Capítulo 41
Capítulo 41:
Daba vueltas una y otra vez en la habitación. Llevaba tiempo ya pensando en qué palabras emplear para decir lo que estaba reteniendo. No era nada fácil, después de todo, la situación parecía ir al fin bien, porque ya no había secretos, no había nada que ocultar entre ambos y se le había venido a la cabeza la idea de borrarse del mapa.
—¿Qué quieres que haga?
Se volteó hacia su amiga y se acercó lentamente hacia ella. La chica lo escuchaba atentamente y había acudido a ella por esa razón; no había otra persona en la tierra que pudiera aconsejarlo mejor. Confiaba tanto en ella que, a parte de ser su mejor amiga, era como si fuera de su familia, porque era así, aunque no tuvieran ningún parentesco sanguíneo, esa chica era su hermana, una parte sumamente importante de su vida.
—Simón, haz lo que te parezca mejor, ella te quiere, lo sé. De seguro te comprende —le tomó una de sus manos y le sonrió con tranquilidad para darle confianza y ánimos.
—No la quiero perder —hizo más presión en su mano y la miró un poco triste. Pensar en eso lo ponía de esa manera.
—¿Por qué lo quieres hacer? —se atrevió a preguntar. Aunque, la respuesta para ella estaba más que clara.
—Me siento mal... —confesó cerrando los ojos por el dolor que recordarla le causaba.
—Amigo mío, ella hubiera deseado tu felicidad —le acarició las mejillas, limpiando de paso una vaga lágrima que se abría paso en la superficie de su piel.
—Pero eso no hace que me deje de sentir culpable, yo la quería muchísimo.
Y ella comprendía eso también, pues también lo compartía, de eso estaba segura, porque, aunque ellos dos hubiesen sido novios y aunque la pelirroja lo amaba de verdad, él solo podía verla como una muy buena amiga. No hasta que se diera la aparición de la rubia. Porque con ella sí se notaba la gran diferencia de sentimientos.
—Eso lo sé, Simón. Yo también la quería, mucho, quizás igual que tú —pasó una mano por el cabello del chico, lo acarició como si fuera su hijo —. Pero debes entender que solo era eso; la querías solamente.
Simón bajó la mirada y negó lentamente tratando de convencerse que no era así.
—No. Era diferente. Ella era... —se detuvo un momento para buscar una palabra que fuera acorde con la opinión que él tenía sobre la chica —ella era especial.
—También lo sé, estoy enterada de eso, pero míralo de esta manera... —tomó sus dos manos y lo obligó a observarla —. Con Ámbar no te sucede lo mismo ¿verdad? ¿Se podría decir que la amas?
Entonces asintió lentamente, esta vez sí convencido de las palabras de su amiga. Por supuesto que la amaba, porque no solo su mente se lo decía, su corazón también era testigo, porque cada vez que pensaba en ella, o cada vez que la tenía cerca, ese pequeño órgano no lo podía controlar y sí, estaba enamorado, mucho, y a sabiendas que eso lo podía lastimar, le gustaba estarlo.
—Sí, Luna. Estoy seguro de que la amo —inhaló y exhaló con pesadez —. Me enamoré de ella hasta los cojones.
Luna rio por la forma en que su amigo se refería. Pero era claro que era así. Sabía que aún estando ciega podría notar que su amigo derramaba mucho amor por la hermosa chica de ojos azules.
—¿Sí ves? Por Jazmín solo puedes decir que la querías, que era importante, porque sí, lo era. Pero por Ámbar demuestras sin ningún tipo de obstáculo que la amas, lo dices como para dejarlo en claro y es que, estás muy enamorado, claramente por Jaz nunca sentiste eso, tal vez quisiste convencerte de que era de esa forma, pero puedo asegurarte de que, al menos después que Ámbar apareciera, ese amor que sentías hacia Jazmín fue únicamente una sincera amistad. No te esfuerces en convencerte de lo contrario. Simón, no es así.
Quizás sonó un poco ruda o quizás no, pero, aunque fuera positivo, no se sentía mal porque después de todo, lo que estaba diciendo no era nada más que la pura verdad. Su amigo debía darse cuenta de ello. Aceptar las cosas era un buen paso.
