tengo una idea de lo que podamos hacer para salir de esto... —acarició su rostro con su mano tratando de consolarla de alguna forma.

—No quiero dejarlo, Matteo —habló con su tono de voz entristecido —. Lo de nosotros, por alguna razón, no ha sido nada fácil.

Agachó su cabeza, avergonzado porque sabía que una de las razones por las cuales la rubia no había podido ser feliz con el mexicano, era él mismo.

—Ya encontraremos una forma para solucionar esto, Ámbar, no te preocupes.

Y al parecer tenía alguna experiencia en decir cosas que las personas querían escuchar, pero que eran mentiras, dolía decir todas esas cosas porque iban con el duro golpe del saber que no se harían realidad. Los parientes que, por desgracia tenían, eran para andarse de puntas.

Simón estaba nervioso, pero, sobre todo, estaba muy preocupado. Ya habían pasado cuatro días desde la última vez que se vio con su chica rubia. Estaba ansioso por poder hablar con ella, por poder volverla a tocar y besar mientras le demostraba cuánto la quería. La chica no lo había llamado, no habían quedado en ningún lugar como habían hecho anteriormente. Eso lo tenía sacado de onda.

Aunque podría darse el caso que estaba siendo muy dramático con la situación, porque tampoco era mucho tiempo, sin embargo, no podía dejar a un lado el sentimiento extraño que se comenzó a formar en su pecho. Era extraño, porque no recibir una sola llamada lo estaba sacando de quicio.

Su móvil comenzó a sonar y con el corazón acelerado corrió a buscarlo y aceptar la llamada sin siquiera notar el nombre de quien llamaba.

—¿Ámbar? —preguntó esperando escuchar su voz.

No, Simón, soy yo, Luna... —habló su amiga un poco apenada por no ser la persona quien su amigo esperaba contestase.

—Oh, Luna... —no pudo evitar que su tono de voz sonara decepcionado —¿Necesitas algo?

Sí... bueno, no, solo quería avisarte que esta noche no podré ir a tu casa, me apareció un compromiso —aunque el chico no la viera, ella se tocó el rostro sintiendo como ardía y le incomodaba.

—Oh, sí, está bien, Luna, no te preocupes. Suerte con tu compromiso —se despidió y después colgó sintiendo otra vez la rara opresión en su pecho.

Nuevamente el sonido de su móvil llegó a sus oídos. Y como antes se apresuró a contestar con la misma esperanza de que fuera la chica rubia de los hermosos ojos azules.

—¿Diga?

Simón... —y ahora sí su corazón se aceleró, no por nerviosismos, sino por la ilusión y el desespero de seguir escuchando su voz —¿Sigues ahí?

—Ah... este... sí —habló cortado por el hecho que se había quedado embobado procesando lo hermoso que se escuchaba la voz de esa chica. Era como escuchar la más suave sinfonía y volverla a escuchar mil veces más, sin cansarse porque era perfecta.

Simón, ¿estás libre esta noche? —preguntó buscando las palabras que usaría —Necesito hablar contigo sobre algo muy... importante.

Y como si fuera posible, los latidos de su corazón dejaron de estar en su pecho para estar en su garganta. Obviamente no se negaría, para ella tenía todo el tiempo del mundo y más si fuera necesario.

—Por supuesto, dime dónde y yo estaré ahí.

La muchacha le dio la dirección del local. Era un restaurante pequeño y discreto en el cual ella sabía que se sentiría a gusto. Claro que, lo que vendría después sería más doloroso que meterse un hierro caliente por la garganta.

El primero en llegar al lugar fue el mexicano, como siempre, se desesperaba por ver a la rubia aparecer y recibirla con un beso. Golpeaba una y otra vez la mesa con sus dedos, hasta había formado un patrón para ir dando golpes a la superficie de madera pulida. Por quinta vez miró el reloj que llevaba en su muñeca izquierda, se habían quedado de ver a las veintiún horas y ya iban pasados más de veinte minutos. Ella siempre había sido puntual cuando lo visitaba en su casa.

Lo que él no sabía era que, Ámbar sí había sido puntual, cuando llegó se quedó sentada en un lugar un poco alejado de la mesa donde el chico se encontraba. En verdad no quería ir y sentarse frente a él porque esa visita sería una de las peores. Pero no podía dejar que el chico pensara que lo había dejado plantado. De todos modos, en algún momento el asunto debía llevarse a cabo.

—Hola, Simón... —saludó cuando llegó a donde se encontraba el chico. Él se levantó de su lugar con la intención de darle un pequeño beso en la mejilla, pero eso no fue posible porque ella puso sus manos de por medio haciendo que se alejara y se sentara con la confusión de por qué actuaba de esa manera.

—H–Hola, Ámbar —sonrió sin dejar de lado la incomodidad que de un momento a otro se formó entre ellos —. ¿Qué tal todo?