—Pero me iba a casar con ella y... —comenzó a recordar —cuando le propuse matrimonio, lo hice más por mí que por ella, porque quería sacarme a Ámbar de la cabeza, porque la supuesta traición de ella para conmigo me había afectado. Le propuse irnos de aquí, ella se enojó porque supo de inmediato la razón. Ahora siento que en verdad me quiero ir, de lo que no estoy seguro es si Ámbar quiere irse conmigo.
—Pues no lo sabrás si no se lo preguntas —sonrió tratando de parecer feliz. La realidad era otra.
—Eso haré.
Pero ese día el de los problemas no solo era Simón. Dos personas más se encontraban congeladas viendo fijamente a dos mayores que los miraban con sus típicas miradas de frialdad y de superioridad.
La rubia por impulso buscó la mano de su marido y la presionó, porque tenía miedo, temor de lo que podría decir la mujer que la miraba con cara de perro rabioso, y no era la única, porque Matteo estaba igual que ella ya que, a pesar de ser un adulto, el viejo le seguía provocando cierta inconformidad con su sola presencia. Su vida al lado de su padre y por culpa de la ausencia del calor maternal, se crio con temor y bajo las disposiciones de esa persona con carácter delicado.
—¿No planeáis contarnos sobre vuestros planes? —mencionó la mujer. Siempre con su voz perfectamente estudiada para a parte de denotar fineza, provocar escalofríos. Matteo no le temía a ella, pero Ámbar era distinta.
—¿Planes? ¿De qué hablas, tía? —preguntó la chica rubia. Sus manos estaban sudadas y su voz se escuchaba temerosa. En su defensa, esa mujer siempre le provocó ese tipo de sensaciones, no era de extrañarse.
—¿Me ves cara de estúpida, sobrina?
Le veía cara de tantas cosas. Pero de estúpida no estaba en su lista de tipos de caras acordes con la de su tía.
—¿Quisieras iluminarnos Matteo? —preguntó el señor con una media sonrisa. Una sonrisa que se notaba a leguas estaba muy ensayada y dedicada precisamente a la situación.
—¿Qué hacéis aquí? —cuestionó consciente de que en lugar de una pregunta lo que debería salir de su boca era una respuesta.
—Aquí quienes hacen las preguntas somos nosotros, vosotros solo debéis responder —miró a la mujer a su lado y esta asintió.
Ambos comenzaron a caminar y por consiguiente los dos menores también. Caminaron hasta bajar las escaleras y entrar al estudio que estaba en la primera planta. El hombre le cedió primero el asiento en el sofá de cuero color rojo a la mujer rubia y luego se sentó él a su lado, el matrimonio por alguna razón comprendió que ellos debían mantenerse de pie.
—¿Por qué pensáis romper vuestro matrimonio? —preguntó la mujer mientras cruzaba la pierna.
—¿Matrimonio? —repitió Matteo con burla y sarcasmo —¿En serio pensáis que esta mierda es un matrimonio? ¿En qué clase de mundo estáis viviendo? De verdad que no entiendo cuál es su afán en mantener nuestras vidas tiradas y hechas pedazos, ¿qué ganáis vosotros? ¿es dinero acaso? ¡POR DIOS! Estáis malditamente podridos en dinero ¿y todavía ambicionáis más? ¿Queréis pagar la fuente de la juventud? Eso no les va a funcionar, no existe, déjense de mierdas y caigan en la realidad.
El muchacho estaba eufórico, Sharon lo miraba con los ojos expectantes y su padre estaba dislocado por la actitud de su hijo. Ámbar no se podía sentir más orgullosa, ella también quería que de su interior saliera esa fuerza para enfrentar a esos dos.
—Matteo, no le hables así a Sharon —sentenció el hombre un poco rojo por la vergüenza.
—¿Esa fue la brillante educación que recibió de ti, tu hijo, Ángelo? —miró a su acompañante haciéndose la ofendida. Su sobrina rodó los ojos —Ámbar, ¿Por qué os queréis separar?
—Tía, en verdad lo siento, pero esto no es un matrimonio, yo no estoy enamorada de Matteo, nos casamos porque vosotros nos obligasteis, ni yo ni mucho menos él elegimos esta vida. Tía Sharon, entiéndeme por favor, por primera vez en tu vida ponte en mi lugar... —rogó la chica tratando de ablandar el corazón de su pariente.
—¿Y de quién estás enamorada, sobrina? —volvió a preguntar alzando la ceja.
La rubia se sonrojó y palideció luego. Ocultar que existía un Simón en su vida era lo mejor.
—No estoy enamorada de nadie, y porque no lo estoy es que no quiero seguir con esta farsa.
—¿Qué hay de ti, Matteo? —se refirió entonces al muchacho.
—Pues yo sí lo estoy —él no lo negaría, sería una ofensa para la persona que él quería —. Y precisamente porque lo estoy es porque quiero que toda esta mierda se acabe. Esta vez ni tú —apuntó a su padre, quien negaba con la cabeza debido al vocabulario empleado por su primogénito —y peor tú, Sharon, van a separarme de la persona que amo, esta vez no seré el mismo.
—¡No seas insolente, Matteo! —gritó el mayor de los hombres levantándose molesto de su lugar.
—¡NO! ¡Tú deja de ser tan imbécil! ¡Deja de querer controlar mi vida a tu antojo! Ya no soy un maldito crío y solamente que me arranques la vida voy a dejar que me separes de la única persona que he amado en lo que tengo de existir. ¡No voy a volver a sufrir solo porque a ti se te dio la puta gana!
Entonces, otra vez, después de mucho tiempo, el castaño volvió a sentir lo pesada que podía llegar a ser la mano de su señor padre. El golpe fue tan fuerte y tan ensordecedor que lo hizo sentir mareado y perder su equilibrio, por ende, caer al suelo con su mejilla todavía hormigueando por el ardor que sentía.
Ámbar corrió a ayudar a levantar a su marido, tendiéndole la mano y volviendo a ver al hombre que miraba con odio a su hijo. Ese hombre era cruel. Ya notaba por qué Matteo también tenía tendencias de idiota, su padre era uno.
—Cuida como te refieres a mí, muchacho insolente —habló con un extraño tic nervioso en el ojo.
—Mátame si quieres, pero estaría encantado de repetirte una y otra lo imbécil que puedes llegar a ser —sonrió y limpió la sangre que comenzaba a salir por la ruptura de su labio —. Si tanto dinero quieres, si tanta es vuestra necesidad porque ambas empresas sean una sola, ¿Por qué no os casáis vosotros? ¿Qué hay de malo? Tal vez se les quite lo amargados que están.
Ángelo levantó la mano, pero el grito de la rubia menor lo interrumpió.
—¡NO! Tía, Ángelo, por favor, detened esto, no hay ninguna necesidad. Lo que Matteo dice es verdad, si queréis mantener las empresas en un solo emporio, hacedlo vosotros, nosotros no tenemos nada que ver. En verdad esto es una tortura —estaba a punto de llorar, pero no quería mostrarse todavía más débil frente a ellos. No otra vez.
—Vosotros acatareis nuestras ordenes porque sí y no hay nada más en discusión —se levantó la señora y los miró a ambos antes de continuar —. Sobrina, sé que no quieres que algo malo le pase a ese chico mexicano ¿verdad?
—Y tú —continuó el viejo —, tú no quieres que nada le pase a Luna ¿no es así? Sabéis que no sería un problema deshacernos de ellos.
Ambos chicos quedaron petrificados, más pálidos que una hoja blanca de papel. A la rubia se le heló la sangre y no pudo evitar sentirse cohibida ante la mirada de su tía.
—No te atreverías a hacer algo en contra de ellos... —mencionó la ojiazul con evidente temor en su voz. Pero de lo que quería convencerse a sí misma, estaba lejos de la realidad.
—¿Quieres probar que sí puedo?
Continuará...
Maldita Sharon, yo no sé ustedes, pero yo odio ver su cara :")
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