—Bien —hizo una mueca que trató de disimular con una sonrisa, pero no pasó desapercibida por el chico —. ¿Qué tal te está yendo a ti?

—Bien... —alzó una ceja, intrigado por su actitud —creo.

—Me alegro.

En serio, esa situación no podía sentirse tan mala. Era una tensión que pesaba e impacientaba. Parecía que apenas se estaban conociendo, como si no hubiesen hablado en años, incluso eso sería diferente, porque habría muchas cosas que se podrían contar, tantas cosas de qué hablar que, en ese momento, brillaban únicamente por su ausencia.

—Sabes... —habló con intenciones de acabar con el mal rato —. Estaba pensando en que... —aunque parecía que iba demasiado rápido, supuso que, si no lo hacía ahora, no lo haría nunca —. Yo pensaba en mudarme...

—Me alegro mucho por ti —mencionó con sequedad.

Le intrigaba saber a dónde se mudaría, cuáles eran los planes que tenía planeados. Pero entre menos sabría, menores serían las ganas correr a sus brazos. Porque de hecho ahora se estaba muriendo por correr a ellos y decirle que deseaba que desaparecieran de la faz de la tierra.

—Sí... —continuó él con la sospecha de que estaba hablando con el cuerpo de Ámbar, pero no con su persona en sí —. Me mudaré del país...

Se sobresaltó al escucharlo. Pensó que cuando hablaba de mudarse, era de mudarse de casa, que se iría a vivir a un lugar un poco más tranquilo o quizás un poco más ruidoso, pero mudarse del país no se le había pasado por la mente.

—¿Del país? —abrió los ojos más de la cuenta, dándose cuenta de que estaba perdiendo la actitud que desde un principio decidió mantener —. Qué... ¿bien?

—Yo... estaba pensando en que tal vez... —la miró fijamente buscando la forma de hacerle la propuesta —. Pensaba que tal vez tú...

Aunque doliera, aunque la espina del dolor pareciera seguirse haciendo más grande aún dentro de ella, tenía que hacerlo, tenía que acabar con todo, porque era eso, o saber que no hizo nada para poder mantener a su chico a salvo de los posibles pensamientos de su tía.

—Me parece muy bien que intentes viajar, Simón, que cambies de aires. En serio me alegro por ti —sonrió ocultando a la perfección las ganas que tenía de llorar.

—Ámbar, no me has dejado terminar. Yo... —y, de hecho, no lo dejó terminar.

—No, Simón, de verdad estoy orgullosa de ti. En verdad espero que tu mudanza sea como esperas —lo volvió a interrumpir.

—¿Te sucede algo? —preguntó rodando los ojos.

—No, para nada, ¿por qué me lo preguntas?

—Por el simple hecho que me interrumpes cada vez que puedes, porque ni siquiera me saludaste como lo haces siempre y porque esta conversación es la más extraña que hemos tenido en el tiempo que llevamos de conocernos. ¡Por Dios! —quiso no querer alzar su tono de voz, pero la situación lo estaba explotando.

—Simón, si quieres cambiarte de país, estás en todo tu derecho, yo no te detendré... —dijo cerrando los ojos para contener sus emociones.

—Es que tú no entiendes, si te dije que me iba a mudar es porque quiero que tú...

—Simón... —lo detuvo alzando una mano —. Por favor, no lo digas. No lo hagas, por favor...

—Ámbar, quiero que vengas conmigo.

La chica dejó de hablar para posar su vista en los ojos del chico. Los dos contenían las ganas de llorar y eso, le afectaba el doble, porque ella de por sí ya había llegado con esa intención.

—No puedo, Simón... —susurró con su voz cortada y dolida.

—Pero ¿Por qué no puedes? ¿Hay algo malo en eso? Eres mayor, Ámbar, puedes hacer lo que quieras —la miró enseriado —. ¿O es que tu problema soy yo?

—Sí, eres tú... siempre has sido tú, Simón.

Y si se preguntaban a quién de los dos le dolía más, no se podía saber, era una batalla por quien llevaba la delantera en el dolor. Simón quiso mantenerse fuerte, no quiso que sus lágrimas salieran, pero la rubia era diferente y el haber pasado por mucho tiempo conteniéndolas también le había afectado, ella sí se dio la oportunidad de llorar, de dejar que su pena saliera sin importarle nada. Porque ahora ya nada tenía valor.

—Bien... —mencionó él, levantándose de la silla —. Me alegra saber que solo fui un problema para ti. Lamento no poder decir lo mismo... —comenzó a caminar —. Que seas feliz, Ámbar...

Y se fue. Lo supo cuando sonó la campanilla que había en la puerta. Esas últimas palabras la lastimaron, mucho, para ser sincera —Sin ti no voy a poder ser feliz, mi amor —se limpió una de sus lágrimas e inhaló con dificultad —. Te quiero tanto, Simón.

Continuará... 

El drama :"( Ya se acabará ;) 

El fanfic también. 

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